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para que su tropa descansase en el átrio de Correos á cubierto de la niebla, fué concedido, ó decidiéndose Rueda, lo cual ignoramos, se introdujo rápidamente con su fuerza en el cuerpo de guardia, y Cardero, que todo lo observaba, se interpuso veloz con su gente entre las armas y la tropa de la guardia que iba á tomarlas.

Impedida de este modo su accion, y obligados los jefes á entregar sus sables, fueron encerrados en un cuarto y la tropa en el cuerpo de guardia; releváronse las centinelas, se colocaron otras, se situaron dos compañías fuera de la puerta del edificio, y se pusieron avanzadas, ocupando una compañía la lonja de San Felipe, elevada como la del Cármen Calzado y más larga que todo el frente de la casa de Cordero, que se ha levantado en su lugar.

Dieron las seis, y al sonar la última campanada ya estaban reunidos en Correos los setecientos treinta hombres que sacó del cuartel. Todos cumplieron exáctamente sus prevenciones.

Para que se franquearan las habitaciones del edificio á fin de ocupar los balcones y ventanas, liamó al administrador y le insinuó urbanamente su propósito. Distribuida una tercera parte de racion de pan á cada soldado y una copa de aguardiente, que fué lo único que pudo comprar con su propio dinero y el de los sargentos, y formados en columna cerrada dentro del patio, Cardero les arengó lleno de fuego y patriotismo, justificando el pronunciamiento ya realizado y recomendándoles el valor y la disciplina, el respeto á todo cuanto habia en el edificio, porque un papel á que tocaran seria lo bastante para que les abandonase quitándose la vida, que deseaba sacrificar con más utilidad en favor de la libertad y de la reina.

Los soldados que escucharon con atencion no fueron impasibles al entusiasmo de su jefe; las lágrimas asomaron en los ojos de algunos, y Cardero no pudo menos de conmoverse Desde entonces, este mútuo sentimiento de ternura ligó á todos con un lazo indisoluble, y nuevamente ofrecieron su vida en holocausto de la patria.

Distribuyó la fueza por el edificio, y como tardara en desocuparse la tesorería por hacer el arqueo, acudió Cardero al saberlo, y por evitar el perjuicio que pudiera irrogarse en la traslacion de los fondos, renunció á ocupar aquellas habitaciones aunque le eran necesarias, y encargó al administrador las cerrase, poniendo un centinela para su seguridad, á pesar de que el mismo administrador le dijo, que cuando tal nobleza veia en el jefe y tanta honradez y subordinacion en la tropa, él mismo respondia del dinero.

En este tiempo iban acudiendo algunos agentes de polícia en demanda de fuerza para efectuar prisioneros, y al verse detenidos y presos por unas tropas silenciosas y ordenadas, se deshacian en reclama

ciones enseñando sus títulos, protestando su adhesion al gobierno, y acriminando á los liberales exaltados, autores del movimiento. Hasta que hubo una víctima no creyeron los incautos su posicion.

El jefe de estado mayor, se presentó en el Principal: recibióle Cardero fuera de la puerta, y oidas sus reconvenciones, le habló con claridad y le arrestó, dejándole la llave de la habitacion.

Aun no estaba colocada la tropa cuando se tocó diana, por la banda de cornetas y tambores, lo cual apresuró la reunion de algunos de los oficiales comprometidos. Unos marcharon en seguida á sus regimientos, quedándose los del 2.o de ligeros.

El grupo de paisanos armados que debió estar en casa del capitan general, tambien se presentó, porque en el sitio señalado no pareció su jefe, el cual llegó al instante mal humorado por no haber encontrado á su gente. Cardero se despidió de ellos para que cumplieran su oferta, pues ya veian que él la cumplió y les apoyaba. Lo mismo hizo con los milicianos que se le habian reunido, recomendándoles estuviesen en sus puestos.

Acto contínuo mandó tocar generala, y acudiendo milicianos por todas partes, muchos de ellos ignorantes de lo que pasaba, les enviaba Cardero á sus destinos, porque no queria en Correos más que su gente, en cuyo valor y decision confiaba.

