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Las comunicaciones que entre los carlistas eran breves, seguras y encillas, eran por el contrario, largas, espuestas, y difíciles en los lierales.

Existia una imposibilidad casi absoluta de conducir la artillería y aballería por aquel país, cuya escabrosidad venia á hacer inútiles en quella guerra estas armas, en que eran los últimos tan superiores. un contando con todos los elementos del país los carlistas, conducian ɔn suma dificultad las piezas. Además, habia adquirido tales formas quella guerra, que las piezas de montaña, siempre tan útiles, dejaron e serlo casi siempre, negándose á llevarlas muchos generales, sin que I soldado echara de menos las chocolateras, que así las llamaban.

Los heridos, que son un grande embarazo en todos los ejércitos, poian en gran confiicto á los liberales, y no eran obstáculo para los carstas, porque los recogian solícitos y de suyo los mismos paisanos, is mujeres, todos los habitantes, que se apresuraban á llevarlos á los

más que las horas de luz, porque en el país enemigo la noche y la derrota son inseparables ara las tropas más aguerridas y esperimentadas.

»¿Y los carlistas? En operacion, combate ó retirada marchan por batallones sueltos. Si el tereno ó las circunstancias lo exigen, por compañías, si es necesario hasta por hombres. Desde unidad hasta el todo, todo tiene igual seguriddd: veinte caminos y veredas que sabe, le conucen al mismo punto. El faccioso va suelto y ágil, sin más carga que una ligera canana; atraiesa solo todo el teatro de la guerra, y en todas partes es recibido y asistido, y está seguro en das. En un momento de apuro ó derrota, cada hombre corre lo que puede, y se reune à su uerpo á las dos horas: la dispersion es entre ellos una maniobra táctica que no desmoraliza or ser fundamental y habitual. El dia y la noche le son igualmente hábiles y ventajosos para archar y combatir. En los pueblos no alojan más fuerza que la que pueden contener, porque n todos están seguros, y sin cubrir puestos avanzados ni retenes, los paisanos velan, y bastan sobran á la seguridad de cada canton. La marcha no necesita para ellos precaucion ni faliga fes, soldados, paisanos, todos saben donde están los cristinos, en qué número, quién los anda; en una palabra, lo saben todo. Cuando el ejército ha descargado sus acémilas, la urca hó anclas, y no puede levantarlas hasta el dia, y por la noche dos ó tres compañías enemigas enen por vía de diversion à tirotear nuestros cantones ó campamentos, à interrumpir nueso descanso, sorprender nuestras avanzadas, interceptar nuestros mensajeros, capturar á los e se descuidan y apoderarse de lo que puedan. En todas partes pocos bloquean á muchos, un ército de sesenta mil hombres no puede librarse de ser molestado por sesenta aduaneros ó lantes. ¡Que vaya el genio de la guerra à impedirlo! Al faccioso le da el paisano lo que tiene, obsequia, le cede su cama: todo lo que le rodea le estimula, le alienta y recompensa de sus tigas, de las que se repara así con suficiencia y á veces con profusion. Allí no se necesita vird, constancia ni sufrimiento. Es el soldado de la reiua donde se requiere y encuentra la ener. a moral, la constancia heróica para sufrir trabajos increibles y las más rigorosas privaciones: quella raida levita que le cubre es la casa en que vive, la cama en que duerme hace tres años; das las estaciones de un clima estremo han pasado por ella; feliz aun el que la tiene, pues terpos enteros han pasado los más rigorosos inviernos, vivaqueando en medio de las nieves hielos del Pirineo, sin más abrigo que una menguada chaqueta que se caia à pedazos, y un antalon de lienzo que el uso y el lavado habian casi destruido. Y esta situacion ó desnudez, o se crea que ha sido la escepcion, no; por mucho tiempo fué la regla.»

(Memoria justificativa del general Córdova.)

caseríos y los ocultaban y curaban con cariño y esmero. Los de los liberales ocupaban ocho ó diez hombres por lo menos cada uno, pues que habia que conducirlos por lo comun á larga distancia, y protegerlos haciendo frente á las partidas que salian á su encuentro.

