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Preguntamos á todos: ¿amais sinceramente la Santa Religion de nuestros padres? Pero es injuria preguntarlo, porque son españoles. ¡Viva la Religion! contestarán. La Religion es la cadena de oro, con que dice un poeta, que el mundo está pendiente del cielo. Si fuerza humana pudiese romperla, el mundo se precipitaria en el caos.

¿Amais el Trono de vuestros reyes, y en todo su esplendor y su alteza?.... Mas no contesteis: Covadonga, Las Navas, Lepanto y Bailen responden por vosotros.

Amais la libertad..... pero entendámonos, la libertad verdadera?.... ¿Hay quien se asuste á su nombre? ¡fuera ese temor pusilánime! Si alguien lo abriga, venga con nosotros á ese antiguo edificio donde hoy se administra justicia; penetre con nosotros en su magnífico salon de Córtes; mire con nosotros esas nobles figuras, que inmortalizó el pincel de Ribalta, y tiemble su corazon, como el nuestro, de entusiasmo y de orgullo al recuerdo de los fueros de Valencia.

Nosotros amamos con todo el vigor de nuestra alma á la libertad verdadera; no á la que es monopolio, á la que es tiranía, á la que es corrupcion, á la que es farsa.

Amamos á la que es hija del cristianismo, fiadora de todos los derechos, corona de todos los hombres. No queremos la libertad que nació entre el cieno sangriento de las calles de Paris, y anda disfrazada de hipócrita, cuando no corre furiosa como una bacante; queremos la libertad de raza española, y hasta vestida gustamos verla con los gallardos atavíos de nuestra tierra..... mirad atravesar quince siglos, abatido alguna yez, pero noble y esforzado, al genio de España: va acompañado de sus concilios de Toledo, de sus Cortes de Aragon, ó de sus Consejos de Castilla..... pero siempre va detrás de un rey y de una cruz.

Siguiendo la huella de nuestros padres, aceptamos todo lo bueno que nos han trasmitido los siglos pasados, sin rechazar nada bueno que nos puedan traer los tiempos modernos. Todo lo recogemos, todo lo amamos, y siempre aspiramos á lo mejor. Esta es ley de verdadero progreso; pero esta ley está escrita en el Evangelio.

Catorce años há, en el prospecto de EL PENSAMIENTO DE LA NACION, escribia un hombre inmortal: «Fijar los principios sobre los cuales debe establecerse en España un gobierno que ni desprecie lo pasado, ni desatienda lo presente, ni pierda de vista el porvenir; un gobierno que, sin desconocer las necesidades de la época, no se olvide de la rica herencia religiosa, social y política que nos legaron nuestros mayores; un gobierno firme sin obstinacion, justiciero sin crueldad, grave y majestuoso sin el irritante desden del orgullo; un gobierno que sea como la clave de un edificio grandioso, donde encuentren cabida todas las opiniones razonables, respeto to

dos los derechos, proteccion todos los intereses: hé aquí el objeto de la presente publicacion.....» Y hé aquí el de EL PENSAMIENTO DE VALENCIA, añadiremos nosotros. Cierto, nos falta aquella luz divina que los hombres llaman genio, y que Dios encendió en la mente de Jaime Balmes; pero sentimos en el alma el noble deseo que inspiraba á la suya, y confiamos en el ausilio de Dios y en la indulgencia de nuesros amigos y paisanos.

A. A. Y G.

JUICIO PÚBLICO.

ARTICULO I.

Están presentes en la memoria de todos las célebres sesiones del Senado. El Sr. Ros de Olano las llamó «escándalo;» y uno de los periódicos mas autorizados de la corte, y sin duda el mas ingenioso, decia á propósito de ellas: «¡Por Dios, señores! para evitar que se crean imitadas las almas de las .que venden rábanos, rogamos á Vds. que abandonen el reñidero de gallos adonde primitivamente se llevó la cuestion.» No queremos indagar, por qué les dirigiria tan singulares palabras EL ESTADO, ó el general senador calificaria de escándalo á la discusion; la hemos leido y meditado una y otra vez; y en tales términos nos ha preocupado una idea, que las demás se han eclipsado ante su importancia y su grandeza; porque entendemos que encierra temerosas enseñanzas para todos, y derrama viva luz sobre próximos sucesos.

Allá en Roma, cuando los ídolos temblaban sobre su altar, y el cristianismo naciente iba invadiéndolo todo, dejando al moribundo paganismo sus teatros y sus templos, dicen que en el silencio de la noche se oia esta voz por los aires lastimera: «Los dioses se van de aquí.»

