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merecer de esta docta Corporación tan señalada muestra de su consideración y aprecio.

La elección del tema que había de ser objeto de mi discurso ha sido para mí motivo de vacilaciones y dudas, temeroso siempre de no corresponder à la honra insigne de tomar asiento en los escaños de esta Academia. Las investigaciones exclusivamente científicas y las altas cuestiones técnicas quedan por su aridez misma excluídas de estos actos públicos, siendo la natural tarea de vuestras ordinarias sesiones; y las grandes síntesis filosóficas de los conocimientos humanos, en cuanto caen bajo el dominio de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, han sido expuestas brillantetemente por muchos de vosotros, que me han precedido en este sitio.

Ante estas dificultades, y coincidiendo por fortuna la elección de la Academia con la publicación de un trabajo mío para vindicar, hasta donde era posible, el buen nombre de España en el extranjero, respecto de nuestra enseñanza popular, concebi el proyecto de ampliar aquellos trabajos, extendiéndolos á los ramos que por las prescripciones de sus Estatutos cultiva esta docta Corporación, eligiendo un asunto cuya magnitud pueda disimular en cierto modo la pequeñez de mis fuerzas, y cuyo carácter patriótico encuentre eco generoso en los corazones españoles. Porque angustia grande y pena acerba da, en efecto, como dice uno de los escritores más eruditos de nuestros días (1), aun á los más insensibles å las glorias de la patria, el ver que en el último tercio del siglo XIX, cuando tanto ha avanzado en todas direcciones el genio de la investigación histórica, aún esté casi enteramente inexplorada la ciencia ibérica de los pasados

(1) Laverde Ruiz en el Prólogo á La Ciencia Española del ilustradísimo Catedrático y Académico de la Lengua y de la Historia Sr. Menéndez Pelayo.

tiempos, siendo preciso acudir á los escritores de otras épocas para conocer el saber profundo de nuestros hombres de letras, el alto concepto que merecen nuestros sabios en la historia de la ciencia, y sobre todo el número inmenso, casi prodigioso, de traducciones é impresiones que se leían con avidez en toda Europa, originalmente escritas en castellano ó en latín, á tal punto, que una bibliografía completa de estas producciones seria gloriosisima para España (1).

Confirman, sin embargo, con aplauso las obras extranje ras modernas nuestras glorias literarias y artísticas; pero injustamente nos niegan, á la vez que algunos escritores espa. ñoles, toda participación en el movimiento científico moderno, olvidando éstos é ignorando aquéllos que siempre bajo el hermoso cielo de España se cultivaron á la par todos los ramos del saber, predominando no obstante en unos siglos la filosofía, en otros la literatura, en otros las ciencias, y en todos ellos el arte, dando constantemente el genio español muestra vigorosa de sus aptitudes para la mayor cultura sin más estímulo que alcanzar en todas partes y en todas ocasiones el lauro de la victoria, para olvidar sus triunfos al día siguiente, permaneciendo después ignorados para lo porvenir (2). Díganlo, si no, la ilustración superior de nuestros clá

(1) Fernando del Pulgar, Hernán Pérez de Guzmán, Alfonso García Matamoros, Andrés Peregrino ó sea el P. Scotto, Erasmo, Justo Lipsio, Díaz Hernando, Lucio Marineo Sículo, Antonio Agustín, Tamayo de Vargas, Nicolás Antonio, León Pinelo, José Rodríguez de Castro, Jerónimo de Contreras, Paulo Jovio, Ignacio de Asso, el abate Lampillas, Latassa, Juan Pablo Forner, Denina, Cavanilles, Humboldt, Escudir, Ximeno, Fustér, Torres Amat, Fguiara y Eguren, Beristain de Souza... y otros muchos de cuyas obras se hace mención en la Nota A al fin de este discurso.

