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NUM. 4.-Pág. 31.

Comunicacion á Mirasol.

Solo el valor é infatigable actividad de tan digno caudilio como V. S., me presentan un ameno campo para poder recomendar, como lo hago, à la benemérita milicia urbana auxiliar de esta heróica villa. Estos honrados vecinos, en el último tercio de su vida, han demostrado de un modo positivo quererla perder sembrando el trono de su adorada Isabel con laureles teñidos en sangre propia y enemiga; más la cobardía de sus contrarios les ha privado por ahora de este aumento de gloria. Mi larga y honrosa carrera de las armas me ha proporcionado el ver rasgos de valor; pero mi general, ¿de qué espresiones me valdré para decir á V. S. que ninguno se iguala á la impavidez que demostraban estos heróicos ancianos, que asestados de balas, en medio de las bombas y granadas que á sus pies reventaban, entre el espeso polvo y denso humo que producian las ruinas de sus casas, solo se oia el vigoroso eco de su voz que decia: «bajad, cobardes: nuestros pechos reemplazarán los parapetos que vuestra artillería ha derribado, y en las puntas de nuestras bayonetas hallareis vuestro eacarmiento?» Estos hombres virtuosos, abandonando sus hogares, fortunas y familias, corren armados por las calles en medio de tantos proyectiles con el objeto de dar socorro á cuantos eran envueltos en las ruinas, cuidar de los muebles que salvaban, patrullando noche y dia todo el pueblo, sin que el órden público fuese alterado en lo más minimo. Tan noble ejemplo, dió lugar á que las mujeres y aun los niños, prestasen su parte proporcional de servicios en tan aciagos momentos. No me atrevo á recomendar á los contusos ni á los bravos oficiales que mandan á esta milicia ni à sus demás indivíduos, porque animados todos de unos mismos sentimientos, deseaban á porfía y á costa de su sangre, presentar este nuevo testimonio de su indudable patriotismo. Podrá V. S. si gusta, elevarlo al gobierno; mientras que yo, en cumplimiento de deberes de mi obligacion, lo pongo en conocimiento de V. S. Dios, etc.-El comandante de la benemerita milicia urbana auxiliar de esta villa, Pedro Diaz Serrano.

ESPOSICION DE LA MILICIA AUXILIAR DE BILBAO.

Las dos compañías llamadas de ancianos, ó la milicia auxiliar urbana de esta villa, compuesta toda de indivíduos que, por su edad, han sabido en épocas anteriores servir de baluarte á su patria, hoy más que nunca acérrimos sostenedores de la causa justa de nuestra inocente reina Isabel II, no puede mirar con apática indiferencia el que esas hordas de foragidos, huyendo el combate, asesten sus horrisonas bombas desde Miravilla y cueva de Porgiron, para que, destruyendo la poblacion, tal vez consigan por su estrépito y por las ruinas, apocar los ánimos que sean menos valientes que los que suscriben: en cuyo concepto, y para hacer ver á esos destructores de la humanidad lo que pueden el valor y la sensatez de principios adquiridos por la edad y la esperiencia.

A V. S. Suplican se digne concederles la gracia de que pasen á apoderarse de las baterías que los enemigos tienen en los dos referidos puntos, à fin de restituir á sus conciudadanos na gran parte del sosiego, y hacer todavía algo en obsequio de su patria y de su reina. Merced que esperan de la bondad de V. S., à quien Dios guarde muchos años. Bilbao 29 de junio de 1835.

NUM. 5.-Pág. 35.

Memoria facultativa sobre la herida, enfermedad y muerte de Zumalacarregui.

