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vigor y reducida á cenizas la casa de Correos. Insistió Cardero en su negativa, contestando que él y su tropa estaban resueltos á quedar sepultados en las ruinas del edificio. El parlamentario se dirigió entonces á los soldados amonestándoles que abandonasen á Cardero, que le mandó severo retirarse. Al punto á que habian llegado las cosas, derramada la sangre de Canterac, la salvacion de los sublevados podia estar en la resistencia, por las simpatías de su causa en el pueblo y la milicia, por la repugnancia de sus compañeros á batirles, por la debilidad del gobierno.

El ministro de la Guerra debió conocerlo así, debió comprender el peligro de la tardanza en apagar la sedicion, y que se hallaba sobre un volcan que podia vomitar su fuego de un momento á otro, sin amigos el ministro, y rompió, cumpliendo con su deber, las hostilidades. Al pié de la casa de Oñate tronó el cañon, y llevó la muerte á curiosos indiscretos, á transeuntes pacíficos, á los pobres aguadores de la Puerta del Sol, y á las mismas columnas (1) de la calle de Alcalá y Carrera de San Gerónimo, respetando, como no podia menos, atendida la direccion desacertada de los fuegos, á los parapetados al costado de las piezas, enfiladas al Buen Suceso. Hija del aturdimiento debió ser tan deplorable torpeza, y no hicieron poco bien los defensores del atrio de San Felipe, apagando tan incalificable cañoneo. Dejó por fin de jugar la artillería, que habia lastimado a los suyos, y ya iba Llauder á emplear el batallon de la Guardia Real, cuando le fué reclamado por pertenecer á la guardia de Palacio, y tuvo que enviar dos oficiales de estado mayor á hacer presente á la reina la conveniencia de no desmembrar por entonces el batallon. En el ínterin tomó varias disposiciones, porque aunque tarde, conoció que no era fácil tomar la casa de Correos defendida por setecientos hombres decididos, y que no podia hacer uso de la artillería, como le manifestó el director general del arma, conde de Casa Sarria, y el de ingenieros; y dejando al frente de la columna de la calle Mayor al general don Joaquin Ezpeleta, fué á recorrer los puntos donde se hallaban situadas las demás tropas, previniendo la ocupacion de las casas que cercaban el edificio de Correos, para proteger desde ellas el ataque apagando los fuegos de los sublevados, y asegurar el éxito. Más en tanto que tenia lugar esta operacion, fué llamado á Palacio al consejo de ministros y de gobierno que estaban reunidos, opinando allí el presidente del Consejo y otros, que como ministro no debia separarse de la junta. Opúsose á esta formalidad, pero hubo de haber disgustado, y dictó en seguida al subsecretario de Guerra, don Mariano Quirós, un oficio

(1) El brigadier Zamora fué muerto por una bala de metralla en la calle de Alcalá.

al general Bellido manifestándole recaian en él por ordenanza las funciones y el mando de capitan general. Desde entonces quedó irresponsable Llauder de cuanto sucedió.

La cosa varió de aspecto. Ya no se trató de tomar con los coraceros un edificio tan fuerte como Correos, ya conoció Cardero que tenia que defenderse, y al ver espuesta la avanzada de las gradas de San Felipe, sobre la que se rompió el fuego desde los balcones de la casa de Oñate, la mandó retirar, haciéndolo á la carrera al oir la corneta, dejando un sargento muerto, y dos soldados gravemente heridos. Cerráronse en seguida todas las puertas de la casa de Correos, y sostuvo con energía el fuego.

Avanza la columna de la calle de Alcalá para apoderarse del edificio, y al asomar por la esquina del Buen Suceso los primeros soldados, son detenidos por el mortífero fuego de los sublevados, lamentándose algunas víctimas.

Se hizo general el combate; de todas la esquinas y balcones se hacia fuego al Principal, y los balcones y ventanas de este vomitaban sin interrupcion la muerte.

El cuarto batallon de la milicia urbana, que formaba parte de la columna de la calle de Carretas, oyendo á los sitiados dar vivas á la libertad y á Isabel II, no hizo fuego y les mostró sus simpatías entablandose inteligencias y manifestando sus intenciones pacíficas el comandante don Diego Consul, Lacomme y el teniente de granaderos Lefebre. Esto hizo cesara el fuego por todo aquel frente.

