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tivos, se ha planteado de pronto un problema verdaderamente constitucional.

Claro es que en este período constituyente en que, respecto de Cuba no podemos negar que nos encontramos, sea la culpa de quien quiera, son más necesarias y más recomendables todavía que en ninguno otro todas las condiciones de prudencia, de mesura, todas las transacciones, todo lo que, en una palabra, significa en momentos dificiles en la historia de los pueblos, calma, detenimiento y mesura en la solución de todos los problemas; y el partido conservador y los que con él simpatizan y están más íntimamente unidos en la isla de Cuba, han demostrado que no les falta ninguna de esas condiciones, y dentro de nuestro Parlamento la armonía de nuestros puntos de vista y de nuestras soluciones con las de todos los conservadores, paréceme que es perfecta; nos anima el propio espíritu y las condiciones de autoridad que en este y en todos los problemas tiene el Sr. Cánovas del Castillo le señalan un puesto distinguido en la dirección de todos estos asuntos, y entiendo que nosotros hemos de coadyuvar á ello de una manera resuelta y decidida.

Pero no se nos oculta que si de soluciones de transacción se trata, à quien principalmente le incumbe el deber, y con el deber la responsabilidad de proponerlas y plantearlas y si necesario fuera de imponerlas á sus propios amigos, es ante todo y sobre todo al Gobierno.

No pueden las oposiciones, sea cualquiera su prudencia, sea cualquiera su patriotismo, sea cualquiera su actitud, usurpar ese papel que las condiciones todas del problema imponen en toda ocasión á los Gobiernos.

Esperamos, pues, confiadamente en que el patriotismo, que no ha de faltar seguramente al Gobierno, y la prudencia que muestra en el estudio de ese problema, nos facilite el poder ayudar en alguna medida á lo que puede ser su patriótica empresa; pero no se nos oculta la necesidad absoluta de que la fórmula y la responsabilidad de las transacciones en el problema, si transacciones hay, incumben y co

rresponden decididamente y en primer término al Gobierno. Otro de los problemas que necesariamente tendrá que abordar será el de la formación de los presupuestos, y á él excusado es decir que hemos de contribuir por nuestra parte, no con críticas ni con negaciones, sino con afirmaciones resueltas y meditadamente estudiadas.

Yo creo que nosotros debemos proponer, y materia importantísima hay para ello, soluciones concretas que represen. ten nuestra opinión en el importante problema de la nivelación mesurada, pero fija, segura, razonada de los presupuestos y de la fortificación del sistema tributario, singularmente en lo que se refiere a los impuestos indirectos, fortificación que será, á no dudarlo, necesaria, tanto para la nivelación misma como para atender à la que es una de las primeras necesidades de nuestra patria: á la organización de un ejército y de una bien estudiada Marina, en la cual haya los medics necesarios para la conservación y reparación del material y para preparar los nuevos progresos que ese material exija, de suerte que en condiciones que estén en armonía con nuestros medios de vida haya siquiera un arma pronta y resuelta al combate en el momento en que se reclame su concurso, sin necesidad de que, por suscripción nacional, tengamos que acudir á proveer á nuestros soldados de los útiles necesarios para la guerra.

Posible es que no haya espacio para tratar otros problemas; pero si vinieran al debate, creo que tenemos un deber estrecho de tomar participación en lo que se refiere á la reforma de nuestra Administración municipal y provincial; si no aspirando á hacer leyes nuevas, integras y definitivas, por lo menos á llevar á las nuevas leyes municipal y provincial, ó proyectos que se presenten, nuestras ideas, que á mi modo de ver son capitales en el estado actual de la Administración provincial y municipal: la primera para el régimen especial municipal de las grandes ciudades; la segunda, relacionando la vida y la existencia de los Municipios, no con las exigencias del poder electoral y con los variados pretex

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tos que se imaginan para suspensiones y destituciones, sino con la vida regular y normal del presupuesto municipal; de suerte que aquellas Corporaciones que no acierten á organizar su vida financiera de un modo correcto, seguro, fijo, sean privadas con unas ú otras garantías de las facultades de administrarse á sí mismas, imponiendo á las Corporaciones municipales y provinciales algo de lo que el Código civil hace con los individuos particulares: nombrándoles un tutor ó un curador ejemplar cuando el estado de su fortuna ó de la renta demuestren matemáticamente que son incapaces de go. bernarse á sí mismas.

