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CRÓNICA INTERIOR

Madrid 30 de Noviembre.

La campaña parlamentaria que amenazaba ser ruda va degenerando en cruel é inhumana. De las tres cuestiones entregadas por el Gobierno á la discusión del Parlamento, el programa político del nuevo Ministerio, las reformas de Ultramar, ó más exactamente las de Cuba, y el difícil problema arancelario, las dos primeras han dado ya origen á reñidas batallas entre el Gobierno y las minorías, batallas tan poco decisivas hasta ahora que bien puede decirse que todos han perdido en ellas algo, el primero autoridad y prestigio por su falta de decisión, las segundas fuerza moral por la dureza de sus ataques, la injusticia de sus acusaciones y sus violencias de lenguaje, raras veces por fortuna y sólo en épocas de perturbadora exaltación lanzadas desde los escaños de nuestras Cámaras representativas, por lo común tan entonadas y solemnes.

Verdad es, y esto puede servir de excusa al apasionamiento de los debates, que los asuntos objeto de discusión revisten excepcional importancia para el país, tocan muy al vivo trascendentales intereses y son de vida ó muerte para determinadas colectividades peninsulares y ultramarinas, mo tivo por el cual se explican, aun cuando por completo no se justifiquen, la vivacidad de los ataques y el calor de la defensa.

Venido de soslayo y á destiempo el debate antillano, en

cubierto bajo el pretexto de discutir la última crisis ministerial, ha quedado esta última reducida á lugar secundario por la inusitada gravedad del primero, empeñado desde luego con fiera acritud por los representantes del partido unión constitucional, apoyados con todas sus fuerzas por la minoría conservadora, quizá no menos ávida de dar satisfacción á sus amigos de Cuba, que de asestar con dicho motivo tremendos golpes al partido liberal reanimado más de lo que podían esperar sus implacables adversarios por la constitución del nuevo Gabinete, por el buen aspecto que va tomando la Hacienda pública y por el espíritu de transacción, no sabemos hasta qué punto sincero, que parece reinar entre los opuestos elementos de la mayoria, dividida en bandos y grupos heterogéneos.

Entre tantos asuntos como reclaman la atención del Gobierno y de las Cámaras, sólo uno hasta el presente ha logrado interesar á las últimas; el eterno debate político. Inició éste el batallador Romero Robledo con la reglamentaria interpelación sobre las causas de la crisis ministerial, comienzo obligado de todas las legislaturas y especie de guerrilla en todas las discusiones de nuestros verbosos parlamentos. Y el comienzo ha sido tal, que bien pronto se ha generalizado el combate en toda la línea, alternando en la polémica los hombres políticos más importantes de todas las fracciones de la Cámara.

No negaremos en principio la oportunidad de la interpelación mencionada, por cuanto se trataba de una crisis producida sin razón ostensible y resuelta en favor exclusivo del grupo de la mayoría, cuya actitud parecía más temible, no sólo á la autoridad del jefe del Gobierno, sino también á la existencia misma del partido liberal. Colocada la cuestión por el señor Romero Robledo en ese terreno, no hay duda que la ha desenvuelto hábilmente y puesto en grave apuro al Sr. Sagasta, que le contestó con menos fortuna que otras veces, sin conseguir desvirtuar los principales argumentos de su adversario, á cuya perspicacia no pueden ocultarse los motivos rea

les de la crisis, mal velados bajo la superficie del fracaso del tratado con Alemania, y de la oposición del Sr. Becerra á ciertos puntos de las reformas ultramarinas del señor Maura.

Dígase lo que quiera, la mayoría de la presente Cámara es una mayoría democrática y resuelta partidaria de soluciones democráticas. Si existen en la misma valiosos elementos que en aquellos principios no comulgan, dichos elementos constituyen reconocida minoría, que sólo por presentarse unida y compacta enfrente de sus desunidos correligionarios ha logrado vencerlos, aunque no sin lucha, y á causa de aparecer con ventaja á los ojos de la opinión por estar bien disciplinada y dirigida.

El Sr. Sagasta, no obstante su reconocida bonhomie practica con fortuna el viejo sistema de: divide y vencerás contra los grupos poderosos de su partido en todo distintos, menos en reconocer de común acuerdo la necesidad de obedecerle como jefe.