Entre el jefe del ejército de una nacion regida por el sistema representativo y el de un poder absoluto, hay sin duda notable diferencia; y aunque no convengamos enteramente en la disparidad que entre una y otra situacion presenta Córdova, existia ciertamente. Verdad es que la prensa y la tribuna eran dos censores hostiles de sus actos; pero eran preferibles, por descubiertos, á las censuras secretas que corren de boca en boca, que se abultan, tergiversan y adquieren la forma de acusacion, haciendo de un acto sencillo un crímen. En la prensa y en la tribuna se acusa públicamente y se da lugar á la defensa; que no cabe en las acusaciones sigilosas, en los complots de intrigantes de camarilla, donde se destruyen las reputaciones mejor adquiridas.

Por esto vemos que tambien eran separados los jefes del ejército carlista, que tambien se les ponian obstáculos, y sufrian tambien amargos sinsabores, sin que pudieran sincerarse más que por medio de esposiciones á don Carlos, las cuales no siempre llegaban á sus manos.

Fuera de esto, es innegable que la posicion del jefe liberal fuese más difícil, más comprometida, mayores sus atenciones, todas apremiantes, todas del momento y de interés decisivo. Los voluntarios y la mayoría de los comprometidos por don Cárlos podian carecer hasta de lo necesario sin murmurar y sin peligro de la causa, porque su entusiasmo y su interés suplia por todo; porque al comprometerse habian calculado toda la estension de los deberes que contraian, todos los inconvenientes y peligros de su nueva situacion, todas las penalidades de la guerra. No era lo mismo el soldado á quien la suerte le habia llevado á la lucha, retenido en las filas por la ordenanza. A éste no se le podia exigir el su frimiento, no se le debia faltar á lo que tenia derecho á exigir.

Córdova se convenció al fin de que no podia, ni otro alguno, terminar la guerra con tan escasos elementos como los que contaba, ni con dobles recursos que tuviera, insuficientes para dominar tantos obstáculos, y pudo convencerse de que no era su sistema de bloqueo y encerramiento el que habia de concluirla, porque aunque fuese posible adoptarle, no en simulacro, como se adoptó, sino cerrando herméticamente á los carlistas en su territorio, solo se hubiera conseguido prolongar el estado tan crítico en que se hallaba el país, al ver la inutilidad de sus sacrificios. Los carlistas se habrian mantenido con estrechez dentro de su círculo; al paso que los liberales necesitaban un presupuesto inmenso que no podia soportar la nacion.

Córdova, lo creemos firmemente, habria sido un héroe en la guerra

de la Independencia, en la civil, no pasó de ser un general en jefe de buen talento, querido del soldado, que le veia el primero en el peligro, siempre animoso en los combates, cuidadoso de su bienestar, simpático para el país, aunque cometió faltas graves. Algunos no le perdonaron su proceder en Arquijas. Lleno de celo y ardimiento muchas veces, lo posponia todo al afan de la victoria; y otro habria sido el estado de la guerra en las Provincias Vascongadas y en Navarra si no hubiese tenido que distraerse contínuamente procurando la subsistencia del soldado, por el gobierno desatendido, si hubiese contado con los recursos que constantemente reclamaba y en que nunca debió pensar, si hubiera tenido alguna menos aficion á las comodidades de la vida, y si hubiera sido un general de más practica y más pulso.

OPERACIONES MILITARES EN GUIPÚZCOA Y NAVARRA.-PUNIBLE DESCUIDO DE ITURRALDE Y RENDICION DE MAS DE OCHOCIENTOS CARLISTAS.

XLVI.

Con la marcha de Córdova y los sucesos políticos que tuvieron lugar por entonces, quedó como paralizada la accion del ejército liberal, y más bien què procurar el combate, parecian esquivarle unos y otros, y aprestarse á una nueva campaña.

Daremos, sin embargo, cuenta de las operaciones más notables en Guipúzcoa y Navarra por este tiempo.

