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zado defensor esponen, y el público sea juez. La historia no puede juzgar sin pruebas; pero puede acusar por indicios, por convicciones.

«La opinion pública (1) y cuantos sirvieron á las órdenes de aquelCarnicer,-señalaron á Cabrera como su asesino. Carnicer, carlista tolerante, y Cabrera, apostólico foribundo: Carnicer, valiente, pero humano; Cabrera, sanguinario y feroz: Carnicer que no desenvainaba su espada sino en el campo, y Cabrera que se gozaba en ensangrentarla con los rendidos. El primero jefe rígido y disciplinista, y el segundo subalterno díscolo, no podian ser amigos. El que denostó la conducta y disposiciones de su jefe en la accion de Mayals: el que se sublevó en Castejoncillo porque no eran fusilados todos los prisioneros, aun despues de haber recabado que lo fueran los nueve nacionales y soldados que se defendieron en una casa: el que en público y en particular prometia á sus compañeros ascensos y proteccion para el dia de su mando: el que habló tan mal de Gomez á la vista de Requena y en Villarrobledo, hasta que se le desertó en Estremadura: el que conspiró contra Quilez vencedor en Terrer, en las Cabrillas y en Bañon: el que persiguió de muerte á Cabañero que le ofreció la entrada y posesion de Cantavieja, despues de haberle buscado en Almazán y llevádole herido á sus guaridas, no ha debido luego estrañar que se le señalara entre sus enemigos y parciales como el pérfido traidor que vendió á Carnicer, avisando á las autoridades del gobierno la ruta que llevaba á Navarra y el disfraz con que se encubria. Conocemos, es muy amigo nuestro, el alcalde que dió estas noticias á Teruel y Zaragoza; y si bien no hemos querido, ni intentado siquiera arrancarle este secreto, porque conocemos su probidad, sabemos que la recibió del pueblo de Palomar el mismo dia que estaba en é Cabrera. Seria infundada la creencia, sería una impostura, pero entre los facciosos, creció hasta el punto de prohibirse hablar de tal suceso. Hallándose Cabrera en Camarillas el 16 de febrero de 1836, á la misma hora que su madre era fusilada en Tortosa, fusilaba él á Cristóbal Sebil de Alcorisa, hermano de uno de los que acompañaban á Carnicer, porque tuvo la indiscrecion de decir que éste habia sido vendido por Cabrera. Tal rigor produjo, como era natural, el efecto contrario que queria: pues aunque pretestó que lo fusilaba por otras causas, como sus soldados sabian que eran falsas, se afirmaron más en la sospecha, que difí· cilmente podrán desvanecer los parciales y admiradores de este ca

becilla.

»El trajo á Carnicer la órden de Cárlos V para que se presentara e Navarra, y á pretesto de que los capitanes Sebil y García conocian e terreno, particularmente el último que acababa de llegar con él de aque lla provincia, le aconsejó que le acompañase. Tendrian ó no parte esto dos capitanes en la prision de Carnicer, pero es lo cierto que a pesar d no darse aun cuartel en Navarra, porque no se habia ajustado el tratad de Elliot, no fueron fusilados como su jefe, y por el contrario canjeado muy pronto. Esta calumnia, si realmente lo es, debia ser rechazada po

á

(1) Historia de la guerra última en Aragon y Valencia, por los señores Cabello, Santa Cruz Temprado.

Cabrera de todas maneras y en cualquier lance y posicion; y sin embargo que Cabañero se la echó en cara delante de muchas personas en la Iglesuela, la sufrió muy resignadamente sin acordarse que ceñia una espada.

>> Cabrera temia siempre las asechanzas de sus émulos, y cuando pernoctaba en los montes cambiaba el sitio que habia elegido para dormir despues que los demás estaban acostados; y habiendo dispuesto una noche en los términos de Alarcon que un soldado se echase en la cama que los demás creian era para él, este soldado fué asesinado de un pistoletazo. Cabrera estaba esta noche en el campamento.

Basta á nuestro propósito haber dicho lo que se pensó en el país y entre los facciosos. >>

Córdova, en la vida de Cabrera, dice lo siguiente:

D

» Mientras en el campo de Cabrera tenian lugar los sucesos hasta aquí mencionados, Carnicer disfrazado de arriero seguia su viaje á Navarra; y es preciso consignar aquí algunas particularidades de este viaje, por haberse dicho que Cabrera envió un anónimo á las autoridades de la reina denunciando el itinerario y el dizfráz de Carnicer. Aunque no se ha dado ninguna prueba de esta imputacion, y siempre se ha calificado de simple sospecha, existen datos (1) y razones que demuestran la inexactitud de un hecho tan vil y horroroso que haria abominable la memoria de Cabrera, aun á sus más ciegos partidarios y admiradores. Dos motivos podian obligarle á cometer esta alevosía, la ambicion ó la venganza. Se ha visto ya que Carnicer le invitó desde su principio con el mando y lo rehusó; que Cabrera gozaba en el campo carlista más prestigio y ascendiente que los demás jefes, y sin embargo no se valió de estos elementos para sobreponerse á Carnicer; y que en la junta de Villarroya se mostró dispuesto a resignar su comandancia accidental en la persona que la misma junta nombrase. Tampoco podia tener Cabrera el menor resentimiento con Carnicer. Era este su amigo predilecto, le honraba con su confianza, le distinguia entre todos y acababa de darle una prueba de singular aprecio prefiriéndole á los coroneles más antiguos. Esto bastaria para probar que ni la ambicion, ni la venganza, ni otra pasion innoble, podian inducirle á proceder tan villanamente con Carnicer, y envolver en su suerte al fiel García que le acompañaba. La captura de Carnicer, fué ocasionada tan solo por su poca prevision ó por su infausta suerte. Más de veinte personas vieron como salia de Ariño acompañado de García, Sebil, Manero y Pedro Ibañez: en el camino encontraron á seis arrieros del mismo pueblo, é Ibañez se detuvo á hablar con uno de ellos; cerca de Ateca, dijo Ildefonso Oroz á García que habia conocido á Carnicer. Particularidades son estas que unidas á las que espresa el documento número 7, demuestran que no era un secreto el viaje de Carnicer, y quizá indica la persona que le delató.... Su muerte aunque sentida en el mando de Cabrera, renovó la comprimida ambicion de Quilez y las esperanzas de algun otro jefe.»

(1) Véase el documento número 7.

Por último, en una carta, que es para nosotros un testimonio respetable por la categoría de la persona, á la cual conocemos, y por los motivos que entonces tenia para saber todo lo que en el Maestrazgo pasaba, leemos este párrafo no able.

«Cabrera fué portador de la órden del Pretendiente para que Carnicer se presentase en Navarra, y Cabrera la anunció con encargo del secreto á varias personas relacionadas con el capitan Desy y conmigo, y tanto aquel como yo trasladamos la noticia al capitan general de Aragon en el momento que la supimos; cuya autoridad envió requisitorias á derecha é izquierda del Ebro, espresando el gran lunar que Carnicer tenia en un carrillo, y en su consecuencia fué conocido y capturado al paso de dicho rio por Miranda.»

El viaje de Carnicer estaba rodeado de peligros: la muerte le acechaba en todas partes, y la más leve insinuacion era su fatal sentencia. En cuanto á García, creemos no tuviera la menor parte.

De lo que resulta de las comunicaciones oficiales, el general La Hera consultó lo que habia de hacerse con García y Sabil ó Salvo, y se le contestó por el ministerio de la Guerra en 13 de abril, que, siendo importantes las revelaciones que estos indivíduos podian hacer, si insistiesen en no hacerlas sino ante el capitan general de Aragon, los enviase á Zaragoza con buena guardia y seguridad y por el camino menos peligroso. «Sin embargo de lo espuesto, añadia, es la voluntad de su magestad que si el señor secretario del Despacho de la Guerra don Gerónimo Valdés, ha dispuesto alguna cosa relativa á los referidos García y Salvo, se cumpla cuanto S. E. haya dispuesto.>>

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El esclusivo mando de Cabrera iba á cambiar totalmente el aspecto de la guerra en el Oriente de España. Para los carlistas comenzaba una época de prosperidad, de ventura; para los liberales de esterminio. Combates, crueldades, horrores, iban á llenar las páginas de la historia, á hacer de ella un libro sangriento.

A la cabeza de veinte infantes y siete caballos se encuentra Cabrera en Ladriñan, y como nada podia emprender con tan poca gente, oficia á Quilez, Forcadell, Miralles y Torner para que se le reunan el 17 de marzo en la ermita de San Cristóbal de Hervés, marchando él en el ínterin á los puertos á recoger los dispersos y escondidos, y procurar por

cuantos medios estaban á su alcance no hacer ilusorio su mando, como lo seria si no tuviera hombres que le obedecieran.

Sus esfuerzos lograron reunir algunos infantes más y caballos, y pudo contar ochenta de los primeros y diez y seis de los segundos.

El dia señalado acudieron á la cita todos los jefes menos Miralles, y formando un cuerno con estas partidas del Maestrazgo, salió Cabrera á campaña al frente de una columna de doscientos cuarenta infantes y treinta caballos.

El 19 se avistó en Tronchon con el infatigable Nogueras, su temido y constante perseguidor: cambiaron algunos tiros las guerrillas y algunas palabras los jefes, y se retiraron por la noche, el liberal hácia Cantavieja, el carlista á Mirambel, y de aquí contramarchó con direccion á Zurita, y por Hervés á Fortanete, Tolodella, Mirambel y Mosqueruela.

