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ra los habitantes del Callao; y en el siglo XVII, como en el siglo XX los que podían, aunque fueran empleados públicos, vivían en la capital, desatendiendo sus obligaciones, por lo que el Virrey de la Cueva hizo publicar un bando en este puerto el 20 de agosto de 1674 para que ningun capitán vivo ó reformado, ni soldado, ni contador del sueldo, ni otra persona que recibiera sueldo del Virrey pudiera ir á Lima sin su permiso y el del Maestre de Campo. Esta orden, como todas las de cierto carácter, no tuvo efecto sino en un principio; y no podía ser de otra manera, por que ayer como hoy, también, el desórden principiaba porl os de arriba, concluyen do con la condescendencia á los de abajo.

La muralla que destruyó el mar en 1746 principió á construirse por el Virrey, marqués de Mancera, á fines de 1640, fortificándose al año siguiente con artillería fundida en Lima.

Siete años fueron necesarios para la terminación de esta obra, pues en 1647 anuncia en su memoria el Virrey, el término de ella, recibiendo sòlo en 1671 el título de ciudad que le otorgó el virrey Conde de Lemus.

Esta muralla costó al pueblo 369.000 pesos, de los cuales se sacó 240.000 del ramo de sisa establecido en 1610, que producía $ 30.000 anuales, ramo iniciado para levantar el puente de piedra de Lima cuya construcción terminó también en 1640; $ 55.000 de la contribución o el azúcar y 74.000 que hizo erogar el virrev 4. sos propietarios. Además se obligó á cada esclavo á que trabajase semana y media en esa construcción ó, en caso contrario, pagase el amo el jornal correspondiente á ese tiempo.

También se ordenò á todo buque, que condujera á la ciudad piedras de la Isla de San Lorenzo, para los cimientos, bajo fuerte multa por la contravención.

Según cálculos matemáticos tomados sobre el plano de Frezier, por el malogrado ingeniero Sr. Julio E. Sempé, la extensión de la ciudad era de 378.600 varas cuadradas.

El ramo de sisa siguiò cobràndose indefinidamente, y su producto íntegro se aplicaba al reparo de las murallas.

El comercio de estos mares estuvo amenazado siempre por los piratas, y creyendo salvar de alguna manera el inconveniente de la navegación, por Real cedula de 7 de Diciembre de 1682 ordenó S. M. «que ningun navío mercante saliera á navegar sin que vaya bien artillado y armado, y lleve gente suficiènte de mar y tiérra, y que està sea de hombres expertos y muy habiles en el manejo de armas.»

A esta real orden el Virrey Duque de la Palata contestó:

«Quisiera, señor, no verme obligado á responder á este despacho por no aumentar el cuidado con que vivo, reconociendo que es imposible ejecutar lo que V. M. manda por que no hay gente que se quiera aplicar á servir ni por mar ni por tierra; y en los navios de V. M. con toda la diligencia que he puesto para la ocasión de salir á buscar el enemigo, no he podido llenar la tripulación de marineros y artilleros españoles, con que se reconocerá cuanto mas dificultoso será para los navios marchantes; y así estos se valen de negros y de indios, y se contentan con hallar un contramaestre espa

ñol ó mestizo, y el querer obligarles á navegar con otra jente es imposibilitar el comercio y cerrar los puertos.>>

Agrega el Virrey, que sería costoso tener bastante gente perita, por que solo de tres en tres años navegan mercaderias para la feria de Puertovelo, y. el tráfico de la costa para el abastecimiento de víveres no soporta el recargo de crecidos fletes.

Otra de las objeciones que puso el Virrey fué la de que á ecepción del buque San Juan Evangelista, ninguno de los otros, son capaces de cargar artillería, ni hacerle frente á los piratas.

Como en estas circunstancias los piratas merodeaban por la costa, creyó conveniente el Virrey cerrar los puertos è impedir la salida de toda nave, y así lo hizo; pero las consecuencias se dejaron sentir bien pronto, por que, como dice el mismo virrey <faltando la conducción por mar de todos los gène<ros que para su abasto y provisión necesita esta «ciudad y su grande poblaciòn, nos íbamos redu«ciendo voluntariamente á la estrechez de sitiados <y la experiencia mostró que en los aprietos no se <puede tomar ninguna resolución libre de inconve<nientes, y que nos debemos acomodar con el me<nor y así empecè á dar licencia para los puertos de <donde se socorría esta ciudad, negando las que me <pareció no eran tan precisas; pero no negándome <á socorrrer á Panamá con harinas, á todo riesgo, <como lo conseguí, aunque con pérdida de dos na«víos, que el uno apresaron los piratas y el otro por <no dejarse apresar se dió á la costa y salvándose la <gente no tuvo qué aprovechar el enemigo. »

Los piratas no solo perseguían á los buques mercantes que hacían el comercio en esta costa; su principal mira eran los tesoros del rey y de los mer-、

caderes de Lima que en grandes cantidades se embarcaban para europa por la vía de Panamá.

El Callao era el depósito general del tesoro, y aquí venía de la costa para ser despachado à España, pagando la contribución del uno por ciento para el Rey, cuando pertenecía á particulares.

Los buques que conducían tesoro, si eran mercantes, iban siempre artillados y acompañados de los de guerra, y nunca bajaban de 4.

Para dar una idea de las ingentes sumas que se sacaron del Perú, bastarán las siguientes cifras que tomamos del diario de Mugaburu.

1654: 10 de Octubre. Salió la armada conduciendo 7.060 000 patacones del rey y particulares.

La capitana que lo conducía se perdió en la punta del Carnero, 14 leguas más allá de Guayaquil.

1669, 8 de Julio Se embarcaron todos los mercaderes y salieron cinco naves para Panamá llevando 16.000,000 de patacones.

1681, 24 de Setiembre. Salió la armada llevando 24,000,000 de pesos.

Llamará la atención á algunos lectores, como nos llamó á nosotros, que diga Mugaburu que el 8 de Julio de 1669 se embarcaron los mercaderes.

El 12 y 17 de Setiembre de 1664 se leyó públicamente una cédula real, que ordenaba se embarcaran el 25 de ese mes, para tierra firme (España) los cargadores que habìa de Castilla y todos los comerciantes y mercaderes españoles, so pena de 2000 pesos ensayados, á cada uno.

La causa determinante de este acto inquisitorial no la conocemos, pero se vé que no fué por una sola vez, sino que se repitió en 1569.

La salida de la armada llevando tesoro estaba sujeta á ordenes del Rey, quien anunciaba antes,

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