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la calle. El trovador era un pobre diablo muy poeta, muy músico, muy artista, pero muy hambriento.

Luis XIV subvencionó á las gentes de letras de su tiempo; pero no según el mérito de los poetas, sino según las lisonjas que le ofrecían.

La enciclopedia los emancipó. La librería los hizo independientes.

La cultura general más extendida los hizo ricos... en Francia.

Napoleón III, según he dicho, los quería llevar al Parla

mento.

La politica española los jubila generosamente en el Consejo de Estado.

Y si la sociedad de las gentes de letras puede asegurarles la vida en París, la Asociación de Escritores y Artistas de España les paga los baños contra el reuma y la tos, les pagará el entierro y cuatro metros que necesita la sepultura. ¿Qué más quieren, ó qué más queremos?

Para eso se parecen, como dice un publicista insigne, á los reverberos que espantan á los granujas y á los murciélagos.

CONRADO SOLSONA

CULTURA CIENTÍFICA DE ESPAÑA EN EL SIGLO XVI

En los pueblos de mayor ilustración y cultura de la antigüedad, y sobre todo en la sabia Grecia, las Academias fueron verdaderos centros de enseñanza, á cuya sombra florecían todos los ramos del saber, constituyendo en dilatados períodos de tiempo la civilización distintiva y propia de cada país ó de cada raza. Pero hoy que la instrucción pública en todos los conocimientos humanos alcanza tan alto esplendor en las Universidades y otros centros de cultura, de uno y otro Continente, las Academias oficiales en su más alta expresión ejercen una misión todavía más elevada: la de imprimir el mayor impulso al progreso científico, artistico y literario de los pueblos, debiendo ser, como lo son en efecto, altísimos faros de ilustración superior, cuyos rayos luminosos alcanzan á los más dilatados horizontes en todo linaje de conocimientos é investigaciones científicas. Por eso los individuos que las componen, pocos en número, han de reunir circunstancias y condiciones muy excepcionales para llenar bien y cumplidamente los arduos deberes que les imponen sus elevados cargos.

Siendo, pues, tan excelsos los fines de estas Corporaciones, nada más lejos de mi ánimo que aspirar á sentarme en

(1) Discurso leído en la recepción del Excmo. Sr. D. Acisclo F. Vallín en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

tre vosotros como individuo de esta ilustre Academia. Ni mis aficiones científicas, que no niego, ni mi larga carrera en el profesorado público, donde sin tregua ni descanso vengo consagrado á difundir un linaje de conocimientos que entra en el campo de los trabajos de esta docta Corporación, me llamaban á tan altas esferas del saber, porque más modesto ó menos pretencioso ha sido siempre el punto de vista de todos mis estudios, y el círculo de mi acción más reducido; no creyendo nunca, ni menos hoy, que mi salud se halla quebrantada por la edad, por recientes desgracias de familia, y por el incesante batallar de la Cátedra, que, por mucha que sea mi voluntad, no escasa ciertamente, pueda cooperar de una manera eficaz y provechosa á los fines que se propone la Academia, en el cultivo y progresivos adelantos de los estudios superiores de la Ciencia.

La noticia de mi elección para Académico de número, á la vez que motivo de profunda gratitud, por la honra insigne que con vuestra benevolencia me dispensáisteis, fué ocasión para mí de verdadero pesar; porque, no reconociéndome con dotes científicas bastantes para tan elevado cargo, creía y sigo creyendo que en tomar este acuerdo no procedió la Academia con el mayor acierto, cuando son tantas las personas que por su notoria ilustración y saber profundo en Ciencias Exactas, podían ocupar, mejor que el que en este momento os dirige la palabra, la silla que tanto ennobleció mi sabio predecesor el ilustre General de Ingenieros D. Celestino del Piélago, de nombre popular en el Cuerpo, veterano de la Guerra de la Independencia y profundo conocedor de las ciencias todas á que consagra sus estudios y desvelos esta docta Corporación.