En estos movimientos tuvo ocasion de comprender que ya existian rivalidades en su campo, pues Quilez llevaba á mal verse mandado por quien no era tan militar, ni tan antiguo como él: comprendió además que aquellas marchas no eran muy acertadas, y que la campaña iba á ser más de azares que de combinaciones.

Cabrera para acallar murmuraciones que podrian perjudicarle, apeló á un medio justo; y despues de reprender á Quilez y afear su insubordinacion, reunió á los jefes y oficiales, y les dijo que se necesitaba la union de todos para obrar con éxito, y prestar al superior la debida obediencia. «Yo acabo de llegar de Navarra, añadia, y estoy conforme con la opinion de los jefes de aquel país respecto á que los mismos enemigos nos proporcionarán el triunfo si marchamos unidos. Los inhumanos asesinatos de los religiosos en la córte y otras partes, la sublevacion de la fuerza armada en la casa de Correos de Madrid, las sesiones de los Estamentos, los artículos de los periódicos y otros sucesos que ustedes saben como yo (y los que aun nos faltar ver), descubren la desunion de los cristinos y sus tendencias. Esto aumenta el número de los partidarios del rey, que desmayarian si nosotros estuviésemos desunidos. Yo por mi parte abandoné mi casa, familia y estado, no por sobresalir en el mando, sino por el deber que tiene todo español de defender los derechos de la patria y del rey. No dudo que iguales sentimientos han conducido á vds. á estas filas, y que mirarán con madurez las circunstancias del momento, los males que se han seguido por haber cada uno obrado á su antojo, y la necesidad en que nos hallamos de obrar de distinto modo, tanto para la manutencion, cuidado y conservacion de la fuerza, cuanto para escarmentar y batir al enemigo, pues aunque victoriosos en escaramuzas y hechos parciales, no hemos conseguido ventajas más decisivas por nuestra desunion; y como la guerra va tomando un carácter de duracion mayor de lo que creíamos en un

principio, repito, señores, que es menester marchar acordes, y obedecer al que nos mande. Si vds. quieren esponer alguna razon contraria á estas ideas, pueden hacerlo con la más ámplia libertad.»>

Todos unánimes reconocieron por jefe á Cabrera, y Quilez «deboró en silencio su pesar y su envidia.» Envióle luego Cabrera á recorrer las márgenes del Guadalope para adquirir dinero, calzado y raciones, y con el mismo objeto marchó el jefe hácia Mirabete.

Quilez, despues de un encuentro en el que se batió su gente con estraordinaria valentía haciendo uso de la bayoneta, terminó su espedicion, uniéndose á Cabrera en Enjulbe, donde manifestó que necesitaba descanso para restablecer su salud: se le concedió, y sus soldados se agregaron á los de Cabrera, quien por Alloza marchó á Chivillen.

Antes, el 6, atacaron algunas partidas á Rafales; y su guarnicion de urbanos de Alcoy, rechazó valiente á sus enemigos.

Cabrera, con más o menos gente, operaba sin descanso, y se vió más de una vez en inminente peligro por fiarse de su valor; y á él y á su serenidad debió en esta ocasion la vida, pues quedándose solo á retaguardia de su hueste, fué alcanzado por un teniente de carabineros, que al descargarle una cuchillada, se vieron ginete y caballo envueltos en la capa de Cabrera, que éste le echó, y cayeron ambos al suelo.

Arrojado hasta la temeridad, espuso cien veces su vida y otras tantas salió ileso.

Despues de incorporada á su gente la de Quilez, revistó unos cuatrocientos infantes y treinta caballos, y preparándolos para el combate, siguió sus operaciones. El 23 de abril, hallándose en Alloza, se avistó con Nogueras, que siempre le iba al encuentro, y le puso en la necesidad de tener que batirse.

La situacion era crítica para Cabrera: lo conoció así, y dijo á los suyos:

-Morir por morir, que nos maten fuera de aquí. ¿Me seguireis, muchachos?

-Sí, don Ramon, hasta la muerte.

Bien el lance es crítico, ya lo veis; pero en la union consiste la fuerza. Tened ánimo y serenidad. Yo os aseguro que si me obedeceis, saldremos de este conflicto. Adelante: ; Viva el rey! ¡Viva la patria! ¡Viva la union!

Despues de tan original y notable preámbulo, divide y ordena su tropa, va él con la guerrilla, y descienden á la llanura.

Nogueras avanza tambien con los suyos, y tambien les dice: -Coraje y alegráos: hoy vamos á tener la gloria de acabar con la faccion de Cabrera.

Y dirigiéndose en alta voz á los carlistas, añadió:

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