(2) En los tiempos medios florecen aquí, dice el ilustre autor de La Ciencia Española, la astronomía y las matemáticas, y en cambio nuestra literatura de esos tiempos es ruda é incompleta aún; nuestra teología no llega ni por asomo á la que tuvimos en el siglo xvi. Humanidades no podía haberlas; los estudios históricos estaban asimismo en la infancia. Por el contrario, en el siglo xvi, florecen la teología, la filosofía, la jurisprudencia, las humanidades, la medicina, la poesía lírica, la prosa; y decaen algo los estudios matemáticos y astronómicos. En el xvII impera el teatro y la crítica histórica y decaen la teología y otras ciencias, decaen la poesía lírica y la prosa. En el xvIII desaparece, ó poco menos, el teatro, renacen la lírica y la prosa, falta casi del todo la teología, cultivanse con empeño las ciencias naturales, prosi

sicos en la época de la decadencia romana en que los españoles levantaron la literatura, fueron los maestros en ciencias y dieron los más célebres Emperadores á Roma; diganlo la erudición extraordinaria que revelan las Etimologias de San Isidoro, único libro científico durante casi toda la Edad Media en Europa; las famosas Tablas alfonsinas, que por espacio de cuatro siglos fueron las únicas que emplearon todos los astrónomos; el trazado de los mapas y la corrección de las cartas planas; la invención de la brújula de variación; el descubrimiento del polo magnético y de la Cruz del Sur (1); la defensa del sistema copernicano; la construcción de los telescopios; la formación de los almanaques, antes que en ningún otro país; la invención del nonius; la teoría del minimo crepúsculo; el problema de la longitud; el haber descubierto el medio de hacer potable el agua del mar; el blindaje de los buques; la circulación de la sangre; Ya práctica de la triangulación geodésica, siglos antes que las demás naciones de Europa se ocuparan en trabajos análogos; la invención del telégrafo magnético; el estudio de la botánica ultramarina; los más útiles problemas de la metalurgia; nuestra participación directa é inmediata en la corrección del calendario; el arte de enseñar á los mudos y á los ciegos; la inoculación de la vacuna; (2); la aplicación de la medicina á la

gue su camino la crítica, y nace con Hervás la filología comparada, y con Andrés, la historia literaria. Y este es el giro constante y perenne que han llevado las ciencias en nuestro suelo, hasta pudiendo decir que somos afortunados entre todos los pueblos de la tierra, pues, más ó menos, y en una época ó en otra, lo hemos tenido todo. (Nota B).

(1) Señalaron nuestros cosmógrafos la Cruz del Sur para reem. plazar en aquellas latitudes meridionales la estrella polar de la vieja Europa, y la impusieron á los siglos, haciendo exclamar á Humboldt y á Brewter «¡qué maravillosa, qué misteriosa perspicuidad la de aqueIlos profundos observadores!»>

(2) La inoculación de la vacuna era conocida en Galicia mucho antes de haberla estudiado los ingleses, y antes que ellos descubrimos la circulación de la sangre; y, cuando nadie creía que fuese posible poner en contacto con la sociedad á los sordo-mudos, realizó tan admirable portento Pedro Ponce de León, monje de Sahagún, La obra que escribió el aragonés Juan Pablo Bonet, titulada Reduction de las letras y arte para enseñar á ablar los mudos, impresa en Madrid en 1620, es extraordinariamente rara por el gran empeño con que la buscan los extranjeros. El maestro Alejo de Vinegas expone el procedimiento para enseñar á los ciegos en su tratado de Ortografia, impreso en 1531.

