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deseoso de emprender una política personal y represiva contra el Parlamento y los socialistas. El reaccionario príncipe de Hohenlohe no ha vacilado en secundar las miras de su amo y señor, vuelto hoy con mal acuerdo á las ideas en otro tiempo preconizadas por Bismarck, de las cuales fué víctima el insigne político hace pocos años. La primera consecuencia del ataque á las leyes constitucionales ha sido unir al Parlamento alemán, sin distinción casi de partidos, en un haz común, no sólo contra el nuevo canciller, sino también contra las intrusiones y amenazas del emperador, que no ha escati mado violencias de lenguaje é injustificados desdenes á los representantes del país desde el día mismo de la inauguración del edificio del Reichstag, consagrado en honor del pueblo. alemán.

La desatentada política del principe de Hohenlohe, que ha perdido en solo un día de poder la reputación de prudente gobernante, alcanzada durante largos años en Alsacia Lorena, le ha privado desde luego de mayoría en las Cámaras, reduciéndole á uno de estos dos extremos: ó disolver el Parlamento para fabricar si le es posible una más dócil mayoría, ó prescindir del régimen representativo para imponer al país las leyes de represión contra el socialismo, sin contar con el Parlamento; esto es, recurrir á un verdadero golpe de Estado.

Cierto que el poder de la Corona ha sido hasta ahora en Alemania el poder constitucional por excelencia, cierto que existe alli gobierno representativo y no gobierno parlamentario, pero no debe olvidarse que aunque con suma lentitud los alemanes se van habituando á la libertad y que de aquí en adelante ha de ser harto difícil al emperador imprimir á la política interior el sello personalísimo de sus opiniones cuando con ellas no están conformes ni la opinión, ni el parlamento, por lo cual el actual conflicto puede engendrar profundas disidencias entre el país y el soberano, de las que acaso no salga el último tan bien librado como otras veces. ¿Qué haría Guillermo II si disuelto el parlamento volviera å reelegir el cuerpo electoral á los actuales diputados? ¿Re

curriría á nueva disolución con peligro de su autoridad y de su prestigio? ¿Retiraría entonces las fracasadas leyes de represión presentadas en odio á los socialistas, apoyados por instinto de justo respeto à la ley por los grupos adictos á los principios constituciodales? Ello dirà.

Las naciones de segundo orden no gozan de mayor tranquilidad gubernamental que las grandes. Portugal continúa sufriendo las consecuencias de la profunda crisis económica y financiera que le aqueja, agravada por la despiadada lucha política de los partidos conjurados contra el presidente Hintze Ribeiro, incapaz, sin el auxilio del monarca, de resistir el ataque de sus adversarios y obligada también como Crispi y el príncipe Hohenlohe á optar entre la disolución de la Cámara y la dictadura ministerial. Bélgica ha hecho el ensayo del voto acumulativo en el cuerpo electoral, del que en dolorosa respuesta á bien intencionados optimismos salieron derrotados los partidos gubernamentales y vencedores los socialistas y clericales. En la Europa oriental, compuesta de nacionalidades abortadas, como Grecia, ó en fusión como las de la península de los Balkanes, los cambios de gabinete se hallan igualmente á la orden del día desde Servia víctima de descoronados intrigantes, hasta Bulgaria, presa de ambiciosos sin entrañas y de mil diplomáticas intrigas, por no hablar también de Turquía, empeñada una vez más en engañar á los Gabinetes europeos en los tristes acontecimientos de Armenia.

Los dos únicos grandes pueblos que menos han sufrido politicamente, son precisamente los organizados bajo las dos más

opuestas formas de gobierno existentes en Europa, Francia y Rusia, no obstante haber padecido ambas la inmensa pérdida de sus respectivos jefes; sacrificado el uno, Mr. Carnot por el puñal de un asesino y fallecido el otro, Alejandro III, á consecuencia de incurable y dolorosa enfermedad. La politica francesa no ha ofrecido más novedad en este año que la de acentuar su sentido conservador anteriormente iniciado, tanto en las esferas del gobierno, cuanto en la financiera y en la arancelaria marejada proteccionista. A tal punto ha llegado bajo el último de los citados aspectos, que á pesar de sus compromisos internacionales con Rusia, no ha logrado recabar este país la más ligera ventaja á favor de sus productos, ni aun en medio de las aclamaciones con que eran acogidos sus marinos en los puertos del Mediterráneo y en las populosas calles de París, prueba evidente de que ninguna nación conocedora de sus intereses los sacrifica nunca á las relaciones políticas con otros pueblos, siquiera los llame amigos y sienta hacia ellos irresistibles simpatías. La muerte de Carnot no ha cambiado en nada la marcha, ya que no serena, firme y segura de la república. Es un soldado menos en las filas de la democracia, muerto por los anarquistas. Su sucesor Casimir Perier ocupó inmediatamente el puesto vacío y continúa llenándole con valor, discreción y prudencia. En los breves meses que lleva de presidente ha llevado á cabo tres grandes empresas: mantener el orden enfrente de los anarquistas, el gobierno enfrente de los radicales, y agregar al ya rico imperio colonial de Francia la isla de Mozambique, de la que sus armas son casi dueñas en el momento de escribir estas líneas.

