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el gloriosísimo reinado de los Reyes Católicos, quienes con tanta constancia como pericia lograron ver restablecida la unidad nacional, venciendo á la todavía poderosa raza árabe en su último baluarte del reino de Granada, dominando en Nápoles y en Sicilia y descubriendo un Nuevo Mundo con asombro de toda Europa? (1). ¿Cómo que el emperador Carlos V humillase en cien batallas el poder militar de Francia, trayendo prisionero á Madrid á Francisco I; que entrasen sus ejércitos en Túnez y en la Goleta, y combatiesen contra Solimán y Barbarroja, impidiéndoles apoderarse de Italia; que se impusiera en Alemania y en Italia, en África y en Flandes, y engrandeciese su poderosa monarquía con las conquistas de Méjico, el Perú, Chile y los ricos territorios del Plata y el Archipiélago de las Filipinas, abrillantando su corona con las joyas de tan extensos dominios y posesiones en todas las partes del mundo? ¿Y cómo, por último, que Felipe II ganase la memorable batalla de San Quintin; enviase contra Inglaterra la escuadra más numerosa que ha surcado los mares; mandase á Portugal al famoso Duque de Alba, que en dos batallas le conquista un reino; y por fin, que humillase para siempre valiéndose del célebre D. Juan de Austria, ante la aterrorizada Europa, la orgullosa insignia de la media-luna en las aguas de Lepanto?

Apenas hay ejemplo en el desenvolvimiento de los pueblos modernos de Europa, y aun de todo el mundo, comparable con el de nuestra nación en el siglo XVI, que sin duda, constituye el período más glorioso de nuestra historia, tan

(1) La Reina Isabel, dice el más erudito ilustrador de este reinado, fomentaba con ardor los proyectos literarios y científicos, disponía se compusiesen libros, y admitía gustosa sus dedicatorias, que no eran entonces, como ahora, un nombre vano, sino argumento cierto de apre. cio y protección de los libros y de sus autores. Alonso de Palencia la dedicó su Diccionario y sus traducciones de Josepho; Diego de Valera su Crónica; Antonio de Nebrija sus Artes de gramática latina y castellana; Rodrigo de Santaella su Vocabulario; Alfonso de Córdova las Tablas astronómicas; Diego de Almela el Compendio historial de las crónicas de España; Encina su Cancionero; Alonso de Barajas su Descripción de Sicilia; Gonzalo de Ayora la traducción latina del libro de la Naturaleza del hombre; Fernando del Pulgar su Historia de los Reyes moros de Granada y sus Claros Varones.

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bello y admirable cual no puede presentarlo ninguna otra nación entre las extendidas por la redondez de la tierra, según dice un Académico ilustre. Y entonces como ahora no triunfaba ni se imponía el pueblo de mayor rudeza y mayor fuerza material, sino el pueblo más culto, el más ilustrado, el que podia imponer su lengua y sus costumbres; el que mo ́vía las armas, ganaba batallas y conquistaba imperios con la superioridad de su inteligencia y con la armoniosa fecundidad de recursos de que dispone un ejército compuesto de soldados cultos, de poetas, artistas y hombres de ciencia; de un ejército que, donde quiera que llegaba acudía á buscar noble descanso en las tareas literarias y científicas, escribiendo todos sus hechos, dejando momentáneamente la espada para coger la pluma ó el pincel, y dando á la imprenta obras reproducidas en toda Europa (1).

Nuestra ilustración y actividad intelectual-en aquella época de los grandes capitanes, de los grandes literatos, de los pintores insignes, de los famosos poetas, de los pensado

