Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Sahagún Arévalo Ladrón de Guevara, quien publicó su "Compendio de noticias mexicanas" desde 1728 a 1730. Con el nombre de "Gazeta Mexicana" se continuó con 37 números cada uno de cuatro páginas. Luego, desde 1740 hasta diciembre de 42, en que dejó de publicarse, iba con el nombre de "Mercurio Mexicano". La otra gaceta editada por D. Manuel Antonio Valdés, en la imprenta de Zúñiga Ontiveros, empezó en 1748 y terminó en 1810 sustituída por la Gaceta del Gobierno de México.

Siete mil quinientos y tantos son los impresos dados a conocer por nuestros bibliografías, impresas sin incluir otros 600 descubiertos por el inteligente y feliz Lic. Pérez Salazar y de Haro; pero estos datos no deben despistarnos: la máxima parte de tales impresos no son libros en el sentido llano de la palabra: se trata muchas veces de cuadernos, cuadernitos, pliegos y hasta hojas sueltas; por lo que los que las describen más bien debieran llamarse cuadernógrafos, o foliógrafos. Acusan, sin embargo, la cifras mencionadas que la cultura era mayor, con gran desproporción, comparándola con la de siglos anteriores y que realmente en nuestra Patria ya había en aquellos buenos tiempos, verdadera atmósfera intelectual, propicia para que en ella fructificasen con libros propios y maestros vernáculos, los suficientes ingenios para tener un país próspero y auto-gobernado.

La Real y Pontificia Universidad de México no da, ciertamente, materia suficiente para especial capítulo porque su marcha regular, y felizmente monótona, no ofrece el número y calidad de noticias que pudo ofrecernos en épocas anteriores y aquí es donde hay que exclamar ¡felices los pueblos que no tienen historia!

No nos parece exacta la comparación que se hace de nuestra Universidad con el telón y bambalinas de un teatro que sólo sirven para dar vista y algo de carácter a la escena. No; la Universidad era un ser vivo, que más bien pudiera compararse al traspunte en un escenario, que ayuda, dirige, y armoniza las diversas funciones de los que aparecen en la escena.

Como hijos, casi todos nuestros sabios, de la misma Alma Ma

ter, se sentían por este sólo hecho, fuertes, respaldados y en sus malos tiempos y en sus momentos de ímpetu, debidamente contenidos por el peso de dignidad, inherente a tan respetable corporación.

Aparte de esto y contra todo lo que se hable de supuestas decadencias, la Universidad seguía fomentando las empresas de sus hijos con la adquisición continua de los mejores libros que en Europa se iban publicando y que ella se encargaba de poner al alcance del público en su biblioteca. Fomentaba también aunque con menos éxito que antaño, las aptitudes poéticas de nuestra juventud, mediante juegos y certámenes; pero el principal fomento consistía en los muy respetables y solemnes actos públicos, verdaderos torneos en el palenque de las ciencias sagradas y profanas donde a veces hubo como luego veremos, exhibiciones admirables de ingenio y de erudición.

Adame y Arriaga en su prólogo a las terceras constituciones de la Real y Pontificia Universidad, nos hace de ésta un extenso elogio de que entresacamos los datos principales.

"Hasta 1775 habíanse graduado en esta noble Academia mil ciento sesenta y dos doctores y maestros a los que deben agregarse los que se han instruído en los colegios, conventos y estudios particulares que hay en este Arzobispado y en los Obispados de Puebla, Valladolid, Guadalajara, Antequera y Durango, pertenecientes a esta Universidad."

De la Universidad salieron ochenta y cuatro señores Arzobispos y Obispos y muchos eminentes togados y hasta miembros de los Supremos Consejos de Indias y Castilla e infinidad de canónigos y dignidades, jueces, regidores, abogados y médicos y excelentes catedráticos que brillaron en las mismas universidades más célebres de la antigua España. En la de Salamanca fué catedrático de teología nuestro doctor D. Juan de Cervantes, nuestro Maldonado, de derecho canónico, así como de derecho civil los doctores mexicanos Vega y Suazo y de filosofía el Dr. Parada. En la de Alcalá leyó filosofía el Dr. Cortés; en la de Valladolid regenteó una cátedra de cánones Guevara, en Sevilla una de teología Cervantes y en Granada una de leyes el Dr. Padilla.

Entre los casos de ingenio, más brillantes, de que nos informa el citado Adame y Arriaga, recordaremos el de D. Antonio Calderón de quien se dice que sustentó un acto público de teología en que contestaba en prosa o verso a voluntad de los interrogantes. Tenía

este Calderón una memoria tan feliz para recibir y retener las especies que luego que leía un libro lo vendía, porque ya no necesitaba de él, por quedarle tan firmes las materias que trataba, que cuando se le ofrecía, no sólo tenía presentes los puntos, sino que citaba fielmente los lugares y hasta las páginas de cuyos hechos, añade el cronista, viven aún muchos y fidedignos testigos.

