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de la cátedra, cual si aquellas palpitaciones de entusiasmo les indemnizasen de lo que perdian, con el presentimiento de lo que esperaban?

Triunfó la revolución; las ideas contenidas en aquella diáfana, pero reducida esfera, irradiaron al exterior, se apoderaron de los espíritus, hablaron en las Cortes, inspiraron las leyes, transformaron el modo de ser de España; sufriendo luego su ley natural, se desintegraron en la lucha con la realidad, y separadas ya en tendencias aisladas y á veces antagónicas, parecieron desvanecerse y eclipsarse entre dolorosas y sangrientas crisis, para reaparecer al fin en nuevas formas orgánicas al terminar el período revolucionario.

No podía escapar el Ateneo á la ley universal de la vida que hace que los organismos, al florecer y al dar al espacio la vida que en su seno germina, se marchiten, pierdan su lozanía y entren en un invierno, tanto más melancólico cuanto fué mayor la galanura de su primavera y la riqueza de su estio.

Aquellas conquistas realizadas y aquellos beneficios logrados habían de afectar al modo de ser del Ateneo; la cátedra se alzó libre en todas partes; libre fué la reunión, la asociación sin trabas, y lo que había sido privilegio exclusivo de esta noble Corporación trocóse en derecho común, á todo el mundo asequible, con pérdida del gran interés que en nuestra institución se concentraba, del mismo modo que al aparecer la aurora palidece y al fin se extingue la poderosa luz del faro que había sido guía en las tinieblas. Era natural que el interés solicitado por tantas fuerzas al exterior, difundido en tantas diversas direcciones, dejara de condensarse en nuestra casa, y que los fieles y adictos á ella empezaran á sentir como vacio é indiferencia en derredor suyo. Para reaccionar contra esas dudas, sus hombres más distinguidos concibieron la idea de construir para el Ateneo hogar propio, donde las comodidades de la instalación se unieran á los atractivos del arte; y el fervor y el empeño con que todos acudieron á esta empresa tan brillantemente realizada, fué

testimonio solemne de que no se habían enfriado los antiguos amores que el Ateneo inspirara.

Pero los sucesos á que me vengo refiriendo, habían modificado profundamente las relaciones del Ateneo con el mundo exterior; y aquellos que miran siempre esta casa como su hogar científico, los que á ella han unido sus recuerdos, sus afectos y hasta sus costumbres volvieron á notar en torno suyo silencio que engendraba melancolía y soledades que presentían tristezas; y esto unido á las dificultades pecuniarias, que tan amarga hacen siempre la vida y tantos desalientos engendran, parece como que ha traído al Ateneo á un período de crisis, que es nuestro deber analizar y estudiar á fondo con la esperanza, por no decir con la seguridad, de dominarlo, sin necesidad de acudir á esfuerzos extraños y sin que la propia virilidad del Ateneo tenga que confesarse extinguida, y obligado para salvarse á tender la mano á los poderes públicos.

Solo así, analizando las causas y el carácter de los cambios ocurridos y estudiando á fondo las relaciones del Ateneo con la sociedad, en medio de la cual vive, habremos de hallar los medios de restablecer el íntimo contacto que con ella tuvo en otros tiempos, manera segura de que nunca le falten ni la popularidad, ni los recursos materiales.

¿Será, acaso, que el Ateneo haya terminado su misión, y que cumplido el servicio que á la España científica prestó durante la preparación del período revolucionario, nada le queda que hacer, siendo en ese caso fatal é ineludible su agonía primero y su desaparición después? No lo creo; y con la misma sinceridad que expongo el mal enuncio mi creencia en su curación y mi fe en el porvenir.

Cierto que ya no es nuestra tribuna la predilecta preparación de la vida pública; cierto que ya no se traza en el Ateneo, al escuchar los primeros acentos de los jóvenes que á la vida pública alborean, el horóscopo de su destino político; cierto que ya no puede decirse que en su cátedra se oiga el preludio de las grandes reformas y el prólogo de la vida ofi

cial; pero en cambio, misión más en armonía con el carácter reflexivo de nuestra época, es todavia el único hogar donde se cultivan los altos estudios filosóficos, donde se dan á conocer los progresos de las ciencias, donde se rinde culto á las manifestaciones más elevadas del arte, donde se busca, por los que engendran las ideas ó las sienten latir en su cerebro, una tribuna para exponerlas, y donde, sobre todo, se reune el público de superior capacidad y de educación más cultivada, que pronuncia en último término aquellos fallos que acepta España entera, y que son, si no la condición indispensable, al menos una de las más valiosas para lograr el aplauso y la consideración pública. Y si bien se piensa y analiza, todo esto responde á un importantísimo aspecto de la vida social española, y lejos de ser apariencia que resulte de las combinaciones de momento, es realidad que nace del modo de ser de nuestra sociedad.

