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El que siente la música de todas partes, es como el afortunado que sabe los idiomas de todo el mundo. Divertirse con el zórtcico, con la jota, con los ayes del Mediodía ó con los ayes del Norte, con el cante hondo ó con las provocativas seguidillas de la Mancha; divertirse con una sola de estas músicas, es como no saber hablar más que un dialecto; como no conocer de la arquitectura más que una línea; y del lenguaje de los números más que la numeración misma.- Es quedarse á la puerta del conocimiento; no es ver las cosas sino figurárselas, y asomarse al mundo por el agujero de los cosmoramas que hacían las delicias de nuestros antecesores en siete ú ocho generaciones.

Victor Hugo encontraba grandisimo parecido entre las notas musicales y las líneas arquitectónicas; y decía que la arquitectura era la música del espacio, y la música la arqui. tectura del sentimiento. La verdad es que las catedrales góticas son un poema en que torres, capiteles, columnas, agujas y adornos, todo sube al cielo. Parece que rezan y cantan. Castelar ha dicho que la catedral de León es un Te-Deum de piedra.

De los números comparados con las notas ó de la relación entre las notas y los números, hablan las partes del compás musical, el valor de las mismas, el puntillo que prolonga el sonido en cantidad de tiempo determinada, la apoyatura que se agrega y se suma, la pausa que tiene su valor en el pentágrama y los dedos del pianista que no son el pulgar, el indice, el del corazón, el anular y el meñique; sino el 1, el 2, el 3, el 4 y el 5.

Y tanta es la relación de la nota con la letra, que precisamente en lo que se parecen á la letra de las leyes todas las grandes composiciones musicales, es en que la música y la ley, la música compuesta y mejor cuanto más elevada y clásica, y la ley cuanto más fundamental, mejor también, tienen muchos silencios.

La letra viva es la ley.
Y la ley única, la escrita.

Los deberes morales en lenguaje jurídico son imperfectos porque legalmente no se pueden exigir. A nadie puede obligársele á que sea benéfico, á que no preste con usura, á que practique en suma, alguna de las obras de misericordia recomendadas á todo buen cristiano.

No hay más ley social que la defensiva; no hay más ley que la letra de la ley.

Después de cien teorías de temporada, de cien modas y de múltiples lucubraciones que no digo de verano por cortesía, no tenemos ni anterior ni posterior à D. Joaquín Francisco Pacheco, nada que en derecho penal se parezca á sus lecciones inmortales.

La pena es pena porque es dolor. Si no fuera dolor sería alivio; y llevando la teoría á sus últimas consecuencias no llevaríamos los delincuentes á la corrección sino al hospital, no á la Cárcel-Modelo sino à la farmacia.

Puede ser cruel la letra legal, ¿pero acaso hay un asesino que no lo sea? ¿se conoce en alguna parte un parricida ó un ladrón en cuadrilla compasivo y piadoso?

El espíritu de la ley no lleva más que á la impunidad. En el momento de cometer el delito puede ser que no sepan muchos lo que hacen; pero al imaginarlo, prepararlo y ejecutarlo, mientras es tentativa, mientras puede frustrarse ¿cómo dudar de la libertad y de la reflexión de quien delinque? Cuando todo se hace con la intención y la voluntad de matar, y todo se prepara y dispone para matar y está asegurada la muerte que se desea, el último instante de la ejecución es lo de

menos.

El asesinato no es sencillamente la privación de la vida de un hombre, sino todo lo que se hace para lograrla. Y en todos los crímenes, su proceso mismo es lo que constituye la trasgresión del derecho por excelencia y la responsabilidad principal merecedora de castigo.

Mal por mal es la ley de la vengaza en Esquilo.
Y mal por mal es la ley de la justicia en Pacheco.
Pongámonos fuera de la ley hipotéticamente.

¿Qué es la venganza?

Pues no es otra cosa que la descentralización de la administración de justicia.

No es otra cosa que la inclusión de la justicia en el capítulo de los derechos individuales.

No es otra cosa, vuelvo á decir, que la justicia al alcance de cada particular; que la justicia administrada por el ofendido contra el ofensor; que la justicia, digo, como atributo y acción propia de todos los ciudadanos.

Y la justicia aplicada después de un año de cometerse el crimen, no es tampoco otra cosa que la venganza misma; es decir, la justicia administrada en frío.

Lo que hace la ley que mata después de un proceso de veinte meses, no debiera hacerlo nadie. Porque lo hace la ley está bien hecho. Y para encontrar actos semejantes en los individuos, ó hay que recurrir à las luchas y guerras de vecindad entre Pachecos y Palomeques, Zayas y Liñanes de Castilla y Aragón, siempre mantenidas con nobleza semejante á su rencor y arrojo, ó á las maldiciones y juramentos de odio de otra gente más baja y de otras razas inferiores.

