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vo á Llauder, y el mismo dia de la insurreccion de Correos, el 18 de enero, apareció un artículo en que bajo el epígrafe Mas sobre el ministerio, insinuaba que no se habia desvanecido la crísis ministerial, y que la incertidumbre volvia á apoderarse de los ánimos y de los negocios. «En vano, decia, la opinion pública se ha pronunciado contra la formacion de un nuevo gabinete; en vano los periódicos de las provincias en ecos acordes responden al grito de la capital de la monarquía; en vano las cartas del bizarro ejército del Norte, renuevan la profesion de fé de los valientes que derraman su sangre por la libertad y el trono; la ambicion no se satisface ni desiste de sus sordos manejos.... Pero en el público se ha llegado á trascender que no reina entre los ministros la union necesaria para constituir realmente un ministerio; la intervencion estranjera y la guerra de Navarra parecen haber sido los puntos donde ha estallado la escision que ya de antemano se alimentaba de alejamientos y aun acaso de antipatías... En cuanto á la guerra, suspiramos por verla terminada lo mas pronto posible; pero creemos que si en su direccion se han cometido desaciertos y ligerezas, no es á la mayoría de los actuales ministros á quien debe echarse la culpa, puesto que no ha corrido á su cargo especial este ramo, ageno de su profesion y conocimientos. En la actualidad conceptuamos indispensable un esfuerzo simultáneo y decisivo para dar fin á la contienda; pero para ello se necesita ante todo consolidar el gabinete...»

Seguia ocupándose de los planes que se suponian á una fraccion del ministerio, de las probabilidades de llevarlos á cabo, recordaba el papel de Polignac, y terminaba diciendo: «Nosotros, anhelosos por la felicidad de la patria, veríamos con gusto una franca y cordial avenencia entre los miembros del actual gabinete; pero si este deseo no fuese realizable, faltaríamos cobardemente á nuestra conviccion (y aun á nuestro temple) si abrigásemos por un momento la duda de que deben tener mas peso moral cinco hombres de Estado, que uno, aunque arroje su espada en la balanza. Ni creemos que entre los militares españoles falten sugetos capaces de llenar la pública espectacion y tomar con igual actividad é inteligencia las disposiciones que en la próxima primavera deben poner término á la guerra de Navarra.»

Seguramente que no podia darse mayor claridad, ni una prueba más palpable de las diferencias en el seno del gabinete y del punto á que llegaban.

Llauder en el ínterin, dispuso el envio de tropas á Navarra, activó y circuló el decreto para una quinta de 25,000 hombres, hizo que la milicia urbana reemplazase á la tropa en el servicio de muchas plazas, y demostró una actividad hasta entonces inusitada.

CONSPIRACION LIBERAL.-PLAN DE LA INSURRECCION.

XXXIII.

Apercibido el público de la triste situacion en que se hallaba el gabinete, justificó con ella su descontento, y de diferentes y repetidos modos se insinuó á algunos ministros la necesidad que se sentia, y que no se podia demorar la mejora de la situacion política del país, dándole mayores garantías políticas. En los estamentos y en la prensa se repetian diariamente las quejas de la nacion; más los ministros, sin desoirlas, no daban la menor esperanza de atenderlas.

Esto indujo á pensar en una insurreccion, cuya idea no se separaba de la mente de muchos liberales desde que se frustró el célebre proyecto de los isabelinos.

El partido liberal estaba ya cansado del Estatuto, verdadero anacronismo político; desconfiado del gobierno que nada le ofrecia, veia con susto el ascendiente de los carlistas, los triunfos que iban consiguiendo, y se decidió á conspirar. Contúvole algun tanto el fundado temor de que empeorase la guerra, opinando algunos porque se coadyuvara decididamente á su término, aplazando para despues el pedir á Cristina una ley fundamental que garantizase la libertad y los derechos de los españoles. Pero esta opinion, tan patriótica como sensata, que parecia prevalecer, fué contrariada por las mismas circunstancias, por los planes que se atribuian á Llauder y por la division del gabinete.

