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á

mado Teóricos al grupo que forman los médicos que siguen paso a paso los modernos descubrimientos; de lo cual puede colegirse, que, algunas veces, no siempre, las bravatas que ciertos médicos echan de Clínicos y de su entrañable amor á la clínica y de que la clínica es la única fuente segura de enseñanza, más bien que el tan decantado amor à la clínica (pues los llamados Teóricos no la quieren menos, sin manosearla tanto) representan amplia y resistente coraza donde se guarecen, por temor á que los dardos teóricos, rompiendo la película tenuísima de sabiduría con que se revisten, pongan de manifiesto la ignorancia en que están sumidos, y provincial trinchera tras de la cual se defienden de toda cuestion de doctrina que á cada instante puede surgir de la cuestión clínica más insignificante.

Y ¿qué diremos de nuestros Museos y Bibliotecas? Verdad es que ni éstas ni aquéllos son visitados con la asiduidad y la constancia del que quiere formarse un capital trabajando con el inactivo tesoro ajeno, pero no lo es menos, ciertamente, que uno puede encontrarse en una biblioteca con quien le diga que no tienen el libro que se pide, estando á la vista del que ha formulado la petición, y puede visitar un Museo anatómico, recibiendo la sin igual sorpresa y el aterrador asombro de ver aquellas figuras plásticas, construídas y compradas para la enseñanza, adicionadas de una tela que oculta el aparato genital á los honestos ojos de los visitantes, remedando la hoja de parra de Adán y Eva, sin tener en cuenta, el que tan extraordinarias y nunca pensadas cosas dispone, que la Ciencia no es honesta ni deshonesta, y por lo tanto, que tienen la misma significación cientifica los órganos de aquel aparato que la que pueden tener los del digestivo y respiratorio, por ejemplo.

Pero ¿para qué, señores, seguir reseñando tales hechos, que tan intimamente se relacionan con la investigación experimental, y que sólo al ver que, por desgracia, son verdades, han de encender nuestro rostro de rubor y han de encolerizar á quien se precie de verdadero amante de su patria?

Basta con lo apuntado para que con vuestros propios ojos juzguéis el índice moral que alcanza la Ciencia en España.

Ineludible deber es del que se ocupa de un asunto de interés tan vital, indagar el por qué esta España que ya en el siglo XIII, con su Universidad salmantina, caminaba á la vanguardia de las de Oxford, en Inglaterra, París, en Francia, y Bolonia, en Italia, únicas que por aquel entonces existían, ha llegado á la postrada y anhelante situación de nuestros días.

En la imposibilidad de ocuparme detalladamente del variado número de causas que han influido en nuestra creciente y desesperante decadencia, por no molestar mucho tiempo más vuestra benévola atención, sólo me ocuparé de las principales, reuniéndolas en cuatro grupos, en los cuales hablaremos, sumaria y sucesivamente, de la raza, la tradición, el origen de la investigación experimental y el sistema educativo, las cuales, anuando sus esfuerzos y completándose en el detalle, nos han llevado á la triste y desconsoladora situación que hoy lamentamos.

Considerando las razas desde el punto de vista moral (1), único que en esta ocasión nos incumbe, las podemos dividir en dos categorías: superiores é inferiores ó decadentes. Como que en cada raza se pueden distinguir, y se distinguen claramente, un carácter general, propio de la colectividad, y un carácter particular, propio sólo de algunas individualidades,

(1) Véase acerca de los vicios económicos de nuestra raza, el extenso capítulo del discurso Ensayo teórico-práctico sobre los medios de mejorar la situación económica de España, etc., pronunciado por Letamendi en el Ateneo Catalán, el 23 de Abril de 1869. Allí verá el lector que lo que en aquel capítulo su autor consignó como realidad, resulta hoy, á vuelta de veinciticinco años, una verdadera profecía.

á uno y á otro hay que tener en cuenta para juzgar de la su perioridad ó inferioridad de una raza determinada; y como. que la agrupación humana está formada por una sola especie, y las razas no son más que agrupaciones genéricas parciales con caracteres comunes, y como que en toda agrupa. ción nunca faltan excepciones, resulta que aquel carácter general, propio de la colectividad, es el representante genuíno de la raza, mientras que aquel carácter particular, propio de algunas individualidades, es el persistente representante de la especie que se conserva, sin modificación fundamental, á través de las razas más diversas y variadas.

Una raza es tanto más superior, cuanto mayor número da de individuos representantes de la especie, ó sea de aquellos que, por el desarrollo de sus facultades intelectuales, se colocan, sin artificio alguno, por encima del nivel en que se encuentra la raza á que pertenecen, igualándose á su vez con el nivel de los correspondientes á otras razas. Por otro lado, también una raza es tanto más superior, cuanto más el rasgo común de la colectividad se caracteriza, en el fondo, por tener una firme voluntad inclinada espontáneamente á practicar el bien, y más conciencia tiene de que el bien particular debe supeditarse al bien general y el egoísmo propio debe regirse por la conveniencia común. Cuanto menos acentuados manifiestan las razas estos caracteres, más se borra de las mentes la idea colectiva; el interés personal sobrepuja al general, la conveniencia común resulta un mito y el egoismo particular invade todas las esferas con las naturales anárquicas consecuencias.

