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cierto que, gracias à la monarquía absoluta, cada día van perdiendo su importancia.

A la desaparición de la casa de Austria, toman nuevo rumbo las libertades políticas y civiles de las antiguas nacio nalidades españolas; y la división entre ellas apoyando unas á la dinastía Austriaca y otras á la casa de Borbón, tradúcese en la pérdida ó conservación de sus libertades, según que se tratara de vencedores ó vencidos. No hay otra razón que pueda justificar la desaparición de los diversos regimenes especiales, sino la de haber prestado apoyo á una ú otra dinastía; no puede invocarse razón histórica ni filosófica alguna, toda vez que al paso que la antigua corona de Aragón pierde su régimen especial, consérvanlo el reino de Navarra y las provincias Vascongadas; y no es esto sólo, sino que al paso que Aragón ve derogados sus fueros y sólo después de cuatro años logra salvar su derecho civil, Cataluña conserva sus leyes penales, procesales, mercantiles, civiles y en parte las municipales, llegando hasta á dictarse, en el siglo pasado, leyes especiales para Cataluña, mientras que Valencia ve suprimidos sus fueros y quedar sujeta en un todo á la legislación general de Castilla.

Comienza en esta época una nueva era, en la que al régimen de variedad sucede el de uniformidad, producto del absolutismo de la Monarquía francesa; comienza en esta época la errónea y funesta creencia de que todo aquello que es producto de la vida de los pueblos, y que no había sido concesión graciosa de ningún Monarca, es un fuero, un privilegio, una exención, como se lee en las disposiciones de Felipe V (1), aboliendo las libertades aragoneras, sin tener en cuenta que aquello que suprimía el Monarca absoluto, y algo más que había muerto á manos de los Austrias, era la dote aportada por Aragón á su enlace con Castilla, y no por concesión graciosa, sino por un indiscutible derecho, tenia sobre ella una propiedad absoluta, constituyendo el acto realizado

(1) Ley 1.a, tít. III, libro 3.o-Novis Recop.

por Felipe V un verdadero despojo que no puede justificarse más que con las palabras del mismo Rey, considerando como un atributo de la Monarquía la imposición y derogación de las leyes; doctrina bien diferente de la que había informado la vida de todas las regiones españolas. Desde comienzos del siglo pasado, el poder absorbente de la Monarquía absoluta fué cada vez mayor, pues si bien es cierto que se restablece lo que nunca debió suprimirse; si bien es cierto que Navarra y Vascongadas conservan sus libertades y Cataluña una parte de ellas; si bien es cierto que aún se legisló para Cataluña en especial, el movimiento centralizador fué creciendo, amenazando destruir la obra de tantos siglos, toda vez que no un conjunto de siervos, sino la agrupación de hombres libres, es lo que forma la nación. La diferencia entre germanos y romanos en cuanto à la formación del Estado, tiene aquí perfecta aplicación: así como los romanos concedían por gracia y en la medida de su conveniencia, derechos y libertades», así el absolutismo considera concesión graciosa de la corona todo derecho y toda libertad: así como los romanos «sometían los pueblos al centro constituído», así la Monarquía absoluta iba sometiendo á su poder todas las regiones; el régimen romano era «unitario, absorbente, burocrático», absorbente, unitario y burocrático es el de la Monarquía absoluta; los romanos no llegaron á formar el grupo nación, y era de temer que la nación, que había sido formada por los germanos y que tales embates había recibido, desapareciera al desaparecer los órganos que la daban vida.

IX

Decía en el comienzo de éste trabajo que en nuestros tiempos existe un recrudecimiento del movimiento regionalista, y este recrudecimiento ha sido provocado por los ataques dirigidos á las regiones, ya en nombre de la libertad, ya en el de la reacción; pero siempre inspirados por un unitarismo,

más exagerado aún que el de Felipe II y Felipe V. Y en verdad, señores, que parece increible que en la época en que se proclaman los llamados derechos individuales, la soberanía nacional, la autonomía municipal y tantos otros principios que pasan como conquistas de los tiempos modernos, se pretenda quitar todo valor á todo aquello que, siendo resultado de esa misma soberanía que se proclama, vive y vive á pesar de que el medio ambiente en que se agita, está impregnado de miasmas deletéreos que organismos menos robustos no podrían resistir. Toda la obra del presente siglo, parece que no ha tenido más objetivo, que destruir todo el resultado de nuestra evolución social inspirándose, más que en nuestra historia, en teorías filosóficas, en doctrinarismos que pretendian curar todos nuestros males, cuando en realidad no han hecho más que abrir nuevas heridas que, al sangrar, han dejado anémico nuestro organismo nacional; y lo peor del caso es que, llegada la ocasión de encontrarnos con un enfermo lle no de heridas, al que su extremado agotamiento hace que la cicatrización sea difícil, lejos de procurar que se reponga, lejos de procurar que su sangre se enriquezca, lejos de procurar que sus energías vitales aumenten, se va poco a poco agotándole más y más, quitándole la poca sangre que le resta para verificar después una transfusión de sangre virulenta, que sustituya à la rica que antes tenía.