Convenida la insurreccion, fué cuestionable si habia de comenzar en Madrid ó en las provincias: estas ofrecian seguir el ejemplo de la córte, más Quiroga y Palarea opinaban porque comenzase el movimiento fuera de la capital. Optóse por lo primero; y estando unos por dilatar el golpe, y otros por apresurarle, se decidió no perder tiempo, y se fijó la ejecucion del plan para el primer dia festivo á las seis de la mañana, hora en que transitaba menos gente por las calles, evitándose así desgracias en los curiosos.

El regimiento de Aragon 2.o ligero acudiria á dicha hora á la Puerta del Sol á recibir instrucciones, por no hacer confianzas anticipadas. Una compañía de otra fuerza se dirigiria á la habitacion del capitan general, permaneciendo en ella sobre las armas, evitando la salida de cuantas personas estuviesen dentro y de las que llegasen: á esta fuerza acompañaría un grupo de paisanos armados y otro de la milicia, dirigidos por una persona de representacion, para arrestar al general con el mayor decoro. Otro grupo de paisanos y urbanos se dirigiria á cada una

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de las casas de los ministros, para conducirlos arrestados al Principal. La fuerza de la Puerta del Sol, se apoderaria de éste, tocaria en seguida generala para reunir la milicia, y se echarian al mismo tiempo á vuelo las campanas para aumentar la alarma. Como al toque de generala acudirian al Principal ó á la casa del general el gobernador militar, el teniente de rey y demás autoridades, serian arrestados, así como las civiles y los jefes ó ayudantes que de los cuarteles saliesen á recibir órdenes, manteniendo de este modo en inaccion á las tropas no comprometidas.

Desde la casa del general á la Puerta del Sol, se estableceria una línea de paisanos paseando de trecho en trecho, para comunicarse ambos

estremos.

Todo esto se habri de ejecutar en una hora, y la milicia, reunida al toque de generala, se colocaria en los puntos de antemano designados, como el Parque, plaza de Santo Domingo y otras posiciones no menos interesantes; ya para apoderarse en unas de los edificios, ya para apoyar en todas el pronunciamiento del pueblo.

Aseguradas las autoridades, los mismos grupos que se apoderasen de los ministros, irian á Palacio por la plaza de Oriente, y desde allí se adelantaria una comision suplicando una audiencia á S. M., á la que se presentarian otras personas de categoría que debian hallarse dentro de la régia morada con este objeto. En ella pediria lo siguiente:

Aprobacion completa de todas las peticiones del Estamento de procuradores y separacion de los ministros por enemigos marcados de la sancion de aquellas. Designaríanse á S. M. los nuevos ministros, y se la suplicaria espidiera un decreto llamando á las armas á todos los españoles para estinguir la faccion.

Se contaba con que asentiria la reina, avisando entonces al instante á los nombrados y á los subsecretarios, elegidos del mismo modo, para que dieran en nombre de S. M. un manifiesto á la nacion, que llevarian estraordinarios á las provincias. Acto contínuo la tropa pronunciada volveria á sus cuarteles, escepto la mitad de la fuerza de Correos, que permaneceria hasta el dia siguiente, y medio batallon de cada uno de los de la milicia en los puntos de su reunion acostumbrada.

El general Quiroga se presentaria á tomar el mando de Castilla la Nueva, reservándose otro destino á Palarea que algunos querian en

este.

Los ministros y el capitan general depuestos saldrian desterrados. Tal era el plan de la insurreccion del 18 de enero.

OTRAS CONSPIRACIONES.

JUNTAS DE LOS EXALTADOS. · ACUERDO DEFINITIVO.

XXXIV.

No era esta la única conspiracion que entonces se fraguaba. Varios de los compañeros de Llauder conspiraban contra él. Para obligar á la Gobernadora á destituirle, pensaron en promover una asonada en que solo se pediria abajo Llauder. Se hablaba sin reserva de los planes de éste, se designaban las personas con que contaban para realizarlos, oyóse al conde de Toreno espresarse con entusiasta energía contra esta cábala, y don Diego Martinez de la Rosa, hermano del ministro, acudia al Café Nuevo en las primeras horas de la noche, y peroraba con fogosidad, aunque sin elocuencia, esponiendo públicamente los males que se habian de seguir del triunfo de Llauder. El general Quesada, que era entre todos el personaje de más valía, se ocupaba tambien en los medios de resistir el proyecto del ministro de la Guerra. Y por último, la prensa toda alimentaba el público descontento, y hacinaba nuevos combustibles en aquella grande hoguera que amenazaba con un terrible incendio.

