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dueña metió en su cámara, é vistióla de unos paños suyo asaz buenos: y trájola ante Amadis, y rogóle que comiese antes que se fuese alguna cosa él lo otorgó: y la dueño se lo hizo dar lo mejor que haber se pudo. Grindalaya no podia comer, antes se aquejaba mucho por se ir del castillo de que Amadis y Brandoivas se reian de gana, y mucho mas del enano que estaba tan espantado que no podia comer, ni hablar, y la color tenia perdida. Amadis le dijo: ¿Enano quieres que esperemos á Arcalaus? ¿ y darle he el don que me soltaste? Señor, dijo él, tan caro me costó este, que á vos ni á otro ninguno nunca don pediré en cuanto viva, y vámonos de aquí antes que el Diablo acá le torne, que no me puedo sufrir sobre esta pierna de que estuve colgado, y las narices tengo llenas de la piedra azufre que debajo me puso, que nunca he hecho mas que estornudar, y aun otra cosa peor. Grande fue la risa que Amadis y Brandoivas, y aun las dueñas y doncellas, tuvieron con lo que él dijo: y desde que los manteles se alzaron Amadis se despidió de la mujer de Arcalaus, y ella le encomendó á Dios, é dijo: Dios ponga avenencia entre mi señor y vos. Cierto Dueña, dijo Amadis, aunque no la tenga con él, la tendré con vos que lo mereceis, é tiempo fue que esta palabra que allí dijo aprovechó mucho á la Dueña : así como en el cuarto libro de esta Historia os será contado. Entonces cabalgaron en sus caballos, y la dueña en un palafren, y saliendo del castillo anduvieron todo aquel dia juntos hasta la noche, que albergaron en casa de un Infanzon que á cinco leguas del castillo moraba, donde les fue hecha mucha honra y servicio, y otro dia oyendo misa se despi· dieron del huésped y entraron en su camino. Y Amadis dijo á Brandoivas: Buen señor, yo ando en busca de un caballero, como dije, y vos vais fatigado, bien será que nos apartamos. Señor, dijo él, á mí me conviene ir á la corte del rey Lisuarte, y si mandáredes aguardaros he: Mucho os lo agradezco, dijo Amadis, mas á mí me conviene andar solo y poner esta dueña en el lugar por donde querrá ir. Se

ñor, dijo ella, yo iré con este caballero donde él va por que abí hallaré á aquel por quien yo fuí presa que habrá placer con mi vista. En el nombre de Dios, dijo Amadis, á Dios vayais encomendados. Así se partieron como oís, y Amadis dijo al enano: ¿ Amigo, qué harás de tí? Lo que v os mandáredes, dijo él. Lo que yo mando, dijo Amadis, es que hagas lo que mas te pluguiere. Señor, dijo él, pues en mí lo dejais, querria ser vuestro vasallo para os servir, que no siento agora con quien mejor vivir pueda : Si á ti place dijo Amadis, así hace á mí, y yo te recibo por mi vasallo. El enano le besó la mano: Amadis anduvo por el camino como la ventura le guiaba, y no tardó mucho que encontró una de las doncellas que le guarecian, llorando fuertemente, é díjola: ¿Señora doncella, porqué llorais? Lloro, dijo ella, por una arquita que me tomó aquel caballero que allí va, y á él no tiene pró, aunque por lo que en ella va fue escapado de muerte no ha tres dias el mejor caballero del mundo, y por otro mi compañera, que otro caballero lleva por fuerza para la deshonrar. Esta doncella no conoció á Amadis por el yelmo que habia puesto, y cuando de mas lejos estaba habia los caballeros visto, y como aquello oyó pasó por ella, y alcanzó al caballero, é díjole: Cierto caballero no ís como cortés en hacer que la doncella tras vos vaya llorando; aconséjoos que la desmesura cese y tornadla su arca. El caballero comenzó de reir, y Amadis le preguntó: ¿Por qué reís? De vos me rio, dijo él, que os tengo por loco en dar consejo á quien no os lo demanda ni hará nada de lo que dijéredes. Podria ser, dijo Amadis, que no os vernia bien de ello y dadle su arca, pues á vos no tiene pró. Parece, dijo el caballero, que me amenazais. Amenazaos, vuestra soberbia, dijo Amadis, que os pone en hacer esta fuerza á quien no debíades. El caballero puso el arqueta en un árbol é dijo: Si vuestra osadía es tal como vuestras palabras venid por ella y dalda á su dueño, y volvió la cabeza del caballo contra él. Amadis, que ya con saña estaba, fue á él, y vino cuanto mas pudo para le he

rír, y encontróle en el escudo que se lo falsó; mas no pasó el arnés que era fuerte, y quebró la lanza y Amadis le encontró tan durante que le derribo en tierra, y el caballo sobre él, y fue tan mal trecho que no se pudo levantar. Amadis tomó el arca é dióla á la doncella, é dijo: Atended aquí en tanto que socorro á la otra. Entonces fue cuanto pudo por donde vió al caballero, y á poco rato hallóle entre unos árboles donde tenia atado su caballo y el palafren de la doncella, y el caballero con ella forzándola para la deshonrar, y ella daba gran voces, y él llevábala por los cabellos á una mata, y ella decia con gran cuita: Ay traidor enemigo mio, aina mueras de mala muerte por esto que me haces en así me querer deshonrar, de mi no recibiendo daño.