Celebridades como el Sr. Piélago, ornamento del ilustre Cuerpo de Ingenieros militares, y una de las más puras glorias del Ejército español, que cuenta en su seno no sólo valerosos y expertos Capitanes, sino también verdaderas eminencias científicas, son las llamadas por derecho propio á formar parte de estos distinguidos Centros del saber, porque

sólo su nombre es ya prenda de acierto, y su consejo la guía mejor para dirigir las corrientes científicas y literarias por atrevidos, aunque firmes y seguros derroteros, en busca siempre de la verdad y del mayor brillo y lustre de la patria.

Por fortuna nuestra y honra de España, hoy como ayer, las armas, las ciencias y las letras caminaron y caminan juntas como hermanas en la noble empresa de nuestro engrandecimiento: guerreros ilustres hicieron digno alarde en todos tiempos de profundos estudios científicos ó literarios, empleando las horas que les dejaba libres la dura tarea de los descubrimientos ó de los combates, en enriquecer la ciencia con nuevas verdades, ó en aumentar el ya riquísimo tesoro de la patria literatura.

Y es muy de notar que no sólo los que en la milicia alcanzaban los puestos superiores daban gallarda muestra de su vasto saber y elevación de miras, sino que los simples soldados de nuestros aguerridos tercios de Flandes y de Italia, lo mismo que los que con tanta valentía ganaron para España gran parte del inmenso Continente americano, eran hombros de tan adelantada cultura, que compartían con frecuencia la vida de los campamentos, los trances de las batallas, y los peligros de incesantes marchas y correrías á través de inaccesibles cordilleras, áridos desiertos, ó procelosos y desconocidos mares, con los dulces encantos de la poesía, de la literatura y de la historia, los unos; y los otros con los no menos gratos y en ocasiones más útiles afanes de los descubrimientos geográficos y astronómicos, ó con el estudio de las Ciencias Naturales, como no lo han hecho nunca en tanto número otros ejércitos, en época ninguna de la Historia.

En el Ejército español de nuestros días se conservan con brillantez las gloriosas tradiciones de aquellos tercios, de aquellos navegantes, y de aquellos guerreros ilustres que fueron el asombro del mundo, no menos por el constante é indomable valor, nunca desmentido en los campos de batalla, que por los variados conocimientos que ostentaban en los días tranquilos de la paz; siendo de ello buena prueba el no

escaso número de individuos de esta y otras Academias que visten el honroso uniforme de la milicia, y las distinciones señaladísimas que algunos de ellos han merecido de los sabios extranjeros; recordando en este momento con patriótico orgullo y sentido aplauso que la ASOCIACIÓN INTERNACIONAL GEODÉSICA DE TODOS LOS GOBIERNOS DEL CONTINENTE EUROPEO y la COMISIÓN DE PESAS Y MEDIDAS DE EUROPA Y AMÉRICA vienen repetidas veces nombrando Presidente suyo á un distinguido Académico y General español, como justo y merecido tributo de honrosísima deferencia al autor del monumento levantado à la ciencia patria con la nueva triangulación de la Península y demás trabajos del Instituto Geográfico y Estadístico que tiene á su cargo.

El general Piélago ocupaba también un puesto preeminente, no sólo en el Estado Mayor del Ejército, sino en la Administración civil, llevando á todas partes su actividad infatigable, su profundo saber, su extremada prudencia, y su afable carácter, y desempeñando todos los cargos y comisiones que le confiaba el Gobierno con tan reconocida competencia, que más de una vez mereció y obtuvo condecoraciones y distinciones honoríficas hasta de naciones extranjeras.

Además de pertenecer desde 1838 à la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, ocupó también uno de los sillones de esta Academia desde su reorganización en 1847, ilustrándola con sus constantes trabajos, habiendo sido uno de los individuos que con mayor asiduidad concurrían á sus sesiones, hasta que el peso de los años y su quebrantada salud le obligaron á buscar el descanso en su pueblo natal, bañado por las inquietas olas del mar Cantábrico.

A tan eminente patricio, á un hombre de ciencia tan consumado, y que tantos servicios prestó á la patria y tan alto renombre adquiríó dentro y fuera de España, viene å reemplazar, no por voluntad propia, sino en cumplimiento del deber que de una manera ineludible le impone la elección de la Academia, una persona desconocida en el cultivo de las altas investigaciones científicas y sin méritos bastantes para

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