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Al siguiente dia 20 marchaba bien: concedí sin esfuerzo al general por la mañana, una įcara de chocolate que habia pedido con instancia, y que no podia producirle el mal qu otros alimentos que se le daban á escondidas. Hice la misma prescripcion médica que el da anterior: al verificarse la cura salió una ligera esquirla del borde interno de la tibia que proyectil habia rozado; la supuracion aun era corta: ligera exacerbacion en el pulso á la casă de la tarde; muchos mas entrantes y salientes que el anterior; noche tranquila.

En los dias 21 y 22 no hubo de notable mas que algunas deposiciones albinas biliosas, pr.movidas à beneficio de la continuacion de los enemas, mucha remision en los demás sintos antes enunciados, la herida en buen aspecto y un poco mas de su puracion. En el dia 22 tuvis ron los referidos profesores y Petriquillo varias juntas á las que no asisti, lo uno porque non llamaron, y lo otro porque me formé la idea de que cualquiera cosa que maquinasen para la estraccion de la bala no habia de contar con mi asentimiento hasta tanto que el general se llase restablecido de su enfermedad. Observé que aquel dia entraron en el cuarto del general muchas personas, algunas de las cuales no podian menos de producir una grave exaltacion en su ánimo. Una y otra vez lo manifesté así á los interesados; mas viendo el ningun fruto qt. sacaba, me propuse desde aquel dia no volver á hablar sobre este punto, siendo buen testigo de esto el vicario de Huarte-araquil que lo presenció varias veces.

En la madrugada del 23 volvieron los facultativos à repetir la tentativa de sondar la berida y aunque les manifesté mi oposicion haciéndoles presente, que sobre ser esta operacion de Lisgun fruto podrian con la sonda producir mayores males y sobre todo despertar los dolores qu tan felizmente habiamos calmado, despreciando este saludable aviso lo verificaron. Pero ¿p: sucedió? ¿qué resultados dió esta operacion? Martirizarlo y nada mas. Desesperando de por encontrar el punto de apoyo del proyectil, los obcecados profesores desistieron de su empeis curándole como los demás dias. Por espacio de dos horas estuvo esperimentando el generall resultados de aquella imprudente tentativa, y ni un momento cesó de quejarse; más al fin amortiguaron los dolores, en cuyo instante pude conocer cual habia sido el objeto de las reuniones del dia anterior, objeto á que concurria el beneplácito del general. La estraccion de à bala era el pensamiento culminante de los médicos y el mas vivo deseo del general, deseo ¶-no fué difícil vislumbrar al ver la paciencia y el silencio con que sufrió la dolorosa maniobra Entonces recapacitando conmigo mismo, me hice las siguientes observaciones: «<estos hombre han inbuido al general en la necesidad de que se le estraiga la bala, y no conociendo su estado actual nose les alcanza que los síntomas de la enfermedad no están mas que disminuidos que al menor chispazo se han de reproducir con la mayor fuerza; olvidan que no hay bota en el pueblo para lo que repentinamente pueda ocurrir, pues la mas próxima es la de Segura que dista una legua de aquí, y por decirlo de una vez, conducen á ciegas al general á muerte cierta. Mi posicion es bastante crítica bajo todos conceptos; pues ni en el pueblo nia las inmediaciones hay un profesor de carrera que pueda contrabalancear conmigo la erma, opinion de los tres. Mas sin embargo de todo eso, me defenderé hasta el último, y jamás co sentiré nada que sea contrario à lo que la sana razon y la conciencia médica me dicten.»>