El capitan general se dirigió entonces á pié al Principal, Cardero y un teniente coronel, salieron á recibirlo con señaladas muestras de atencion y respeto. Canterac comenzó reconviniéndoles y amenazándoles enérgicamente, y le suplicaron se tranquilizase, ofreciendo esponerle con exactitud cuanto habia ocurrido y sus causas. La contestacion del general fué dar á Cardero un golpe en el pecho con el puño de su mano derecha y el de su baston. Vaciló un momento Cardero con aquella ofensa: hubo un instante de inaccion y de silencio de parte de ambos, diciéndole al fiu estrañarle aquel modo de proceder. Contenido por el decoro y el respeto, y atendiendo á que la desventaja estaba de parte del general, . pudo dominarse. El teniente coronel habló á Canterac con entusiasmo del movimiento, mas éste, sin dejarle proseguir, le agarró la casaca hácia el pecho con tal ímpetu y violencia, que le arrancó algunos botones. Todavía la prudencia contuvo la cólera del ofendido. Cardero quiso poner un límite á aquella desagradable escena, y manifestó al general la necesidad de que se moderase, y de que, cediendo á la fuerza imperiosa de las circunstancias, se entregase arrestado. Llegó entonces un ordenanza de coraceros, y le mandó Canterac que fuese á todo escape á su cuartel y previniese al coronel que viniera al instante con su regimiento á castigar la sublevacion. Marchó, más á una seña de Cardero, fué detenido por las avanzadas y arrestado en el patio de Correos.

El general se desesperó más y más: era natural en su posicion, y dijo á Cardero que le habia engañado, por lo cual sufriria todo el rigor de su enojo. Cardero le repuso, evitando otro golpe que le dirigia Canterac, que ya habia cubierto su autoridad y cumplido sus deberes, que lo demás era demasido espuesto y comprometido, y que no buscase víctimas que á todo trance debian ambos evitar.

-¿Y qué proyecto es el de esta tropa? preguntó el general.

-El de apoyar, le contestó, la accion popular por el convencimiento de que era necesario variar el gabinete, para que no fuesen ilusorias tantas promesas, sancionando S. M. todas la peticiones del Estamento de procuradores, como único remedio para salvar la patria de los males á que la tenacidad más necia, más pérfida, les conducia; que el pueblo, la mayoría de la milicia urbana y algunos otros cuerpos apoyaban el pensamiento.

Canterac aparentó oir con serenidad, y aprovechando un descuido de Cardero, le desenvainó su sable, y se dirigió á la compañía colocada á la derecha de la puerta, á cuatro ó cinco pasos de donde los tres estaban.

Al verse Cardero sin sable, se le coloreó el rostro; pero se contuvo: era Canterac su jefe. Solo dijo cruzando los brazos:

-Mi general, esa accion no es propia de V. E.

Canterac ya no hizo caso de él. Acudió á los soldados, obligando á los que habian preparado sus armas á ponerlas al hombro, principiando por las hileras del costado izquierdo de la compañía, y pegándoles con el puño del sable para que obedecieran, y diciéndoles al mismo tiempo: Maten vds. á esos oficiales. Mas los soldados permanecian inmóviles.

Durante esta escena se agolparon varios guardias nacionales y paisanos armados, que desconcertados entre sí por falta de jefe, buscaban algun apoyo. El general, sin cuidarse de ellos, seguia ocupado con los soldados, y al llegar á la quinta ó sesta hilera, aclamó el Estatuto real. La contestacion unánime fué ¡Viva la libertad! El general irritado repitió la misma voz, añadiendo el órden; y la milicia, los paisanos y la tropa repitieron su anterior aclamacion. Canterac, fuera de sí, dijo: ¡ Viva el rey! Quedan todos sorprendidos de tan estraño grito, alármanse y preparan las arinas. Pasmado Cardero de lo que no podia creer fuera otra cosa que una equivocacion, quiso advertir á Canterac el trastorno de su mente; más no le deja oir su irritacion; y como preocupado por el silencio que todos guardaban, retratada la cólera en su semblante, repite desgraciado el funesto viva, y sin intérvalo sonaron en los grupos varios tiros de fusil y de pistola. cayendo Canterac mortal al lado de Cardero, que se inclinó á él, le tomó la mano derecha y le vió cadáver. Una bala llevó á Cardero un boton y parte de la capona del hombro iz

quierdo, y un soldado de los formados fué gravemente herido en el vientre. Esta es la mejor prueba de la inculpabilidad de Cardero, á quien se ha atribuido la muerte del valiente Canterac, víctima de su deber y de su pundonor.

Cardero recogió y envainó su sable, mando entraran el cadáver en el patio de Correos, y envió al hospital al soldado herido, conduciéndole los soldados de la guardia arrestados. Hizo despejaran el terreno los milicianos y paisanos, y algunos oficiales que habian acudido á Correos, se retiraron temerosos de las consecuencias de tan fatal incidente. Además del consecuente Rueda, solo quedaron unos cuatro ó cinco con Cardero.

Varias personas notables se ofrecieron sinceramente á Cardero. Quiroga se fingió enfermo.

