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fueron las que alcanzaron el primer resultado, la unidad del Estado; pero no es menos cierto que sin la política expansiva de los romanos, sin su sistema de dominación, que reconocía cierta libertad en el orden administrativo (Municipios) y en el orden jurídico, no hubiera llegado nunca á difundir y transmitir á los tiempos actuales su civilización.

Roma sometía á su poder los pueblos; formaba con ellos Estados que no tenían autonomía alguna; pero este poder, esta dominación, esta unidad de imperium, se hacía insensible, puesto que respetaba las leyes y costumbres de los pueblos que conquistaba. Roma, dice el Sr. Azcárate (1), lejos »de someter todos los pueblos conquistados à un régimen >uniforme, el que con alto sentido político estableció, se ca>racteriza por una señalada variedad. Contentábase, respec>to de unos, con celebrar tratados, cuyo único objeto era pro>curarse alianzas convenientes; sujetaba á otros á su poder » y á la jurisdicción de sus pretores, procónsules ó prefectos, »y favorecía á algunos, ya respetando su independencia, ya > autorizándoles para hacer suya la legislación de Roma, ya > estableciendo sociedades de ciudadanos que, por su voluntad ó á la fuerza, abandonaban la capital; ya, por último, trans»mitiéndoles, en mayor o menor grado, el derecho de ciuda»danía, aquel derecho que daba tan singular valor al civis

» romanus sum.»

Este régimen, lleno de variedad dentro de la unidad preponente de Roma, fué el que mejores frutos produjo; y así vemos que durante la República y los primeros tiempos del Imperio fué cuando la dominación romana se hizo menos sensible, dando lugar á que la civilización de aquel pueblo tomara carta de naturaleza en España; en cambio, cuando la unidad romana no está sólo en el poder, en el imperium; cuando esta unidad deja de ser política para convertirse en administrativa; cuando con la decadencia del Imperio se llega á la constitución de Caracalla, declarando ciudadanos romanos

(1) Loco citato.

á todos los súbditos del Imperio; cuando merced á las exacciones y avaricias del bajo Imperio desaparece aquella hermosa variedad; entonces que el Estado parece más grande, entonces que parece que la grandeza de Roma estaba en su apogeo y que, si no una nación, se había formado una inmensa universalidad (valga la frase), entonces es cuando vemos que, lejos de conservarse mejor el Imperio, se desmorona, y las libertades desaparecen, y los Municipios no son más que fábricas de moneda que no pueden saciar la inmensa voracidad de la Ciudad Eterna.

Cuál fuera la importancia del sistema politico de los romanos, puede demostrarlo el que, á pesar de la gran decadencia del Imperio, á pesar de lo odiosa que se hizo su politica en los últimos siglos, el derecho, los Municipios, la civilización romana toda, se conservó en España, transmitiéndose á través de los siglos. ¡Qué no hubiera llegado á alcanzar el pueblo romano si á su régimen de variedad no hubiera sustituido el de la unidad, en los órdenes de la vida!

IV

Al desaparecer la dominación romana toman asiento en nuestro país los germanos, el pueblo de las nacionalidades, que en vez de detenerse en la evolución social, en el grupo ciudad como había sucedido con los pueblos griegos y romanos, pasan desde la tribu á la nación, como círculo superior. La nación entre los germanos es un círculo formado por la evolución de los grupos ó círculos inferiores; es la suma total de aquéllos; mientras que en Roma, una vez formada la ciudad, parece que los círculos inferiores son resultado de la voluntad de aquélla, á ella deben su existencia y con ella se suman, para formar un agregado que nunca llega á constituir el círculo superior: la nación.

Los germanos en España comienzan su dominación con un régimen eternamente romano: esto es, de tolerancia y liber

tad; sujetan á su poder á los hispano-romanos, pero respetan sus costumbres, su religión, sus derechos, sus Tribunales, etcétera; pero el resultado alcanzado por germanos y romanos es completamente distinto, como no podía menos de serlo, dado que los romanos, al extender su dominación á nuestra Peninsula, aparecen como un pueblo ya formado que, si no ha llegado á constituir una nación, había formado el Estado más poderoso de aquel tiempo, y ni abandonan su ciudad ni el territorio que sirvió de asiento à su civilización; los germanos, por el contrario, aparecen como gente de campo que no abandona nada porque nada había formado, y al conquistar los diversos territorios que dieron lugar á las nacionalidades, toman asiento en ellos, dedicándose à la constitución de lo que habían conquistado, de lo que se habían hecho propio, de lo único que poseían; los romanos habían formado su Estado en las orillas del Tiber, y desde la Ciudad Eterna parece que sólo trataban de formar colonias dependientes de Roma; los germanos, al establecerse en un territorio, viven en él, y no es una colonia la que fundan, sino el Estado nacional, que era el suyo.