En esto estando, llegó Amadis dando voces, diciendo: que dejase la doncella; y el caballero que lo vió fué luego á tomar sus armas y cabalgó en su caballo, é dijo: En mal punto me estorbastes de hacer mi voluntad. Dios confunda tal voluntad, dijo Amadis, que así hace perder la vergüenza á caballero. Cierto si no me vengase de vos nunca traeria armas. El mundo perderia poco, dijo Amadis, en que las desamparásedes, pues con tanta vileza usais de ellas forzando las mujeres que guardadas deben ser de los caballeros. Entonces se acometieron al mas correr de los caballos, y encontráronse tan duramente que fué maravilla, y el caballero quebró su lanza; mas Amadis le lanzó por encima del arzon trasero, é dió del yelmo en el suelo, y como el cuerpo todo cayó sobre el pescuezo, torcióselo de tal guisa, que quedó mas muerto que vivo. Amadis, que así le vió tan mal trecho, trajo el caballo sobre él, diciendo asi: Perderéis el celo deshonesto. E dijo á la doncella: Amiga, de este ya no temeréis. Así me parece, señor, dijo ella; mas temo de otra doncella mi compañera, á quien tomaron una arqueta, que no reciba algun daño. No temais, dijo Amadis, que yo se la bice dar, y veisla que viene con mi escudero. Entonces se tiró el yelmo, y la doncella le conoció, y él á ella, que

esta era la que le llevó viniendo el de Gaula á Urganda la Desconocida cuando sacó á su amigo por fuerza de armas del castillo de Baldoyd; y descendiendo del caballo, la fué á abrazar, y así lo hizo la otra desde que llegó, édijéronle : Señor, si supiéramos que tal defendedor teníamos, poco temiéramos de ser forzadas; y bien podeis decir que si os acorrimos fue por vuestro merecimiento que nos acorristes. Señoras, dijo Amadis, en mayor peligro era yo, y ruégoos que me digais como lo supisteis ; la doncella que por la mano le alzara le dijo: Señor, mitia Urganda me mandó bien ha diez dias que trabajase por llegar á aquella hora para os librar. Dios se lo agradezca, dijo él, y yo la serviré en lo que me mandare y quisiere, y á vos que tambien lo hecistes, y ved si soy para mas menester. Señor, dijeron ellas tornad á vuestro camino, que por nos dejastes, y nosotras irémos el nuestro. A Dios vais, dijo él, encomendadme mucho à vuestra señora, y decidla: que ya sabe que soy su caballero. Las doncellas se fueron su camino, y Amadis tomó el suyo, donde le dejarémos por contar lo que Arcalaus hizo.

CAPITULO XXI.

Como Arcalaus llevó nuevas á la córte del rey Lisuarte como Amadis era muerto, y de los grandes llantos que en toda la córte por él se hicieron, en especial Oriana.

Tanto anduvo Arcalaus, despues que se partió de Amadis, donde lo dejó encantado en su Castillo, con su caballo y armas que á los diez dias llegó á casa del rey Lisuarte una mañana cuando el sol salia, y á esta sazon el rey Lisuarte cabalgaba con muy grande compañía, y andaba entre su palacio y la floresta, é vió como venia Arcalaus hacia él y cuando conocieron el caballo y tambien las

armas todos, cuidaron que Amadis era, y el Rey fué á él muy alegre; mas siendo mas cerca, vieron que no era el que pensaban, que el traia el rostro y las manos desarmadas, y fueron maravillados, Arcalaus fué ante el Rey, é dijo: Señor yo vengo á vos porque hice tal pleito de parecer aquí á contar como maté en una batalla un caballero, y cierto yo vengo con vergüenza, porque antes de otros que de mi querria ser loado; pero no puedo al hacer, que tal fue la convenencia entre él y mí, que el vencedor cortase la lanza al otro y se presentase ante vos hoy en este dia, y mucho me pesa, que me dijo que era caballero de la Reina é yo le dije, que si me mataba, mataba á Arcalaus, que así, he nombre, y él dijo que habia nombre Amadis de Gaula, así que de aquesta guisa recibió la muerte, y yo quedé con la honra y prest de la batalla. ¡Ay Santa María, valme! dijo el Rey, muerto has al mejor caballero y mas esforza do del mundo; ay Dios señor, ¿porqué os plugo de hacer tan buen comienzo en tal caballero? y comenzó de llorar muy esquivo llanto, y todos los otros que allí estaban. Arcalaus se tornó por dó viniera asaz con enojo, y maldecianle los que lo veian, rogando y haciendo peticion á Dios que le diese presto mala muerte, y ellos mismos se la dieran, sino porque, segun su razon, no habia causa ninguna para ello. El Rey se fué para su Palacio muy triste á maravilla, y las nuevas sonaron por todas partes, hasta llegar á casa de la Reina, y las dueñas que oyeron ser Amadis muerto, comenzaron de llorar, que de todas era muy amado y querido. Oriana, que en su cámara estaba, envió á la doncella de Denamarca, que supiese que cosa era aquel llanto que se hacia. La doncella salió, y como lo supo volvió hiriendo con sus palmas en el rostro, y llorando fieramente, cataba á Oriana, é díjola: Ay señora que cuita y que gran dolor. Oriana se estremeció toda, é dijo: ¡ Ay Santa María, si es muerto Amadis ! La doncella dijo: ¡ Ay captiva que muerto es! y falleciéndole à Oriana el corazon, cayóse en tierra amortecida. La doncella, que así la vió, de

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