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por lo tanto, como quieren algunos escritores, á las biografías de los grandes genios que alumbran cual elevadísimos faros los descubrimientos de primer orden en todas las esferas del saber, olvidando con notoria injusticia la infatigable labor de esos modestísimos cultivadores que día tras día, en incesante lucha y noble cumplimiento de la ley del trabajo, han ido adquiriendo nuevos hechos y demostraciones nuevas que sistemáticamente después han enlazado y reducido á unidad científica otros sabios de más fortuna ó con más medios para imprimir á la ciencia nuevos adelantos. Y en este camino no será posible dar un paso en la historia científica de los pasados siglos sin tropezar una y otra vez con nombres españoles que hoy apenas conocemos nosotros mismos; pero que citan con aplauso muchos escritores extranjeros en cuyas bibliotecas se guardan y conservan sus publicaciones, sin que de muchas de ellas tengamos en España la menor noticia.

Gran número de estos trabajos y silenciosos esfuerzos fueron realmente inútiles y han desaparecido bajo la doble sentencia de la civilización y del tiempo; pero aquellos otros esfuerzos que llevaban en germen las ideas de lo porvenir, aquellas luminosas inspiraciones que se salían á veces del cuadro del siglo, deben formar el nobilisimo precedente de la ciencia

gar, según confirman Nicolai, Frampton, Roberty, Burrough, Coignet y Granville. Weidler duda que hubiera en Francia astrónomos compa. rables con Alfonso de Córdova y Juan de Rojas. Steidlin, Vossio, Cataldi y Jansonio celebran los trabajos matemáticos de Molina Cano. Maignet dice que España fué la primera y única nación que adoptó el sistema de Copérnico en vida de Tico-Brahe. Sirturo, que aprendió en Gerona lo que sabía del arte de construir telescopios. Poggi y Humboldt se lamentan de que no haya estudiado Europa lo mucho que escribieron los españoles sobre el Nuevo Mundo desde el momento mismo de su descubrimiento. Y, por último, Clusio y Linneo hacen los mayores elogios de nuestros botánicos.

En el Congreso artistico y literario internacional celebrado en Madrid en Octubre de 1887 decía Mr. Oppert, representante del Ministerio de Instrucción pública de Francia, que «nuestra Península tiene su literatura hispano-romana, su literatura hispan-judía, su literatura hispano-lemosina, su literatura hispano árabe, su literatura hispano-lusitánica y gallega, su literatura castellana; sin contar cómo difundió todas las ciencias por Europa en los siglos de más espesa bar barie; y cómo por sus descubridores y navegantes exploró el Océano y completó el planeta.>>

en nuestros días, su ilustre abolengo, su gloriosa antigüedad. Tales son los resplandores del genio que en España se manifestaron tan potentes, en varones como San Isidoro de Sevilla, cuya erudición y profundo saber en todos los conocimientos humanos ha servido de guía durante muchos siglos á los sabios más eminentes de todas las naciones; como Raimundo Lulio, inteligencia extraordinaria, cuya vastísima instrucción abarcaba y desenvolvía todas las ciencias, desde la teología á la física, desde la poesía á las matemáticas, desde la lingüística á la mecánica (1); como Averroes, en quien refluye todo el genio filosófico de los árabes españoles; como Maimónides, que reconcentra toda la labor intelectual de los judíos peninsulares; como Alfonso X, el astrónomo, el filósofo, el Príncipe de más profundas miras que hubo en su siglo, y cuyo palacio era una Academia donde más de cincuenta sabios de diversas naciones y creencias discutian pacíficamente los puntos más arduos de las ciencias y componían obras de gran utilidad, mereciendo su nombre á la admiración de todo el mundo el dictado que le distingue; como Francisco López de Villalobos, el médico de los Reyes Católicos y distinguido poeta que, mientras sentía y predicaba la superioridad estética del clasicismo literario, supo presentar sus admirables Problemas sobre filosofía natural, que tanto eco tuvieron entre los sabios de su tiempo; y como Luis Vives, por último, filósofo profundo y talento de primera jerarquía, que, penetrando en los arcanos de las ciencias, conoció lo que faltaba para la enseñanza y los progresos de ellas, más de un siglo antes que el célebre Canciller Bacon; recibiendo los hombres más ilustrados de Europa en aquella época con verdadero asombro sus dos obras clásicas De corruptione Artiun y De tradendis disciplinis (2). Luces tan esplendorosas deben ser, dentro

(1) La Universidad de París hizo grande oposición á la doctrina de Lulio, confesando no obstante «que tenia cosas altísimas g verdaderisi mas»; pero la condenó sólo porque era nueva, á pesar de lo cual, años después, en 1515, creó una cátedra para su enseñanza.