Embebida mi mente en estas reflexiones, llegué al comedor donde me esperaban los pr rientes del general para tomar el chocolate. Concluido el desayuno, y como entrasen todos unidos, les manifesté que no obstante la mejoria del enfermo, se habia hecho cuanto poc conducir á empeorarlo por los médicos que merecian su confianza, los cuales, tenaces en propósito, acababan de hacer otra tentativa con la sonda para esplorar la herida, operacion que se habian entretenido largo rato y sin mas resultado que molestar al paciente y repro. cir sus dormidos dolores. En virtud de esto les indiqué cuanto convendria citar para junta 1| los cirujanos del pueblo, únicos de que se podia disponer, y todos accedieron á mi peticio Fueron, pues, llamados dichos profesores, y à poco rato entramos en junta. En ella les hie presente, reproduciendo los mismos principios que en la primera, toda la marcha que habia llevado la enfermedod y herida hasta aquel momento, la necesidad que habia de continuar el mismo método sobre la primera, hasta que la naturaleza, ayudada de la medicina, segun lo sintomas se present aran, se sacudiese: y en órden á la segunda no volver á hacer uso de ter tativas imprudentes con sondas, y además, aplicando solo los emolientes hasta que del todes hubiese establecido la supuracion, lo que no se habia verificado ya en atencion à que la nat raleza se hallaba ocupada en sacudirse de la enfermedad, y realizado esto no dudasen vendra muy abundante y de buena calidad, y manifestándose un foco purulento en la circunferenc

la bala, se conoceria el punto de su estancia, pudiéndose hacer con el acierto debido la conabertura; además de que toda herida que se halla ya en el período de irritacion no debe torse con semejantes instrumentos, máxima consignada en las obras de los mas célebres ciruos nacionales y estranjeros. Por la misma razon y por la profundidad de la herida tampoco bia tener lugar el desbridamiento, pues la sonda no habia podido aun fijar el sitio que la la ocupaba. Ultimamente, les manifesté que jamás suscribiria à que se hiciese operacion alna sin haberse curado la enfermedad en cuestion; que verificado esto podrian hacer lo que stasen, en atencion á que yo no representaba allí otro papel que el de médico, segun me hadicho el general á la salida de Durango; que tuviesen un poco de paciencia hasta el dia cace de la enfermedad, dia en que se presentaria regularmente una crisis, y siendo favorable, mo esperaba en atencion al estado actual del enfermo, les dejaria obrar segun mejor les paciese, pues por mi parte habia cumplido con mi deber.

Quedaron todos conformes con este parecer, y la junta se levantó. A poco rato, y estando o, se me reunió un ayudante de campo, y me dijo: «Doctor, trabaja vd. en balde. Lo que usI hace esos hombres lo deshacen: están imponiendo al general por detrás de vd., y me temo cho.-Suceda lo que quiera, le repliqué, mi conciencia está tranquila porque la marcha que he propuesto seguir es la mas racional. Si esos hombres ignorantes hacen alguna de las yas, sobre ellos recaerá la responsabilidad.»

El parte que se dió este dia al cuartel real fué como en los tres dias anteriores, de hallarse general mas aliviado de su complicada dolencia. Llegó la hora de retirarnos à descansar, ntes de verificarlo le hicimos la última visita; le tomé el pulso que hallé con una ligera acerbacion, continuando respecto á lo demás en muy buen estado. Pidióun vaso de naranja, le dió y nos retiramos.

