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vicciones les mantienen apartados de la vida pública. Republicano Laboucher, el brillante director de Pall Mall Gazzette, y no le calumniamos al decir que uno de sus mayores agravios contra Gladstone, reconoce como causa su decepción al no ser llamado á desempeñar una cartera, cuando el great old, fué invitado por la reina Victoria, á organizar el gobierno liberal que todavía continúa en el poder.

Los términos república y monarquía pueden ser únicamente antitéticos en pueblos donde todo se halla en tela de juicio; representa en la viva realidad de la vida moderna algo semejante á la división de Cartago y Roma en nuestra vieja enseñanza de humanidades, un recuerdo de luchas titánicas, de revoluciones gloriosas, de sangrientas batallas, de persecuciones y martirios por la libertad y por el progreso; una consigna transitoria con el fin de combatir la reacción, el absolutismo y el espíritu doctrinario de nuestros gobiernos. Resuelto hoy el conflicto de derecho, ganada la monarquía á la democracia y la democracia al orden, los republicanos españoles no tienen otra alternativa, si son lógicos, que seguir la evolución del Sr. Castelar, ó reconocer el programa socialista del Sr. Pí.

Pero volvamos al posibilismo monàrquico.

Acaso el Sr. Abarzuza, como ha observado muy bien el Sr. Cánovas, hubiera encajado mejor que en el Ministerio de Ultramar en el de Estado, por sus singulares aptitudes diplomáticas y las numerosas simpatías con que cuenta en el extranjero; pero así y todo, peninsulares y cubanos esperan mucho de su patriotismo y de su celo en favor de los intereses ultramarinos.

No se ha mostrado, en verdad, el nuevo ministro muy propicio á su entrada en el gabinete. Sin creer que las antiguas aficiones republicanas pesen todavía poco ni mucho en su espíritu, entendemos los escrúpulos de delicadeza que le han obligado á demorar la aceptación de la cartera de Ultramar y diferir hasta los últimos momentos su presentación en Palacio. Preciso ha sido, según cuentan, la intervención perso

nal del Sr. Castelar, para vencer la pasiva resistencia de su discípulo y amigo, resistencia llevada al extremo de oirle decir al ilustre tribuno: «El partido posibilista debe estar vivamente reconocido á la muestra de confianza que la Reina le ha dado, llamando á sus consejos á uno de sus representantes; y si la susceptibilidad de Abarzuza, á tanto llegase, que renunciara la cartera, yo mismo me ofrecería para sustituirle en el Gobierno». Quizás las anteriores palabras no sean completamente fieles en la forma, pero no hay duda de que lo son en el fondo, como es igualmente público el interés del eminente orador en llevar al seno del Gobierno la representación del viejo posibilismo republicano, transformado, en parte, gracias á sus patrióticos esfuerzos en tangible realidad monárquica. Y decimos, en parte, porque la inmensa mayoría de los republicanos históricos continúan donde estaban, es decir, en la república.

En cuanto al programa del novísimo gabinete, consideramos prematuro decir nada en los actuales momentos. Las conferencias celebradas antes de resolverse las crisis por los Sres. Sagasta, Montero Ríos, Gamazo y Puigcerver, parecen haber dado por resultado una completa inteligencia entre los mencionados políticos, acerca de los asuntos de Marruecos, donde la línea de conducta trazada por Moret y el general Martínez Camopos permanecerá inalterable, como también sobre la llamada cuestión navarra, el canje de la moneda en Puerto Rico, el mantenimiento de las reformas en Cuba, si bien algo modificado el proyecto del Sr. Maura, los debatidos problemas arancelarios en que transige más que nadie el señor Puigcerver, y la necesidad de contratar el empréstito, aunque ignorándose con que garantías.

El Sr. Sagasta, diremos repitiendo una célebre frase de Catalina de Médicis, ha cortado bien la tela de su gobierno, le falta únicamente coser con igual primor las partes de que se compone. Parlamentariamente hablando no se le puede pedir nada. Además del presidente del Consejo cuenta el Ministerio con tres grandes oradores Maura, Abarzuza y Puig

cerver. La presidencia del Senado la ocupará el Sr. Montero Ríos en sustitución del anciano Marqués de la Habana. La del Congreso el mismo que la ha desempeñado en la primera legislatura, el Marqués de la Vega de Armijo, tan respetable y respetado por amigos y adversarios. El Sr. Gamazo presidirá á su vez la proyectada comisión extraparlamentaria de aranceles y sus amigos obedecerán dócilmente sus indicaciones, inspiradas, no hay necesidad de decirlo, en un alto espíritu de transacción y de concordia.