Se le acusaba desde Marzo de seguir las indicaciones del Sr. Moret, de practicar una política subordinada enteramente á los intereses de la izquierda, puesto que ni el ex ministro de Estado, ni el ex ministro de Ultramar salientes tenían verdadera representación de grupos, y á fin de demostrar la falta de marcada predilección por aquella política, ni que á desenvolverla más allá de ciertos límites circunstanciales se consideraba obligado, ha pedido ahora el concurso de la derecha, nombrando interventor general de la inaugurada con el nuevo Ministerio al Sr. Maura, que a pesar de su disciplina al jefe del Gobierno liberal hizo graves declaraciones hace pocos meses durante su viaje à las Baleares, acerca de la posibilidad de formar un tercer partido en el caso de continuar el Gobierno la marcha emprendida, que consideraba peligrosa para los liberales.

Pero en vano, á nuestro juicio, ha pretendido el Sr. Sagasta deslumbrar la opinión, encargando al Sr. Abarzuza de la cartera de Ultramar; porque si aspiraba con ello à robus.

tecer los elementos democráticos con las fuerzas aportadas á la monarquía por los escasos, aunque importantes elementos venidos desde el campo republicano, lo cierto para los hombres de la izquierda es que la democracia ha sido vencida en los Sres. Moret, Becerra y Aguilera, y que la entrada del lugarteniente del Sr. Castelar en el Gobierno no compensa ni con mucho, aun contando con la ilustre personalidad del nuevo ministro de Fomento, Puigcerver, la salida de los tres anteriores ministros, dispuestos á transigir, pero no á abdicar de su representación democrática, tanto en las reformas de Ultramar como en las arancelarias.

De aquí el conflicto inevitable, fatal, diremos, entre la izquierda y la derecha liberal, conflicto que á menos de engañarnos, y ojalá que así fuera, dará al traste con el Gobierno, y acaso, acaso, con la jefatura del Sr. Sagasta, quien esta visto sacrifica unos y otros á sus miras personales, acatándole todos entretanto por evitar escandalosas disidencias y no ver nadie con claridad quién habría de sustituirle.

El debate de la crisis no ha dado, sin embargo, el resultado que al entablarle perseguían los conservadores, porque más grave sin disputa que la discusión del mencionado tema, se ofrece à la consideración del país aquí y en las Antillas, el de las reformas políticas de Cuba. Son dichas reformas de verdadero carácter nacional é importan en igual grado á los intereses de la Península que á los privativos y particulares de la más hermosa de nuestras provincias ultramarinas.

Así, todo el empeño del debate acerca del asunto, iniciado con gran apasionamiento por el Sr. Villanueva, ha consistido en querer probar los diputados contrarios á la reforma que el proyecto del Sr. Maura es atentatorio á la integridad nacional, mientras todos los esfuerzos de los partidarios de la misma, comenzando por el Sr. Maura, han tendido á demostrar con irrefutable lógica que la reforma es necesaria y que con ella y sólo por ella cesará la intranquilidad en Cuba, se restablecerá la rota armonía entre los grandes partidos cubanos, acabarán las antipatrióticas amenazas del separa

tismo y se estrecharán los lazos de unión entre aquella isla y la madre patria.

¿Cuál es la verdadera opinión del Gobierno, si por acaso la tiene formada? Busca una transacción patriota para adjudicarse desde luego la gloria de haber resuelto el problema sin dejarse intimidar por las lúgubres profecías del partido unión constitucional ni imponer por la autoridad del señor Maura, encariñado como es de suponer con su debatido proyecto.

En lo fundamental de la reforma declarará el presidente del Gobierno que no caben modificaciones, pero sí en lo accidental y en los detalles, por lo cual manteniendo en pie la necesidad de descentralizar la administración cubana, aban. donará la creación de la Diputación única, alrededor de la que como griegos y troyanos alrededor del cadáver de Patroclo se ha encendido la pelea entre reformistas y conservadores de allende los mares.

Para que todo sea curioso en discusión tan enconada, han coincidido con el ex ministro de Ultramar Sr. Becerra, contrario á la existencia de la mencionada Diputación, además de los Sres. Romero Robledo y Villanueva, representantes de los conservadores de la Península y de los conservadores de Ultramar, el Sr. Canalejas, demócrata de reconocido abolengo, y hasta, según cuentan, el mismo ministro Sr. Abarzuza republicano hasta ayer, y tan lleno hoy como hace veinticinco años del espíritu de la democracia gubernamental. Todos los partidarios de la reforma cubana en la Península se hallan de acuerdo en un punto: evitar la victoria del autonomismo que de manera inevitable se impondría en la isla de Cuba al calor de la Diputación provincial única, peligro no visto sin duda por la clara inteligencia del Sr. Maura al redactar el proyecto, y debemos suponer no sospechado siquiera por los prohombres del nuevo partido reformista, inspiradores del ministro y deseosos de ser simpático lazo de concordia entre los diversos partidos cubanos.

A las opiniones ya citadas se une también otra de mucha

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