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mos las producciones de Sellés y Cano; pueden hasta admirarse, porque en ellos palpita algo noble y grande que nos hace olvidar sus defectos. Lo que no puede tolerarse de ningún modo, son esas piececitas de á real por hora, escritas en dos ó tres días, y en su consecuencia faltas de nudo ó enredo, de inspiración, de argumento y hasta de sentido común. En la mayoría de éstas, el ingenio, la gracia y la cultura brillan por su ausencia; pero abundan en cambio y se prodigan con demasía los desplantes, las groserías, las bufonadas, las frases de color subido y los chistes pornográficos. Escuchando á veces ciertos diálogos de ellas, se cree uno trasportado á una casa de lenocinio, ó á un bodegón inmundo, de esos en donde acostumbra á celebrar sus bacanales, la canalla, la hez, el populacho, la clase más baja, más abyecta y menos pundonorosa de la sociedad.

Es cierto que acude mucha gente á estas representaciones; pero no acude ni concurre atraída por los encantos de la obra, sino más bien atraída por los encantos de las bailarinas, las cuales, preocupándose muy poco del decoro y el recato, y haciendo caso omiso de lo que se debe al público, alardean de mostrar las esplendices de las formas. Mujeres desenvueltas que versan en ignorancia supina acerca de las más rudimentarias nociones del arte, pero que conociendo perfectamente otros recursos, se sirven de ellos, halagando de este modo á las concupiscencias de la carne, y fomentando la inmoralidad, el relajamiento de las costumbres y el cinismo más desvergonzado y asqueroso. En suma; esta clase de representaciones no son más que un pretexto para que media docena de bacantes impúdicas y lujuriosas, luzcan las pantorrillas y las protuberancias maxilares. Esto, es la negación absoluta de la belleza; la apoteosis de lo antiestético; el colmo de la licencia más desenfrenada; la ardiente propaganda de la torpeza y la crápula; el endiosamiento del vicio, y la. vergonzosa y denigrante prostitución del arte, convertido en panegirista de las payasadas y el escándalo.

Nada decimos de la poesía épica, porque ésta es una plan

ta exótica que no ha logrado todavia vegetar en nuestro suelo, á pesar de los esfuerzos hechos en diferentes ocasiones, y modernamente por el presbítero Sr. Verdaguer, autor de la Atlántida, poema verdaderamente hermoso y merecedor de grandes encomios, por parte de todos los que se interesen por el movimiento literario de nuestra patria.

Nuestra sociedad está ya harta de llanto. Ha comprendido la profunda filosofía epicurista que encierran estas palabras de un eximio escritor: La vida es un paréntesis entre dos lágrimas, y procura que resulte una verdad práctica. Para ella los grandes pesares no tienen razón de ser; el sentimiento es un mito; la abnegación una palabra vana y vacía de sentido; el sacrificio no existe; los grandes dolores morales son desconocidos por completo y los amores profundos son considerados como descabelladas quimeras y utópicas concepciones. Vive la vida del sibarita sin cuidarse del mañana, y no sueña jamás con los goces del espíritu, con los inefables placeres del alma, patrimonio exclusivo de los artistas, de los músicos, de los pintores y de los poetas; pero no sueña con ellos porque es incapaz de comprenderlos, y porque para ella nada significa esa viscera que llamamos corazón.

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Teniendo en cuenta esto, es como únicamente puede ex· plicarse, que haya todavía muchos españoles que ignoren que ha existido entre nosotros un poeta tan pobre de fortuna como rico de ingenio, que se llamó Gustavo Adolfo Dominguez y Becquer. Teniendo en cuenta esto, es como puede explicarse que sea tan exiguo el número de los amantes de la verdadera estética; y teniendo en cuenta esto, es como se comprende la profunda y glacial indiferencia que algunos sienten leyendo las Rimas, esas composiciones relámpagos, llenas de ternura y languidez, de vaguedad y dolores, de congojas y dulces armonías, y de tristes y amargos desengaños.

Las corrientes de superficialismo que todo lo invaden, nos asordan con el bullicioso estruendo de su férvido oleaje; acallan el grito de los grandes dolores é impiden que lleguen hasta nosotros los melancólicos gemidos de un alma apasio

nada que sólo encontró en su paso por el mundo, decepciones y miserias. ¡Pobre peregrino condenado á hollar con sus plantas las cálidas arenas del desierto sin encontrar nunca un oasis donde apagar la sed abrasadora de su espíritu, ávido de goces y puras emociones! ¡Paloma de blanquísimo plumaje que al desplegar sus alas para volar al cielo del amor, cayó atravesada por los acerados y ponzoñosos dardos de la indiferencia y el desprecio! ¡Bardo querido cuyas canciones dejan en el alma ilusiones y pesares, placideces y arrebatos, congojas y suspiros! ¡Tortolita de lánguidos arrullos que deplora su soledad, saturando de tristeza todo cuanto la rodea! ¡Canto del ruiseñor que en la espesura del bosque, lamenta la ausencia de su dulce compañera, fingiendo música divina, música de querubes con sentidos y blandísimos gorjeos!

