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sideraba por todos. Las anteriores operaciones fueron las últimas que emprendió y en que tuvo parte tan animoso caudillo.

Esperaba con impaciencia su relevo, porque su posicion era de dia en dia más crítica, y la hizo más apurada la insurreccion de la caballería de la Ribera, que proclamó la Constitucion de 1812. No pudiendo, ni atreviéndose prudentemente Córdova á sofocar aquel incendio de tan grandes consecuencias, envió á su ayudante de campo, el marqués de Casa Sola, quien se detuvo en Logroño por proclamarse tambien en esta ciudad el citado código político por la guardia nacional. Inútil la mision que llevaba el marqués, regresó al cuartel general, y á los pocos dias recibió Córdova la noticia de los sucesos de la Granja. Con ellos creyó terminada su mision, y no aguardó más para dejar el mando y el país.

Resuelto á no jurar la Constitucion, antes de verse en grave compromiso, tomó el camino de Francia acompañado de algunos ayudantes de campo, de una compañía de caballería y otra de guías, de los generales, jefes y oficiales de la plana mayor general, que acompañándole voluntariamente, se honraron á sí propios, honrando al que ya no era su jefe. Pernoctando en Nájera, pasó por las inmediaciones de Logroño á Alcanadre, de donde salió precipitadamente en socorro de Calahorra, atacada por los carlistas, que rechazados allí, fueron batidos por Iribarren con su columna de la Ribera, haciéndoles unos cien prisioneros. Estrañándose de su patria, irreponsable de todo y sin obligacion de arriesgar de nuevo su vida en defensa de la causa de la reina, voló al peligro y prestó con sus valientes un nuevo servicio al país, siguiendo satisfacho su camino al ostracismo. Grato nos es consignar este rasgo de patriotismo, y la bizarría con que se condujo despues de su insubordinacion la columna de la Ribera. Tan cierto es que el espíritu públic hace prodigios en los ejércitos. Los soldados no podian apreciar el va· lor de la Constitucion que aclamaron, pero entonces electrizaba este nombre, y á su influjo alcanzaron tan completo y brillante triunfo.

Se iba á jurar la Constitucion en Calahorra, y por consideracion a Córdova, las autoridades difirieron el acto para el dia siguiente; pero se opuso Córdova á este miramiento, y si bien se negó á asistir á la cere remonia, invitó á su escolta para que lo verificara, por ser ya una ley del Estado la fundamental que se victoreaba. Al dia inmediato marché á Azagra, donde le festejaron los nacionales y la poblacion, y continu su ruta á Peralta.

Aconsejando á sus compañeros usasen las cintas verdes que se hicie ron moda, le dijeron: «que no las llevarian 'hasta dejar á su general en » seguridad, á no ser que él mismo por su gusto les diera el ejemplo.»

Descanso en Tafalla, teatro dos dias antes de algunos desórdenes,

urmió á dos leguas de Pamplona, y pasó luego á esta plaza, donde peraneció tres dias. Salió el 24, hizo alto en algunos puntos de la línea, ernoctó en Roncesvalles, y el 25 entró en Francia por Valcárlos, desues de despedirse tierna y patéticamente de sus leales y valientes caaradas, á quienes recomendó la sumision al gobierno y á la ley (1). Las lágrimas de Córdova regaron el suelo francés.

CONFERENCIAS Y PARLAMENTOS.-DON CECILIO CORPAS.

XLIII.

Volviendo atrás, creemos oportuno decir, que en el cuartel general e Córdova tuvieron lugar á principios de este año ciertas conferencias ue, aunque no produjeron notables resultados, son dignas de mencion, inque ligera, antes de juzgar el mando del caudillo de las tropas de la

ina.

Han creido algunos que se trató de transacion en las indicadas conrencias, y aunque fuera este el deseo de no pocos, los carlistas no se allaban cansados de la guerra, ni en tan mala situacion que anhelasen ansigir, ni los liberales pensaban siquiera en tal absurdo.

Y no es que para pensar así tengamos en cuenta lo que declara Córova en su Memoria, sino lo que arrojan de sí los mismos hechos.

En cuanto á lo que asienta el jefe liberal en su citada justificacion, combatimos, porque parte de una hipótesis equivocada al decir que, os que le habian supuesto partidario de cualesquiera transaciones con on Cárlos, ignoraban sin duda, ó habian perdido de vista que no habia adie en España, absolutamente nadie más comprometido que él á evir su triunfo, y que si éste llegara á realizarse, en todo ó en parte (lo ue Dios no pluguiere), habria de ser él necesariamente la primera vícma, pues de él le vino al Pretendiente el primer acto de hostilidad.>> on venimos en la exactitud de la primera parte de este período, recoociendo por evidente la enemiga suya hacia don Cárlos; pero no en la

(1) Al llegar Córdova á Bayona escribió al general conde de Harispe participándole su enada en el territorio de su mando, aunque no como refugiado, sino con licencia y pasaporte rrespondiente, é hizo saber al mismo tiempo al cónsul español que se hallaba pronto á renocer la Constitucion, si estaba facultado á autorizar aquel acto. Esto que, para algunos, poa parecer una inconsecuencia, tiene su esplicacion en motivos de decoro, que si le impedian ar como jefe el mismo código que combatió con las armas en la mano en 1820, 22 y 23, no obstaban para jurarle espontáneamente como militar dependiente del gobierno constitucio1. De cualquier modo, no nos compete ahondar esta cuestion; consignamos los hechos, y al e quiera más esplicaciones le remitimos à la Memoria justificativa del mismo general rdova.

segunda, porque nos consta que los carlistas estaban dispuestos á perdonarle sus anteriores faltas. Personas muy allegadas á la córte, y muy amigas de Córdova (1), le escribieron haciéndole proposiciones en este sentido, si bien con la circunspeccion que él se merecia.

