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desafiada, por decirlo así, y tan necesitada, por lo tanto, del ejército como la nuestra.

Es preciso, pues, atenderlo, satisfacer sus necesidades y devolverle su confianza, no para que se ponga al lado de nadie, sino para que pueda estar siempre dispuesto al servicio de la patria.

Para lograr esto, nosotros, que no escasearemos las economías en todos los ramos, no las llevaremos á la constitución y organización del ejército, ni á su armamento y material ni á cuanto pueda ser necesario para la defensa nacional.

Y claro está que cuanto digo del ejército es extensivo á la armada.

RELACIONES CON LOS PARTIDOS

Yo he dicho siempre que el régimen constitucional era un régimen de transacciones; pero esto mismo me autoriza á decir que no es posible que en las relaciones de los partidos políticos uno solo ponga la prudencia, porque el sistema necesita de la de todos.

Persistiremos, pues, en esa doctrina; pero téngase en cuenta que será imposible que continuemos expuestos á la violencia. Digo esto, por hechos que hemos presenciado en otra legislatura y que pudieran reproducirse en ésta.

Ni es amenaza ni lo pienso; pero ello es cierto que lo que hasta hoy pasa, no puede continuar, y que el partido conservador tiene derecho à tantas consideraciones como él ha guardado siempre á sus adversarios, y que si no se las guardaran, el partido conservador tendría seriamente que deliberar cuál había de ser su conducta en el porvenir. (Grandes y prolongados aplausos.)

DISCURSO DEL SR. SILVELA

Señores, siguiendo una práctica de todos los grupos parlamentarios de la Cámara, y ya observada por nosotros en la pasada legislatura, me he creído en la obligación de tomar la iniciativa para reunirnos y exponer á ustedes las líneas generales de la que puede ser nuestra conducta en la legislatura que hoy va á empezar.

Nos encontramos con una modificación ministerial que representa una concentración de fuerzas políticas, á la que la opinión ha concedido indudable importancia, y que, si en lo sucesivo se mantiene con las condiciones con que se ha inaugurado, representará en los hombres más importantes del partido liberal demostraciones indudables de abnegación en unos, de sacrificio en otros, de transigencia en los demás, y todo esto no puede negarse que significará un progreso en nuestras costumbres públicas.

Tiene esa modificación, como nota más importante, la del ingreso en los Consejos de la Corona de un significado y digno representante del partido posibilista, partido que, en verdad, no lleva consigo ni gran fuerza numérica, ni masas en el país; pero no cabe negar tampoco que para todos los amantes de la estabilidad de nuestras instituciones constituciona. les, que son al mismo tiempo la representación de la patria entera, esa modificación significa algo importante en las evoluciones de la política española, y yo no oculto que, á mi juicio, lo es, porque cada año que pasa y cada experiencia que acumulo, aumentan en mí la que casi pudiera llamarse verdadera superstición hacia la fuerza de la idea, hacia la importancia del espíritu y de la razón en la determinación de las fuerzas y del destino definitivo de los pueblos.

Esto no obstante, no debo negar que el Gobierno no alcanza, ni hay esperanza de que alcance en el porvenir, á satisfacer las aspiraciones del país ni á inspirar siquiera la con

fianza de que cuenta con medios proporcionados para llenarlas; y la explicación que este fenómeno tiene es, á mi entender, muy sencilla: que jamás España ha atravesado un período de su historia en que con más razón, con más imperio, con más sujeción á las leyes de la naturaleza esté impuesta y recomendada una política esencialmente conservadora. Se han desenvuelto con exceso notorio todas las libertades, todas las amplitudes democráticas; el país está ansioso de calma para digerir unas, para remediar otras; se busca por todas partes la solución de los problemas de la economía y de la hacienda; se busca el remedio de los males que afectan á la Administración pública, y todas éstas son funciones eminentemente conservadoras y que al partido conservador están, sin duda alguna, encomendadas en todas partes; y, sin embargo, no por méritos del partido liberal, sino por culpas y pecados de los conservadores, el partido liberal es el que preside este momento histórico. Los hombres del partido liberal se encuentran frente à frente de una realidad que á su conciencia y á su patriotismo se les impone, ante el dilema tremendo de buscar soluciones contrarias á sus antecedentes y á su significación liberal, ó ponerse en contradicción con las que son evidentes exigencias del país.

