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ran recaer sobre él, cuando se supiese la muerte de Escovedo. Luego Antonio Enriquez añade:

« Quedó convenido que cada noche nos reuniríamos en la plazuela de San Jaime, desde donde nos iríamos á poner de acecho en el paraje por donde el secretario Escovedo debia pasar, lo cual se ejecutó así. Insausti, Juan Rubio y Miguel Bosque debian esperarle, Diego Martinez, Juan de Mesa y yo pasearnos por los alrededores, para el caso en que tuviésemos que ayudarles en el asesinato. El lunes de pascua, 31 de marzo, dia en que fue cometido aquel, Juan de Mesa y yo tardamos algo mas de lo acostumbrado en reunirnos en el lugar convenido; de manera que cuando llegamos á la plaza de San Jaime, los otros cuatro se habian ya marchado para hacer centinela en el paraje por donde debia pasar el secretario Escovedo. Cuando estábamos rondando por allí Juan de Mesa y yo, nos vino de aquel lado el rumor de que habian asesinado á Escovedo. Entonces nos retiramos á nuestras casas. Al entrar en la mia encontré á Miguel Bosque en armilla, pues que habia perdido su capa, y Juan de Mesa encontró igualmente en su puerta á Insausti; que habia tambien perdido la suya, y á quien introdujo en su morada de oculto(1). »

Insausti era el que habia herido á Escovedo matándole de un solo golpe con el estoque que le habia entregado Martinez, y que Juan de Mesa y él echaron entonces en el pozo de la casa en que vivian (2). [En la misma noche Juan Rubio se trasladó á Alcalá para instruir á Perez de lo ocurrido, el cual sabiendo que no habian prendido á nadie, se alegró mucho. (3) Los asesinos fueron alejados de

(1) Proceso, ms.

(2) «Y dixò que Ynsausti y Juan de Mesa avian hechado el estoque en un pozo que avia en el corral de su posada, y que era un estoque largo con canal hasta la punta, y el que mató á Escobedo fue Ynsausti con estoque y que no le dió mas de una herida, de la qual murió luego. » Ibid.

(3) «Y este fue el que la misma noche fue á Alcala á dar quenta al

Madrid apresuradamente y recompensados con largueza. Miguel Bosque recibió cien escudos de oro por mano de Fernando Escobar, clérigo de la casa de Antonio Perez, y se volvió á su país. (1) Juan de Mesa, Antonio Enriquez, Juan Rubio é Insausti partieron para Aragon, dirigiéndose á Babiera Ꭹ de allí á Zaragoza. Juan de Mesa recibió en recompensa una cadena de oro, cincuenta doblones de á ocho ó cuatrocientos escudos de oro y una taza de plata fina. La princesa de Eboli le dió por escrito un nombramiento de empleado de la administracion de su hacienda (2). Diego Martinez dió á los otros tres un despacho de alférez con veinte escudos de oro de sueldo (3). Teniendo en su poder estos diplomas firmados por Felipe II y Perez en 19 de abril de 1578, diez y nueve dias despues de la muerte de Escovedo, los asesinos se dispersaron para trasladarse cada uno á su destino. Juan Rubio pasó á Milan, Antonio Enriquez, á Nápoles, é Insausti á Sicilia (4); burlando así las

secretario Antonio Perez de como estaba ya hecho, el le preguntó si avian preso á alguno, y aviendo sabido que no, se holgó mucho.» Proceso ms.

(1) « Hernando de Escobar clerigo, que se quedó en Alcala, dió 100 escudos de oro á Miguel Bosque que fueron los que este declarante le ofreció en Aragon, quando le traxó el hermano del susodicho. » Ibid.

(2) «Juan de Mesa avia trahido una cadena de oro, y cinquenta doblones de á ocho, y una tassa de plata buena......Y la princesa de Eboli le avia dado un papel de la administracion de su hacienda.» Ibid., deposicion de Martin Gutierrez, décimo testigo.

(3) «Diego Martinez...dió á cada uno una carta y cedula de su Magestad con veinte escudos de entretenimiento con titulos de alférez... todas las cedulas eran á 19 de abril 1578, y la muerte fue á 31 de marzo del dicho año, dia segundo de pascua de resurreccion. » Ibid.

(4) «Recogidos estos despachos, todos tres fueron á Nápoles, este declarante, Insausti, y Juan Rubio el Picaro; y desde allí el alférez Insausti á Sicilia, y luego que llegó murió; y el alférez Juan Rubio al cabo de un mes dos que estaba en Nápoles en casa de su padre que era de alli, se fue á Milan á su entretenimiento, y este declarante se quedó en el suyo en Nápoles. » Ibid.

pesquisas que pudiera hacer la infortunada familia de Escovedo, á quien debian faltar de este modo medios de conseguir la venganza de su muerte.