Uno y otro día oiréis clamar contra las corrientes que dominan en nuestro país, que ya en el terreno científico, ya en el literario, ya en el político, ya en el artístico, en una palabra, en todos los órdenes de la vida, no son otras sino las de aceptar todo cuanto de fuera viene, rechazando todo aquello que es producto de nuestra vida: tenemos la desgracia de haber destruído todo lo nuestro, y ahora nos encontramos con que las dificultades son mayores para reconstruir que para conservar y mejorar lo que existía; resultando, por tanto, que habiendo derribado y no habiendo construido, tenemos forzosamente que vivir de préstamo, cuando no de la caridad.

Recordad, sin salir de esta casa, las brillantísimas Memo

rias leídas el curso último por los Sres. Puyol é Icaza y en el presente por el Sr. Codina, y no podrá menos de representarse ante vosotros aquellos cuadros tan cargados de tinta en los que, como en un libro de Caja, nuestro Haber figura en blanco y nuestro Debe tiene bien repletas sus columnas: desde la política centralizadora y absorbente, con su parlamentarismo, producto exótico, hasta las provincias y Municipios, exánimes, indigentes, sin vida alguna propia, sin medios materiales, como no sean las migajas que desde el centro se les arroja para que no mueran de consunción; desde el derecho hasta la literatura; desde nuestros intereses morales hasta los materiales, todo, en una palabra, figura en las columnas de nuestro Debe. Cierto es que estamos en un siglo de crítica; cierto es que todavía no hemos no ya encontrado, sino que ni aun vislumbrado solución al problema; pero por esto mismo, en vez de derribar todo el edificio existente, hubiera sido preferible conservarlo, mejorándolo, ó, por lo menos, ir aprovechando los materiales en una nueva construcción, toda vez que el mal no estaba en aquéllos, sino en ésta, que era defectuosa; sin embargo, siguióse el peor sistema de todos: aprovechar materiales viejos junto a otros nuevos traidos de fuera, edificando de un modo vicioso.

Los que comenzaron la obra de reconstrucción de nues. tra nacionalidad no tuvieron en cuenta más que un solo de los defectos del antiguo edificio, y todos sus esfuerzos, todas sus miras se dirigieron á procurar que este defecto no apareciera en la nueva construcción, y obsesionados por esta idea, no vieron que los defectos nuevos en que caian eran tal vez más graves que el que querían evitar.

Las Cortes de Cádiz trataron de levantar barreras que contuvieran los excesos del absolutismo; y al efecto buscan en nuestra historia, ya en la de Aragón, ya en la de Navarra, ya en la de Castilla, justificación para su proyectos, y en el párrafo tercero del Discurso preliminar se dice: «La funesta política del anterior reinado había sabido desterrar de tal modo el gusto y afición hacia nuestras antiguas instituciones,

comprendidas en los cuerpos de Jurisprudencia española, descritas, explicadas y comentadas por los escritores nacionales, que no pueden atribuirse sino à un plan seguido por el Gobierno la lamentable ignorancia de nuestras cosas, que se advierte en no pocos que tachan de forastero, y miran como peligroso y subversivo lo que no es más que la narración sencilla de hechos históricos referidos por los Blancas, los Zuritas, los Angleiras, los Marianas, y tantos otros profundos y graves autores que, por incidencia ó de propósito, tratan con solidez y magisterio de nuestros antiguos fueros, de nuestras leyes, de nuestros usos y costumbres.>>

Pues esas Cortes, que buscaban en lo que era producto de nuestra historia la justificación de aquellas instituciones limitativas del absolutismo; esas mismas Cortes que, en su discurso preliminar, rechazaban la nota de innovación y extranjerismo, se dejaban llevar de las corrientes filosóficas y proclamaban en el art. 258 que unos mismos Códigos regirían en toda la nación. ¿Es que todas las instituciones políticas, que las Cortes ensalzaban, eran producto de nuestra historia? Pues igualmente lo eran las instituciones civiles, y aun en favor de éstas existía un argumento más sólido; y es que, al paso que en las instituciones políticas había una solución de continuidad de dos siglos, en las de orden civil no existía esa solución de continuidad, puesto que había seguido recibiendo la veneración de aquellas regiones, que vivían al amparo de santas y seculares leyes, producto de su vida y aquilatadas por la experiencia de diez siglos.

Y si en la esfera del derecho civil vemos amenazada la variedad, en el orden municipal sucede lo mismo, toda vez que en el párrafo 68 del Discurso preliminar trátase de generalizar los Ayuntamientos á toda España, bajo reglas fijas y uniformes. Y siguiendo en sus tendencias uniformadoras, dicen en el párrafo 95 al hablar de la enseñanza:

«Esta ha de ser general y uniforme, ya que generales y uniformes son la religión y las leyes de la Monarquía española.» Por esto digo que podrían rechazar aquellas Cortes el dictado

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