Serian los cuatro de la mañana del dia 15 de junio de 1835, cuando ya nos hallábamos en movimiento; empezó en seguida el fuego de ambas partes en los diferentes puntos del bloqueo, rompió el suyo con viveza la bateria del Circo, y yo me situé en la sacristia de la iglesia de

Begoña, como punto céntrico de las operaciones y en donde se colocó desde muy temprano e general para dirigirlo todo. A las ocho poco más o menos se me presentó su secretario de Juan Antonio Zaratiegui, diciéndome que fuese inmediatamente con él á ver al general que habia sido herido y se hallaba sin conocimiento. Pregunté al secretario algunos pormenores sobre esta desgracia, y me dijo, que hallándose el general en uno de los balcones del palacic de Begoña que daba vista al barrio de Achuri, echado de pechos sobre su barandilla y dando disposiciones para la colocacion de una batería, habia recibido un balazo. Acto contínuo me trasladé al lugar de la catástrofe, y á mi llegada encontré al general sin conocimiento en una de las salas del precipitado edificio, sentado en una silla, sostenido por varios oficiales de estado mayor, y rodeado de algunos otros. Pedi en seguida un vaso de agua fria, que le tiré sobre el rostro, y con este estímulo volvió en sí entreabriendo los ojos. A todo esto mi principal cudado en aquel momento era saber å donde habia recibido el balazo, y al efecto dirigi esta pregunta á las personas que allí estaban, ninguna de las cuales pudo satisfacerme, porque nači lo sabia. Esplorado todo su cuerpo, y con particularidad la cabeza, pecho y vientre, nada er contramos, y como el general aun no hablaba, seguimos examinando el resto del cuerpo. Por fin hallamos un agujero del tamaño de una bala de fusil en el pantalon rojo, y examinada la pierna derecha vimos el mismo agujero en el tercio superior y parte anterior é interna dr aquella, rozando el borde interno del hueso de la tibia à la distancia de dos pulgadas poco más ó menos de la articulacion femorotibial, ó llámese rodilla. En este momento empezó á hablar el general, manifestando un vivo deseo de que se le sacase pronto de aquel punto, lo que se verificó en seguida con inminente riesgo suyo y de todos los que le acompañábamos, pues desde aquel instante se redobló el fuego por aquel punto con tanta valentia, que teniendo qu atravesar al descubierto un largo espacio, fué un verdadero milagro que no sucumbiésemos porque las balas de cañon pasaron por encima de nuestras cabezas y por nuestros costados No parecia sino que los de la plaza y fuertes habian conocido lo que pasaba entre nosotros, se gun el ardor con que redoblaban sus descargas. Por fin llegamos à una casa como a mitad del camino de Begoña á Puente-Nuevo, en donde nos detuvimos por la comodidad y seguridad qui ofrecia.

En este punto le coloqué en un colchon en el suelo, se le descosió el pantalon, se le quit la bota y reconocí la herida. Era esta con efecto de bala de fusil, habiendo, penetrado por el sitio que se ha dicho ya. En el escrupuloso reconocimiento que practiqué, observé que su direccion era de arriba abajo y hacia el interior de la pierna, atravesando los músculos gemelos, sea la pantorrilla. Es de advertir aquí que el general tenia sumamente desarrollado el sistema muscular, y como consecuencia de él era su pantorrilla estremadamente gruesa. Por esta razon, ya fuese que el proyectil hubiese variado de direccion al rozar con la tibia, ya por la ¦ gruesura de la pantorrilla, por más que se hizo tanto en el reconocimiento interior como en e esterior, no se pudo averiguar de un modo positivo el sitio en que aquel estaba, más no obs tante esta dificultad, propuse en aquel momento su estraccion. El general y los que le aconpañaban se opusieron abiertamente à una operacion, propuesta en la seguridad que me inspl raban mis conocimientos anatómicos, de que me hubiera sido fácil sin comprometer tan preciosa existencia verificar la estraccion del proyectil. Un poco de paciencia por parte del general hubiera bastado para fijar su verdadera residencia. Pero mi responsabilidad cesó desde el momento que se manifestó tan tenaz oposicion, oposicion invencible si se atiende al genio du paciente, y al convencimiento que adquirí despues de que desde aquel momento se fijó su ima ginacion en el curandero Petriquillo, Gelos y otros de esta ralea para que le curasen.