Si se llega al problema de las reformas judiciales, y á tanto alcanza el tiempo, creo que es también deber nuestro muy estrecho el intervenir, porque nosotros hemos aceptado las reformas democráticas con la expresa y categórica reserva de esperar sus resultados. Y cuando nos encontramos frente á una institución como la del Jurado, de la cual la unanimidad de los Fiscales de la Península declara, según hemos leído en la Memoria del Fiscal del Tribunal Supremo, que su ensayo no ha respondido á las esperanzas que en él se cifraban, sin que uno solo de estos funcionarios discrepe de esta opinión; y cuando todos tomamos el pulso á la opinión pública, y los hombres imparciales que en todas las provincias presencian los resultados del ensayo, adquirimos el convencimiento de que sólo por... me atreveré á decirlo, sólo por cobardía no nos atrevemos á hablar contra esa institución, creo que le corresponde al partido conservador romper frente á frente contra esa cobardía y declarar que el Jurado ha resultado un ensayo lamentable en nuestra patria, y que es indispensable una reforma esencialísima de ese procedimiento, en el sentido, no de ningún interés político ni remoto ni próximo, sino meramente en el interés sagrado de la dignidad de la justicia. (Muy bien.)

También entiendo que no será posible omitir la defensa de lo que es para mí una institución tradicional, y á la que con temor veo se trata de atentar ligeramente: la existencia

de las Audiencias territoriales. Es muy delicado el organismo del poder judicial ó de la administración de justicia: los prestigios que en él se adquieren, una vez perdidos, difícilmente se recobran. Hemos asistido todos al ensayo, poco afortunado, de las Audiencias de las pequeñas poblaciones; temamos, miremos con desconfianza todo lo que sea tocar á organismos que llevan consigo el respeto de las poblaciones, y que mantienen el propio respeto de la magistratura en esferas más amplias que las de nuestras pequeñas capitales de provincias.

Posible es que se llegue también á la cuestión arancelaria, aun cuando la fórmula adoptada por el Gobierno sobre ese particular paréceme que responde á lo que yo indicaba al principio: al deseo de no llegar á ninguna solución, por el temor de tener que optar entre el absurdo ó las doctrinas liberales. Si á ello se llega, claro es que nuestras opiniones han de coincidir también con la que todos los conservadores sustentan y defienden en ambas Cámaras: la defensa de la producción y del trabajo nacional, relacionado con la existencia y la apertura, si fuese posible también, de mercados para nuestros productos y para nuestra agricultura. Ese ha sido el principio escrito por el partido conservador en su bandera; principio esencialmente conservador en sus relaciones con todas las demás cuestiones científicas y sociales, y nosotros hemos de acudir á defenderlo, dentro siempre de lo que reclaman el cumplimiento exacto de la ley y el respeto a las buenas prácticas reglamentarias.

Esta armonía de principios con todos los elementos conservadores que existen en ambas Cámaras tengo que determinarla, y con estas palabras concluiré mis explicaciones; tengo que determinarla, digo, con algunas muy sobrias acerca de nuestras relaciones con el partido conservador en el Senado y en el Congreso.

Nosotros tenemos una completa conformidad de principios, y no hemos nunca regateado el manifestar, siempre que ha sido preciso, hasta qué punto considerábamos firme, na

tural, indiscutible la jefatura de ese partido en el Sr. Cánovas del Castillo, sin que en ello hubiera nada que se relacionara con consideraciones personales de nuestra parte, que debieran agradecernos, en poco, ni en mucho, ni en nada, sino simple reconocimiento de un hecho que las circunstancias determinan é imponen, cuya realidad no creo que pueda negarse, pareciéndoles á unos bien y quizás á otros mal, pero cuya realidad, repito, no puede negarse por ninguna inteligencia que no se halle ofuscada por alguna determinada pasión ó preocupación.

Nos ha separado, sin embargo, una cuestión de conducta y de procedimiento; cuestión á la que entiendo que se dió exagerada importancia para dejar el poder, y á la que se da ó se presta exagerada indiferencia para prepararse á recobrarlo. (Aprobación.) Nosotros hemos creído que con esa diferencia de conducta cabíamos dentro del partido conservador, y podíamos prestar dentro de él indudables servicios; pero si bien no necesitamos permiso de nadie para llamarnos conservadores, no cabe negar que dentro de las funciones del partido organizado no podemos penetrar sino por virtud de la definición y de la aceptación que de las que sean cuestiones de disciplina de partido, haga su jefe.

No nos toca decir esto á nosotros; correspóndele al parti do conservador determinar en qué condiciones acepta el auxilio que le hemos de prestar, y mientras á nosotros con estas convicciones que son conocidas, con estos principios de conducta, que yo no creo necesario definir de nuevo, porque están en el ánimo y en la conciencia y en la memoria de todo el mundo; mientras nosotros en estas condiciones no seamos aceptados como auxiliares, ni seamos notados como afines, las más elementales exigencias de la dignidad nos imponen el que nos consideremos como extraños (muestras de aprobación) y que obremos en este concepto, en todo lo que se refiere å formación de candidaturas, á puestos y á actitudes parlamentarias, mientras no cuenten de otra manera con nosotros, en total y completa y absoluta independencia. (Aprobación).

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