No se puede ser liberal y tener que resolver los problemas del comercio y de la industria, del desenvolvimiento económico con principios eminentementes conservadores, teniendo en cuenta los intereses principales de las clases propietarias y de las clases productoras, que son las minorías en todas las sociedades, y que en todas partes están representadas por los partidos conservadores; no se puede resolver el problema del orden público y del anarquismo por la represión y llamarse liberales; no se puede responder à las necesidades del país para cortar el desbarajuste espantoso que hay en los Ayuntamientos, sobre todo en las grandes ciudades, teniendo que resolver esto por la concentración del poder y por la fuerza en el Ministerio de la Gobernación, y seguir llamándose liberales. Esta contradicción entre el deber que al Gobierno

le impone la opinión pública, y que su propia conciencia le revela, y lo que constituye sus compromisos y sus antecedentes, le coloca en el dilema de adoptar soluciones contrarias á lo que la opinión pública y su propia conciencia le señala, ó contradecir sus antecedentes, sus principios, sus inclinaciones de escuela, y opta necesariamente por no hacer nada. (Aprobación.)

No será posible, no obstante, que esta situación continúe. Por todas partes se pide al Gobierno un programa, y yo tengo que apartarme de esta reclamación general; yo, por el contrario, pido diariamente à Dios, al levantarme, que no se le ocurra al Gobierno tener programa, porque nada temo tanto como la improvisación de un programa bajo la presión de las exigencias de la opinión pública y de las circunstancias, que impone después el compromiso de realizarlo lealmente, aunque sea desatinado.

Prefiero, por tanto, que el Gobierno continúe largo tiempo en las que son para él delicias ó inclinaciones de la inacción; pero abierta la legislatura y al ver que una parte de la opinión pública le pide soluciones inmediatas, no podrá menos de presentarlas, con especialidad respecto de la cuestión que más vivamente preocupa á los espíritus en España: la cuestión de Ultramar.

Nunca menos que en presencia de las grandes expansiones extracontinentales de todos los países europeos, podría España prescindir, ya que sus circunstancias no le permiten mayores expansiones, cuando menos de administrar discretamente, de conservar con seguridad y con tranquilidad para el país las posesiones valiosas que tiene fuera de Europa, y en todas ellas debe poner indudablemente su atención para perfeccionar sus elementos de progreso, para ayudar á su civilización y para atender eficazmente á su defensa; pero ha adquirido, desgraciadamente, condiciones de gravedad el problema, en lo que se refiere á la más poderosa, activa é importante do nuestras posesiones ultramarinas: á la isla de Cuba.

Una política discreta y prudente, seguida por el partido conservador en largo período á raíz de la guerra civil, había restañado con una rapidez verdaderamente inesperada aquellas grandes heridas. Después de una epopeya gloriosa, que los españoles no hemos ponderado bastante, y á la que creo que no hemos hecho toda la justicia que se merece; después de haber vencido en una guerra entre trópicos, donde sucumben las naciones más poderosas de Europa; en medio de una revolución y de desórdenes continuos en la Península, demostrando el vigor inmenso que se oculta todavía en esta vieja Castilla, en esa heróica Corona de Aragón y de Cataluña, en esas vivas provincias andaluzas; guerra á la que prestó su concurso en hombres y en dinero toda España, habíamos logrado que el problema de la esclavitud, que el problema pavoroso de la transformación del trabajo, se realizara de una manera admirable, y sin grave daño para la prosperidad de la isla de Cuba.

La producción azucarera y las de otras clases habían aumentado de un modo considerable y como resultado, principalmente de la política conservadora; coadyuvando también prudentes actitudes del partido liberal, se habían llevado allí todas las libertades, iban aclimatándose paulatinamente, y se había llegado á lo que demuestra la normalidad de un Gobierno: á equilibrar un presupuesto en condiciones de vida segura é independiente, financieramente hablando, para aquella rica posesión.

Sin duda con la mejor intención, pero con consecuencias que en estos momentos no pueden menos de alarmar al más optimista, es lo cierto que se ha creado en Cuba un verdade. ro problema constituyente, con todas sus pavorosas consecuencias, con todos sus temerosos abismos, con todas sus obscuridades verdaderamente terribles; y sin que un movimien. to de opinión en aquella provincia lo haya justificado, ni de cerca ni de lejos, en vez de seguir el natural desenvolvimiento de la perfección en la administración, de la aclimatación de las libertades, de la mejora en los organismos administra

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