Al ver mi insistencia sobre la necesidad de proceder à la sustraccion de la bala se me preguntó si la permanencia de ella en aquel puuto produciria algun peligro, à lo que cortesté que no, pues en esta y otras campañas se ha visto à muchos sugetos vivir con bala dentro de su cuerpo, y en partes mas delicadas, sin que esperimentase su salud la menor alte racion, no obstante que algunas se abrian paso por entre los tejidos presentándose en la su perficie del cuerpo, y otras permanecian siempre ocultas. En virtud de esto se me dió por el intendente Zabala un pomito, que segun me dijo, contenia el legítimo bálsamo de Malást, y le apliqué al general, colocando en la herida una planchuela empapada en dicho bálsamo, su com presa, y cubriendo el todo con su correspondiente vendaje circular. Se colocó al general en unas parihuelas con dos colchones; dió sobre la marcha algunas instrucciones al general Era so, à quien confirió el mando del ejército, y llegamos à Puente-Nuevo.

A aquella hora, pues serian las diez de la mañana, el calor se hacia sentir con notable fuerza, y como manifestase el general que iba bastante incómodo en dichas angarillas, se le trasadó á una cama de sofà que se sacó al efecto de la fonda de las Tres Hermanas, colocando un toldo blanco encima para que no le molestase el sol; se le preguntó entonces que á dónde queria marchar, y contestando que à Durango, prevenida ya al efecto la compañía de guias de Navarra para su conduccion, rompimos la marcha acto eontínuo.

A un paso igual de marcha de tropa, y con relevo de rato en rato, llegamos en lo mas fuerte del calor á Zornoza, en donde descansamos un par de horas. Colocamos al general con su misma cama en el zaguan de la casa del boticario, la que por su anchura, comodidad, por hallarse en la carretera y ser piso bajo era el mejor local del pueblo,. Allí se le dió una limonada y fumó un par de cigarros, verificado lo cual volvimos á continuar nuestro camino. Apenas llegamos a esta villa entrada ya la noche, nos dirigimos al antiguo alojamiento del general, po. niéndole con toda comodidad en la mejor habitacion. Instalado en ella, y despues de un rato de descanso le ordené una sangría que en seguida fué hecha, y además el uso de la horchata de las simientes menores. A poco rato vino un ayudante de don Carlos diciéndome pasase á palacio, pues se hallaba á la sazon el cuartel real en el indicado pueblo. Pasé en efecto, y des. pues de las ceremonias de costumbre me preguntó el rey qué me parecia de la herida, y por qué se habia espuesto el general à recibirla, á lo que contesté que si bien la herida no era de consideracion por el sitio que ocupaba, y por las partes que habia interesado, podia compli carse con una enfermedad que temia se desarrollase, pues hacia dias que estaba enfermo y muy espuesto á contraerla, lo que si se verificase por desgracia, presentaria bastante cuidadoy podria quizás comprometer hasta su existencia. En cuanto à la esposicion à recibir el balazo indiqué que siempre habia visto al general correr estos y aun mayores peligros. Con esto me despedí de don Carlos, el cual antes de salir yo del cuarto me dirigió estas palabras: «dile à Tomás que no salga mañana hasta que yo lo vea, y que pasaré à su alojamienio bien temprano.»

