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Estuvieran mejor en mi niño Jesús. Asióle de la capa al religioso y retirándose ambos á un lado continuó: «créame padre, que después que nuestro Señor Jesucristo me hizo merced de uisitarme y mostrárseme juntamente con el Padre Eterno y el Espiritu Santo en tan diuina figura, con tanta hermosura y resplandor, desde entonces le tengo tan presente en los ojos del alma, que nada de acá me satisface, todo me parece feo y escoria y ninguna cosa me da contento, sino uer con el alma las almas que están bestidas de los dones de Cristo y por eso le digo que no me parecía aquella sierua de Dios hermosa.>

Decía, con la mayor ingenuidad, que cuando estaba en el siglo loábanla de hermosa, discreta y santa y había llegado á persuadirse de que en verdad reunía las dos primeras perfecciones, pero jamás creyó que tuviese también la tercera.

Negábase en cierta ocasión Fr. Pedro á confesarla, diciendo que ninguna falta tenía de la Penitencia para comulgar, dada la inmaculada pureza de su conciencia; la santa replicó: no sea padre mio auarienta de las riquezas ajenas.»

Pondera este religioso el irresistible encanto de la conversación de Santa Teresa y la influencia que ejercía en el espíritu de cuantos la trataban, para lo cual refiere un hecho curioso. Había en una ciudad de Castilla cierto caballero dotado de buen entendimiento, pero mordaz en extremo y atrevido en sus palabras; apenas comenzó á comunicar con la mística Doctora, se mudó su ánimo de tal manera, que trocó la desenvoltura por el recogimiento y la devoción; ya no profería una palabra satírica, y ocupábase frecuentemente de las cosas del alma. Cambio tan radical, no pudo menos de causar hondo efecto en cuantos le trataban, que eran muchos, por ser persona noble y principal.

VII

La carta de doña María de Espinel, es una apología del Carmen Calzado, cuyos Religiosos habían cometido graves

faltas, calumniando groseramente à Santa Teresa, como ya hemos visto, y persiguiendo á San Juan de la Cruz de una manera cruelísima. Veamos cómo acerca de esto último se expresa la Reformadora del Carmen, en una carta dirigida á la madre María de San José, Priora de Sevilla: «quitáronles (à las monjas de la Encarnación de Toledo) los dos Descalzos que tenían allí puestos por el comisario apostólico y por el nuncio pasado y hánlos llevado presos como á malhechores, que me tienen con harta pena, hasta verlos fuera del poder de esta gente, que más los quisiera verlos en tierra de moros. El día que los prendieron dicen que los azotaron dos veces y que les hacen todo el mal tratamiento que pueden» (1). Tan crueles azotes dieron á San Juan de la Cruz sus verdugos, que conservó sendas cicatrices en la espalda.

Sabida es la grande oposición que el Convento de la Encarnación de Avila hizo á Santa Teresa, cuando pretendió fundar el de San José en la misma ciudad, como también el que promovieron las monjas de dicho monasterio cuando fué nombrada su Priora.

Nombrado Visitador de los conventos del Carmen de Castilla el Dominico Fr. Pedro Fernández, se enteró de la penuria en que se hallaban las Religiosas de la Encarnación; tal era, que habían resuelto abandonar la clausura, para irse á vivir con sus parientes. Conociendo Fr. Pedro que únicamente Santa Teresa podía sacar el convento de tan difícil situación, de acuerdo con los Definidores del Carmen Calzado, la nombró Priora, á pesar de que ella sintió mucho tal resolución, pues no ignoraba cuántas contradicciones había de experimentar. Terrible alboroto produjo en el convento tal elección, por haberse hecho sin contar con los votos de las monjas y aun contra su voluntad. Determinaron no recibir á la Prelada que les imponían é interesaron en su favor á muchos caballeros de Ávila. Fué necesario que la Santa tomara

(1) Carta CLXXIII, dirigida á la madre María de San José, Priora de Sevilla.

posesión acompañada del P. Provincial y de otro Religioso; varias monjas se levantaron en aquella ocasión profiriendo contra su nueva Priora palabras harto desconocidas y maldi. ciendo á ella y á quien la había llevado; costó apaciguar la soberbia de aquellas mujeres insolentes. Tramóse después una conspiración contra la Santa, y algunas religiosas acordaron maltratarla de obra en el primer Capítulo que tuvieran. Reunióse éste á los pocos días, y con tal motivo dió muestras Santa Teresa de la perspicacia de su entendimiento. Viendo lo enconados que estaban los ánimos contra ella, mandó poner en la silla prioral una imagen de la Virgen, á cuyos pies sentóse, dando á entender que no ella, sino la Reina de los cielos había de gobernar aquella Comunidad. Tan prudente medida, no podía menos de producir el efecto previsto; nadie se atrevió á perturbar el orden en aquella asamblea. Con tanto tino ejerció su cargo, que muy pronto se atrajo el afecto de cuantos corazones la aborrecían antes, y así fué elegida nuevamente Priora, por la voluntad unánime de todas las religiosas.