Era el propósito de los conspiradores ministeriales, enviar á Llauder á su capitanía general de Cataluña. Dirigian el complot Toreno y Quesada, y este general se valia de Creus, capitan graduado de teniente coronel del 2.o ligero de infantería.

Los exaltados, que supieron los planes de los moderados, fingieron ayudarles para poder conspirar con este pretesto. Pensaban así valerse de sus mismas armas para combatirles. Algunos se ofrecieron de buena fé á los ministros, y estos emplearon como en garantía á muchos emigrados, hicieron á otros promesas, y se indicó á los que habian de promover el motin, que al pedir la salida de Llauder hicieran fuertes acusaciones á los ministros, los cuales acudirian á la reina gobernadora manifestando la conveniencia de acceder á la demostracion popular. Acto contínuo, los mismos promovedores ostensibles asegurarian á los grupos estar concedida su peticion, escitándoles á que se retirasen inmediatamente á sus casas porque estaba la tropa sobre las armas é iba á venir sobre ellos, porque la policía estaba haciendo prisiones, porque el gobierno se habia indignado y la reina asustado, diciendo era cosa de los carlistas. Que si algunos díscolos hacian otras peticiones se les contestaria que vendrian despues, que por entonces bastaba lo hecho; y como la policía se apareceria á poco con el auxilio de la tropa, prenderia á los más osados.

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Este proyecto embarazaba el de los exaltados, pues á la vez que unos querian apoyar á los moderados, otros, los más, se negaban, no queriendo ser instrumentos de quienes habian de ser luego sus perseguidores. En la reunion en que se trató de este particular y de otros incidentes análogos, se habló mucho y muy inútilmente, hasta que uno de los conjurados, don Cayetano Cardero, con la vehemencia de su juventud y el entusiasmo de su patriotismo, pronunció una improvisacion, que si carecia de elocuencia en las palabras, la tenia en las ideas, espresadas con desaliño, pero con enérgica verdad. En su peroracion vino á decir que tenia la conviccion moral de que la mayoría del partido dominante no haria concesiones á la causa constitucional, y de que buscaba á los liberales para instrumentos de sus maquinaciones, á las cuales no debian prestarse, porque podian por sí solos destruir los restos del absolutismo y dar la libertad á España; empresa fácil, en su sentir, con union y valor.-Convengamos, decia, en un plan, para el mismo dia y la misma hora que han señalado los moderados: mostrémosles nuestro deseo de apoyar su proyecto; presentemos á la vez en lugar de grupos insignificantes grandes masas; que los pocos urbanos que han de tomar parte se conviertan en toda la milicia urbana, y conseguiremos nuestro objeto.

El discurso de Cardero dió á aquella junta la animacion de que hasta entonces carecia; elogiaronle unos, calificaron otros el plan de imposible realizacion, y aunque todos celebraron aquella calentura sublime y patriótica de Cardero, la junta se iba á disolver sin acuerdo definitivo; pero insistió la mayoría en no separarse hasta convenir en lo que habia de hacerse, y se aprobó al fin el proyecto de Cardero, separándose para volver á reunirse al dia siguiente, á fin de deliberar la resolucion definitiva.

Reunióse con efecto la junta y faltaron dos asociados; uno porque decididamente no se prestaba á una ejecucion tan descabellada, segun dijo, y el otro, el general Quiroga, que avisó que tal vez no llegaria á tiempo; pero que se adheria á la opinion de la mayoría y estaba pronto á todo. Algun disgusto causó este incidente, mas la urgencia del tiempo aconsejaba obrar, y se designó la comision que habia de ir á Palacio. Acordóse tambien que Quiroga se encargaria de la capitanía general, y Palarea del gobierno militar de Madrid, poniéndose antes al frente de la milicia urbana.

El que habia de comenzar la insurreccion era don Cayetano Cardero, oficial del 2.o ligero, y ayudante de semana á la sazon.

Disolvióse poco despues de las once de la noche la junta, despidiéndose todos hasta la mañana siguiente, no sin protestar su puntualidad, como se protesta en estos casos para no cumplir sus más solemnes ju

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