(2) De Luis Vives, dice Isaac Bullart, que adquirió un conocimiento tan universal de las letras, que asombró á los máximos maestros de las

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de la historia de la civilización, motivo de estudio de las leyes del progreso, y dentro de la historia nacional un título de gloria.

Por esta razón no he de hablar de todos aquellos problemas de la ciencia antigua que desaparecieron para siempre, y que son hoy inutilidades arqueológicas, aunque tuvieron grande importancia en su tiempo, y aunque alguna vez, de la actividad desplegada en su estudio, brotara una verdad científica y un indudable progreso, en virtud de las leyes misteriosas de la inteligencia, que ha caminado con frecuencia hacia la verdad por las sendas tortuosas del error. Ni mencionaré aquellos matemáticos que empleaban su vida en buscar la cuadratura del círculo y de algunos polígonos; ni los que desde el fondo de la más abstrusa filosofía querían encontrar una significación teológica ó moral en las figuras matemáticas; ni mucho menos los que pretendían explicar las leyes del número por medio de preocupaciones de la época, por más que en todos estos trabajos pudieran encontrarse destellos de una inteligencia superior.

Las generaciones, como los individuos, al bajar á la tumba, llevan consigo todo lo perecedero y miserable y dejan á sus sucesores todo lo grande é inmortal. Aquel siglo, á que en este momento me refiero, tuvo muchos errores, muchas supersticiones, muchos extravíos, como los tienen todos los siglos, sin que pueda decirse relativamente en cuál han sido mayores. Pero todo lo que con él murió, aunque deba ser apreciado y discutido por el filósofo para juzgar al hombre en las diversas épocas, como ser moral, para nosotros que seguimos

más célebres Academias europeas: Quarum tam universalem notitiam sibi comparavit, ut maximos celeberrimarum academiarum Europa magistros in sui admirationem rapuerit. Y Erasmo escribe también: «Aquí tenemos á Ludovico Vives, natural de Valencia, el cual, no habiendo pasado aún, según entiendo, de los 26 años de edad, no hay parte alguna de la filosofía en que no sea singularmente erudito, y en las bellas letras y en la elocuencia está tan adelantado, que en este siglo no encuentro alguno con quien se le pueda comparar.» Los que saben qué hombre fué Erasmo en las letras humanas, dice el P. Feijóo, no podrán menos de asombrarse de este elogio.

solamente el desarrollo intelectual y el estudio de la naturaleza en sus leyes y en sus propiedades, tiene muy escasa importancia.

Traigamos á la memoria solamente aquellos resplandores con que iluminó el mundo y que alumbraron los pasos de la ciencia en los tiempos que le siguieron: no olvidemos los nombres de los modestos obreros de la ciencia misma, que con sus constantes trabajos han coadyuvado á la gloria de las grandes celebridades: busquemos sólo lo que fué útil, lo que le sobrevivió, lo que vive todavia, lo que debemos agradecerle.

Tales son las bases á que he de ceñir mi discurso.

(Continuará)

ACISCLO F. VALLIN

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Es costumbre, seguida por tantos ilustres ateneistas como han pasado por este sitio, daros las gracias por haberlos elevado al cargo para el que todos fueron dignos y que cumplieron de un modo conforme con las brillantes tradiciones de esta casa: pero yo, el menos digno de todos, he de daros las gracias por el honor que me habéis dispensado; no por seguir una tradición, sino por rendir un justo tributo á todos vosotros, que me habéis dado una prueba más de estimación al elegirme para el desempeño del cargo que tantos otros ilustraron, y que yo dudo poder desempeñar con la inteligencia que tenéis derecho á exigir. Pero si mi escasa ilustración é inteligencia; si mi falta de condiciones, que tantos otros Secretarios reunieron, son motivos más que suficientes para ocupar este sitio con el temor natural, me animan, en cambio, vuestra proverbial indulgencia, así como las repetidas muestras de cariño que siempre me habéis dispensado, las cuales, junto con el cariño que siento por esta casa, me decidieron á aceptar este cargo, que tanto me honra, contando siempre con vuestra benevolencia y con que vuestra ilustración sabrá elevar las discusiones à una altura que suplirá to

(1) Memoria leída en la Sección de ciencias históricas del Ateneo de Madrid, el día 28 de Noviembre de 1893, por el Secretario primero D. Delfin Fuentes Espluga.

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