Vuelto yo ȧ este, no bien habia entrado en el cuarto cuando me preguntó el general «¿qué le ha dicho à vd. el rey?» á lo que le contesté refiriéndole la conversacion que habiamos tenido, y su determinacion de verle à la mañana siguiente. A esto último no puso el general muy buen semblante, diciendo «¿qué querrá de mí?... veremos... pero si tarda no me detendré.»> Encontré en el cuarto al titulado cirujano de cámara don Teodoro Gelos, é igualmente à un facultativo inglés que se hallaba por casualidad de tránsito en dicho pueblo. Segun me dijeron habían sido enviados por el cuartel real para ver la herida, lo que verificaron. A media noche llegaron los generales Iturralde y Villarreal; con los que habló el herido un largo rato, dándoles instrucciones. A este último, que me habló despues en la sala inmediata, tuve ocasion de manifestarle mis temores. Se marcharon luego, y el enfermo estuvo mucho tiempo descansa do, disfrutando de un sueño harto tumultuoso é inquieto. Oyosele hablar contra el ministró Cruz-Mayor y sobre la colocacion de las baterías y cañones; se despertó en seguida, pidió refresco, le tomé el pulso y se le encontré lleno, duro y frecuente. Tenia el semblante muy animado, los ojos encendidos, un poco de inyeccion sanguínea en la conjuntiva, la lengua encendida en sus bordes y punta, y con un empaste blanco en su dorso. Viendo este grupo de síntomas que observaron conmigo los precitados profesores les manifesté mi dictámen, reducido á volverle á evacuar á beneficio de otra sangría, y conformes todos en su necesidad se le hizo en seguida. Fuí asimismo de dictámen de que no se le removiese de Durango, así por el estado en que se hallaba, como por lo caloroso de la estacion, pues segun lo que habia oido hablar á los generales sobre el punto à que se dirigian, nos faltaban aun dos dias de camino, es decir, doce leguas, de manera que lo que consiguiésemos con el plan propuesto lojperderíamos con la precitada marcha. Todos convinieron conmigo en esta idea, y yo fuí el encargado de manifestárselo al general.

A la madrugada entré en el cuarto de éste, y le dije: «mi general, ¿ha visto vd. que calor tan insoportable ha hecho ayer, y cuanto le ha molestado el viaje? Desde nuestro arribo á esta, como vd. habrá podido conocer, no se ha perdido un momento en practicar cuanto ha sido necesario para su alivio. Se ha conseguido alguno, pues al presente se halla vd. en muy buen estado, y para que este continúe seria muy acertado suspender la marcha por algunos dias, y pasados estos podrá vd. disponer lo que guste, en la seguridad de que de otro modo nos esponemos á perder lo que tenemos adelantado.» A estas palabras contestó el general con las si

guientes: «Jamás he variado mis resoluciones una vez tomadas con todo el lleno de mi volertad. En cuanto el rey venga y me hable, saldremos en seguida para el punto que he dispues to.» Despues de un momento de silencio continuó como esforzándose por decir una cosa desagradable: «Anoche se me olvidó decir á vd. que he mandado al cura Zabala á buscar un pasano mio llamado Petriquillo, sugeto que entiende mucho de males de esta clase, y que me ha curado en otras ocasiones. Este me sauará ó me echará al otro mundo. -Muy bien, mi genera'. repliqué yo. Mucho me alegraré que no queden defraudadas nuestras esperanzas, y com adoptada esta determinacion no hago ya falta á su lado, me permitirá vd. que vuelva al svie donde hago mucha, y del cual solo me he separado en virtud de un mandato especial.» Eso de ir al sitio no, repuso el general, porque yo quiero que me siga vd. como médico para lo qua se me pueda ofrecer.>>

Al dia siguiente bien temprano llegó don Carlos al alojamiento del general, entró sin aparato alguno, y colocado á la derecha de la cama fijó enternecido los ojos en él, mediando entre ambos el siguiente diálogo; «¿Cómo te hallas, Tomás?—Señor, bien.—¿Y cómo te has espuests á ser herido? ¿no sabes que un general en jefe nunca debe esponerse á tanto peligro?-Señor lo sé, pero tampoco ignoro que el buen arttllero debe morir al pié del cañon. Además, ninguna cosa se hubiera hecho bien de no estar yo delante, y como ya he vivido harto tiempo, y ten el convencimiento de que en la presente guerra todos debemos morir, me es indiferente el resultado de mi herida.-Y bien ¿á dónde piensa ir?-A Cegama.-Mira que está muy lejos, que t puedes empeorar, quédate aquí.—No señor, he dicho que à Gegama, y V. M. no dudarà qu allá voy, porque conoce mi carácter.-Bien hombre, le conozco, pero cuidate por Dios.»