Y en efecto, la mentira dejó á la verdad el trono del mundo.

Meditando ahora las sesiones del Senado, no sabemos si será efecto de estraña fantasía; pero nos ha parecido oir una voz semejante: «Los dioses se van.»

Y al leer el discurso del Sr. Tejada, instintivamente nos hemos preguntado: ¿es que viene ya la verdad? En ese caso, señores senadores, hombres insignes de canas autorizadas, salid al encuentro de tan noble reina, echad flores para que pise sobre ellas, sentadla en medio de vosotros, y ceñidla corona refulgente. Porque la verdad, aunque muchas veces desconocida y aun ultrajada, es la reina legítima del mundo.

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La verdad es el sol del mundo moral; ahuyenta á la mentira, como el sol disipa á las tinieblas..... pero digamos á nuestros lectores la idea que de un modo tan tenaz se apoderó del espíritu y tan gravemente lo preocupó.

El Senado habia hecho vivísima oposicion al ministerio de San Luis; la revolucion siempre ingrata lo mató, sin que pudiera ú osara defenderlo la espada del conde de Lucena: despues de la tempestad renació el Senado con la Cons'titucion del año 45.

En medio de él, en el dia 16 de Mayo, el general Calonge se levantó, y, recordando á Vicálvaro y á los que desnudando sus espadas contra un gobierno establecido, mostraron sin quererlo el camino á la revolucion, para que matase al Senado é hiciera temblar al Trono, no encontró bien que «el manto de la Real clemencia se echase una vez mas sobre puntas de espada sublevadas tan ocasionadas á rasgarlo..... y ya (dijo) que no se haya de castigar, hagamos al menos por que los que obraron mal tengan una expiacion justa en la censura que de ellos se haga, así como una recompensa los que procedieron bien, en que al menos así se reconozca.>>

Calonge, pues, se constituyó en acusador á nombre del órden, y con este motivo se celebró un juicio público en el Palacio de doña María.

Esta es, pues, ¡oh lectores! la idea que nos ha preocupado: las sesiones del Senado han sido un juicio público ; se ha oido la acusacion y la defensa; la sentencia es la que no se ha pronunciado todavía. Acaso tarde en dictarse algun tiempo: pero no lo dudeis: se dictará.

Juicio público con un inmenso auditorio: porque ya se ve: el Senado es lugar altísimo; y lo que se habla desde alto lugar, se oye de muy lejos. Lo que se ha dicho en el Senado, España y Europa lo han oido.

Calonge, pues, queria que á los generales del Campo de Guardias se les grabase, digámoslo así, en la frente un estigma moral, sin duda para que en ningun tiempo, en sociedad en que hubiese órden, se les pudiera llamar á su gobierno.

Habló, pues, el acusador; tocaba contestar á los acusados; pero un defensor tan_noble como oficioso se interpuso, y dijo entre otras cosas: «¿Empiezan las épocas que el Senado debe tomar en consideracion en el levantamiento de Vicálvaro? ¿No estaba la nacion preparada ya con los desmanes de ministerios anteriores? ¿No ha habido alguna sublevacion militar en que S. S. haya tomado parte?» Es decir: y tú, Calonge, ¿no has conspirado tambien? ¿Por qué, pues, levantas la voz? ¿No es verdad que los ministerios ó el ministerio de San Luis cometió desmanes? ¿Por qué increpas á los que hicieron armas contra él?

Dudo que un hombre de gobierno, que el presidente de un

Consejo de ministros, deba espresarse en tales términos; pero asi habló el duque de Valencia.

Los que nunca han conspirado se indignaron, y hubo periódico ministerial á prueba de desdenes, que lloró sobre la gloria eclipsada del caudillo conservador.

Esto acontecia en el 18 de Mayo; volvió á reunirse el 19 el Senado.... No sé por qué recuerdo en este momento, que el Senado de Roma pareció á los ojos de Cineas un Congreso de

reyes.

Esperaban todos con ansia, y con sobresalto muchos, que el general O'Donnell acusado retase á singular batalla al general Calonge. Pero no fue así: vióse con sorpresa, con asombro, que se dirigia hácia la tienda de Narvaez, mantenedor del campo por los de Vicálvaro, y que hirió con la punta de la lanza y con golpe rudo en medio del escudo, que pendia resplandecido sobre su puerta. Era esto provocarle, no á lid con armas corteses, segun espresion de los antiguos; sino á combate de

muerte.

