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de innovadoras y extranjerizadas, en cuanto á las instituciones políticas, pero no es menos cierto que en estas otras instituciones que menciono, más que de nuestra historia, se dejaban guiar de las corrientes de la centralizadora Francia. No es la unidad nacional la que nace con las Cortes de Cádiz, no es la continuación de nuestra historia, es algo distinto, algo que pugna con las tradiciones del pasado; algo que el absolutismo, con sus tendencias unitarias, no había llegado á plantear: la uniformidad nacional que aparece en la Constitución del año 12, no puede confundirse nunca con la unidad nacional.

La unidad monárquica se había realizado por los Austrias; los Borbones realizaron la unidad política, la uniformidad absoluta es la obra del siglo XIX. Ya desde la Constitución de 1812, veremos consignado en todas ellas el principio «unos mismos Códigos regirán en toda la nación», sin que, afortunadamente, hasta la fecha, sea una realidad ese precepto. Toda la obra de este siglo parece que no tiene más objetivo que ir destruyendo todo aquello que constituye la síntesis de nuestra historia, la característica de nuestra vida, la variedad, para sustituirla con una centralización que mata todas las energías locales.

Nuestras provincias y Municipios-que según las leyes provincial y municipal parecen ser producto de un poder central, cortados todos ellos por un mismo patrón, y no organismos sociales que tienen su vida propia;-merced á estos principios que han informado las corrientes de nuestra época, han visto desaparecer su autonomía para convertirse en ruedas de un complicado mecanismo, que no tienen movimiento alguno, á no ser transmitido por la rueda central en la que engranan; de tal manera, que la escasa vida que tienen es prestada, y sólo en cuanto son meros auxiliares de la administración.

Mirada España, dice Costa, á vista de pájaro sobre un mapa, con sus infinitos Municipios y aldeas, y más aún, mi. rado un Municipio sobre una proyección gráfica, con las man

zanas del casco y los barrios del suburbio, parecen un tablero de ajedrez; pero no considerando que ese tablero tiene un alma, y que en esa alma obran energías potentísimas que no dimanan del Estado, sino que tienen su fuente en ella misma, y que esas energías obedecen á leyes objetivas que no dependen de la voluntad, no viendo en todo eso sino un puro me. canismo, se obstinan en mover á capricho las piezas, hoy de este lado, mañana del opuesto, en trazarles rumbos, en re glamentar sus movimientos y uniformarlos, en convertirlas en marionetas automáticas; confunden los Municipios con escuadrones de milicia, y más que legisladores parecen instructores de reclutas que mudan de táctica de dos en dos años. Sólo que, por fortuna, las piezas escuchan la ordenanza, como pudieran escuchar el estómago ó el corazón las reglas que quisiera dictarles cualquier sabio fisiólogo para que verificasen la digestión y la circulación en esta ó aquella forma. Parece que bajan la cabeza; pero es para mejor esconder la risa que les causa la pueril vanidad de quien así toma en serio su papel de creador.

(Concluirá.)

DELFÍN FUENTES ESPLUGUES.

CRÓNICA INTERIOR

Madrid 30 de Diciembre de 1894.

Escribíamos nuestra Crónica anterior, con el presentimiento de una nueva crisis y ésta en efecto, no se ha hecho esperar. Casi al mismo tiempo en que pasaban las cuartillas á la imprenta, la crisis surgía, y presentaba su dimisión el ministro de Hacienda. La causa de este verdadero contratiempo para el partido liberal, no debe buscarse en razones políticas, puesto que el Sr. Salvador estaba y continúa identificado con el partido gobernante. Debe buscarse en dos causas principales: una la composición dualista del fusionismo, en que no caben más que dos clases de ministros, los procedentes de la izquierda y los procedentes de la derecha; otra, en razones de dignidad personal, sentimiento que nuestras deplorables costumbres políticas van atrofiando y que por caso raro, digno de especial mención, han sido bastante poderosas en el ánimo del citado ministro para hacerle abandonar sin detrimento de su respetabilidad la citada cartera cuando la prensa y la opinión celebraban de común acuerdo con su acertada gestión de los intereses públicos, su laboriosidad y su celo en favor de la moralidad administrativa y del crédito nacional.