Doña María de Espinel pretende vindicar al Convento de la Encarnación de los cargos que se le hacían, con motivo de los sucesos referidos, diciendo que se exageraba el alboroto que hubo, y que cada uno metiese la mano en el pecho y considerase lo que haría si en su casa le quisiesen meter inopinadamente quien le mandase y gobernase. Afiade, que la oposición hecha á la Santa, debía disculparse, porque las monjas ninguna experiencia tenían de sus virtudes, y que apenas la tuvieron todas de su lado, cesando muy pronto el encono contra ella. Añade que la Santa habia dado testimonio de las virtudes que brillaban en muchas religiosas de aquella casa, diciendo que encerraba más de catorce justas, doble número del suficiente para que el Señor perdonase una ciudad pecadora. Alega con el mismo objeto los capitulos XVII y XVIII de La Vida de Santa Teresa, en los que ésta afirma que había en la Encarnación bastantes almas que deseaban agradar á Dios, y que de allí habían salido veinte ó más re

ligiosas que fueron otras tantas piedras angulares de nuevas fundaciones. Como prueba de que podía alcanzarse la perfección en el Carmen Calzado, presenta el ejemplo de doña Quiteria de Ávila, monja de la Encarnación en esta ciudad. Había sido esta Religiosa compañera de Santa Teresa en las fundaciones de Medina del Campo, Alba de Tormes y Salamanca; anduvieron juntas por espacio de dos años y las enlazaba un cariño profundo. Por más que le exhortó la egregia Reformadora á que entrara en la Religión Descalza, nunca lo pudo conseguir, pues decía que cada uno debía permanecer en su vocación primera, en la que murió, en efecto, habiendo cumplido siempre exactisimamente su regla, y teniendo el consuelo de que en los últimos instantes se le apareciera la Santa, según ésta se lo prometió cuando vivía.

Por referencia de algunas monjas que habían conocido à Santa Teresa y vivido con ella durante los veintisiete años que ésta permaneció en la Encarnación, nos suministra algunos detalles acerca de su biografía, que no son por cierto despreciables. Así doña Inés de Quesada, recordaba haberla visto cuando iba al Convento antes de profesar en él, y añadia que vestia una saya naranjada, con ribetes de terciopelo negro. Doña María de Cepeda contaba que, yendo una noche con su prima por el claustro, le dijo ésta: «oh, hermana, si supiese el escudero que llevamos, cómo se holgaría», y preguntándole que quién era, replicó que Cristo con la cruz acuestas. La noche que después de hecho examen de conciencia, no recordaba ninguna obra de caridad, iba al Coro y cosía las capas que estaban rotas y que serían bastantes, pues había más de doscientas religiosas. Cuenta además, doña María de Espinel que, según una antigua profecía, saldría de la Encarnación una Teresa dotada de virtudes prodigiosas y que, teniendo noticia de ella la Santa, manifestaba en sus conversaciones con doña Teresa de Quesada, ardientes deseos de ser aquella mujer dichosa, á tanto bien predestinada.

VIII

En el mismo manuscrito que los documentos estudiados, se conserva una relación de algunas cosas notables del Con. vento de la Encarnación, escrita por Fr. Antonio López y Fr. Lucas Rodriguez. Muéstranse éstos demasiado fáciles en admitir apariciones y milagros; cuentan que el demonio echó muchas veces las ascuas del brasero en la cama de la madre Isabel de San José, y que á doña Margarita Maldonado la tuvo abrazada un crucifijo por espacio de media hora; aseguran que cuando Santa Teresa fué elegida Priora, según ya hemos visto, tan á pesar de las Religiosas, puso las llaves del convento en las manos de una imagen de María, y que ésta las entregó á doña Teresa Vela.

Mås fidedignas son otras noticias que nos refieren: «Está, dicen, en este convento de la Encarnación una celda alta y baja que sirve de oratorio aora, que fué celda de nuestra santa madre por muchos años, en la qual hiço pintar un Christo en la pared con el qual se estaua de día y de noche platicando y está oy dia el Christo allí en la pared al cauo de tantos años, tan fresco como si se acauara de pintar; agora tiénele este convento con la mayor veneracion que puede...

»Tenía esta celda una puerta que salía á las enfermerías, por la qual, en oyendo quexar alguna enferma salía nuestra santa madre y se estaua consolándola toda la noche. Está en este convento oy día, la silleria del coro alto y la silla prioral, adonde estando diciendo horas las religiosas, vieron encima de cada silla un ángel y en la silla prioral á Nuestra Señora haciendo oficio de priora.»

Contiene esta Relación otros curiosos pormenores acerca de Santa Teresa. Nos habla de su amistad con la monja doña Marina Maldonado, la cual era tan casta, que para amortiguar las tentaciones libidinosas se revolcó entre la nieve una

TOMO CXLIX

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