Algunos soldados de los que defendian una de las ventanas bajas, llamaron á Lacomme y á Lefebre, y les esplicaron su apurada situacion, diciendo que se les habia seducido con promesas de que toda la guarnicion y milicia urbana secundarian el movimiento; manifestaron tambien la escasez de recursos en que estaban, lo cual ratificó el sargento primemero encargado de aquella parte. Los milicianos ofrecieron llevarles víveres, é invitaron al sargento saliese á hablar con el general Solá. Así lo hizo sin autorizacion de sus jefes, que le prohibieron luego la entrada por más que la suplicó.

Cardero estaba á la sazon en el piso principal del edificio haciendo sostener los fuegos de frente y oblícuos y estimulando el ardor de sus valientes (1), cuando le avisó Rueda de lo ocurrido en la ventana; vuela

(1) Es digna de referirse esta anécdota. Cuando mis activo corria Cardero para avivar el fuego vió á un soldado sentado en un rincon, y preguntándole por qué se habia retirado de su puesto, contestó que estaba desmayado y entraban balas por el balcon. Entonces le tomó Cardero el fusil y le dijo: «Es vd. un cobarde; venga ese correaje que yo supliré la falta del úni

á ella, releva á los soldados haciéndoles ir al interior del edificio y al sargento encargado de la puerta por donde salió el de su misma clase У conferenciando con Lacomme y Lefebre, permite que la compañía de granaderos se situe bajo los fuegos de aquel frente en señal de amistad y confianza.

Poco despues se aproximó el general Solá á la ventana, y se espresó con Cardero en términos corteses y conciliadores; contestándole éste con respeto que estaba resuelto á morir antes que degradarse, y que se habia pronunciado para no rendirse Mirando con indignacion al sargento indicado, le llamó desertor; y defendiéndole Solá, se disculpó pidiendo entrar á su puesto, que se le negó como dijimos.

A este tiempo apareció por la Carrera de San Gerónimo un ayudante alzando un pañuelo blanco, y dando voces de parlamento, que se toian, á pesar del fuego: se le mandó ir á la ventana donde estaba Cardero y continuaba el general Solá. El parlamento se reducia á intimar á los sublevados se rindiesen y todos serian perdonados, menos los autores de la muerte de Canterac. Cardero se negó á rendirse; y en cuanto á la muerte del general, deplorándola como el que más, dijo, que ninguno de los indivíduos bajo sus órdenes era autor ni ejecutor de ella, esplicando el suceso.

Solá se ofreció de intermediario para con el gobierno, y propuso á Cardero suspendiera el fuego, á lo que éste accedió así que dejasen de hostilizarle. Así sucedió. Cardero no sostenia ya sino su honra; y al ver que el pueblo no queria ó no tenia decision para proclamar la causa por que él se habia comprometido, habria cedido si su seguridad y la de los suyos no peligrasen de este modo.

Despues que marchó Solá, acudieron algunos de los comprometidos en el movimiento, disculpándose con Cardero, y escitándole á que se sostuviera hasta la noche, dándole seguridades de que se generalizaria: más Cardero, justamente irritado con esta nueva exigencia, se mostró descontento y desconfiado: pidiósele, por fin, entretuviese lo que pudiese las negociaciones siquiera una hora y accedió á este plazo..

En el ínterin llegó el coronel Minuisir con deseos de hablar & Cardero reservadamente y entró en el edificio, resultando de la conferencia con éste, Rueda y otros oficiales, escribiese el primero una enérgica, pero lacónica esposicion al Estamento de procuradores, que se habia

co soldado que se muestra débil entre tantos valientes.» El soldado quedó un momento inmóvil, y se avalanzó de pronto á su arma, diciendo: «Déme vd. mi fusil, mi ayudante, que yo iré á mi puesto; pues no faltaba mas que ocupase vd, mi lugar y que no pudiese estar sobre todos para reprender y castigar á los que como yo, falten á su obligacion.» Cogió su arma, y siguió batiéndose con valor.

Томо п.

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reunido, esponiendo los motivos que impulsaron al pronunciamiento. Minuisir se encargó de llevarla á su destino, é inmediatamente acudieron á leerla en la mesa de la presidencia algunos procuradores; más Argüelles, fuese por casualidad ó de intento, como es de presumir, derramó el tintero sobre ella y no pudo leerse, saliéndose por tan estraño medio de la duda acalorada de si habia ó no de darse cuenta en aquella sesion, y apagando as primeras chispas de un incendio que amenazaba producirse en el seno de la representacion nacional, adicta á los objetos que proclamaba la rebelion.