Tales son las esperanzas. ¿Corresponderán á ellas los hechos? Se han repetido hasta la saciedad las conocidas palabras de Macaulay, de que todo buen político está obligado á calcular no sólo el efecto inmediato de sus actos, sino el contragolpe sobre las personas y los intereses con ellos perjudicados. En este sentido no consideramos atrevido suponer que los personajes fusionistas preteridos á su juicio en la constitución del Gabinete, juntamente con los obligados à deponer sus carteras en obsequio á la concentración efectuada por el jefe del Gobierno, adopten con el tiempo actitudes en cierto modo reservadas enfrente de los nuevos ministros, y se repi. te lo que todos hemos visto en el último período de la primera legislatura; mucha corrección en la forma por parte de los entonces agraviados y mucho disgusto y pesimismo en el fondo.

No es de temer la reproducción de otra conjura como la del pasado verano, fraguada en sentido opuesto, pero sí puede afirmarse que hay muchos disgustados en la mayoría á consecuencia de pretericiones y de olvidos. Pruébalo la actitud del Sr. Romero Girón, instrumento de los discrepantes de hace tres meses, al negarse á ocupar de nuevo una de las vicepresidencias de la Alta Cámara. Pruébalo el Sr. Navarro Rodrigo que ha declinado igual honor, para no hablar de otros personajes fusionistas que se encuentran en situación parecida en la Cámara popular y de algunos ex-ministros heridos en sus convicciones ó en su amor propio por la constitución del nuevo Gabinete.

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Bastará que surja en este último cualquier rozamiento; cosa fácil, probable, dados sus factores componentes, para que la división de la mayoría se haga manifiesta y acabe ruidosamente con la situación. Digan cuanto quieran los ministeriales, las reformas de Ultramar pueden originar disgustos entre los mismos consejeros de la Corona, y el acuerdo arancelario ofrece puntos de vista muy diversos á los amigos del Sr. Gamazo y á los amigos del Sr. Puigcerver.

Bien lo ha puesto de manifiesto el Sr. Sagasta en el discurso pronunciado el último domingo en la reunión de las mayorías. La ambigüedad en que envolvió sus palabras acerca de las citadas cuestiones, la estudiada reserva con que afrontó el resto del programa ministerial, aparentando decir mucho para nada afirmar en concreto, son evidente testimonio de la indecisión del Gobierno en materias que la opinión general creía ya resueltas y cuya comprobación dejamos á nuestros lectores en el discurso del presidente.

¿Y qué decir de las oposiciones?

La conservadora del Sr. Cánovas, ha repetido por boca de su ilustre jefe en la reunión de sus amigos lo que ya era conocido del público, á saber: que no cree en el programa del partido liberal y que hasta le considera pernicioso á los intereses del país en el problema de Cuba y en la reforma arancelaria donde no espera ni pide el concurso de nadie para mantener la bandera de la protección al trabajo nacional, mezclando á semejantes arrogancias la reticencia de que si en las relaciones del partido que acaudilla con el liberal, nɔ le guardara este último las consideraciones que se merece, adoptaría medidas de energía contra tal conducta.

El Sr. Silvela no se ha creído en el caso de hablar públicamente acerca de su criterio en los asuntos pendientes, ni de señalar para la futura campaña parlamentaria, líneas de conducta á sus amigos. Su actitud parece ser la misma que era: de prudente expectación ante los movimientos de los canovistas, á los cuales ayudará en ocasiones con sus palabras, en ocasiones igualmente con su silencio, reservándose la opor

tunidad de ambas cosas, con el fin de trazar tangentes no del todo infranqueables entre la fracción que él dirige y la que obedece á su antiguo jefe.

Por lo tocante á los republicanos, los zorrillistas no se entienden, los centralistas deliberan, los históricos se ex comulgan en concilios que carecen de papa y los federales se retraen para mejor organizarse.

Vean ahora nuestros abonados los discursos de los señores Sagasta, Cánovas y Silvela, que á continuación insertamos, y juzguen si pueden de la trascendencia de la campaña política que por modo tan anodino comienza:

DISCURSO DEL SR. SAGASTA

Mañana reanudan las Cortes las tareas de su segunda legislatura, empezando por aquellos trabajos preparatorios que los reglamentos determinan para la constitución de uno y otro Cuerpo Colegislador. Para acordar lo que hemos de hacer en esta previa operación, y para fijar el criterio del Gobierno en los asuntos que piensa someter à la deliberación de las Cortes, estamos aquí reunidos. Estamos aquí, senadores y diputados, no ya para ganar tiempo, sino porque yo he creído siempre conveniente que nuestros amigos y correligionarios, en una y otra Cámara, se vean, se entiendan y se pongan de acuerdo, una vez que, impulsados por los mismos móviles, han de coadyuvar á los mismos fines.

Antes de entrar de lleno en el objeto de la reunión, séame permitido, después de nuestra separación, dirigir á los representantes del país, nuestros amigos y correligionarios, un cariñoso saludo en mi nombre y en el del nuevo Gobierno que tengo el gusto de presentar. Si bien en el nuevo ministerio podéis encontrar algunos nombres distintos de los que dejáisteis, de seguro no habéis de encontrar diferencia ninguna, ni en sus aspiraciones ni en sus propósitos. Lo mismo los ministros que dejásteis en el ministerio que los que ahora encon

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