Apenas salió el rey de la estancia del enfermo ordenó éste la salida que se verificó al momento. Llegamos al medio dia à Villarreal, dónde descansamos, en cuyo pueblo nos alcanzó e curandero Petriquillo con el cura Zabala. Se presentó al punto al general cuyo semblante anim una ligera sonrisa de esperanza al ver al hombre que, en su concepto, le habia de curar, Arta contínuo el curandero empezó á ejercer sus funciones. Le quitó todo el apósito que se le habi puesto en las inmediaciones de Bilbao, sustituyó una fuerte untura que él mismo le dió c manteca y cuyas bruscas fricciones principiaban en la cadera y terminaban en el pie, becho esto cubrió toda aquella parte cou una venda ancha empapada en vino, colocó en la herida a planchuela con bálsamo samaritano y envolvió todo con un vendaje particular que el mism cortó de uno sábana. El general sufrió todas estas operaciones sin dar ninguna señal de dor en la parte afectada.

Serian las cuatro de la tarde cuando emprendimos de nuevo la marcha llegando à boca noche à Vergara, donde descansamos. No hubo otra novedad en el camino que la de empezars á quejar el general de dolores en la parte herida. El facultativo inglés se asombró del singur método de curacion adoptado por Petriquillo, y yo, que desde aquel momento previ lo que por desgracia llegó á suceder, manifesté mis temores à uno de los ayudantes de Zumalacarre llamado don Pedro Ceces. La noche se pasó poco mas o menos como la anterior, se me pregu» tó qué régimen dietético se deberia seguir y contesté que dieta rigorosa y la limonada gomesa á pasto.

En la madrugada del día siguiente 17 continuamos la marcha tomando la carretera de Fra cia y llegamos al medio dia à Ormaistegui. Aqui, despues de la triste entrevista del general c sus parientes, descansó un rato del calor que habia sufrido en el camino, hasta que habien repetido Petriquillo la cura que habia hecho en Villarreal se produjeron con mas fuerza let dolores. A la caída de la tarde nos pusimos en marcha, y salvando las dos leguas que nos la taban, llegamos á Cegama en muy buena hora. Allí se le colocó en una buena alcoba de la casi de su prima, y se le dejó descansar.

Hallábase en el mismo pueblo asistiendo à don Carlos Vargas, segundo secretario del gene ral, un tal Bolloqui, que habia sido cirujano de Guias, y se le llamó porque el facultativo ingis se habia marchado desde el camino à reunirse á su cuerpo, que era el escuadron sagrado. Cot gregados en junta aquella misma noche Gelos, Petriquillo y Bolloqui, convinieron unánimes et que lo primero que debia hacerse era practicar un reconocimiento en la herida, lo que efect ron á pesar de mi oposicion. Varias veces introdujeron la sonda sin otro fruto que el de mar irizar al enfermo, aumentando nuevos dolores á los que ya tenia; pues habiendo tomado d proyectil, primero una direccion recta y despues oblicua, no era tan fácil como les parecu dar con su verdadera posicion, tarea que dificultaba mas la inflamacion que habia empera

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i manifestarse en toda la circunferencia. Esta tercera tentativa mas ruda que las anteriores, ué causa de que pasase el general una noche mas tormentosa; pues estuvo continuamente lesvelado, con la lengua seca y encendida, con sed inestinguible, mucho desasosiego y la rina escasa y ardorosa.