El jefe de la union liberal se arrojaba á dársela en lucha abierta al jefe del partido conservador, á no ser que este rendido le pidiese por gracia la vida.

O'Donnell, pues, antes de cerrar con él, dirigióle estas preguntas: «Es verdad que S. S. era sabedor de cuanto hicimos despues de cerrado el Senado? ¿Es verdad que S. S. estaba dispuesto á unirse á nosotros? ¿Es verdad que si bien no quiso unirse á nosotros por razones que respeto, mas tarde nos felicitó por nuestro triunfo, mandándonos un ayudante?»

Acostumbrado á derribar con la espada ministerios, ahora al parecer intentaba O'Donnell herir de muerte á todo el partido moderado en la persona de su mas egrégio representante; en la del antiguo presidente del comité; en la del jefe actual del ministerio.

Esto imaginaba lograr, si forzaba al duque de Valencia á confesar delante de España que habia sido conspirador con O'Donnell, bien que á sú lado no llegase á arriesgar su cabeza en el Campo de Guardias.

Narvaez encontró en sí valor bastante para decir: «En las cosas que S. S. meditó y trató, y en el modo ó forma como lo hizo y ejecutó, no he tenido participacion ninguna.....>>

Vióse entonces agigantarse la sombría figura de O'Donnell: y el duque de Valencia, replicó, el duque de Valencia nos dijo «que no habia mas salvacion que apelar á la fuerza;» él nos manifestó en Aranjuez «que si por sus circunstancias particulares no podia salir el primero, la segunda espada que se desenvainase seria la suya;» él añadió que «bastarian dos solos regimientos de caballería que se sublevaran para hacer la revolucion.» Cinco generales desde Manzanares escribimos al duque de Valencia que, si se presentaba, estábamos dispuestos

á entregarle el mando, y S. S. «nos hizo contestar, que estaba enfermo y muy vigilado.»>

Entre medias de este ataque, el mas rudo que jamás se haya dado á un presidente del Consejo, gritaba el general O'Donnell: «En este pais todos los partidos han conspirado cuando no han estado en el poder; no hay un hombre político que con la mano sobre el corazon diga que no ha conspirado...» ¡Dios santo, pues en qué pais vivimos!

La clave del discurso del conde de Lucena se contiene en sus últimas palabras: «no tiene presente sin duda el duque de Valencia que no ha reemplazado al ministerio del de la Victoria, sino al que yo presidí.....» no comprendo «cómo puede llamarse gobierno de restauracion de lo mismo en cosas y personas que existian en 54, el que juzgaba necesaria en 54 una revolucion para destruir aquellas cosas y personas.»>

El duque de Valencia hubo de sentir el dardo en medio de las entrañas; pero como es innegable, que tiene altamente puesto el corazon, contestó: «Salgamos lastimados S. S. ó yo, ó los dos á la vez: si lo hemos merecido, nada importará al pais.....>>

El pais, noble duque, cree en su conciencia que ambos lo habeis merecido; mas antes que vuestro castigo quisiera vuestra enmienda.

Narvaez continuó: «Por mas que dos capitanes generales del ejército den un espectáculo lamentable á los que de ellos deben tomar ejemplo en la milicia, la Providencia velará algun dia sobre los sagrados objetos que vamos á comprometer.>>>

¡Ah, general! ¿y por qué los habeis comprometido? ¡Confiais en la Providencia Divina, y haceis bien; pero esto significa que á tales y tan desdichados términos nos habeis reducido en la tierra, que para librarnos de nuestros males, ó al menos para consolarnos, fijais nuestra esperanza en el cielo! ¡Ah, general! teneis razon; no parece ser muy laudable ejemplo el que dan dos capitanes generales á los que de ellos deben tomar ejemplo en la milicia..... y ahora sobrecoge una idea á nuestro espíritu: si andando los tiempos ¡Dics no lo permita! se fusila por conspirador á un sargento oscuro, este se acordará de las dos brillantes glorias del ejército español, y solo Dios podrá comprender la inmensidad de su sentimiento al morir!

Sin duda se revolvia en vuestra mente alguna de estas dolorosas ideas; por eso no tratásteis de justificaros, ni de disculparos siquiera; solo vuestro noble corazon exhaló un grito de indecible amargura, y acusó al general O'Donnell ante la conciencia de todos los hombres: «Esta es la primera vez, dijisteis, que se han traido al Parlamento conversaciones privadas, tenidas en la espansion de la amistad,

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