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sólo al cabo de un largo período, y aun en comparación con los que le han precedido, se distinguen y caracterizan con claridad suficiente.

Imposible sería, colocado ya en este terreno, intentar siquiera un análisis completo de las influencias que han formado el carácter particular de la Europa moderna. Los fenómenos históricos no pueden ciertamente ser bien entendidos por aquel espectador que, colocado dentro de ellos, carece aún de la perspectiva del tiempo, sin la cual no se destacan bastante las figuras que reflejan el tono dominante en aquel período; pero bastará á mi propósito indicar algunas de las circunstancias que me parecen determinar el carácter de la época en que vivimos. Este carácter, para decirlo de una vez, es el pesimismo.

Alemania, Rusia, Francia é Inglaterra, ofrecen indudables síntomas de esa enfermedad moral, y no es difícil descubrir sus signos característicos en Italia y en nuestra patria. El sentimiento contemporáneo europeo parece moverse por este camino, y ciertamente que á nadie ha de sorprender, si se tiene en cuenta las diferentes influencias que en esa dirección le empujan.

Recordemos ante todo que en nuestros días se ha formulado por vez primera la filosofía del pesimismo, que no sólo ha encontrado en Schopenhauer quien le dé todos los caracteres de un sistema filosófico completo, sino que ha tenido en Hartman un apóstol que lo ha popularizado por doquiera. Nótese también que el pesimismo en filosofía ha aparecido después que Byron, Leopardi y Heine habían impregnado la poesía de ese mismo carácter. La humanidad, que había encontrado algo de lo que en su interior pasaba en aquella sombria literatura, que había saboreado aquellos versos y muchas veces se había conmovido con los tristísimos sarcasmos de Heine y con las melancolías de Byron, ha creído sentirse retratada en las desesperadas estancias de Leopardi.

Y si después de consignar estas dos notas históricas bajamos al fondo del pensamiento europeo, teniendo por guía

nuestro propio pensamiento, y estudiando el de los demás por el reflejo de nuestro íntimo estado moral, hallaremos que el cinismo intelectual que ha presidido á la educación de las generaciones que aún viven, consecuencia del escepticismo. religioso en que se educaron nuestros padres y que nos transmitieron como herencia inevitable, ha venido á aumentar el vacio que en nuestras almas iba produciendo la decepción de tantos ideales sociales y políticos muertos á nuestra propia vista en estos últimos años. En política, en ciencia social, en filosofía, en estética, los ideales que al comienzo de nuestra vida estaban sobre los altares, yacen en el polvo; y cuando buscamos por todas partes, desde la base de la moral hasta en la graciosa forma artística, algo que sustituya lo que ha muerto, algo que llene en nuestra alma el vacío que dejaron tantas decepciones, sólo hallamos ruinas y sombras, con las cuales ni se reedifican los templos, ni se iluminan los horizontes del porvenir.

¿Qué extraño, pues, que la tendencia pesimista caracterice nuestra generación? La crítica histórica, que ha deshecho tantas afirmaciones tenidas hasta ahora por exactas, ha producido necesariamente la desconsoladora negación de un sinnúmero de creencias, que eran, por decirlo así, el ideal de lo bello en la historia y el consuelo de muchas amarguras en el presente. Las verdades científicas que han surgido de esta crítica universal no han dado todavía á la humanidad, ni la fe necesaria para fortalecer la voluntad, ni la inspiración que engendra el arte; de aquí la falta de fuerza creadora en el pensamiento y de energía en la voluntad, y la triste tendencia á buscar en la emoción sensual lo que antes se encontraba en las profundidades de la música, en la serenidad de la conciencia, en las delicadezas de la poesía ó en los secretos de la composición artística.

De otro lado, la queja de los que sufren es la característica de nuestra sociedad. Las masas de los pueblos más importantes de Europa han aprendido hasta qué punto son monstruosas las desigualdades de la vida social; y mientras

que sienten el sufrimiento y lanzan la amarga queja, que repercuten los infinitos medios de la publicidad moderna, no perciben aún sus espíritus la consoladora esperanza del remedio.

Cuanto más acrece el bienestar material, cuanto mayores son los adelantos de las artes domésticas y de los medios de locomoción y aumentan las facilidades de extender à la masa lo que antes disfrutaban sólo los privilegiados de la fortuna, más horribles se hacen los contrastes, más amargas las quejas, más irritantes las injusticias y más profunda, por consiguiente, la tristeza del alma al contemplarlas ó la decepción del espíritu al buscarles el no encontrado remedio.

Únense á esto las consecuencias de los hechos más notables de nuestros días. Alemania realizó su unidad y gozó un momento de extraordinaria gloria alcanzada en las dos guerras con Austria y con Francia; pero el que hoy recorra el imperio alemán ó lea la multitud de publicaciones, donde puede decirse se exhala la queja intima de los que sufren, adquirirá pronto la convicción del desencanto y del malestar que se siente en el seno de aquellas familias y que principia á aparecer en la superficie.

