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peso del metro cúbico de cemento sin comprimir: fijábase, diez ó doce años atrás, en 1.350 6 1.400 kilogramos; mas, á medida que mengua el tamaño de los granos, disminuye también el peso, hasta el punto de resultar, por los ensayos prácticados en Cartagena, que un cemento, cuando deja 20 por 100 en el cedazo de 900 mallas, puede pesar, sin comprimir. lo, 1.370 kilogramos por metro cúbico, y reducirse á 1.015 cuando se ensaye el polvo impalpable que se escapa á través de un tamiz de 5.000 mallas en centímetro cuadrado.

Todas estas circunstancias, y muchas otras que omito en obsequio á la brevedad, muestran cuán delicada es la preparación de los cementos y demás productos hidráulicos, y cómo es la Química la llamada à esclarecer respecto de ellos cuestiones interesantisimas, que por desgracia no se han resuelto todavía, á pesar de los profundos estudios à que se han dedicado hombres eminentes. Sin embargo, los adelantos conseguidos de poco tiempo á esta parte son bien notorios: se fabrican cementos de cuasi absoluta homogeneidad en sus condiciones físicas y químicas; y, merced á este resultado y á los perfeccionamientos introducidos en los hornos y en los métodos de cochura, la cohesión que se alcanza es muy superior á la de los antiguos productos hidráulicos. Los buenos cementos de Portland, amasados sin arena, y después de dos ó tres años de sumergidos, ofrecen una resistencia à la tracción que se acerca á 50 kilogramos por centímetro cuadrado, próximamente el doble que el cemento natural de Zumaya, y el triple de la resistencia que señalaba Vicat à los morteros de cales eminentemente hidráulicas.

No os molestaré con la enumeración de las aplicaciones de las argamasas en general, y en particular de las preparadas con cementos ó cales muy hidráulicas; pero permitidme que, aunque de pasada, recuerde que son la base del hormigón, y que con éste se construyen esos inmensos sillares artificiales, que a veces llegan á medir 50 metros cúbicos y con los cuales, ora concertándolos, ora botándolos á modo de piedra suelta, se edifican esos espigones, diques y rom

peolas, verdaderos trabajos ciclópeos que atestiguan la vitalidad de la ciencia y del comercio en el siglo XIX.

Mas, con ser asombrosas esas construcciones, no son, sin embargo, las que imprimen carácter à la época; las fábricas de enorme masa, aunque con distinta aplicación y diferente modo constituídas, se conocen desde tiempos remotisimos. No nos admiran tanto esas moles destinadas á desafiar los embates de los más rudos temporales del Océano, como las obras esbeltas, y ligerisimas, con calados de anchas mallas, que ora salvan, á alturas vertiginosas, ríos caudalosos y profundos abismos, dando paso á los pesados trenes que arrastra la potente locomotora; ya cubren, sin apoyos intermedios, vastas galerías capaces de contener un museo completo de las innumerables máquinas que dan vida á la moderna industria; ya se elevan al espacio, empequeñeciendo à los antiguos colosos, pirámides, obeliscos y flechas de góticas catedrales; ora, artísticamente combinadas, forman delicadas labores policromas, nuevo elemento decorativo que utiliza y utilizará cada vez más el arquitecto. El hierro dulce y colado, y sobre todo el acero, son los materiales que dan sello especial á nuestras construcciones; y se comprende que así sea, porque, á la par que reunen los requisitos indispensables de solidez, rapidez en su empleo y economia, lo mismo se prestan á utilizarlos en la ejecución de grandes puentes, viaductos y armaduras, que en los edificios corrientes y en las acabadas líneas de la ornamentación.

Verdaderos prodigios técnicos se han realizado con el hierro y el acero: los puentes de Glasgow, San Luis y Brooklyn en los Estados Unidos, y en especial el ya citado del Forth en Escocia; el viaducto de Garabit, cuyo tramo central tiene 122 metros de cota y lo sostiene un arco parabólico de 165 metros de cuerda; la notable galería de máquinas en la última Exposición Universal de Paris, con sus armaduras ojivales de 115 metros de vano; la torre de Eiffel, cuya cúspide domina el vasto territorio que se descubre desde una altura de 300 metros; muchos otros ejemplos que pudiera presentar,

demuestran bien á las claras los problemas que la Química y la Mecánica han llegado á resolver. No estoy, sin embargo, conforme con el parecer del docto Van Drunen, profesor de la Universidad de Bruselas, que cree se ha realizado ya con los materiales metálicos la fusión de la ciencia y del arte, merced á los esfuerzos de ingenieros y arquitectos en el certamen parisiense: quizá influya en mi modo de ver, como indica el ilustre catedrático, el que, acostumbrada la vista à la disposición y proporciones de los monumentos antiguos y medioevales, no se ha educado aún nuestro gusto, y admirando, como es debido, las grandes construcciones modernas, no experimentamos al contemplarlas la emoción que siente el ánimo ante la belleza artistica: confieso paladinamente que ni los puentes atrevidos, ni las vastas galerías cubiertas, ni los adornos metálicos me causan impresión parecida á la que me producen tantos y tantos severos puentes de fábrica, elegantes pórticos, templos de todas edades, y el más insignificante alicatado de nuestra incomparable Alhambra. Á mi juicio, la generación actual ha hecho mucho, muchísimo; ha ganado grandes batallas á la materia, consiguiendo éxito completo en el terreno cientifico, y ha reunido todos los elementos necesarios para que un genio poderoso, otro Miguel Angel, que aún no ha aparecido, pero aparecerá sin duda, los aproveche é inaugure una era arquitectónica, que no será ciertamente de Renacimiento, sino de creación artística de las construcciones metálicas.