El duque de San Carlos tambien se presentó ofreciendo su mediacion para con la reina Gobernadora, que le mandaba hablase con el mismo jefe de los sublevados. Así lo hizo, y volvió á palacio llevando la única contestacion que podia dar Cardero en su compromiso.

Solá regresó anunciando que el consejo de ministros, presidido por S. M., indultaba á cuantos estaban dentro de Correos, á condicion de que franqueasen las puertas, entregasen las armas y municiones y formasen sin ellas fuera del edificio. Los generales Ricafort, Butron, Alvarez y otros que llegaron, ratificaron la proposicion; pero Cardero se negó resueltamente á esta condicion y todos se retiraron.

Cardero no veia garantida la promesa, y ya que no airoso, por falta de otros compañeros de conjuracion, queria salir con honra de su compromiso. Todavía esperaba de la debilidad y desconfianza del gobierno, de las simpatías de la milicia y del pueblo, y de la noche, por tin; pero supo lo sucedido en el Estamento del que tanto aguardaba, y este acontecimiento imprevisto, y el descontento que iba produciendo en la tropa encerrada, la inaccion, que les daba tiempo para pensar en lo crítico de su estado, formando corrillos y hablando de su situacion, le hizo conocer lo falso de ésta. Habia pasado tambien con esceso la hora que se le fijó de plazo para el pronunciamiento general y nada sucedia.

El duque de San Carlos volvió con autorizados mensajeros ratificando el indulto y exigiendo que en vez de los fusiles dejaran los soldados el pié de gato. Tampoco satisfizo á Cardero esta modificacion; pero deseaba poner un término á su compromiso, dejando bien puesto el honor de las armas y asegurada la suerte de sus valientes camaradas, y propuso esta capitulacion:

«Que se corriera un velo sobre los acontecimientos de aquel dia. »>Que se les conservara á todos sus respectivos empleos sin que se les pusiera la menor nota en sus hojas de servicio ni filiaciones, ni menos se les hiciese ningun cargo por aquellos sucesos.

>>Que habia de salir al frente de sus soldados con tambor batiente bayoneta armada hasta fuera de la poblacion.

y

>>Que allí, colocándose en el puesto que por su clase le correspondia, seguiria la marcha con sus compañeros de armas al ejército del Norte á batirse contra los enemigos de la libertad para dar dias de gloria á la patria.>>

Mucho sorprendió esta valiente propuesta de capitulacion; pero seguros á vista de la energía de Cardero de que no la variaria en lo más mínimo, fueron á dar cuenta de ella al gobierno.

El plan habia fracasado; pero los demás conjurados estaban en acecho: la milicia no se habia unido al 2.o de ligeros; pero no le hostilizaba é iba interesándose por su suerte fraternizando en sentimientos: tampoco se habia pronunciado el pueblo; pero su disposicion á ello podia ser aprovechada en ocasion oportuna: no se habian sublevado otros cuerpos; pero estaban en ello no pocos comprometidos: el Estamento no prestaba su apoyo al gobierno; y con todos estos elementos se acercaba una noche eterna. El consejo de ministros cedió á la fuerza de las circunstancias, y la ilustrada Gobernadora aprobó en todas sus partes la propuesta, y así se comunicó sclemnemente á Cardero.

SALIDA HONROSA DE LOS SUBLEVADOS.

XXXIX.

Publicada solemnemente la capitulacion, mandó Cardero poner en libertad á los detenidos; hizo que la guardia anterior del Principal tomara las armas de nuevo y pusiera sus centinelas; manifestó el sitio en que se hallaba el cadáver de Canterac, y recomendando el órden y dignidad á los soldados, emprendieron todos la marcha con tambor batiente y tocando el himno de Riego, yendo Cardero con Solá á la cabeza de aquellos valientes, que en su tránsito por la Puerta del Sol, calle de la Montera y Fuencarral, fueron saludados por la multitud con entusiastas aclamaciones.

Aquellos sublevados, á cuyo paso hicieran las tropas los honores de ordenauza, no eran los vencidos, eran los vencedores. Alzando erguidos su frente y con el orgullo de la superioridad, caminaban satisfechos, sino por haber conseguido su deseo al sublevarse, por haber salido dignamente de su crítica situacion.

El gobierno fué el vencido. Aislado en su impopularidad, estrellóse todo su poder en las paredes de un edificio defendido solo por un batallon escaso, que, si como fué solo, hubiera sido secundado por otro, viera Madrid variar en un momento las instituciones.

Fuera ya de Madrid, hizo alto la fuerza, y envainando Cardero su sable, dijo al general Solá que se colocaria en su puesto subalterno, pues

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