curación de la locura, creando los manicomios mucho antes que Francia, Inglaterra y Alemania; los descubrimientos médicos relativos à las intermitentes; el del suco nérveo, debido á doña Oliva Sabuco; la célebre hipótesis del fuego como unidad dinámica; la de los colores no residen en los objetos, sino que son la misma lux refracta, reflexa ac disposita, principio consignado por Cardoso con estas mismas palabras en su Philosophia libera; el efecto y aplicación de la fuerza del vapor; la aplicación del globo de hidrógeno de Lunardi á las investigacione fisicas en las regiones superiores de la atmósfera, realizada en Madrid diez años antes que lo hiciera GayLussac en Paris; la hipótesis sobre los terremotos considerándolos como fenómenos eléctricos, ideada por el P. Feijóo; el descubrimiento del platino, dado á conocer por Ulloa en 1748; el de infinitos ejemplares de los reinos vegetal y animal, y el de algunos medicamentos, como el palo santo ó guayaco, la raiz de China y la corteza de la quina. Un ingeniero español, Agustín de Betancourt, adivinaba en Londres el secreto de Watt y lo daba á conocer en París antes que Napoleón rechazara el invento de Fultón; el jesuíta Guzmán eleva en Lisboa el primer globo aerostático de aire caliente, setenta y cuatro años antes que los hermanos Montgolfier reprodujeran el mismo experimento en Francia; crean la Cinemática nuestros matemáticos Lanz y Betancourt; escribe Alonso Barba antes que ningún otro sobre la amalgama en su célebre Arte de los metales; y, adelántandose más de medio siglo á todos los fisicos de Europa, el sabio profesor catalán Salvá aplica la electricidad á la telegrafía. Desciframos la escritura asiria con Figueroa; en filología nos pusimos con Hervás y Panduro á la cabeza del mundo (1); iniciamos la filosofía del derecho

(1) Max-Müller en sus Lecturas sobre la ciencia del lenguaje, dadas en la Institución Británica en 1861, reconoce y proclama que Hervás fué el primero en sentar el principio más capital y fecundo de la ciencia filológica, el del Artificio gramatical; que conoció y estudió cinco veces más idiomas que los lingüistas de su época; que juntó noticias y ejemplos de más de 200 lenguas, componiendo por sí mismo las gramáticas de más de cuarenta idiomas, y finalmente, que uno de los más hermosos descubrimientos de la ciencia del lenguaje, el establecimien

con las obras de Suárez; y sentamos las bases de la filosofía cartesiana con las de Vives y Gómez Pereira; funda la geografía comparada el genio profundo de Servet; y plantean con admirable claridad los más graves problemas de la física del globo Acosta, Oviedo y Gomara: problemas que todavía estudian los sabios de nuestra época... Y en otro orden de ideas y de principios, antes que en ningún otro país, antes que en Inglaterra, se hizo práctica en España la idea del equilibrio de los poderes y de las clases en el llamado Privilegio general de Aragón, y con Alfonso III y con Fernando II puso España en mutua comunicación y relación de dere. cho á las naciones europeas, por medio de conferencias, entrevistas de soberanos, congresos, embajadas, arbitrajes, todo eso que constituye la diplomacia y el derecho internacional moderno... de modo que bien podemos gloriarnos de que en todo ó en casi todo lo que constituye el orgullo de la ciencia moderna han tenido los españoles una parte muy principal, sin contar su influencia en la propagación de las obras científicas del Oriente, y muy especialmente de los árabes, notándose hasta en las obras de mera fantasía de nuestros grandes poetas claros indicios de prodigiosa cultura, profetizando, por ejemplo, Lope de Vega la invención y el uso del telégrafo eléctrico; Calderón de la Barca toda la teoría moderna de los cometas, suponiéndolos emanaciones cósmicas del sol; sospechando unos que el calor es sólo efecto de la luz, y apuntando los fenómenos de las interferencias, y explicando otros el origen de los planetas (1).

Todo esto y mucho más nos niega, ó nos disputa por lo menos, la historia de la ciencia, tal como hoy se halla escrita, porque todo ó casi todo yace olvidado bajo el polvo de los archivos y en el fondo de las bibliotecas; y hora es ya que

to de la familia de las lenguas malayas y polinesias que se extienden por más de 200 grados de latitud en los mares Oriental y Pacífico, fué hecho por Hervás mucho tiempo antes de ser anunciado al mundo por Guillermo de Humboldt.

(1) Estudios sobre la grandeza y decadencia de España: Los espa. ñoles en Italia, por D. Felipe Picatoste y Rodríguez.-Madrid, 1887.

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