Porque el espíritu del legislador no ha podido ser nunca movido por el deseo de prolongar año y medio la agonía de cualquier malhechor, por infame que sea.

Por lo mismo, la aplicación de la letra de la ley será más justa porque será más rápida.

Y si no procede el castigo del criminal porque todo criminal es loco, abajo la ley; pero si procede, hay que atenerse por todo género de consideraciones, á la letra de la ley.

En Inglaterra la letra es la ley. Por eso las leyes inglesas son casuísticas y se procura que tengan pocos silencios. Cuando falla la letra de la ley, no se la violenta nunca; se acude á la letra de la jurisprudencia.

Y cuando no hay jurisprudencia ni hay ley que aplicar, se hace una nueva para aquel caso imprevisto y para todos los semejantes. Pero no dice más que lo escrito, no dice más que la letra de la ley.

TOMO CXLIX

4

Las letras que dan la razón de todas las cosas, son las de filosofia. Muchos dicen que esa es una mala letra porque no se entiende bien.

Todos los rebeldes han dicho que son letra muerta las constituciones.-Castillos en el aire las llama alguna vez don Antonio Cánovas, siendo uno de los más decididos defensores del régimen.

Lanuza defendía los fueros sin interpretarlos; defendía lo escrito y creía en la letra. Los capitanes de Felipe II, mejor dicho Felipe II, lo entendió de otro modo y lo mandó decapitar.

Aquí está el grave peligro de la interpretación de lo escrito, y es que no existe tal interpretación; porque tan pronto como se prescinde de la letra de la ley, se atenta contra ella; pues todo el mundo, separado de lo escrito, suele aplicar su voluntad y nadie la del legislador.

Y si esto sucede en el orden jurídico, en el orden administrativo es cien veces más peligroso el olvido de la letra de las leyes, de los reglamentos, de las circulares, de las órdenes todas.

La interpretación es sinónimo de arbitrariedad en el orden administrativo.

El interés político es más avisado como interés particular, tiene más astucia y más penetración que el interés general, que mueve al poder legislativo como interés de todos.

Nadie se defiende mejor que uno mismo, y contra la letra del mandato ó de la disposición, ninguno como el llamado á aplicarla; y con los gobiernos de partido, nadie como el gobierno mismo impune, é irresponsable con su defensa de las mayorías parlamentarias.

Por lo mismo se impone la aplicación estricta de la letra de la ley.

Fuera de la vida pública, fuera de la vida del derecho, ya hay que discurrir y producirse de otra manera.

En los textos de la filosofía, en las parábolas de las reli. giones, en lo que es obligación moral y deber ético, el espíritu vivifica.

La interpretación desinteresada, porque en aquel orden de ideas lo es, cuando se hace por los defensores de la religión misma; la interpretación desinteresada, digo, guía y aconseja, evita el error al que naturalmente se inclina el entendimiento humano, y muestra con todo su relieve las puras enseñanzas que envuelven los símbolos, las imágenes, las galas del estilo y las hermosuras de la inspiración que lo adorna y levanta.

Todo lo que viene de Oriente viene florido, viene iluminado por los primeros rayos del sol, los primeros colores de la luz y los primeros alientos de la vida.

La interpretación, que es arbitrariedad en la ley, es senda de verdad en la historia, es antorcha de la fe en las tradiciones, y es camino recto y seguro para disipar las sombras y las nubes que suelen obscurecer la vista míope de los vacilantes y de los no firmemente convencidos.

En Dios se cree y con los hombres se contrata.

Para las relaciones del alma rige el sentimiento; para las relaciones del cuerpo la escritura.

Para la fe eterna, inmortal, en la otra vida hay un centinela que acusa las debilidades y las caídas: es la conciencia. Para la fe de do ut des, basta con el notario.

Y volvamos á las letras, para dar fin y remate á mis variaciones.

Los hombres de letras no han constituído gremio ni asociación hasta los tiempos modernos. Antes eran cuasi clase, cuasi centro, cuasi compañía de individuos vagamunda y errante. El espíritu de asociación los ha aproximado, y si todavía no los ha unido, es porque no hay entendimiento ni carácter más independiente que el mejor cultivado y el más culto.

Las gentes de letras tuvieron en la decadencia de Roma una vida miserable y degradada. No de las liberalidades de Mecenas, sino de las adulaciones que pagaban los déspotas y los tiranos.

En la Edad Media significaban tanto como los cantores de

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