La organización oligárquica de nuestros partidos, no permite, aunque otra cosa se diga, iniciativas personales en el

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gobierno. Todo hombre público, debe en consecuencia ir al poder marcado con el hierro de este ó aquel grupo, cuyos intereses va llamado á representar, condición inexcusable, sin la cual le es de todo punto imposible sostenerse. El absolutismo parlamentario tiene sus pasiones y sus simpatías como el absolutismo monárquico y el régimen personal, si bien se diferencia de los últimos en que su responsabilidad no es tan directa. Igualmente déspótico, sólo está templado por el temor de la disolución, hecho extremo siempre calificado por las Cámaras como una especie de golpe de Estado que lastima su derecho á la vida.

Mientras no llega este caso, los cuerpos deliberantes usan y abusan de su incontrastable fuerza, levantan y derriban Gabinetes ó ministros, hacen y deshacen en materia legislativa, utilizan por todos los medios la influencia administrativa de sus miembros, emprenden alternativamente campañas de agresión ó de silencio respecto de los ministros con objeto de convertirles en dóciles instrumentos de sus intereses, forzándoles à optar en muchas ocasiones como en la presente, entre su complicidad y su decoro. Si el ministro está sostenido por un grupo poderoso, puede resistir por cierto tiempo los embates y hasta triunfar de ataques y de intrigas. Si se encuentra aislado, si sólo va acompañado de su conciencia, caerá por acertados que sean sus actos, por grande que sea su probidad, por buenos que sean sus propósitos. Bastan unos cuantos diputados descontentos del ministro, para conseguir sumados con las oposiciones derribarle del poder, piensen lo que quieran la equidad, la opinión y el buen sentido. No formar parte de un grupo, equivale á luchar contra todos. Unicamente el temor de las represalias, puesto que ni patidos ni gobernantes son eternos, hace el espíritu de facción prudente.

No corrompido por la llamada experiencia política el sefor Salvador, no ha hecho lo que para honra del país hubieran hecho en semejante caso otros muchos españoles inexpertos: dimitir sin vacilaciones. El ejemplo podrá ser juzgado torpe

en opinión de los hábiles, pero no podrá menos de ser aplaudido por las gentes de sana moral cansadas de convencionalismos y de transacciones con la conciencia dotada de elasticidad extraordinaria entre nuestros hombres públicos, que á menos de una violenta reacción del país contra sus costumbres, acabarán por formar entre nosotros una especie aparte y de orden inferior.

El ministro saliente ha tenido por sucesor en el departamento de Hacienda al joven y elocuente demócrata Sr. Canalejas, cuya actitud si no de abierta oposición al actual gobierno, por lo menos de discrepancia con su jefe y con algunos personajes de la situación, era pública y evidente.

A pesar de esto, nadie sin pecar de injusticia puede negar al joven ministro representación personal dentro del grupo democrático, grandes cualidades de inteligencia y de palabra, ni ideas muy personales acerca de administración y de gobierno, especialmente en las cuestiones militares y de marina á las que ha consagrado paciente estudio. Su entrada en el ministerio reconoce por motivo político para algunos la necesidad de contrapesar la influencia del Sr. Maura de una parte y la de los Sres. Puigcerver y Abarzuza de otra, demócratas todos si bien de procedencias muy diversas, entre las que no contaba con bastante representación determinado grupo de la mayoría.

Si bajo el aspecto parlamentario el nombramiento de Canalejas importa un discrepante menos, bajo el aspecto financiero importa, digase lo que quiera, la rectificación del presupuesto. El nuevo ministro ha contraido con el ejército solemnes compromisos, y á menos de dejarlos incumplidos como le sucedió anteriormente con las reformas del general Caзsola, habrá forzosamente de satisfacerlos, ya que no en la medida de lo prometido, en la medida de lo posible. Para hacer buena su palabra tendrá, pues, que convertir el presupuesto de la paz del Sr. Castelar, la reducción de los gastos del Sr. Gamazo, las economías pedidas por la opinión pública en el presupuesto de la guerra, en aumento de gastos, bien

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