(1) El Ejército español, dice uno de sus historiadores más ilustres, no ha permanecido nunca estacionario ante los progresos de la ciencia, ni indiferente jamás al cultivo de la literatura, á la que ha mostrado siempre singular predilección; y así, mientras se consagraba al estudio y á las letras, según nos lo demuestran los Códices del Escorial, con la misma abnegación y entusiasmo encontramos descritas en esos Códices y en las Crónicas de su historia las proezas militares y navales de un ejército quo recorrió triunfante la Francia, la Italia, la Bélgica, la Holanda, la Alemania y el Portugal, cruzó los estrechos de Hércules y de los Dardanelos, llevó su fama al Africa y al Asia, y descubrió y conquistó un Nuevo Mundo. Soldados fueron de aquel siglo y principios del siguiente: Cervantes, el príncipe de los ingenios españoles; Calderón de la Barca, el más profundo de nuestros dramáticos; Garcilaso, el más dulce de nuestros poetas. Ercilla, el más célebre de nuestros épicos; Hurtado de Mendoza, el más elegante de nuestros historiadores; Lope de Vega, el más fecundo de nuestros poetas y dramáticos; Alaris, el primero de nuestros mineros en el Nuevo Mundo; Díaz del Castillo y Cereceda Cordovés el primero, brillante historiador de la conquista de Méjico, y el segundo, de las campañas del Emperador en Italia, Francia, Austria, Berbería y Grecia; y por último, Cristóbal Lechuga, el más insigne de nuestros tratadistas del Arte militar, quien dice en su precioso libro «callando el trabajo que he tenido y el tiempo que he quitado al cuerpo del reposo de la noche, para que el día no faltase de emplearse en el ejercicio militar que profeso, con las obligaciones de él, llevando junto con las armas el cuaderno á Frisia, á Francia, á las demás partes que se hacía jornada, para en ella mostrarle á los que hallaba tener más experiencia en las cosas de la guerra.»

res profundos, de los médicos esclarecidos, de las Universidades que brillaban entre todas las de Europa, de las industrias florecientes, del comercio, cuyas flotas navegaban por todos los mares, en que no había obstáculos que pudieran detener la marcha de nuestras tropas, ni pueblos que no aprendiesen algo en nuestras escuelas ó escuchasen con admiración la autorizada voz de los maestros españoles;-se comunicó á todo el mundo; pues al mismo tiempo que la monarquía se engrandeció con la fuerza de las armas, iban nuestros sabios, acompañados de los aplausos más honrosos, á todas las naciones, y principalmente á Italia, Francia y Alemania, cuyos países recibieron entonces de España el fermento de su civilización y cultura, notándose por otra parte un fenómeno verdaderamente extraordinario, cual era el carácter de intuición profunda, de providencial acierto, de espíritu profético, de maravillosa exactitud, que dominaba en toda la ciencia española de aquel tiempo, haciendo exclamar á Vossio: «Los españoles, obrando casi infaliblemente en todos sus descubrimientos, como si el genio del arte y el de la ciencia les hubiese inspirado, dejaron el sello de su sabiduría en cuanto hicieron», de tal modo que, así en sus hechos como en sus proyectos, la ciencia moderna y el progreso de tres siglos no han podido ni perfeccionarlos ni modificarlos (1).

Todas las obras clásicas, griegas y latinas, se traducian

(1) Los sabios españoles, según dice el P. Mir, ilustre Académico de la Española, triunfantes y acompañados de los aplausos más honrosos para la naturaleza humana, recorrían los reinos y provincias de Europa, derramando la luz de su enseñanza en casi todas las Universidades, ob. teniendo en ellas vítores y coronas, honrando las imprentas con sus obras inmortales, y ganando para su patria una gloria no perecedera (Nota C); siendo de notar que no sólo en el siglo XVI enviamos á toda Europa nuestro saber, sino que lo mismo habíamos hecho en épocas anteriores respecto del Oriente. como lo afirma el erudito escritor árabe Almakari diciendo: «desde el siglo x1 los españoles mozárabes, al par que enriquecían la literatura patria con el conocimiento de los saberes orientales, solían reportar al Oriente abundantes riquezas científicas y literarias. Los estudiantes y maestros españoles acudían á Alejandría, el Cairo, Damieta, Bagdad, Damasco, Alepo, Jerusalén, Flama, Mosul, la Meca, Medina, Basora, Cufa, Saná, Samarcanda, Balas, Ispahan, Nuabur Bucara, y aun á la India y á la China.»

en nuestro país á diferentes idiomas, y todas se comentaban y se daban á la estampa dentro y fuera de España en multitud de ediciones que aun hoy mismo nos causan asombro por su número y continuas reimpresiones: siendo también nuestra la gloria de haber difundido casi exclusivamente por Europa toda la ilustración de los árabes españoles. ¡Honor grande sería para la España de nuestros días el poder enumerar los más importantes siquiera de aquellos trabajos de bibliografía, comentario, crítica y exposición de la doctrina, por ejemplo, de Aristóteles y Teofrasto, de Arquímedes y Euclides, de Dioscórides y Plinio, bebida en las mismas fuentes helénicas ó en las del Lacio, tan conocidas entonces de los escritores españoles.