Como me hallaba tan rendido, no solo por la absoluta falta de descanso que esperimentaba cuerpo desde el sitio de Bilbao, sino tambien por la continua agitacion en que estaba mi esitu, y como por otro lado el buen estado del enfermo me inspiraba confianza, me dormí fundamente, aunque sin desnudarme. Serian las dos de la mañana del 24 cuando al destarme por efecto de un ligero ruido que cerca de mi habitacion se sentia, me encontré sin los, que dormia en la misma alcoba, percibiendo un desacostumbrado rumor en la pieza indiata donde descansaba el ayudante de campo de guardia. Me incorporé acto continuo llede cuidado, abri la puerta, y encontré al referido ayudante don Damaso Berchel, que se paaba por la sala sumamente alegre. Preguntéle que habia sucedido. «¿Qué ha de suceder? me ntestó, que el general dentro de pocos dias estará bueno y á la cabeza de su ejército á pesar los temores de vd. Gelos, Petriquillo y Bolloqui acaban de sacarle la bala, y véala vd. en te plato que ya ha corrido por todo el pueblo, à pesar de la hora que es.» Con efecto, me aceré á la mesa y reconocí la bala; estaba un poco aplastada hácia el lado que habia rozado con tibia, sin que tuviese otra cosa de particular. Verifica lo esto me lamenté sin reparo una imprudencia cuyos funestos resultados no debian hacerse esperar mucho. Pasé seguida á ver á los operadores y los hallé en el comedor. Estaban á la sazon lavandose sus anos ensangrentadas, cual pudieran hacerlo tres carniceros que acabasen de desollar una 8.-«Y cómo, les dije, ¿se han atrevido vds á hacer la operacion à estas horas contraviniendo o que se acordó en la junta de ayer?-El general, me contestó Gelos, me ha llamado y mando en seguida que le hiciese la operacion.—¿Y vd. es tan dócil, repuse, que no ha tratado de rsuadirle de lo intempestivo de la hora para hacer una operacion tan delicada y que no era absoluta necesidad, y ha accedido sin réplica al mandato del general? ¿Con que si éste le huera mandado á vd. que le hubiera tirado à un pozo, lo hubiera verificado sin réplica? Se han rificado los deseos de vds. contra todo el torrente de mi voluntad, que no podian creer muy vorable á su proyecto cuando con tanto cuidado ha salido vd. de la cama sin que lo sintiese. Se hallaba vd. profundamente dormido, me dijo, y á mas como sabiamos que no habia de ceder, no le hemos querido despertar.-Bien, le contesté, el mal está hecho, y ya es inevitae. Sobre vds., pues, recaerá toda la inmensa responsabilidad de este paso.—Si señor, la acepnos entera porque dentro de pocos dias el general se hallarà mandando su ejército.-Sea horabuena,» dije por último al presumido cirujano, y dando por terminado un diálogo que e iba siendo enojoso, nos retiramos ambos à descansar. Gelos se quedó dormido en seguida, ero à mi no me fué posible conciliar el sueño pensando en lo ocurrido, muy particularmente el destrozo que habrian hecho en el general para hallar la bala.

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Habrian pasado dos horas cuando sentí quejarse mucho al general, y pedir sin cesar refresca al cura Zabala, que se habia quedado de guardia aquella noche. Desperté à Gelos en seguida le dije: «Mucho se queja el general, sin duda deben vds. haberle hecho gran destrozo para lallar la bala. — Ha habido precision, me contestó, de hacerle dos aberturas bastante profundas, por lo que no es estraño que se queje.-Pues bien, nos levantaremos, y se le recetará algu calmante. «Eso no es tan urgente; en viniendo el dia lo haremos,» repuso Gelos, y se volvió a quedar dormido. Por lo que hace a mí me hallaba tan desvelado, y me dolian tanto los lamen tos del general, que pasado un rato me levanté de la cama, y como el ruido despertase à Gels preguntóme éste sorprendido: «A dónde va vd.?--A ver al general; le contesté, que se queja cada vez más.-Pues yo tambien me levantaré,»> repuso.

Eran las seis de la mañana cuando pasamos al cuarto del enfermo, me coloque à la derec de la cama y Gelos á la izquierda, le miré el semblante, que encontré bañado de un sud frio y con todos los caractéres de la muerte. le pulsé en ambos brazos y observé que ya E latian sus arterias radiales, y sí muchos saltos de tendones; mandé à Gelos que pulsase al e. fermo, y despues de haberlo verificado, como quisiese hablarme por lo bajo, le di á enten ler que fuera lo hariamos. Cuando nos íbamos á retirar, el general con voz algo trémula, per conservando aun mucho valor, me dirigió la palabra en estos términos: «¡Ay, doctor, este perdido, me hallo peor que cuando tenia la bala dentro! Si le hubiese creido á vd. no m hubiera visto en este caso. Son insoportables los dolores que sufro.» Estas palabras me traspasaban el corazon, pero haciendo un esfuerzo le animé lo mejor que pude, y nos retiramos Cuando nos hallamos fuera le pregunté à Gelos: «¿Y qué le parece à vd. del estado del general?-Un poco agravado; el pulso está bastante fuerte.-¿Y nada más? repuse con precipitacion.-No señor.-Pues bien, hasta ahora he tenido que sucumbir por fuerza al cúmulo > atrocidades que han estado vds. cometiendo de contínuo, deshaciendo por detrás la obra que través de tantos obstáculos procuraba yo llevar adelante. Ya han consumado vds. su grande obr Pues sepa vd. que no hay recurso humano que pueda librar al general de la muerte que le am · { naza; se hace preciso llamar desde luego á su segundo secretario, para que vea el medio de qu sin perder momento haga el general sus disposiciones espirituales y temporales, que un or nanza vaya inmediatamente à la botica de Segura à buscar un fuerte calmante que voy a re cetarle sin más objeto que el que no se diga que nada se ha hecho, debiendo acto continuo d aviso á los de la casa, pues urge el que sepan este suceso.» Aun queria Gelos persuadin de que debiamos esperar, pues en su concepto no estaba tan agravado el enfermo para tome estas medidas; pero yo le contesté que nada tenia que ver en aquel negocio, que la resp sabilidad era ya toda mia, y que como conocia el terreno que pisaba, no queria que se dijes. mañana que el general habia muerto sin ningun auxilio espiritual, hallándose à su lado profesor de carrera, que viéndolo à todas horas debió conocer la gravedad de su mal.