Si en vez de explicar la historia de los sucesos humanos por la división arbitraria de los siglos, se hiciera por la ordinaria duración de las generaciones, punto de partida natural y positivo, tendrían los hechos explicación más razonable y

veríamos que sus vicisitudes y mudanzas se ajustan mejor al cambio de unos hombres por otros en la vida de las sociedades, verificado por término medio en el transcurso de treinta años, que por la caprichosa clasificación anteriormente enunciada. Veríamos igualmente que de una generación á la que sigue, hay casi siempre mayor oposición y contraste del que presentan dos siglos considerados en su conjunto. Al cabo de treinta años, con efecto, ideas que parecían destinadas á ser eternas, se desvanecen en la historia devoradas por los hechos, y,mueren con los hombres que viven y envejecen con la superstición de su inmortal permanencia en el mundo. Pero entre todas estas ilusiones de eternidad, ninguna más engañosa y transitoria que la de la política y los políticos, ninguna que tan pronto caiga en el panteón del desdén y del olvido. La generación educada en las tormentas del 89, vivió á medias entre el imperio napoleónico y la Restauración, esto es, entre el despotismo militar y el doctrinarismo. La crecida en el primer tercio del siglo, rectificó con carácter revolucionario lleno de contradictorias afirmaciones la tarea de la Restauración y fué alternativamente liberal, republicana y cesarista. La nacida bajo las abortadas revoluciones del 48 y bajo el segundo imperio, se transformó al tocar su mayor edad y tomar con ella la dirección de la sociedad y del gobierno, en templadamente democrática y conservadora. ¿Qué estarán llamadas á ser las generaciones amamantadas en la época presente? Acaso se dividirán en anarquistas rabiosos y en reaccionarios implacables.

De todos modos y sea la razón cual fuere, los representantes de la pasada generación van desapareciendo uno por uno, al modo como vinieron á la vida, parte después de haber cumplido su misión histórica, parte también legándola incumplida á sus sucesores.

El año 94 ha sido para los hombres ilustres un año señalado con piedra negra. Tres soberanos, dos efectivos y uno derrocado de su trono hace algo más de tres décadas, han pagado su tributo á la muerte y bajado al sepulcro. Nos referi

mos al sultán de Marruecos Muley Hassan, al emperador de Rusia Alejandro II y al ex rey de Nápoles Francisco II, que ha expirado en los últimos días del mes presente, después de haber honrado en el destierro la dignidad de su decaida raza, todavía destinada á ver lucir días de gloria en otros países.

Pérdida sensible, para los adictos á la monarquía liberal debe considerarse también la del conde de Paris, muerto como príncipe cristiano, en pos de una vida transcurrida entre la proscripción, el hogar y el trabajo consagrado á su patria y á las clases obreras.

Francia, tan afortunada en otras cosas, ha sido en dicho concepto la más castigada por la providencia. Sin contar á Mr. Carnot, herido mortalmente por Caserio en medio de populares regocijos, hemos visto descender à la tumba á Carlos Lessep, el hombre de los atrevimientos sublimes y de las desventuras irreparables que á seguida de poner en comunicación dos mares, vió estrellarse su genio en el nuevo mundo y ha sobrevivido, no sólo á la ruina de sus proyectos gigantescos, sino á la misma conciencia de la deshonra caída sobre su nombre glorioso para todos los siglos. Nada tan natural como la muerte de aquel venerable anciano cargado de años, de merecimientos y de desdichas. Pero ¡ay! la muerte no perdona tampoco á los jóvenes. Buena prueba de ello el fallecimiento del insigne presidente de la Cámara popular Burdeau, que á los cuarenta y tres años de edad había alcanzado desde el modesto taller del operario, ser honra ilustre del profesorado, escritor insigne, profundo pensador, economista de nota, orador persuasivo, ministro inteligente y laborioso, y sobre todo esto, hombre de grandes virtudes privadas y públicas, fiel representante por la austera modestia de su carácter inatacable á la corrupción de las honradas democracias del porvenir y digno de competir con aquel probo consular romano, que prefería mandar sobre los que tenían oro á poseerle él mismo, convirtiéndose en su cómplice.

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