Esto sucedió con los godos en España, que al apoderarse de ella y encontrar una civilización con la cual estaban algún tanto familiarizados, por el continuo roce que habían tenido con los romanos, les fué fácil, merced á su acertada política de tolerancia, fundar un Estado nacional en el que dominaban los usos y costumbres hispano-romanas.

«Este pueblo, dice Lafuente (1), que había soltado, por de»cirlo así, la áspera corteza del desierto cuando vino à Espa»ña; que se distinguía por su tendencia á la imitación de las >costumbres romanas que halló establecidas en la Península, »estaba destinado á irse fundiendo, por las costumbres, por la religión y por las leyes, en el mismo pueblo que había >conquistado por las armas. Esta fusión de que había de re>sultar una sociedad, ni continuación de la antigua ni ente

(1) Historia de España, tomo II.

TOMO CXLIX

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>ramente nueva, es uno de los acontecimientos que deben es>tudiar más el filósofo y el historiador.»

En efecto, no encontraremos en nuestra historia otra época en la que en menos tiempo se haya llegado á formar una nacionalidad con unidad de usos y costumbres, de legislación y religión, etc., etc. Desde la variedad de la legisla ción llamada de castas, representada por los Códigos de Eurico y Alarico, hasta la unidad de leyes representada por el Fuero Juzgo, monumento legislativo el más grande de aquella época; desde las diferencias de religión representadas por el arrianismo y el catolicismo, hasta la unidad religiosa representada por el Concilio tercero de Toledo; desde la diferencia de lenguas, el latín de una parte y el germano de otra, hasta el latín corrompido del Fuero Juzgo y de los Concilios, precursor y preparador de la lengua castellana; desde la diferencia de usos y costumbres entre vencedores y vencidos, hasta la hermosa obra de los Concilios Toledanos y la fusión de las dos razas, por desaparecer la prohibición de matrimonios entre unos y otros; todo esto, que produjo como resultado la formación de una nacionalidad, la primera que apareciera con tan superior cultura, toda esta obra fué efecto de la política de los godos, que comenzó por tolerancia y concluyó por aceptar la civilización hispano-romana como el factor principal de la obra nacional.

Las diversas tribus de suevos, vándalos, alanos, etc., que durante este período pasaron por nuestro país, carecieron de importancia, y apenas si aportaron nada á la obra nacional. Los regionalistas gallegos fijan poderosamente su atención en la Monarquía sueva, para buscar un fundamento á la diferencia de razas, de costumbres, etc., de la misma manera que lo hacen con los celtas; de aquí las palabras suevismo y celticismo para designar á los que no ven ni quieren ver en su historia más que celtas y suevos. La importancia tan grande concedida por algunos escritores (1) á la Monarquía sueva,

(1) Brañas.-El Regionalismo.-Murguía.-El Regionalismo gallego.

carece, à mi entender, de base sólida en qué apoyarse, puesto que de siglo y medio que duró dicha dominación hay un período de noventa años, en los que se desconoce la cronología de los Reyes suevos, y durante los cuales parece que vivieron sometidos à los godos. El historiador Lafuente dice, hablando de los suevos (1): «Así se habia ido extendiendo y al parecer consolidando el reino suevo bajo sus dos primeros Reyes Hermarico y Rechila, si bien contra el torrente de las pobla>ciones españolas, que no cesaban de protestar contra esta »dominación y á disgusto del clero cristiano de Galicia, que »en una ocasión había enviado al Obispo Idacio con la misión »de solicitar de los romanos los ayudaran á sacudir el odioso >y pesado yugo de aquellos feroces extranjeros.»

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Estas protestas de las poblaciones españolas ¿cesaron por la conversión de los suevos al Catolicismo, anterior à la de los godos? ¿Es que en el período de noventa años, en que los suevos parecen haber vivido sometidos à los godos, ó por lo menos consentidos por éstos, se dulcificó su carácter y el Catolicismo mejoró su condición y su cultura? Esto último no es de creer, toda vez que en el Concilio de Brácara, presidido por Lucrecio, se lee en su discurso inaugural: «Es necesario, >hermanos míos, que nos pongamos todos de acuerdo, y nos »afirmemos en la fe que debemos enseñar, en cuanto hemos de hablar á ignorantes. Los pueblos de Galicia, situados en la >parte extrema de España, tienen muy escasa idea de la verdadera religión..

Estas palabras del Concilio de Brácara nos indican bien á las claras que si los suevos habían abrazado el Catolicismo antes que los godos, esta religión, desconocida y mal interpretada, no podía dulcificar en nada su carácter.

(1)

Lafuente.-Loco citato.

DELFÍN FUENTES ESPLUGUES,

(Continuará.)

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