Por lo demás, no se equivocó aquella en sus sospechas sobre quien era el verdadero culpable. A pesar de las precauciones de que se habia rodeado Perez, la viuda é hijos de Escovedo le acusaron y pidieron justicia al rey. De concier1to con la opinion de las personas que se hallaban en mejor posicion para formar conjeturas exactas, opinion que debia luego generalizarse entre todo el mundo (4), hicieron recaer la culpa del asesinato en Perez y la princesa de Eboli. Felipe II concedió una audiencia á Pedro Escovedo, escuchó con apariencia de interés sus quejas contra los asesinos de su padre, recibió de su mano los memoriales y pedimentos en que la familia de Escovedo los denunciaba, y prometió entregarlos á los tribunales si habia lugar á ello. Aun cuando no le desagradase á este príncipe ver que las sospechas recaian sobre otro (2), temia sin embargo el ruido y escándalo de un procedimiento en que hubiera podido verse envuelto. Encontrábase pues muy embarazado entre las reclamaciones de los Escovedos y el peligro de Perez, entre sus deberes como rey, y sus intereses como cómplice; tanto mas, cuanto que la familia de Escovedo halló protectores muy poderosos entre las personas que le rodeaban. El principal fue Mateo Vazquez, uno de los secretarios de su gabinete, enemigo encubierto de Perez, envidioso de su extremado poder, y que temia tanto menos atacar atrevi

(1) Conforme á las deposiciones de varios testigos oidos en el proceso, algunos de los cuales hemos citado ya. Esta opinion se extendió hasta fuera de España. « Y dixo (Antonio Henriquez) que en Italia y Flandes se decia públicamente que la causa porque avia hecho matar Antonio Perez á Escovedo, era por cosas de la princesa de Eboli.» Proceso, ms.

(2) El rey, á quien por grandes consideraçiones, y diferentes riesgos, y proprios, no le desplugó que aquella muerte descargase en otra parte, como nublado, abraçó facilmente, á lo menos dexó lo correr.» Relaciones de Antonio Perez, pág. 7-8.

damente á ese favorito detestado, cuanto que creia haber encontrado la ocasion de perderle. Unióse á Pedro de Belandi, á Pedro Negrete y á Diego Nuñez de Toledo, que aconsejaban y dirigian á los Escovedo en sus diligencias (1). Habló en su apoyo al irresoluto Felipe II con energía y le escribió la siguiente carta:

Mucho se esfuerça en el pueblo la sospecha contra aquel secretario de la muerte del otro, y diz que, no las trae todas consigo, (como suelen dezir) y que ansy anda á recaudo su persona despues que sucedió, y que un juyzio, que se ha hechado, dize que le hizo matar un grande amigo suyo, que se halló en sus honrras, y por una muger (2); y el dia que entró à ver la del dicho secretario á la del muerto, diz que la del muerto levantó la voz hechando maldiçiones à quien lo habia hecho, y de manera que no se notò mucho, y sy V. Majestad fuese servido de preguntar con secreto à Negrete, que se dize desta muerte, y que sospecha el, creo que convendria, preguntalle las causas, que tuviere para lo que dixere, aun que no me ha dicho nada, però yo he entendido de otra parte, que el habla en ello; y por satisfazer á los ministros, y à la Republica, que tan escandalizada está del negocio, y divertir opiniones, que andan muy malas, y de muy dañosa consequencia, conviene mucho, que V. Majestad mande apretadissimamente, que se sigua, y procure por todas vias, y modos possibles averiguar la verdad.

Felipe II, siguió desde aquel momento una marcha tortuosa y extraña. Escuchó con agrado á Vazquez y simuló

(4) «La princesa.....Estaba quejosa de don Pedro de Velandi, Matheo Vazquez, y Pedro Negrete su ayo, porque hacian junta en casa de Nuñez de Toledo, y avian aconsejado á don Pedro Escovedo, pidiese la muerte de su padre Antonio Perez. Proceso, ms. deposi sion de Gerónimo Diaz, undécimo testigo. Matteo Vazquez de Leça, secretario favorecido del rey, y Augustino de Toledo de su consejo, y Pedro Nuñez su hermano enemigos de Antonio Perez.» Cabrera, Felipe II, rey de España, en fol., Madrid, 1619, lib. XII, pág. 972, col. 2. (2) Memorial de Antonio Perez del hecho de su causa, pág. 334-335.

ponerse de acuerdo con Perez. Informóle de la acusacion formal que habian dirigido contra él, el mismo dia en que le expusó su queja la familia de Escovedo (1), y le advirtió de los poderosos enemigos que se habian unido en su daño. Al mismo tiempo le dió « palabra de caballero que no le faltaria jamás, pidiéndole el rey que no le dejase (2); nada hizo para sacarle de tan peligrosa posicion. Perez, que le juzgaba asaz débil y quizá pérfido, le dirigia la expresion de sus angustias.

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<<< Desto me vienen cada dia mil pesadumbres que cansarian á una piedra (3). » V. M. me mande encorozar, que yo creo que en esto pararé en pago de todo (4). » Felipe II le contestó con afectuosa familiaridad: «No debe de reinar hoy muy buen humor: y no creays lo que aquí decís (5). » Perez, á pesar de estas seguridades, preveia la suerte que le estaba reservada; insistia en ello con el rey y le escribia: «Temo, Señor, que cuando no me cate me han de abrir un costado mis enemigos y que tomando á V. M. descuidado, y á su mansedumbre igual á todo y fiados en su sufrimiento, han de obrar la invidia, y digo esto con esta ocasion por que sé que no paran (6). » El rey contextó al márgen de este billete: « Por lo demás que aquí dezis, dixé en ese otro papel, que no deveys de estar de buen humor, y aun que ellos no paren, creed que no les valdrá (7). »

Perez hubiera querido creerle; pero conocia demasiado á su rey para ello, así es que le pidió: «Que á él le dejase retirar de la corte y de su servicio, y apartar su persona del odio y invidia, procedido todo de su favor y gracia... mas

(1) Relaciones de Antonio Perez, pág. 7.

(2) Ibid. pág. 17.

(3) Ibid., pág. 11.

(4) Ibid., pág. 18.

(5) Ibid. pág. 18. (6) Ibid. pág. 18. (7) Ibid., pág. 18.

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