bierno, que se dedican exclusivamente á trabajos judiciales. Mister Galton en Inglaterra y Mr. Alphonse Bertillon en Francia, se han dedicado á practicar, con gran perseverancia, un concienzudo trabajo de la fotografía, como elemento auxiliar de los tribunales. Á Mr. Bertillon se debe el establecimiento del servicio fotográfico en la Prefectura de policía de París, que ha despejado muchas incógnitas en estos últimos años, llevando á Mazas los más hábiles y astutos criminales. -Ya ve usted, mademoiselle, que no he ido muy lejos al asegurar que la fotografía es un poderoso elemento de investigación que hoy tiene la ley pára no dejar impunes muchos crímenes. -Es cierto, Mr. Charles, y cada día se tocarán más de cerca sus beneficiosos resultados. -Indudablemente. Alguna vez, si vuelvo á tener el gusto de ver á ustedes, hablaremos de ésto, y ya verán qué de portentosos descubrimientos se deben á la fotografía. -Perdone usted monsieur, pero yo como mujer soy curiosa, éste al menos es el juicio que tienen formado los hombres de nosotras y hasta cierto punto con razón, quiere usted desvanecer una duda?... -Usted dirá, mademoiselle. --¿Es usted pintor?... recuerdo que antes no respondió usted en concreto á esta pregunta. -Un poco para no desmentir la sangre, mi padre lo era... -¡Ya decía yo!... Entonces... irá usted á Toledo en escursión artística. -Algo hay de eso, pero no en el sentido que usted cree. -Entonces... -Voy con objeto de hacer algunas reproducciones fotográficas. -¡Ah!... es usted aficionado... bueno; ¡j'en suis bien aise!... lo celebro; mi hermano también lo es. -Tanto mejor; así trabajaremos juntos si él es gustoso en ello. -¡Ya lo creo!... y le dará usted algunas lecciones, es un principiante, y hasta hoy no ha hecho nada que merezca la pena. Teoría tiene mucha, pero práctica le falta bastante. -La práctica no se adquiere en cuatro días, mademoiselle, hay que echar á perder muchas placas antes de estar en disposición de hacer algo que pueda verse. -Así lo entiendo yo y se lo digo para que no se desanime. -Bien hecho; todos los principios, unos más y otros menos, están erizados de dificultades y si el desaliento se apodera de uno... ¡á morir! mademoiselle, jamás hará nada de provecho. Ambos guardamos silencio; yo la miraba, y cada vez... ¡Voy á ser franco! confieso que me gustaba más. En mi admiración había de todo; un poco del entusiasmo que experimenta el artista ante una obra escultural de irreprochable corrección, y algo de otro sentimiento que no quiero calificar, indisculpable cuando el hombre tiene treinta años, ha corrido mucho y los disgustos, las decepciones y los sinsabores de esta vida tan preñada de ingratitudes, han marcado en él su paso con algunas hebras de plata. Al fin no pude contenerme, y con el acento de convicción más profunda la dije: -Créame usted, mademoiselle, lo que voy a decirla: desde hace dos horas estoy convertido en obispo. -¡En obispo!...-exclamó dominada por la más sincera admiración sin saber donde yo iba. Tal vez en su fuero interno creyó que se las había con algún loco. -Si señora; ó en Cardenal... ó en Papa ó en lo que usted quiera... --¡No entiendo!...-respondió cada vez más asombrada y mirándome con espanto nada fingido. Decididamente yo estaba fuera de razón. -Pues es muy sencillo... por que no hago más que echar bendiciones. -Y á quien, si puede saberse-dijo algo más tranquila soltando una carcajada y vislumbrando intuitivamente algo de lo que yo iba á contestarla. TOMO CXLIX 3 --A un muerto: á Daguerre inventor de la cámara oscura. -¿Tal admiración causa en usted su memoria?... —¡Oh! mucha, mademoiselle, en este instante sobre todo. -¿Por qué?... No entiendo...-me preguntó haciendo un gesto de admiración perfectamente fingido. -¿Me lo pregunta usted?... Por que sin él no estaría yo aquí, y no estando aquí, tampoco hubiera disfrutado la dicha de conocerla á usted. —¡Ja... ja!... ¡que gracia!... ¿y es por eso? -Se lo juro á usted. -¿De veras?... -De veras. -Pues entonces, no seremos amigos nunca; detesto á los ingratos. -¡Mademoiselle!... -Lo dicho. ¿Qué hubiera hecho Daguerre sin el concurso de Nicephore Niépce? La observación era justa; pero en aquel pugilato de frases intencionadas no quise abandonar la partida. -Y... ¿qué hubieran hecho los dos sin el experimento de Fabritius el siglo XII?... -Hasta ahí no llego-me contestó haciendo un gesto encantador.