Reunidos los parientes del enfermo, les manifesté la fatal situacion en que se encontra! lo que les sorprendió tanto más cuanto que se les habia asegurado cuando fueron despetra“, á media noche, que el general se hallaria mandando el ejército dentro de breves dias. A no querian dar crédito à mi relacion, cuando llegó su secretario apoyado en dos muletas. S bido por éste el caso en que nos hallábamos, dió crédito, no obstante su sorpresa, à mis ve rídicas palabras, y entre uno y otro arreglamos el medio mejor de disponerle para recibir l auxilios espirituales. Una ligera insinuacion hecha con maña bastó para que el enfermo nifestase que lo deseaba, y aprovechando tan feliz coyuntura, recibió con cristiana confiana | los auxilios de la religion. Hablósele despues de disposicion testamentaria, y mostránd muy dispuesto a hacerla, se limitó á decir: «Lo poco que hay es de mis hijas.>>

En aquel momento recordé que dias antes habia hecho traer de la botica de Segura un ca mante por si se ofrecia à media noche. Mandé. pues, que se le diese à cucharadas altern con el caldo, en el que tambien hice que le echasen otra de vino de Málaga. A las diez vol el ordenanza con el fuerte calmante que acababa de recetar aun no haria dos horas, yeas compañía el profesor de Segura, que apenas vió al enfermo, convino conmigo en que estris próximo á espirar. Las convulsiones y saltos de tendones que habian subido de todo put empezaron à déclinar, conservó su conocimiento hasta el último instante, y espiró á las one menos cuarto del precitado dia 24 de junio del año de 1835, á las diez horas poco más ó*! nos de hecha la malhadada operacion de la estraccion de la bala.

Acto contínuo le descubrí la pierna y le quité todo e! apósito, y me asombré de ver dos "

idas que sobre la parte posterior de dicha pierna le habian hecho, la una interesando la parte superior del gran tendon Aquiles en la insercion de los músculos gemelos, la otra en el cosado opuesto y un poco mas abajo. Ambas eran de dos pulgadas de longitud, y su profunlidad hasta los huesos tibia y peroné: pero como estuviesen llenas de sangre, y yo no tuviese ↓ mano ni esponja para limpiarlas, ni lugar para hacer el reconocimiento escrupuloso que leseaba, pues al momento empezó á entrar gente ȧ verle, me retiré de aquel sitio.

Llamóme en seguida el secretario don Carlos Vargas, y me dijo era preciso que inmediatanente escribiese lo ocurrido para dar parte al cuartel real y general, à lo que contesté que 10 tenia inconveniente, y llamando en seguida á un amanuense de la secretaría, dicté la hisoria de los padecimientos del general hasta su muerte con la posible concision, pues urgia el que llegase á su destino con toda brevedad, no pudiendo disponerse del cadáver hasta recibir instrucciones. Concluida la hice firmar por Gelos y Bolloqui que se hallaban preseutes, os cuales, aunque lo resistieron al principio, preguntados por el secretario si se faltaba en ella á la verdad, y como contestasen que no, les repitió que la firmaran ó lo ponia así por diligencia. En vista de esta terminante resolucion la firmaron. Se buscó en seguida á Petriquillo, más éste, tan luego como vió los preparativos de aquella mañana y oyó que se decia ue el enfermo iba å fallecer muy en breve, bajó á la cuadra, dispuso su macho y desapareció sin decir una palabra. Aunque he permanecido en la artilleria y despues trece meses en El estado mayor, no he vuelto ȧ verle más.