Las glorias de París y de Sedán han sido olvidadas bajo el peso de los crecientes impuestos y de la carga, á veces insoportable, que impone el servicio militar. Las clases obreras, inoculadas ya del socialismo, no se contentan con lamentarse de los males que antes se atribuían á meros errores económicos, y buscan en las reformas políticas los medios de regenerar una organización social, dentro de la cual se sienten cada vez más oprimidas; y aun cuando la absoluta libertad de que alli goza el espíritu de constante expansión á las ideas y las impide torcerse y desnaturalizarse, como sucede, por ejemplo, en Rusia y como sucedió un tiempo en Francia, el estímulo de necesidades materiales sentidas hondamente por las masas no se satisface, ni se paga de las utopias científicas, ni aun de las promesas del socialismo de estado. ¿Qué extraño, pues, que el pesimismo de Hartman sea y continúe siendo popular en Alemania?

En Francia, la aureola militar de las guerras de Crimea y de Italia, aquella confianza en sí propia que hacía exclamar á Luis Napoleón, cuando la Francia está contenta, la paz está asegurada», se desvaneció al horrible despertar del choque con Alemania y de la ignominia de Sedán. Los sangrientos excesos de la Commune de Paris, gritos de infernal desesperación que arrancó aquel contraste, hicieron aun más patente la terrible decadencia y el estado de descomposición interna de aquella brillante sociedad. Todo lo que en el alma de aquellas generaciones había de orgullo, de satisfacción, de confianza en el porvenir, de olvido de los sufrimientos humanos, hubo de convertirse en amargura, en decepción y en desencanto; y eso, unido á las grandes pérdidas materiales, á la falta de consideración en el mundo, á las duras lecciones, en fin, de la experiencia, ha dado á aquello que la Francia contemporánea produce con más abundancia, y que refleja con más exactitud el estado de su espíritu, la novela, el tono de escepticismo que inspira á Paul Bourget y el desaliento de que se ha hecho eco Max-Nordau.

Fenómenos semejantes, aunque de aspecto diverso, ofrece Inglaterra. Gigante en su poder naval, durante la lucha con el primero de los Napoleones; poderosa por su comercio y su riqueza, y extendiéndose por todas partes del globo con vertiginosa rapidez, ha llegado, sin embargo, un momento en que al tocar los límites de la expansión, el presentimiento de la lucha sustituye á la confianza en su poder. Y al analizar con la frialdad propia de la raza sajona la realidad, ha encontrado, quizás, que son más las probabilidades de la derrota que las del triunfo, y mayores cada día los esfuerzos nenecesarios para sostenerse à una altura que por sí misma es un peligro, y que por su propia naturaleza envuelve un riesgo permanente.

En vano querría hoy Inglaterra desentenderse de las cuestiones que en el mundo surgen; cuanto en él acontece le interesa; cuantas agrupaciones de fuerzas puedan formarse en la parte habitada del globo terráqueo, pueden ser otras

tantas amenazas para su existencia. Ella, la reina de los mares, necesita para su diario mantenimiento los productos de todas las latitudes y la seguridad de la navegación de los barcos que traen á sus mercados los lejanos productos. Mientras la idea de la guerra subsista, y nadie piensa que pueda desaparecer, la amenaza que pesa sobre Inglaterra es la de ser ó no ser, y de aquí la inquietud que ha penetrado en su vida política, y esa tendencia pesimista formulada en el libro de Mallock, que plantea á sus contemporáneos esta sencilla cuestión «¿la vida es digna de vivirse?».

Y aquí me detengo en esta enumeración. ¿Para qué hablar de Italia, cuya transformación hemos seguido con tanto interés, de cuyo entusiasmo por su unidad hemos participado con tanta alegría, y de cuya actual tristeza y melancolía tenemos pruebas constantes, que nos llegan tanto más al alma, cuanto más se asemejan á las nuestras propias?

Con la unidad destelló un momento la gloria desde los Alpes hasta el mar Tyrreno; pero han venido las luchas internas, las cargas insoportables, el intolerable impuesto, la absorción por el Estado de casi todos los elementos de la vida económica, una lucha religiosa intestina, una política internacional dificilísima, una disgregación interior de aquellas mismas fuerzas populares que hicieron la epopeya de la unidad italiana; y con ello el desencanto, la decepción y la amargura de un presente, en el cual tan sólo la necesidad de conservarse y de vivir implica rudísimo trabajo, que no viene á hacer más llevadero la esperanza de conseguir al fin la estabilidad y la calma.

En cuanto a los hombres y á las generaciones que en España han vivido los últimos cincuenta años, nada necesito deciros. El mismo ardor con que abrazaron los ideales, explica el desencanto y la tristeza de los presentes dias. Aquella misma predicación elocuentísima y sonora que acarició nuestros oídos en la juventud, pintándonos las excelencias del progreso y haciendo casi una religión de la armonía en la vida humana, parecería hoy un sarcasmo para espíritus

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