En estos casos el individuo tiene la vida como una continua pesadilla, sólo por lo que le preocupa ganarse el sustento, y procura invertir toda su atención al único objeto de sus caprichos ó aficiones, en menoscabo de la misma ocupación que le ampara y le sostiene, lo cual nos explica dos cosas: primera, el gran número de prosélitos que reune la empleomanía en las razas inferiores ó decadentes; y segunda, el que, en estas mismas razas, las oficinas tengan más de sa

lones de tertulia y almacén de objetos de escritorio, que de talleres de trabajo; en estos casos, también el individuo tiene por molestos deberes lo que sólo son simples obligaciones; asi le véis cumplir todo reglamento y toda ley, no con la expansión y soltura de aquel que tiene el firme propósito de cumplir mejor de lo que se le prescribe, sino con la más justa y escatimada exactitud de aquel que busca todos los peros para cumplir lo menos posible, en compatibilidad con lo que se le ha prescrito. En una palabra, en las razas inferiores ó deca. dentes predomina y prevalece la brutalidad del instinto, y en las superiores predomina, prevalece y dirige la sublimidad de la razón.

Ahora bien; ¿con cuál de las dos tiene más analogías la raza española? No es necesario hacer esfuerzo de ninguna clase para verla pintada gráficamente y con toda la limpieza de perfiles de la desnudez, en el grupo de las razas decadentes, ya que, por sus antecedentes, sería notoriamente injusto colocarla entre las inferiores, por más que para el resultado actual sea lo mismo. Ni nuestra raza arroja un gran número de representantes genuinos de la especie, ni el rasgo de la colectividad tiene ningún punto de contacto con el característico de las razas superiores. Las pruebas las tenéis en el insignificante número, que de día en día va en alarmante descenso, de los que logran traspasar sus nombres más allá de nuestras fronteras, mientras son numerosísimos los que llegan hasta nosotros procedentes de otras naciones, refirién dome, como ya supondréis, á lo que ataña á la investigación experimental.

Esto puede servir para explicaros el por qué no hemos de buscar la causa de la escasez extrema de individuos que sean aptos para cultivar dicha investigación, ni en nuestro clima ni en nuestro terreno, tantas veces invocados, porque estos son medics que obran constantemente sobre todos los individuos, y por lo tanto, todos tendrían que gozar de la misma ineptitud. La causa estriba en que la investigación experimental es el método más difícil y complicado de investigación

científica, como ya os he demostrado al principio, por cuyas cualidades, sólo los verdaderos representantes de la especie, dada su natural superioridad, son los que con fruto pueden cultivarlo, y como que España, según queda dicho, arroja un número insignificante de estos representantes, de ahí que sean tan escasos los cultivadores de esta importante investigación. Planteado el problema sobre si el individuo español es apto ó no para trabajos tan minuciosos, pacientes y delicados como los de esta clase, nunca lo podremos resolver satisfactoriamente, aunque vengan en nuestra ayuda las condiciones climatológicas que más nos llaman á la pelea que á la quietud, que más nos disponen á la controversia acalorada que al frío examen, y que más nos aficionan á la polémica pública y vehemente que á la retirada y pacienzuda experimentación. El individuo español, si se me permite la frase, ni es apto ni deja de serlo para tal investigación; es la raza la que da pocos tipos superiores, en la suficiente plenitud de facultades, para que á ella se puedan dedicar.

Respecto á las pruebas de que el rasgo de nuestra colectividad no tiene ningún punto de contacto con el característico de las razas superiores, las tenéis en la aterradora empleomanía, por lo numerosas, en el deplorable estado de nuestras oficinas, en la inerte indiferencia, en la frialdad marmorea con que se cumplen las obligaciones, hasta el punto que por este camino más tenemos de inanimadas figuras movidas por un impulso extraño, que de individuos con vida propia. Por otra parte, la prueba de ese egoismo personal y particular en menoscabo del general ó colectivo que caracteriza á las razas inferiores ó decadentes, en época recientísima, por cierto, la encontraréis. Conformes todos en que para salvar nuestra Hacienda era preciso hacer enormes economías, tan pronto como éstas se iban planteando, iban surgiendo los intereses particulares lastimados, y á medida de éstos, se transformaba cada aldea en un motín, cada plaza en una algarada y cada calle en una colisión; ofreciendo España un espectáculo tan lamentable, que, después de descartar todas las

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