Deseando conservar intactos los restos del general para hacer ver en cualquier tiempo la causa que motivó su precipitada muerte, á más de la historia referida, pedi al secretario acompañase con los demás documentos y oficios uno para el ministro Cruz-Mayor, reducido á que se me permitiese embalsamarlos, y aguardé en el mismo pueblo la contestacion. Llegó esta al otro dia por la tarde, y se decia de real órden: Que S. M. quedaba enterado de todo, y no accediendo al embalsamamiento, se prevenia con aquella fecha al director de artillería, don Joaquin de Montenegro, para que inmediatamente pasase á Cegama, disponiendo se colocase el cadáver en una caja con tres llaves, presenciase el acto de las exequias, y le diese sepultura en el sitio que por su retiro le pareciese más à propósito. Con este último paso del ministro me acabé de convencer de cuanto habia oido al general en vida sobre la mala voluntad que le tenia, pues ni aun despues de su muerte quiso ocultar el rencor que le profesaba.

NUM. 6.-Pág. 37.

Pension á la viuda é hijas de Zumalacarregui.

Teniendo en consideracion el elevado mérito y distinguidos servicios y constante lealtad del malogrado teniente general de mis reales ejércitos, don Tomás Zumalacarregui, he venido en nombrarle capitan general de los mismos; y con motivo de su gloriosa muerte, conceder à su viuda, doña Pancracia Ollo, el sueldo entero que le correspondia por su espresado empleo de teniente general, y la pension de 2,000 rs. anuales á cada una de sus tres hijas. Todo en recompensa de las eminentes y horóicas virtudes de tan insigne y animoso caudillo. Tendréislo entendido y dispondreis su publicacion y puntual cumplimiento. Dado en el real palacio de Durango á 25 de junio de 1835.-Está rubricado de la real mano.

Real decreto confiriendo grandeza de España y titulos à la familia de Zumalacarregui.

Ansiando mi paternal corazon multiplicar en favor de mis leales vasallos, muestras de gratitud y amor, y queriendo premiar los estraordinarios esfuerzos de estas heróicas provincias en la memoria del distinguido caudillo, que con el auxilio del cielo supo confundir la revolucion usurpadora, llenando de gloria à la nacion entera, y de asombro á toda Europa; para perpetuar su ilustre nombre, recompensar debidamente la lealtad, y que sirva por siempre de noble emulacion, de estímulo y de ejemplo á la fidelidad y al mérito, vengo en conceder al capitan general de mis reales ejércitos, don Tomás Zumalacarregui, grandeza de España de primera clase, con los titulos de duque de la Victoria y conde de Zumalacarregui, para sí, sus hios y descendientes legítimos, con relevo del pago de lanzas y medias anatas, reservándome señalar, esterminada la usurpacion, las fincas y derechos territoriales que han de formar la

