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teoria de que el genio no necesita de la meditación y el estudio. ¡Trascendental error y profundo desatino que produjo infinidad de estragos en el periodo álgido de la calentura romántica, y que indudablemente volverá á producir siempre los mismos, en circunstancias idénticas! Si alguno de los versos de Victor Hugo, Alfredo Musset, Petrarca, Byron y Shakespeare estuviesen firmados por un vate de quinto orden ¡qué chaparrón de injurias, diatribas y denuestos caería sobre los pobretes! Pero los ha escrito el genio, y tenemos que perdonar sus deslices en gracia de sus bellezas, como perdonamos á nuestro gran Zorrilla verbos como ninbar y espejar que emplea en su leyenda titulada: Alicante y abjetivo como incompletez que usa en su novísimo poema Colón; poema falto de inspiración y de armonía, que demuestra bien á las claras un poeta senil y decadente. El genio libre, el genio desenfrenado, el genio emancipado de la razón, sólo aborta delirios y quimeras.

Yo creo que con concesiones de este género nuestro parnaso se convertiría muy pronto en una sucursal de Leganés, ó cuando menos en una especie de academia preparatoria para ingresar en la casa de Orates. Estos alocados vuelos de la fantasía, de la misma manera que el desaliño en el vestido y la extravagancia en las costumbres, están condenados por Horacio en su admirable Arte Bética. Por algo dijo él al mayor de los hijos del cónsul Pisón:

Ingenium misera quia fortunatius arte

credit, et excludit sanos Helicone poëtas

Democritus, bona pars non ungues ponere curat,
nowbarbam: secreta petit loca: balnea vitat.

Estos extravíos nunca se encuentran en Gustavo. Ama el romanticismo; siente por él una adoración ferviente y entusiasta, pero su fantasía está siempre supeditada á la razón.

Todas las poesías comprendidas en sus Rimas pertenecen al género romántico; pero tiene algunas, muy pocas por cierto y todavía no publicadas, las cuales nos demuestran que tam

bién tenía aptitud para el cultivo del género clásico. Clásica, verdaderamente clásica es una composición Al viento que el poeta hispalense dedicó á su amigo D. Narciso Campillo, profesor de literatura preceptiva en el Instituto del Cardenal Cisneros, composición que tiene cierto sabor horaciano, y que empieza de esta manera:

Muy más sabrosos que la miel hiblea más gratos que el murmullo de la fuente me son, Narciso, tus hermosos versos.

Los adjetivos que emplea como epítetos, y la ternura, acicalamiento y corrección de la parte rítmica, demuestra un poeta vaciado en el molde clásico. El distinto rumbo que después emprendió, acaso fué impuesto por las contingencias de su vida.

El autor de Rimas conoce profundamente el corazón humano. De otro modo no podria comprenderse ni explicarse la impresión que á todos nos producen sus versos, siendo una cosa meramente subjetiva. Lo que el poeta dejó allí consignado, á todos nos afecta más o menos profundamente. Yo desafio al hombre más prosáico; yo reto al naturalista más empedernido á que lea esas pequeñas composiciones sin inmutarse. ¡Imposible! Se necesita tener un corazón de piedra y un alma de hielo para permanecer indiferente ante estas elocuentes manifestaciones de un dolor tan grandioso y tan amargo.

Las Rimas de Becquer, como el Intermezzo de Heine, forman un poema de versificación muy varia, irregular, quebrada y poco armoniosa algunas veces, pero siempre sentida. Es un poema escrito en una multitud de cantos microscópicos; cantos hermosísimos donde palpita un mundo de sensaciones heterogéneas, tristes, alegres, plácidas y casi siempre dulce

mente melancólicas. Hay cantos llenos de sueños, cantos Ilenos de ilusión, cantos embriagados de ternura y cantos saturados de indefinible tristeza. Por eso las Rimas parecen una. música en cuya composición entran infinidad de instrumentos diversos, aunque siempre predominando la nota senti

mental.

De algún tiempo á esta parte, desde que se editó en Bilbao la célebre novela del P. Coloma, titulada Pequeñeces, que tanto ruido ha hecho, tantas protestas ha motivado y tan apasionadamente ha sido juzgada por muchos, clerófobos unos y amigos otros de halagar à ciertas clases sociales, nótase en los escritores españoles mucha afición á publicar estudios crítico-biográficos unas veces y biográfico-criticos, las más sobre los poetas y novelistas de nuestro siglo. Muchas de las eminencias literarias que á él pertenecen están ya juzgadas, y algunas de ellas por plumas tan autorizadas y competentes como la de Valera, Palacio Valdés, Picón, la Pardo Bazán y el popular é ilustrado Sánchez Pérez. Pero estos juicios, & pesar de estar hechos de una manera muy concienzuda, adolecen de un defecto capital: suele en ellos darse suma importancia á la parte biográfica, á la cual conceden grandes proporciones con menoscabo de la parte crítica que queda reducida á un corto número de páginas; y en mi concepto, ésta debe considerarse como principal y aquélla como accesoria y secundaria.