Viendo el estado poco lisonjero del paciente, hice presente á los interesados la necesidad le que se celebrase nna junta. Accedieron á mi indicacion, y constituidos en junta los profeso ́es del pueblo con los sugetos ya referidos, les hice la historia de la enfermedad, les manifeste u complicacion con la herida de una manera evidente, les hablé de la facilidad con que en odas las estaciones, pero mas particularmente en la del calor, la irritacion de las heridas de irmas de fuego se refleja sobre varios tejidos, y con especialidad sobre la membrana mucosa rastro-intestinal, y por último les indiqué, que para combatir tanto una como otra era de absouta necesidad emplear con la mayor urgencia medios enérgicos; pues si se atendia solamente ì la herida, los demás síntomas se agravarian en términos de declararse con suma facilidad ina fiebre gastro-entero-encefalitis, ó sea adinámico-atáxica que comprometiese su existencía, 7 que respecto à la bala no debia darnos ningun cuidado por el sitio que ocupaba y por las artes que habia interesado. Sin agraviar á dichos profesores, tengo la intima conviccion que en la parte puramente médica no fui comprendido por ninguno de ellos y menos que por nalie por Petriquillo. Sin embargo, fuese por complacerme ó porque mi razonamiento les pareiese de algun peso, casi todos convinieron conmigo en que se aplicase á toda la inmediacion le la herida, ó sea á la parte mas interesada, un gran golpe de sanguijuelas, en que despues de lesprendidas estas se le pusiesen cataplasmas templadas de harina de la simiente de lino con igorosa dieta, limonada gomosa fria à pasto y varias enemas emolientes: todo se hizo en el nomento y tuve la satisfaccion de que à las pocas horas cesasen los dolores de la pierna; pues as sanguijuelas produjeron una evacuacion abundantísima, y los enemas muchas evacuaciones lbinas fetidísimas de materiales detenidos algunos dias en el canal intestinal. La noche fué Dastante tranquila.

El dia 19 se presentaron reunidos todos los síntomas que hasta entonces se habian observalo. Se me indicó que el general deseaba tomar algun alimento sólido, à lo que me negué biertamente, así como tambien à la entrada de tantas personas en su cuarto. Venian unos con leseo de verle y otros á hablar de asuntos del servicio, y como el ayudante de guardia no obeeciesc la órden rigorosa que le había dado, busqué ocasion oportuna para hablar al general, á uyo efeeto me coloqué con Gelos en la alcoba inmediata, y aprovechando un momento en que uedó solo, entré y le dije: «para que marche vd. bien en su herida como en lo demás que adece, se hace preciso que olvide por unos dias que es general y no piense en otro negocio aas que en el interesante de su salud, prohibiendo la entrada de las personas que la pueden lterar, y consintiéndola solo á las absolutamente necesarias.» «Siento, me replicó, no poder omplacer á vd. de una manera tan rigorosa, porque como es necesario que yo sepa todo lo ue pasa, es preciso que se acerquen à mi cuantas personas están encargadas de la direccion e los negocios. No obstante, por lo que hace á las demás, daré á los ayudantes de guardia las rdenes oportunas.» Esto queria decir en buen castellano que pensaba hacer cuanto se le anjase, y así fué que desde aquel momenro pareció la casa un jubileo. Confidentes, generales, yudantes, indivíduos de las diputaciones de las provincias Vascongadas y Navarra, amigos, uras, frailes, etc., no cesaban de entrar y salir, añadiéudose à esto que mis órdenes sobre la as estricta dieta eran desaprobadas por Petriquillo y comparsa, que audaz las infringia, ya andoie caldos muy sustanciosos, ya otros alimentos sólidos, lo que si bien se hacia á hurtaillas, como suele decirse, llegaba á mi noticia por personas de la misma casa que me lo dean despues. A pesar de esto continuó bastante bien este dia à beneficio sin duda de la repetiion de los enemas y cataplasmas emolientes à la parte afecta; pues con los unos se fué limiando el vientre de algunas impurezas, y con las otras cesaron completamente los dolores, mpezando á notarse, aunque en corta cantidad, alguna supuracion. El pulso se mantuvo reular, solo noté una ligera exacerbacion à la caida de la tarde. La lengua mas húmeda y meos encendida en sus bordes y punta; y la capa amarillenta en su dorso mucho mas clara, poa sed y las orinas menos encendidas. La noche fué tambien sosegada como la anterior; pues unque soñó alto hablando contra Cruz-Mayor, dando órdenes à sus batallones y ocupándose e los asuntos de la guerra, este sueño no alteró su tranquilidad, y fué como el de algunas ersonas que en sana salud relacionan por la noche lo que les ha sucedido de dia.

TOMO II.

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