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determinado el sexo), allí donde fuera más del agrado de ellos; que en esto, y aquí la portera se atrevió á emitir consejo, no era cosa de molestar ni contrariar á quien tan pródigamente se comportaba. De combinar el asunto quedó encargada la portera.

Entre tanto que llevan a cabo su plan, indaguemos nosotros lo que había pasado por el alma de Carmela, para obrarse en ella, de repente, mutación tan radical.

Carmela, al arrebujarse temerosa entre las ropas del lecho, había sentido el vacío de su inmensa soledad y abandono; y para ahuyentar las pesadillas que este sobrecogimiento le causaba, exhumó en su memoria recuerdos de tiempos pasados, comparólos con el presente, y presagió por ellos la suerte que la aguardaba. Enternecióse y lloró al recordar las fechas en que tranquila y confiada adormecíase al arrullo del cariño paternal, acariciando ensueños placenteros para cercano porvenir; y estas vaporosas imágenes, vestidas de púrpura y nieve, trocáronse en luctuosos espectros que helaran de espanto, y sumieran en profundo desconsuelo, el tierno corazón de la doncella. Mitigóse poco a poco este dolor, y ocupó su puesto modesta aspiración de Carmen, que confiada en sus acrisoladas virtudes, pensó asociar á su existencia, honrado y laborioso compañero que, á cambio del amor que ella le prodigara, le devolviese consideración y cariño; y en su lugar, encontró montón de apetitos torpes, velados por la felonía más repugnante que la vileza puede engendrar. Aun á Carmen, recordando azorada noche tal, parecíale escuchar de cerca aquellas palpitaciones bruscas, y le atacaba el mareo que produce el hálito nauseabundo y caliginoso de la materia desbordada. Semejante aspiración, pues, aunque modesta y digna, convirtióse también en descarnado y sangriento desengaño que manchara groseramente la nitidez de su inocencia, y turbara el sosiego de su esperanza. Resignóse Carmen desde entonces á vivir sin aspiraciones, soportando los rigores de la suerte por conservar inmaculada su honra, como medio de obtener premio en otro lugar, y ni aun esto

TOMO CXLIX

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le era dable conseguir; que ya la falta de trabajo y su inseparable cortejo el hambre, ya el quebranto que en esta lucha resultaba para su salud, se sucedían más á menudo de lo que su organismo resistía. Añádanse las maquinacioues fraguadas contra su honor, y el persistente asedio de voluntariosos protectores que no se daban punto de quietud, y en cuyas miradas lúbricas y aposturas desenvueltas encontraba Carmen, que no era tonta, expresado el precio á que le venderian protección. Y la desvalida huérfana, reflexionando sobre esto, considerábase impotente, y veia la negrura del abismo en que, en esta empeñada lucha, tenía seguramente que perecer; y mares de lágrimas inundaban sus mejillas como único desahogo permitido à tan grande dolor y desolación. Repúsose algo é hizo balance de la cuenta corriente que á cada miembro lleva la Sociedad, según su conducta y proceder, y en la casilla izquierda del diario de la existencia social, leyó: «Trabajo hambre X deshonor y miseria desprecio, abandono, hospital.» En la casilla de la derecha, decía: Holganza = hartura × deshonor y riqueza = lisonja, opulencia, estimación. Examinó una à una las partidas, y no tuvo duda del resultado que las sumas arrojaban. Aquello, aunque terrible creerlo, era verdad. Y como para corroborar esta deducción, removíase en el alma de Carmen la herida que por su intachable conducta le infirieron con burlas soeces las antiguas camaradas de taller el día anterior, sábado, que las encontró á su paso. Y con este recuerdo subió de punto el orgullo femenil maltratado. Y recordó también Carmen que llevaban sendos vestidos, los cuales seguramente habían de estrenar durante el día en la romería de las Ventas, en los jolgorios que á ella tanto la habían repugnado, y por los cuales sentía ahora esa pasión que el hábito y la emulación de la vanidad despertaran en su organismo. Y ardía en ansias de vengarse. Le era tan fácil. Acudiría ella también, sí, dijeran lo que quisieren y pensaran lo que les viniere en mientes, y acudiría engalanada con las joyas y los trajes que tan á su disposición estaban; y altiva y elegante,

pasaría deslumbrándolas sin dignarse dirigirles la palabra, y habríase vengado regocijándose en observar cómo se deshacían en celos y envidia aquellas mocosuelas atrevidas que no valían lo que llevaban puesto; que así debía de tratarse á quienes tan mal apreciaban los sacrificios y la honradez de una compañera huérfana.