Mucho contribuyó sin duda á tan extraordinario desenvolvimiento de la ilustración y cultura, no sólo de España, sino también de Europa, el gran D. Alfonso V de Aragón, rey de Nápoles, quien habiendo formado una exquisita y copiosa biblioteca de preciosos códices y libros inéditos, mandó y cuidó que se trasladaran al latín cuantos contenían las obras magistrales de la antigüedad; explicándose así que el profundo crítico Erasmo de Rotterdam afirme que nuestros estudios clásicos se elevaron en aquel siglo á tan floreciente altura, que no sólo debían excitar la admiración, sino servir de modelo á las naciones más cultas de Europa. Y sin embargo, en la historia de la ciencia, en los diccionarios biográficos y bibliográficos que se publican en el extranjero, y en los que se da cuenta minuciosa de las traducciones y comentarios de los clásicos griegos y latinos y de los trabajos científicos de los arabes, apenas si se cita una sola vez obra ninguna que dé muestra de la cultura de España en aquel siglo, cuando el día que se descorra el velo que la cubre, podremos proclamar muy alto que la ciencia española, antes y después del Renacimiento, contiene, á lo menos en germen, casi todo cuanto de razonable y sólido encierran los libros de los modernos pensadores. Todas las escuelas que en España dominaron durante la Edad Media se rejuvenecieron y tomaron nuevas formas

en el siglo XVI, combatiéndose ya por entonces la idea de que la antigua sabiduría no puede ser aventajada por nada ni por nadie, y brotando por todas partes documentos y publicaciones literarias é históricas, científicas y artísticas, hasta el punto de no excedernos ninguna otra nación ni en el número, ni en la importancia de los escritores (1). No había en toda Europa en aquella centuria, á fines del anterior y principios de la siguiente filósofos que superaran á Vives, Soto, Sánchez, Servet, Gómez Pereira, Fox Morcillo, Huarte, doña Oliva Sabuco, Suárez, Molina y Vázquez; humanistas tan notables como Nebrija, Juan de Vergara, Hernán Núñez, el Brocense, el Pinciano, Lorenzo Balbo, Resende, Simón Abril, Gómez de Castro, Garcia Matamoros, Palmireno, Luis de la Cerda y Vicente Mariner; teólogos tan consumados como Fr. Luis de Carvajal, Alfonso de Castro, Diego Láynez, Salmerón, Maldonado, Domingo de Soto, Carranza, Melchor, Cano y Arias Montano, que tan alto pusieron el nombre de España en el Concilio de Trento, Molina, Suárez, Valencia y Vázquez; canonistas tan insignes como Antonio Agustin, Carranza, Guerrero, Mendoza, García de Loaysa y González Téllez; escriturarios tan celebrados en el mundo católico como Alfonso de Zamora, López de Zúñiga, Arias Montano, Fray Luis de León, Benito Pereira y Pedro de Valencia; místicos tan sublimes como Santa Teresa de Jesús, genio profundo y

(1) Pasan de 400 los escritores cuyas obras se publicaron en España sólo durante el reinado de Carlos V, los cuales cultivaron todos los ramos del saber: la historia, la filosofía, la teología dogmática, la medicina, la astronomía, la jurisprudencia, las matemáticas, el arte militar, la poesía, las traducciones del italiano, del latín, del griego y del árabe etcétera, etc.; y respecto á la comparación entre las obras españolas de aquel tiempo y las alemanas, ya que á principios del siglo vinieron muchos alemanes á nuestra Península, veamos lo que dice entre otros muchos uno de los más distinguidos publicistas de aquel país, que durante casi toda la Edad Media apenas tuvo otro libro de ciencia y de consulta que la traducción de las obras de San Isidoro de Sevilla:

«Hispanis illud solemne ess solet, ut pro ingenio libros non præcipites, sed cum judicio elaboratos per plures annos tamquam pullos foveant, vel adaugeant. Qui fit ut pleraque opera postuma edantur, quibus, ante quam ubique expolita, auctores immoriuntur. Quantum vero in excessu peccant Hispani, tantum in defectu Germani, qui præcipiti pruritu in editionem librorum...» Buchard. Gotl. Strusian.

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