AISLAMIENTO DE CARDERO.-SU LUCHA.-PARLAMENTOS Y NEGOCIACIONES.

CAPITULACION.

XXXVIII.

Muerto el capitan general, ya no era posible retroceder: habia que sostener la revolucion, que vencer ó morir. Así pensaron los soldados de Correos, y así creyeron que pensarian la milicia y el pueblo; pero estos se asustaron de su misma obra. Pigmeos revolucionarios, les impuso, como á los niños, la vista de un cadáver y retrocedieron espantados.

Cardero, solo con su tropa, se vió aislado: los ministros no llegaban presos: el movimiento no era secundado en parte alguna, y el gobierno tenia tiempo de obrar y resistir. Entonces comprendió lo terrible de su situacion; pero antes que retroceder prefirió la muerte, aunque para resistirse no tenia cada plaza más que treinta cartuchos, y solo habian comido los soldados una tercera parte de racion de pan. Pero aun confiaba en que no le abandonarian los que con tanto patriotismo le ofrecieran tanto, los que juraron preferir la muerte á vivir bajo la arbitrariedad del gobierno, los que no reconocian en otros patriotismo más acendrado, y los que llamaban cobardía á la vacilacion: aun esperaba que viendo la milicia su decision se pronunciase en masa, pues no creia que todos fuesen débiles é inconsecuentes.

Pero eran ya las siete y media de la mañana, y todo permanecia tranquilo.

El general Bellido, gobernador de la plaza, se presentó solo á caballo: salió Cardero á su encuentro: le contró simplemente lo acaecido, sorprendiéndole todo por ignorar las medidas tomadas por el capitan general aquella noche, sin contar con él, ni tener de ellas el más peque

ño conocimiento, cuando á él le correspondia llevar á cabo su ejecucion. Omitiendo Cardero el arresto de este jefe, le suplicó vehementemente fuese á palacio á elevar á la reina Gobernadora la causa del movimiento, y á ratificar solemnemente la lealtad de todos hácia ella y hacia su augusta hija doña Isabel II, su amor á sus reales personas, añadiéndola no se asustase. Así lo prometió Bellido, y recomendando el órden fué á ponerse de acuerdo con Llauder.

Varios jefes y oâciales y autoridades locales se presentaron en el Principal, satisfaciendo Cardero á las preguntas de cada uno, segun su clase; y á las nueve de la mañana se acercó al mismo sitio un oficial con parte de la compañía que debió haber ido á casa de Canterac. Reconvenido aquel por su morosidad, causa de tan sensible desgracia y de tan grave compromiso, probó su inculpabilidad, y dió una prueba de su decision presentándose cuando arreciaba el peligro.

Llauder, así que supo habia estallado la insurreccion y la muerte de Canterac, acudió á palacio, y reunido con los demás ministros recibió las órdenes de S. M. Montó á caballo, presentóse al primer batallon de la milicia urbana situado en la plazuela de la Villa y calle del Arenal para cubrir las avenidas de palacio; dispuso que le siguiese un batallon de la Guardia Real, la compañía de cazadores del regimiento de Saboya, coraceros de la Guardia, y los dos cañones que habia en Palacio, y marchó sobre los sublevados.

Otra columna avanzaba al mismo punto por la calle de Alcalá al mando del general Bellido; otra venia en igual direccion por la Carrera de San Gerónimo al del conde de San Roman; una tercera bajaba por la de Carretas dirigida por Solá, y por la Red de San Luis descendia la cuarta, y á su frente Alvarez. Iba á tronar el cañon en el centro de Madrid, á derramarse iba sangre generosa y valiente que tanta falta hacia para sostener en otra parte la causa que unos y otros sostenian, y á trabarse un combate mortífero, y nada lo anunciaba por parte de los sublevados, que á todos dejaban transitar libremente, que se limitaban á estar en las rejas y balcones, con un silencio y un órden admirables. Y como todo habia pasado en el mismo silencio y la infausta muerte de Canterac tuvo lugar poco despues de la madrugada, la mayor parte de la poblacion nada sabia, y multitud de curiosos acompañaban confiados la música de la guardia de palacio que traia Llauder. Pero al acercarse las fuerzas de éste fueron detenidas por las avanzadas de las gradas de San Felipe, y por una compañía que dió frente á la calle Mayor. El ministro envió entonces á uno de sus ayudantes á intimar la rendicion, que fué contestada negativamente. Repitióse por otro ayudante que exhortó á Cardero cediese, haciéndole conocer la desesperada situacion en que se hallaba, bloqueado por todas partes, y que iba á ser atacado con

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