vinculacion anexa å la misma grandeza y sostener perpétuamente el decoro de la dignidad que le elevo, siendo mi soberana voluntad, que por el fallecimiento del agraciado y falta dehjos varoncs, entre desde luego en posesion de esta merced su hija primogénita, doña Ignacia Zumalacarregui, de quien pasará à sus hijos varones, y no teniéndolos, á sus hijas, y de ellos á sus descendientes habidos de legítimo matrimonio, observándose la prelacion de grado, edad, sexo y línea establecida en los mayorazgos regulares de España. Si la doña Ignacia muriese sin sucesion legitima, pasarán la grandeza y bienes á su hermana segunda, doña Josefa Zumalacarregui, guardándose el mismo órden de sucesion establecido para aquella; y si ésta falieciese igualmente sin sucesion, recaerán, bajo las espresadas reglas, en la tercera hija, doña Micaela Zumalacarregui y los que de ella vinieren, debiendo el heredero y sucesor de esta grandeza, tomar siempre por primer apellido el de Zumalacarregui, cualquiera que sea el de la casa á que en lo sucesivo pudiese ella pasar por enlaces matrimoniales, y quedando obligado á lo mismo durante el matrimonio el que se case con la doña Ignacia ú otra de las sucesoras. Quiero además, que al advenimiento de la paz, se exhumen las gloriosas cenizas del general Zumalacarregui, del sencillo sepulcro en que hoy yacen, se trasladen à Ormaiztegui, y precedidas las correspondientes exequias, se depositen en digno mausoleo con toda la solemnidad, aparato y pompa que sabrá desplegar la provincia de Guipúzcoa, á cuyo patriotismo y celo confio la ejecucion de esta mi real voluntad; que se erija en aquella villa à la misma época un monumento público que recuerde à las generaciones futuras las glorias de tan ilustre vasallo; que su nombre sea siempre el primero en la lista de los capitanes generales de mis ejercitos. Por último, tengo à bien conceder à la duquesa viuda la banda de María Luisa. Tendréislo entendido y dispondreis su cumplimiento. Real de Villafranca á 24 de mayo de 1836.-Yo el rey. A don Juan Bautista de Erro.

NUN. 7.-Pág. 53.

DECLARACION.

Don Francisco García, brigadier de infantería, jefe que fué de la primera brigada de la se gunda division del ejército real de Aragon, condecorado con varias cruces de distincion par acciones de guerra, etc. Bajo mi palabra de honor, declaro: que en el año de 1835, hallándome de comandante de las tropas carlistas del Bajo Aragon, y teniendo que pasar a las Provincias Vascongadas y cuartel real el digno brigadier de caballería, don Manuel Carnicer, se me inst para que le acompañase, à lo cual me escusaba porque acababa de prestar igual servici. al Excmo. señor conde de Morella, coronel en aquella época, pero convencido á las instancias de dicho Carnicer, por ser sugeto que apreciaba á causa de haber servido en Guardias Walnas y seguido despues de compañeros en la clase de capitanes en los reales ejércitos en la época del año 22, se dispuso nuestro viaje, realizándolo en los términos siguientes.

Emprendida la marcha de la columna, à corta distancia se separó la infantería, y la caballería nos acompañó hasta las paredes de Josa: allí se mandó llamar á un tal Manuel, que tambien habia servido con nosotros en Guardias, sugeto de satisfaccion por los servicios que tens prestados à la causa, y con él entramos en su casa, marchando la caballería á reunirse con el resto de la fuerza. De la casa de dicho Manuel se disfrazó de arriero Carnicer, que yo ya lo estaba; se mandaron llamar dos paisanos de Lecera, nombrados Francisco Sevil y N. Manero, comandante de caballería en el tercer regimiento de Aragon, el primero, y cabo de la misma e segundo al tiempo de la emigracion: reunidos todos y en presencia de la mujer del citado M& nuel, se trató de nuestro viaje, que emprendimos al dia siguiente, acompañándonos hasta Muniesa el citado Manuel con dos caballerías de su pertenencia, de donde se volvió à su casa! los cuatro seguimos à Lecera à parar en casa de una hermana de Sevil. En dicho pueblo st practicaron las diligencias para el pasaporte, y se compraron tres jumentos; Pedro Ibañez, arriero del citado pueblo, y el nombrado Manero, fueron á Ariñó á comprar alumbres, y al ba siguiente tomamos el camino con nueve caballerías, el Ibañez, Manero, Carnicer y yo, saliendo de Lecera con tres ó cuatro horas de sol, à vista de todo el mundo, pudiendo asegurar qu nuestra marcha incógnita era sabida en el pueblo de más de veinte personas. El mismo dia ne encontramos con seis arrieros de la misma poblacion, que nos miraban con mucha atencion ! el Ibañez se paró á hablar con un cuñado suyo que venia entre ellos. Al entrar en Ateca por is

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