Observando esta especie de hidrofobia crítico-biográfica, no he podido menos de sentir profunda pena al ver la injusta preterición que se hace de Becquer, el poeta de los dolores infinitos, el vate de las eternas tristezas, el cantor de las ilusiones marchitas, el cisne que sabe expresar como ninguno la poética languidez y la dulce vaguedad de los amores perdidos, el bardo cuyas sentidas canciones nos recuerdan las idi

licas ternuras de Francisco Copée, la dulzura de Garcilaso, la pasión de Dante y Petrarca, y algo a veces del arrebato de Musset y la melancolía de Arnao y Querol, juntos con la terrible amargura de Leopardi y los delicados gemidos del suavísimo Lamartine.

Inútilmente he buscado muchas veces juicios críticos sobre el poeta hispalense, pues nada he visto en este sentido, si se hace caso omiso de lo que dice el distinguido y humorístico literato cubano Sr. Rodríguez Correa en el hermoso estudio que sirve de prólogo á las Obras de Gustavo. ¿A qué obedece este profundo silencio? ¿En qué se funda? ¿Qué no tiene Becquer, el poeta de las dulces y terribles amarguras, el poeta de los amores infinitos, el cantor de la paz de los sepulcros, el ruiseñor de las armonías melancólicas y las congojas tristísimas, aquel alma que parecía gemela del alma de la desgraciada y sentidísima poetisa gallega Rosalía de Castro, no tiene, repito, Becquer, el poeta elegiaco y llorón, el vate sentimental y apenado, lleno de languidez y erotismo, cuyos versos nos saturan unas veces de efluvios primaverales y otras de aromas de flores tristes, mérito suficiente para que la crítica se ocupe de sus creaciones? Creo que sí. Por eso, obedeciendo á esta creencia, y hondamente contristado por el incomprensible silencio que sobre poeta tan eximio guarda la crítica, yo, el último de los escritores españoles, he emprendido en la REVISTA DE ESPAÑA este estudio sobre Gustavo, pobre como mio, pero lleno de buena fe é inspirado en la im. presión que sus Rimas han producido en mi alma. Por eso el lector no debe buscar en mi juicio erudición, de la que carezco en absoluto, y sí sólo un criterio formado al calor de una impresión meramente subjetiva.

Acaso la circunstancia de tener yo un temperamento me-lancólico como el del vate á quien pretendo autobiografiar haya influído algo para que mis apreciaciones resulten un tanto exageradas; acaso por esto me habré dejado llevar del apasionamiento algunas veces, dando á los escritos del poeta sevillano más importancia de la que tienen realmente; mas,

si así es, procuraré más tarde dejarme de impresionabilidades y subjetivismos, y entonces, sin influencias y apasionamientos, podré, rectificar. conceptos anteriormente emitidos.

Yo hubiera deseado que Balart ó Clarín, uno de esos dos hércules de la crítica, se hubiese ocupado de este trabajo, pues, en ese caso, tengo certeza absoluta de que hubiese resultado una obra verdaderamente hermosa; pero cuando no lo han hecho será quizá porque no abunden en mi opinión. Sin embargo, dice Valera (creo que discutiendo con Campo. amor) que, de muchos años á esta parte, no ha existido en España ningún otro poeta tan verdadero como Becquer; Becquer, á quien dió á conocer Rodríguez Correa, un loco que tiene mucho talento, según dijo de él Nombela; Rodriguez Correa, que como él mismo confiesa en el prólogo de La Cigarra, de Ortega y Munilla, ha tenido siempre la vista muy clara para conocer y apreciar á los grandes hombres; como conoció y apreció á Grilo, ese bardo tan delicado como dulcísimo, que después de haber escrito infinidad de composiciones llenas de ternura indefinible, de erótico sentimentalismo y de voluptuosidad inexplicable, se empeña ahora en atestarnos de poesías insustanciales, impregnadas de adulación y servilisino. ¡Ni sé yo cómo doña Amelia, la reina de Portugal, que dicen que es tan hermosa, ha logrado escapar de las persecuciones de la musa palaciega del poeta de los salones; ni sé yo cómo ha podido marchar á su país sin un soneto siquiera de Antonio Fernández Grilo! ¡Pobre Grilo! Tiene alma verdadera de poeta, entiende el misterioso lenguaje del amor y de las flores, ha nacido para remontarse á las alturas como el águi. la, y se empeña en rastrear, ni más ni menos que si fuera un poetastro vaciado en los moldes de Carulla ó de Cañete. Cree que con haber escrito antes composiciones hermosas, podrán fácilmente ahora disculparse sus deslices; cree que porque en estas mismas composiciones que escribe en la actualidad se vean de vez en cuando destellos de su genio, hemos de aceptarlas como buenas; pero se engaña y demuestra haber olvidado estas palabras de Horacio:

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