Como quiera que la Química es la base de la Metalurgia y de los procedimientos siderúrgicos, no hay para qué encarecer el papel importantísimo que desempeña en la preparación y trabajo de los nuevos materiales, y en los estudios que con tanta perseverancia se prosiguen sobre su esencia y constitución. Para no hacer demasiado largo este discurso, nada diré de los hierros dulces y colados, limitándome à someras consideraciones sobre el acero. Á pesar de tanto como se ha discutido este asunto, ó más bien à causa de esto mismo, es difícil precisar lo que por acero se entiende: á fuerza de que

rer investigar la constitución de la molécula y las modificaciones que sufre durante el trabajo-tropezando con el atraso en que hoy se encuentra todavía la Física molecular, y por consiguiente, los cálculos de resistencia,-se han expuesto multitud de teorías, fundamentadas en hipótesis más o menos ingeniosas y se han preparado muchos metales de composición diversa, de cualidades heterogéneas, todos ellos llamados aceros, y que no tienen más que un carácter general, el de hierros que adquieren por el temple mayor elasticidad y dureza. Aunque de las varias clasificaciones propuestas, y entre ellas la de la Comisión de Metalurgia en la Exposición de Filadelfia; ninguna ha llegado á tomar carta de naturaleza, se impone un acuerdo que permita diferenciar en el lenguaje el acero del sutil muelle de un reloj, del de la fuerte barra de un ferrocarril ó de la viga de un puente, y del que se funde en grandes masas para piezas de artilleria y blindar embarcaciones.

No hay conformidad entre los hombres de ciencia respecto á las substancias que comunican al hierro las propiedades que pueden llamarse acerantes, ni à si forman ó no con el metal verdaderas combinaciones químicas. Al paso que la hipótesis más corriente sigue siendo que los aceros son carburos de hierro con dosis variables de carbono, Chevreul no admitía tal combinación, y sí que el carbono no hacía más que modificar las propiedades físicas del hierro, aunque al fin y al cabo juzgaba aquel cuerpo como esencial para los fenómenos de la aceración. Más tarde Fremy, fijándose en los pormenores para obtener el acero cementado, establece que el hierro no se acera sólo por la acción del carbono, que ha de intervenir también el ázoe, y que el cuerpo resultante no es un carburo, sino un nitrocarburo de hierro; teoría que tuvo gran boga, pues la admitió el célebre químico Dumas, y no fué combatida rudamente más que por Caron, adversario decidido de Fremy, quien, en su obra ya clásica de Química, dió mayor amplitud á su pensamiento, exponiendo un principio fecundo, confirmado en parte por la experiencia, y que

ha de ser fuente de notorios adelantos si sale del período de incubación y se convierte en verdad reconocida. Retractándose algún tanto de su opinión sobre la influencia decisiva del ázoe, afirma que cuasi todos los cuerpos simples, al actuar en el hierro, dan sucesivamente, conforme la dosis en que se empleen, aceros, hierros colados y compuestos definidos. Como comprobación de que el carbono no es el único cuerpo acerante, os recordaré algunos hechos: en 1867, la fábrica de Neuberg (Austria) preparó un acero que, con tres milésimas tan sólo de carbono y 10 de silicio, resultaba de análogas propiedades al acero duro ordinario con 10 milésimas de carbón; trabajos más recientes, hechos en Seraing (Bélgica), muestran que el acero puede rercibir hasta 14 milésimas de silicio, rebajando á 16 diezmilésimas la dosis de carbono; en Brooklyn se liga al hierro una corta cantidad de cromo, y resultan aceros de excelentes condiciones y tenacidad cuasi doble que la común, con los cuales se ha construído sobre el Mississipi el soberbio puente de San Luis; el tungsteno acrece, como el cromo, la resistencia del metal; y en la fábrica de Terrenoire (Francia) se ha logrado, sin perjudicar las propiedades del acero, poder dejar hasta cuatro milésimas de fósforo en la masa, reduciendo à una la proporción de carbono, recurso que ponían en práctica desde 1869 dos establecimientos alemanes, poco menos que como falsificación inocente, para el suministro de carriles.

Aun ciñéndose al acero que proviene de la modificación del hierro por cortas dosis de carbono (0,50 á 1,25 por 100), se han emitido en estos últimos años nuevas y autorizadas opiniones. Refiérome, en primer lugar, á la teoría llamada celular, expuesta por Osmond y Werth, como fruto de sus notabilísimos trabajos en el Creusot, y basada en la Termoquímica y en ensayos microscópicos: admiten que el acero está constituído por granulaciones de hierro cubiertas de una cutícula de carburo, cuyo espesor varía con la dureza del metal y las condiciones físicas que determinan la agrupación molecular, y establecen que el acero se compone de hierro

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