En otra Memoria (2), refiriéndose á este mismo acontecimiento, y despues de dar cuenta de la presentacion en el campo carlista de don Cecilio Corpas, captándose la voluntad de todos por haberse propuesto armonizar los elementos tan heterogéneos que existian, pues hasta hizo amigos á Maroto y Moreno, se dice lo siguiente:

«Entre la agitacion que llevaba adelante Corpas, tuvo lugar una determinacion, de la que prometió grandes resultados, aconsejando á dor Cárlos le autorizase para escribir una carta al general Córdova, que se hallaba en su cuartel general de Vitoria, cuyo permiso le fué concedido, y ejecutó este paso, ofreciendo á dicho general la amistad y benevolencia de don Cárlos, y la satisfaccion de cuanto desease si consentia en coadyubar al feliz éxito de su causa, con otras particularidades que no se leen en la Memoria, que tanto y tan merecido lustre ha dado al antiguo general del ejército del Norte. Este pensamiento mereció la aprobacion de don Cárlos, la de don Juan Echevarría y la de los privilegiados cortesanos que penetraron el secreto.

»El encargado de poner la carta en manos del citado general fué el teniente coronel don Bernardo Santocildes, el cual logró introducirla en Vitoria (3) con otra que le dió Villemur como credencial deun nuevo mensaje verbal de don Carlos, en que prometia á Córdova el restablecimiento de sus antiguas relaciones y darle el mejor puesto en su causa. Santocildes no se atrevió á entregarle la carta de Corpas; pero hizo una indicacion de ella al general Córdova, y oyó el desprecio que de ella hacia y la manera con que repudió toda clase de tratados clandestinos, diciéndole:

»Parece vd. demasiado instruido para poder ignorar que por el encargo que trae ha incurrido en la pena capital, como espía y agente seductor; pero puedo dispensarme de cumplir rigorosamente con el deber de mi posicion, que me impone el fusilarlo: primero, porque la confiarza que ha tenido vd. en la nobleza y caballerosidad de mi carácter, merece mi reconocimiento: segundo, porque recuerdo que habiendo yo tra tado de ganarle á vd. cuando estuvo prisionero, para que hiciese serv cios á mi causa, le autoricé en cierto modo para que se esforzase en ge! narme á la suya; y tercero, porque teniendo en mi cuartel general y al mi propia casa al ministro de la Guerra, puedo darle cuenta de esta car ta y mision de vd., y cubrir mi responsabilidad y conciencia con la apro cion de mi conducta. En cuanto á don Cárlos y su mision, dígale vd. que

(1) Don Cecilio Corpas.

(2) La Milltar y política sobre la guerra de Navarra de don José Manuel de Arizaga.

(3) Podemos asegurar que la carta à que alude el señor Arizaga, no solo no entró en Vria, sino que ni aun salió del campo carlista.

(Nota del autor de esta obra.)

un muro de diamante, una barrera eterna nos separa; que él verá hasta qué punto eran ciertas mis profecías en Portugal; que yo ni ninguno de mi familia fué jamás traidor, y que cuando no bastaran á separarnos los motivos políticos por que se lucha, sobrarian la fé empeñada, la confianza de mis superiores y subordinados, y los juramentos quo he hecho de concurrir por todos mis medios á la destruccion de sus pretensiones.>>

Demostrado que Córdova no hubiera hecho, en el caso de que se tra tó,-y suponiendo que don Cárlos no hubiera imitado á su hermano,-el papel de víctima, reconoceremos y aplaudiremos su decision y patriotismo, porque digno es de alabanza el declarar, como lo hizo en Portugal á la misma faz de don Cárlos, que «aun cuando toda la nacion llegase á reconocerle por su rey, él no lo haria jamás; que él solo, si fuera preciso, protestaria contra su usurpacion.»>

Nadie podrá dudar, en efecto, de la rectitud de las intenciones de Córdova, y seria hacer un agravio á su talento creerle dispuesto á una transacion en aquellas circunstancias, á no ser entregándose los carlistas sin condiciones políticas, lo cual ni era transacion ni posible imaginarlo.

De los viajes de Santocildes á Vitoria, tomaron pretesto algunos, y especialmente los ultra-carlistas, para propalar voces alarmantes censurando aquellos pasos; y cuando Villalonga fué con un destacamento de prisioneros á la misma ciudad, diarios nacionales y estranjeros presentaron estos sucesos como los preliminares de una transacion, á los cuales añadian minuciosos detalles que, aunque no inexactos, se tergi versaron de tal modo, que variaban de forma y adquirian esas colosales proporciones que un hecho ó una palabra sencilla adquiere, como por ejemplo, en la magnífica produccion dramática titulada la Calumnia (1).