¿Qué es hoy, en efecto, la enseñanza oficial en España? Fuerza es decirlo; no más que una preparación, y no siempre afortunada, para la vida práctica; una preparación para obtener un título; una preparación para ganarse la vida; algo que se sigue sin entusiasmo, se logra sin convicción y se conserva sin cariño; porque lo que se busca tras de ese esfuerzo es algo que no arranca, ni de la ciencia, ni de la enseñanza misma. Forzoso es construir el andamio para elevar la casa; pero ¿quién se interesa por aquella temporal y artificiosa armazón, cuando está acabado el edificio que ha de albergarnos durante la peregrinación por este mundo?

Pero aun cuando así sea, y quizás así deba ser por algún tiempo, que yo ni lo aplaudo ni lo censuro, todavía nuestra sociedad y con ella la humanidad entera tienen otras más nobles y más grandes aspiraciones. Al lado del trabajo constante y del esfuerzo diurno, de lo que se suele llamar la lucha por la existencia, hay todavía una aspiración constante, profunda, superior, manantial riquísimo de esa misma enseñanza, germen potente de cuanto constituye la vida, comparable tan sólo à la religión, que puede no percibirse á

primera vista, ni tocarse con la acuciosa mano del que busca las ventajas materiales, pero que allá palpita en el fondo, como el alma mater de la vida; y esa es la ciencia, la ciencia en sus altas manifestaciones, su cultivo desinteresado y nunca satisfecho, fundado en el amor de la ciencia misma, el deseo innato y constante en el hombre de descubrir la verdad, que, aun huyendo ante su paso, deja siempre adivinar alguno de sus misteriosos encantos; la invención de las leyes de la natuleza, tan beneficiosas en la práctica cuanto ingratas en su descubrimiento; todo ese mundo, en fin, de la razón y del pensamiento, que convirtiendo lo inconsciente en racional, va sacando de la eterna nebulosa de lo incognoscible lo mismo las satisfacciones de la vida práctica, que el progreso moral, que los ideales del arte.

Y esa deidad en ningún templo se la rinde hoy culto en España; en ninguna parte, que yo sepa, se siguen esos altos estudios científicos que no tienen más objeto, ni buscan otra satisfacción, que el descubrimiento de la verdad; en ningún lado aparecen consagrados los profesores y los alumnos á encontrar el enlace entre el incesante movimiento del pensamiento humano y el progreso que de él irradia, no sólo sobre la superficie de nuestro globo, sino por los espacios etéreos, donde la ciencia busca anhelosa los medios de agrandar el dominio del hombre.

No así otras naciones. En Francia, su inmortal Sorbona, fuente inagotable de su cultura científica, es el hogar donde, por medio de sus enseñanzas, se prepara esa riquísima literatura á que debemos la mayor parte de nuestra preparación cientifica. En Inglaterra, aparte el constante trabajo de sus dos grandes Universidades de Oxford y de Cambridge, se crean esos nuevos cursos libres, que se llaman por el nombre de los que los fundan, en los cuales han oído la juventud y analizado los hombres de ciencia las mayores y más trascendentales verdades sobre la historia de las religiones, sobre los enlaces del lenguaje con la creencia, y de las creencias antiguas, perdidas en la noche de los tiempos con las

palpitaciones del sentimiento religioso moderno. Italia tiene también sus estudios superiores admirablemente organizados en Florencia; y las Universidades alemanas ofrecen constantemente, y han ofrecido durante siglos hogar y cátedra á todo el que elabora el pensamiento y siente dentro de sí la convicción suficiente para desear transmitir á los otros el fruto de sus reflexiones.

En España no hay nada de esto. En vano se buscaría en las Universidades, donde apenas si pueden contarse como movimientos en esta dirección los esfuerzos individuales y aislados de algunos profesores de enseñanzas superiores. Aun para éstos, nuestra organización especial, reduce su auditorio á los alumnos que para las carreras científicas se preparan; el gran público y el gran auditorio que asiste á los centros indicados en otros países, ese no va nunca á nuestras Universidades. Sólo el Ateneo puede, pues, responder å esta necesidad sentida ya vivamente en nuestra patria; sólo aquí hay la absoluta tolerancia, condición indispensable de la exposición científica desinteresada y pura; sólo aquí hay la facilidad necesaria para que sin rozamientos á veces, y otras sin súplicas que envuelven humillación, puedan venir á exponer sus ideas cuantos elaboran el pensamiento humano; sólo aquí existe, sobre todo, un público capacitado para entenderlo todo y suficientemente tolerante para que su critica ilustre y eleve en vez de empequeñecer; sólo aquí reina esa atmósfera saturada de nobles recuerdos, donde vibran aún las más nobles emanaciones de la tribuna y de la filosofia española, y única en la cual parece que se mueve con libertad el pensamiento y se encuentra tranquila la conciencia.

Tiene, pues, el Ateneo aún una grande y elevada misión; hay para él un lugar preferente en la vida científica española: ayer era el palenque de la acción y la tribuna de la propaganda; hoy debe ser el templo de la ciencia y la cátedra de toda enseñanza seria, reflexiva y filosófica.

¿Me equivoco yo en esta apreciación? ¿Acierto en la manera de fijar los nuevos horizontes por donde deben dirigirse

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