También hacen recuerdo de un D. Antonio Adar de Mosquera que podía inprovisar en cuatro lenguas, castellano, mexicano, coconeca (?) y angolana, con aplauso universal. D. José Brizuela sustentó un acto de veinticuatro materias. D. Andrés Llanos ofreció decir de memoria cualquier párrafo que se le preguntase, del derecho civil y explicarlo conforme al sentir de los más sólidos intérpretes, lo que cumplió exactamente con aplauso universal. D. Juan de Dios Lozano pidió que se le asignase cualquier punto de los cuatro libros de Pedro Lombardo, comprometiéndose a dar cátedra sobre todos ellos. D. Pedro Vasconcelos, ciego de nacimiento, era de tan singular ingenio y comprensión, que al oído aprendió perfectamente gramática, retórica, fiolosofía y teología, cuyos grados obtuvo y, no satisfecha su vasta capacidad con estas especies, se dedicó a la jurisprudencia teórica y práctica, citando, cuando se ofrecía, fielmente, los autores, lugares y páginas que le habían dictado.

Como estos ejemplos pueden verse otros muchos en el citado prólogo, que demuestran ciertamente nuestro aserto de que en la Universidad había vitalidad e impulso hacia el progreso, según se entendía en su época.

Ya recordarán nuestros lectores cómo el Obispo D. Juan de Palafox y Mendoza, siendo visitador general del Reino, allá por los años de mil seiscientos cuarenta y tres, había hecho unas constituciones para la Universidad de México. Como esas constituciones no gustaron, tuvo que haber cédula especial para que se pusiesen en vigor, y no bastó la cédula y la Universidad siguió su antigua marcha, hasta el cambio de atmósfera general que hubo en 1775. Porque por esos años había de privar forzosamente todo lo que fuese anti-jesuítico y por tanto habíase de poner por las nubes todo lo de Palafox, feroz enemigo de la Compañía y de ahí el deseo de que rigieran sus "sabias" constituciones.

Por ahí corren muchos ejemplares de la edición de 1775, en cuyas páginas pueden admirar nuestros lectores y todo el mundo, la más solemne vulgaridad que jamás se haya visto en materia de reglamentación; pero no es esto lo peor; léanse estas famosas constituciones desde el principio hasta el fin y dígasenos donde está en ellas el elemento de educación cristiana para tanta y tan noble juventud. Se habla, claro está, de tener capilla y capellanes con tanto más cuanto de sueldo, de procesiones, y fiestas de los patronos, con tales más cuales asuetos o danzas, ¿pero dónde se habla de las personas, medios y maneras para formar esos corazones; para dirigir espíritus o siquiera para encadenar esa imaginación y esas pasiones tan vehementes, características del pobre criollo mexicano? Mientras hubo jesuítas ellos por medio de sus Congregaciones Marianas en que estaban inscritas las cuatro quintas partes de la Universidad, se encargaban de orientar a nuestra juventud, pero desde 1767 no tenemos noticia de que aquellos jóvenes hayan encontrado quien viese por la sólida dirección de sus conciencias. No fué como se cree un cambio de ideas tan rápido, el de muchos hombres de letras y aun sacerdotes en el primer tercio de nuestro siglo XIX. De más lejos venía el mal: de su juventud semi-pagana en las aulas y bajo las palafoxianas constituciones de nuestra Universidad.

Nada diremos en este su propio capítulo de los seminarios, puesto que ya los han visto nuestros lectores, descritos por sus propios prelados en las Relaciones ad Limina que componen uno de nuestros anteriores capítulos. Lástima que, faltando las correspondientes a Puebla y Michoacán, carezcamos por ellos de los deseados datos sobre sus importantes seminarios.

El de Puebla, después de la ampliación, que no debe llamarse fundación, hecha por el Sr. Palafox, recibió mayores impulsos del Ilmo. Sr. D. Manuel Fernández de Santa Cruz. Puso este prelado al corriente las rentas de los colegios de San Juan y de San Pedro, que Palafox había reunido y organizó, comprando haciendas de labor, la pensión conciliar con lo que pudieron hacerse ya gastos que ascendían a más de diez y seis mil pesos anuales. Al Obispo Santa Cruz también se debe la mayor y mejor parte de la biblioteca palafoxiana, enriquecida más tarde con once mil volúmenes que le obsequió el canónigo Yrigoyen.

[graphic]
[ocr errors]

Plano del Colegio de las Vizcaínas

« AnteriorContinuar »