Como el náufrago que asido á una frágil tabla en medio del Océano, lucha con el furor de las encrespadas olas, así lucha Becquer con el borrascoso mar de profunda amargura que lleva en el fondo de su alma sedienta de una felicidad soñada. Llora, pero su llanto no es como el que vertia Hécuba la desgraciada esposa de Priámo en presencia del cadáver de sus hijos; no es terrible como los gritos de Leopardi, ni se resuelve en desesperados lamentos como Ariadna, cuando buscaba á su adorado Teseo; es un llanto más dulce y más humano; más tierno y más delicado, más lánguido y embriagador. Siéntese profundamente lastimado y deja escapar de su pecho un gemido doloroso que nos inunda de pena; brota de su corazón un suspiro y se desprende de sus ojos una lágri· ma. Ve que se alejan sus ilusiones, y se despide de ellas como nos despedimos de nuestra madre á quien no hemos de ver en mucho tiempo; aceptando este sacrificio y sufriendo esta ruda prueba con la misma resignación que tuvo Sócrates al apurar la copa de la cicuta; y asi como el filósofo al morir

perdona á sus enemigos, también al morir el poeta perdona á la mano que le hiere.

Procura olvidar, y en medio de sus dolores encuentra cier. to consuelo pensando que llegará un día, en el cual, libre el espíritu de las impurezas de la materia; libre el alma de aquella hermosa mujer, de las tentaciones de la carne, pasará de este valle de lágrimas, y abiertas de par en par las puertas de la eternidad, entrará en regiones más puras y serenas, en donde sabrá comprenderle y apreciarle, y en donde podrá calmar las ansias infinitas de su alma, toda cariño y ternura. Para aquel tiempo la emplaza, y en aquel lugar la espera según se desprende de los siguientes versos:

Antes que tú me moriré; y mi espíritu
en su empeño tenaz;

sentándose å las puertas de la muerte
allí te esperará.

Antes que tú me moriré: escondido
en las entrañas ya

el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.

Alli donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad...

¡todo cuanto los dos hemos callado
lo tenemos que hablar!

En estos versos se ven los sufrimientos y la grandeza del corazón de Gustavo. Expresan el colmo de la abnegación, el ultimatum de la bondad, la resignación llevada á un grado de sublimidad casi imposible de ser comprendida por una sociedad tan positivista y grosera como la nuestra. Lo que padece el vate sevillano no es amor; es una especie de caridad, un efluvio de misericordia y una conmiseración indefinible. Un sentimiento hermosó, dulce, vago, enlanguidecedor y lleno de ternura y de poesía; un arrebato divino que le lleva

hasta el calvario para ofrecerse como víctima expiatoria; un vértigo de melancolía que le hace padecer horriblemente; una exaltación moral incomprensible; la unión intima y misteriosa de lo voluptuoso y lo triste, de lo långuido y lo erótico y de lo material y lo intangible. Hay en Becquer mucha melancolía, algo de histerismo, algo de fiebre y sobre todo una sensibilidad exagerada que le convierte en juguete de sus emociones. Es un hipocondriaco incurable; un alma misantrópica enamorada de la soledad y los recuerdos; un ser espiritualizado por completo. El gran desarrollo que en él tiene la parte pasional informa todos sus actos, y deja en los versos, esa amargura y ese sentimentalismo que saben impresionarnos de una manera tan honda. Admirable y hermosa panacea que nos cura de las brutales concupiscencias de la carne, y nos arrebata, y cautiva nuestra atención y nos precipita en las regiones de un idealismo tan bello como poético.

En las notas que brotan del arpa del vate sevillano, unido á una voluptuosidad dulce, á una delicadeza extraordinaria y á una sensibilidad puramente femenina, late el amor vehemente, la pasión soñada, el deseo secreto y la lucha titánica que sostiene un corazón ardoroso; pero no vibra el fuego impuro de pasiones de bajo vuelo, ni se sienten los lujuriosos espasmos de la bestialidad de la carne. Jamás confunde el amor con la materia, pues hasta en sus desmayos de languidez y en sus delirios de amor palpita un hálito misterioso de incomprensible pureza.

Suele desertar algunas veces del mundo real renegando de su amargo prosaismo; sueña con la mujer ideal de los poetas; adora las catedrales góticas; canta baladas de amor mirando la luz hermosamente triste de la luna; levanta su espíritu á otras regiones, y se remonta al mundo vaporoso de las ilusiones y de los sueños azules; pero no incurre en los errores y extravagancias que tan frecuentes son en los principales corifeos del romanticismo; en esas vulgaridades que toleramos á Byron, Shakespeare y otros, siguiendo la peregrina

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