Y Carmela, mal aconsejada por el orgullo y la vanidad, resolvíase á dar el primer paso en el abismo, sin alcanzar la trascendencia del acto; así su rostro, al levantarse, ofrecía algo extraño, anormal; y es que esta resolución no encajaba en la pureza de sentimientos de su alma ennoblecida y elevada.

VII

Había ya la noche envuelto entre sus negruras la ciudad, y en una de las carreteras que á la Corte conducen, observábase entre multitud de personas que á ella retornaban, una pareja formada por gentil y agraciada joven que marchaba asida al brazo de rancia matrona. Movía á fijar en esta pareja la atención, el diálogo acre y acalorado que sostenían, en el cual, según pudimos oir, la matrona hacía cargos à la joven por la resistencia que á sus indicaciones oponía; y defendíase la joven de estas inculpaciones, alegando que al aceptar la oferta no había aceptado compromiso que no fuera entrevistarse con el donante, pero que el sitio designado no le parecía propio para albergar á ninguna joven que de honrada se preciase; argumento que enfurecía á la matrona, pues según replicaba, en los altos del café consabido, sólo entraban las personas de alta catadura y caliá, ora fueran hombres ó mujeres. Mas como no resultaba conformidad, se arrancó la matrona por la tremenda, é hizo serias y repetidas amenazas, relacionadas con los Institutos de la policía judicial y urbana. Y aquí fué Troya, pues entonces la joven comprendió toda la gravedad de la situación á que una feme

nil ligereza la habia conducido. ¡Imputarle un robo! ¡Qué atrocidad! Y sin embargo, ¿cómo probaría que aquellas prendas le fueran graciosamente donadas, si cuando comió en casa de la portera, ésta se hizo dueña, ipso facto, de la llave de su habitación, y seguramente se habría apoderado de la carta en que constaba el envío? ¡Denunciarla como mujer de vida airada libre! ¡Qué miserable impostura! ¿Mas cómo lograría defenderse, si no conocía á ninguno de la autoridad ni del Gobierno, y siendo modista, llevaba sobre sí joyas y galas de un valor sin relación posible con su miserable oficio? Apóstrofes, súplicas, imprecaciones, anatemas, lamentos, todo fué inútil; la portera estaba sorda para lo que no fuera realizar su fin, y prodigaba á Carmen otra clase de consuelos de los que ella había menester. La resistencia, por tanto, era imposible, pues por huir un peligro hipotético, se caía en un mal grave y seguro; por eso al poco tiempo, en derredor de mesa repleta de suculentos manjares y confortantes vinos, veíase á Carmela en compañía de otras dos jóvenes alegres y decidoras, triste y pensativa. El banquete iba á comenzar, según los aprestos que los camareros hacían á la entrada de dos gentlemen encanecidos, que acababan de aparecer en la puerta del bufet.

Poco más de dos horas habrían transcurrido, y sólo se escuchaba dentro de aquel recinto el palmoteo ensordecedor y.el taconeo punteado de grotesto libidonoso baile; el estrépito de platos, botellas y vasos quebrados al celebrar una gracia inesperada ó un movimiento obsceno, y el rumor ronco del que acompañaba con el cante de indecentes y chocarreros couplets.

A la noche siguiente alguien aseguraba que Carmen, pálida y ojerosa, lloraba acongojada en su miserable bohardilla la comisión de su primer pecado.

ESTANISLAO GARCIA GONZÁLEZ,

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CULTURA CIENTÍFICA DE ESPAÑA EN EL SIGLO XVI (1)

(Continuación).

Voy a hablaros del siglo XVI: siglo en que comenzaron á fermentar los grandes problemas que todavía agitan á nuestra sociedad, sin haber hallado tranquila y satisfactoria resolución, y en el cual puede decirse que se abre la historia en Europa con el descubrimiento de un Nuevo Mundo y de un nuevo campo para la inteligencia: de aquel siglo, aún no juzgado exactamente, y en el cual suponen espíritus poco reflexivos y ajenos á la verdadera crítica, que los españoles pasearon sus victoriosas banderas y temidos estandartes por las cinco partes de la tierra, sólo porque eran unos aventureros, hombres osados y de indomable valor. Y he elegido este periodo, no porque en él resalten más que en ningún otro estas condiciones de ánimo esforzado en los hijos de España, sino precisamente para haceros ver, hasta donde un ligero estudio lo permita, que aquellos héroes no debieron su predominio, sus triunfos y sus glorias solamente al valor personal y á la firmeza de su carácter, sino á una educación, á una cultura, á una ilustración tan superior, que daba á nuestras armas la incontrastable fuerza que jamás pudieron darles, lo mismo en Europa que en el Nuevo Mundo, la pobreza de nuestros ejércitos y la penuria del Tesoro público.

Y si no, ¿cómo se explica en el atraso general de Europa

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