En la línea de San Sebastian acometieron los ingleses en la tarde del 28 de julio la altura de Amezagaña, que tuvieron que ceder sus defensores. Pero auxiliados oportunamente por Iturriaga, pudieron volver la cara á sus enemigos y batirse con ellos: alentados por las voces de aurrera mutillac (1) de su jefe, cargaron bizarramente á la bayoneta y pudieron sostener el honor de sus armas. Al llegar la noche ocupaban ambos combatientes sus anteriores posiciones.

En Navarra era el valiente Iribarren un temible adversario de los carlistas. Hijo del país en que operaba, el conocimiento que de él tenia, le garantizaba el éxito de sus operaciones. Aumentaba con sus triunfos su reputacion, y por consecuencia el respeto de sus enemigos. Iribarren tenia asegurada la comunicacion de todos los convoyes y correos que pasaban del Ebro á Pamplona y viceversa, y no osaban los carlistas pasar á la derecha del Arga. La línea que marcaban las montañas, defendida por no escasos puntos fortificados, permitia al jefe liberal intro

(1) Adelante, muchachos.

ducirse por sorpresa en alguno de los pueblos de la dominacion carlista, especialmente en los situados á las faldas de Montejurra, en los cuales exigia granos, que hacia conducir á sus fuertes.

Inútil era la actividad de los jefes que tenian á sus órdenes quinientos infantes y trescientos caballos destinados á contener estas correrías; el acierto de Iribarren les burlaba obligándoles á ser meros espectadores de los convoyes en salvo.

Algo contrarió Zaratiegui estas escursiones de Iribarren, quien se halló más de una vez con él en el pueblo que iba á sorprender. Navarro tambien Zaratiegui, usó igualmente de estrategias, conociendo asimismo el terreno, y obtuvo alguna pequeña ventaja, ya sorprendiendo unos cuantos caballos, ya destruyendo unas obras que en el alto de San Gregorio, estramuros á Puente la Reina, construian los liberales, y á pesar de defenderlas con artillería.

Así las cosas, deploraron los carlistas un contratiempo terrible. En la tarde del 18 salió de Dicastillo una columna carlista, compuesta de cuatro escuadrones, el cuarto batallon de Navarra, cuatro compañías del primero, la compañía de la junta y la de caballería llamada sagrada, al mando toda la fuerza del mariscal de campo Iturralde. Marchaban á la ligera, sin equipajes, y al llegar al portillo de San Julian, se destinaron á varios pueblos grandes partidas para efectuar una sorpresa de noche, quedando el cuartel general en Carcar con alguna fuerza, de la que salió en la mañana del 19 una descubierta de lanceros al mando de Letona, por el camino de Lodosa, á cuya inmediacion llegaron, y al retirarse dieron en una emboscada de caballería enemiga, que solo ocasicnó la muerte de Letona, vengada por su hijo. Este suceso y el hallarse Carcar entre dos puntos fortificados por los liberales, como Lerin y Lo dosa, hizo temer al jefe Sacanell la permanencia allí; comunicó su te mor á Iturralde, y conferenciando con él de sobremesa, y asegurándole que la columna enemiga se hallaba muy distante, reciben la noticia de estar á la vista: se cerciora de ello Sacanell, reune su batallon, lo hace tambien la caballería, los quintos, que habian llegado por la mañana, no sabian donde acudir, los paisanos corrian sobresaltados, faltaban ór denes, y todo era confusion. Sacanell, sin embargo, esperaba tranquilo con sus seis compañías formadas en la hera, junto á las que pasó Itur-i ralde con su escolta, y al pedirle órdenes, le dió la de seguir á las com pañías del primer batallon, lo cual ejecutó, aunque quiso haberse hecho fuerte en el pueblo, y marchar despues al punto que defendia el vada entre Sesma y Carcar. Subordinado á la obediencia, y lamentándose de cuanto veia, se vió á poco atacado por la caballería liberal de la division. de la Ribera que mandaban Iribarren y Leon, que se habian propuesto sorprenderá sus contrarios. Les cargan, se ven rechazados, y dejándose

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