-Me ha vencido usted, monsieur Charles. -Pues bien, si nos vemos en Toledo, tendré un gran placer en decirla á usted quien fué Fabritius, y hasta describir á grandes rasgos toda la historia de la fotografía. -¡Oh placer!... le tomo á usted la palabra, pero... ¿por qué no empieza usted ahora? -Mire usted-contesté señalando la ventanilla. En aquel momento, la cabeza del tren rebasaba las agujas penetrando gallardamente en la estación de la Imperial ciudad. -Acepto el aplazamiento-dijo. -No se arrepentirá usted de ello. Hablaremos de las observaciones de Schele, Weedgood, Schenebier, Niepce y Daguerre, Talbot, Daví, Porta, Niepce de Sant Victor, Le gray, Rosell, etc... y conoceremos ese rico plantel de sabios modernos que han elevado la fotografía al grado de adelanto en que hoy se encuentra. Además... -¿Qué?... -Enseñaré á usted un documento curiosísimo. -¿Q'est que ce document, Mr. Charles?... -El contrato celebrado entre Niépce y Daguerre. Abrí la portezuela, salté al andén y ofrecí la mano para bajar á mi linda compañera. Cuando sentí el suave roce de aquellos deditos ceñidos por finísimo guante de piel de Suecia, experimenté una especie de sacudida nerviosa, ella lo notó y desprendiéndose inmediatamente, volvió la cabeza con las mejillas encendidas, á la vez que exclamaba: -¡Richard!... -¡Esther!... contestó un joven alto, rubio y vestido con sencilla elegancia que se acercó en aquel momento. -He aquí á mi hermano, monsieur Charles... Richard, tengo el gusto de presentarte á Mr. Mac-Ewans nuestro compañero de viaje—dijo Esther presentándonos uno á otro con esa distinción de la mujer acostumbrada al trato del gran mundo. Salimos. Yo había entregado el talón de mi equipaje á Francisco, un criado que tenia á mi servicio hacía cuatro años, listo como una ardilla, puntual en todo, me robaba poco y se hubiera dejado hacer pedazos por mi. -¿Dónde va usted?... Me preguntó Richard. -Al Hotel Castilla. ¿Y usted?... -Pues en marcha. Arrancó el ganado y entre los chasquidos de la tralla y los juramentos del mayoral, empezamos á subir lentamente el plano inclinado de la carretera, mientras veíamos destacarse entre la bruma el conjunto macizo de la Imperial ciudad coronado por sus esbeltas cúpulas, y allá en lo alto de un cerro como centinela avanzado, la en parte derruída mole del castillo de San Servando. CAPÍTULO II TOLEDO Toledo. Su descripción.-Su origen.-La monarquía visigoda.- La cueva de Hércules.-D. Rodrigo y el Hércules egipcio (leyenda).Fin de la monarquía.-El imperio de los Califas.-Jabise y Almanzor. El reino independiente de Toledo.-Alfonso VI. - Florecimiento de Toledo bajo el cetro de los monarcas castellanos. Es Toledo la ciudad más rica de España en objetos de arte retrospectivo; en la que más abundan los recuerdos y monumentos de otras edades. Desde sus primeros tiempos hasta nuestros días, todos los pueblos y dinastías que hollaron con su planta la ciudad del Tajo, fueron depositando en ella los tesoros de la civilización, ó moles tenebrosas que simbolizan una época de barbarie. «Cual si brotara-dicen D. José María Quadrado y D. Vi>cente Lafuente en su descripción de Castilla la Nueva-de >entre ásperas breñas ó de terrosas llanuras sin movimiento y vida, su lejana aparición obra el efecto de un encanto; á >trechos se esconde en las sinuosidades del camino para re> aparecer luego más distinta y más hermosa; á trechos la pre>ceden cual mensajeros alguna ruinosa ermita, algún case»rón arábigo, algún vestigio de remotas épocas y dominacio»nes. A guisa de trofeo artísticamente colocado, se agrupan »en anfiteatro los edificios, realzando armónicamente su bri»llo en vez de eclipsar por envidia el ajeno; sobre todos y de > todos lados descuella con su maciza mole el inmenso Alcá»zar, como aislado pico sobre densos pinares; en la falda me»ridional lanza al viento sus botareles la Catedral suntuosa; »iglesias y hospitales, casas y palacios, se mezclan y combi»nan en acorde confusión, cubriendo las vertientes del pe»ñasco, y hasta las humildes viviendas de los arrabales to>>man de lejos el carácter de monumentos ó se convierten en >> pintorescos accesorios. Los vapores del río envolviendo á la »ciudad en su ligera gasa alejan ó aproximan los términos |