(1) Mediaron cigarros y regalos, es cierto; pero véase como refiere Córdova este echo:

«El parlamento, habla de Villalonga, fué conducido, segun costumbre general en el ejército en todos los ejércitos del mundo, à la casa del general en jefe. Mientras se disponian los risioneros con que debia aquel regresar á su campo, permaneció en mi cuarto hablano conmigo de la guerra y de todo lo concerniente à ella, segun acostumbraba yo hacerlo con dos los demás, confiando en que lo que podía saber o decir no me seria perjudicial. Al oficial arlamentario le di un cigarro, que encontró muy bueno, y como por este motivo se dolia de s privaciones que sufrian en su campo, sobre todo en punto á fumar, le regalé al despedirle n puñado de ellos. «Buen regalo para mi general,» me dijo dándome las gracias; v entonces menté la dósis con algunos más, diciéndole: «Hoy doy á vds. cigarros; mañana espero que os daremos cañonazos.» Cuando se retiró de mi cuarto, estuvo hablando con mis ayudantes e guardia, y entró à poco mi hermano y ayudante el coronel Córdova, á pedirme permiso para icargar al parlamentario dos pares de pistolas de la fábrica de Eibar, que él y otro ayudante icesitaban, y que no se encontraban en Vitoria desde que aquella fábrica estaba en poderde

Se trataba en efecto de cange de prisioneros, y en un oficio de 16 de enero que dirigió Eguía á Córdova sobre este asunto, acepta los deseos del jefe liberal de adicionar algunos artículos al tratado de Elliot, y dió á Santocildes una instruccion reservada, que seria pública si] creyese tener cabida entre los enemigos; pero nada se convino definitivamente.

Al apresurarse Villarreal á enviar á don Fernando de Córdova el par de pistolas que refiere la nota, y que mandó hacer con toda perfeccion, previó el mal efecto que causaria; y en efecto, se murmuró de este hecho, creyendo á ambos jefes en inteligencia, sin que en el campo de los carlistas dejara de murmurarse y de sospecharse de Villarreal.

No terminaremos este incidente sin dar algunas breves noticias de su causante don Cecilio Corpas, por la influencia que ejerció en varios acontecimientos.

Diplomático en tiempo de Fernando VII, de carácter inquieto, activo, emprendedor, hallaba en el campo carlista el verdadero teatro de su vida, y en enero de este año se presentó en Oñate, donde fué recibido afablemente por don Cárlos y los cortesanos.

Obrando con cordura consiguió, merced á su trato gracioso y epigramático, captarse la voluntad de unos con sus chistosas conversaciones, y el afecto de otros con la jovial franqueza que demostraba. Oido por todos con interés, unió á Moreno y á Maroto; y la casualidad de ser los tres andaluces, y tambien el honrado gentil-hombre de cámara Villavicencio, el festivo intendente Freyre, el favorito asesor real Ariza

los rebeldes. Concedí el permiso, y el oficial parlamentario no puso más condicion al desempeño del encargo, que el consentimiento de su jefe, que era natural y preciso para pasar armas á nuestro campo. Tenia yo completamente olvidado este incidente iusignificante, cuando ! pocas semanas, y encontrándose en mi cuarto el general portugués, baron Das Antas, me anunciaron é introdujeron otro oficial parlamenlario muy jóven, llamado, segun creo, Viguri, el cual abordándome con tono de urbanidad y franqueza, que no era, sin embargo, el debido á mi rango y posicion me presentó dos pares de pistolas de parte de Villarreal. Significandole yo mi estrañeza, me preguntó entonces aquel jóven si no hablaba con el coronel Córdova; le saqué de su error por el cual se escusó, esplicándome que aquellas pistolas las habia encargado mi hermano por medio de su compañero Vilalonga. Le dije que aquel estaba ausente, ! no volveria antes de dos ó tres dias, pero que yo satisfaria el importe de las armas. «No tengoórden de recibir precio alguno,» me respondió. «Está bien, déjelas vd. ahi hasta que mi hermano regrese, le repliqué; son cosas suyas en las cuales no tengo yo conocimiento, aunque recuerdo que dí el permiso para hacer la compra.» De este suceso no hice, ni tenia por qué hacer, misterio alguno; antes bien sirvió de diversion, en cuanto no dejaba de ser chistoso que enemigos tan encarnizados se facilitasen armas con que destruirse. A los dos dias llegó efectivamente i Vitoria el coronel Córdova, y devolvió las pistolas con una carta à Villarreal, agradeciéndole sa atencion y declarándole que no podia aceptar nada de su enemigo. Es de advertir que aquel caudillo habia distinguido y obsequiado mucho á mi hermano, en ocasion que estuvo de parlamentario en Salvatierra con el capitan don José Urbina, tambien mi ayudante de campo. Estos son los hechos en toda su sencillez.>>

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