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Leon alcanzar una importancia, una sondez y una superioridad cual no había tenido nunca todavía. Y eso que la muerte robó á España y á la cristiandad tan insigne príncipe cuando amenazaba hacer tremolar el estandarte de la cruz sobre los adarves de Valencia. Piadoso y devoto en todo el discurso de su gloriosa vida, modelo de unción, de virtud y de humildad religiosa en el acto de dejar el cetro para despedirse de este mundo, no sabemos cómo la Iglesia no decoró al primer Fernando de Castilla y de León con el título con que honra á sus más esclarecidos hijos, y que muy merecidamente aplicó más adelante al tercer monarca de su nombre.

Que fué funesta la distribución de reinos que hizo Fernando á ejemplo de la partición de su padre, lo dijimos ya. ¿Pero le haremos por ello un cargo tan severo como el que algunos modernos críticos pretenden hacerle? Acaso no fué sólo un exceso de amor paternal el que le movió á obrar de aquel modo: tal vez conociendo Fernando la tendencia de cada conde y de cada magnate á la independencia, creyó que la mejor manera de reprimir aquel espíritu de insubordinación y de precaver una desmembración semejante á la del imperio árabe, era dejar á cada uno de sus hijos una monarquía más limitada y que pudiera más fácilmente vigilar. ¿Quién sabe si se propuso, designando á cada hermano una porción casi igual de territorio, contentar á todos, y prevenir aquellas rivalidades y envidias que estallaron después? No lo extrañaríamos, aunque los sucesos acreditaron lo errado del cálculo. Lo que no comprendemos es cómo á Fernando se le ocultó el genio ambicioso y díscolo de su hijo Sancho, y cómo no conoció la falta de capacidad y de virtud para gobernar de su hijo García. ¿Pero se hubieran acallado las ambiciones y evitado las discordias si hubiera caído toda la herencia en uno solo? Confesemos que en aquellos tiempos era una desgracia para el país el que un monarca muriese dejando muchos hijos. Recordemos las conspiraciones de familia que mortificaron á los reyes de Asturias, las conjuraciones de hermanos que perturbaron el sosiego de los monarcas de León: volvamos la vista á Navarra y Cataluña, y veremos los mismos odios de hermanos y las mismas catástrofes. Si las guerras que sobrevinieron se hubieran circunscrito á los tres hijos de Fernando, podríamos creer que el germen de las disidencias había estado todo en las partijas que aquél hizo de su reino. Mas cuando vemos á Sancho de Castilla, no bien cubierta la hoya en que reposaban las cenizas de su padre, en guerra ya con sus primos, los Sanchos de Navarra y de Aragón; cuando le vemos, después de dejarse arrastrar de la codicia hasta llevar las lanzas castellanas contra dos débiles mujeres, ir á inquietar en sus limitadas posesiones de Toro y de Zamora á sus dos hermanas Elvira y Urraca, ¿cómo no hemos de atribuir estos males, más que á culpa del padre, al natural turbulento, codicioso, avieso y desnaturalizado del hijo?

Este despojador de reinos, azote de su familia, que había desenvainado su espada contra dos primos y cuatro hermanos, cuando ya no le faltaba sino una hermana á quien despojar, se estrelló ante la constancia de una mujer fuerte, y en el cerco de Zamora halló el condigno castigo de su desmesurada codicia. El venablo de un traidor puso fin á sus días al pie de los muros de la única ciudad que le restaba para redondear el despojo

de toda su familia, sin que le valiera estar mandando un poderoso ejército ni tener á su lado al tipo del valor y de la intrepidez, Rodrigo el Campeador. No pretenderemos indagar por qué la Providencia se vale á veces de los criminales como instrumentos para castigar á los que se desvían ¦ de la senda de la humanidad y de la justicia: pero es lo cierto que suele emplearlos para sus altos fines. ¿Tuvo Urraca alguna participación en el trágico término de su hermano? Así lo expresaba uno de los epitafios que se dedicaron á la memoria de Sancho el Bravo (1). Nosotros no hallamos bastante justificada tan grave inculpación, pero tampoco nos atreveríamos á salir garantes de su inocencia, ni extrañaríamos no hallarla pura atendido su justo resentimiento y lo mal parados que en aquel siglo andaban los afectos de la sangre.

La muerte de Sancho el Bravo valió á su hermano Alfonso tres coronas por una que aquél le había arrancado. Las vicisitudes dramáticas de Alfonso VI son como el trasunto de la fisonomía de su época. Rey de León, inquietado por un hermano codicioso, vencedor y vencido en las márgenes del Carrión y del Pisuerga, despojado del trono, acogido á un templo, preso en un castillo de Burgos, monje en Sahagún, fugado del claustro, prófugo en Toledo, agasajado por un rey musulmán, brindado en su destierro por leoneses, gallegos y castellanos con las coronas de los tres reinos, aliado y auxiliar de un rey mahometano (el de Toledo) para destronar á otro rey mahometano (el de Sevilla), en amistad después y en alianza con el de Sevilla para destronar al de Toledo: favorecido y obsequiado del padre (Al Mamún), y derrocando del trono al hijo (Yahia), dueño y señor de la antigua corte de los godos donde antes había recibido hospitalidad de un árabe, Alfonso VI representa y compendia, en este primer período de su dramática historia, la vida, las costumbres, el manejo, las condiciones de existencia de hombres y pueblos en aquella época turbulenta y crítica.

¡Qué contraste tan desconsolador forma la noble y generosa conducta de Al Mamún el de Toledo con la de Sancho de Castilla para con Alfonso! El uno arranca el cetro á su hermano, el otro, siendo un infiel, acoge y trata al príncipe destronado como á un hijo, el hermano encierra al hermano en un castillo, el mahometano le da palacios y jardines para su recreo: cuando por la muerte de Sancho quedó vacante el triple trono de Castilla, León y Galicia, Al Mamún tenía en su poder al único príncipe llamado á ocuparle, y sin embargo, en vez de retenerle, en vez de aprovechar para sí aquella orfandad de los reinos cristianos para acometer cualquiera de ellos, ayuda á Alfonso con todo género de medios para que vaya á ceñir sus sienes con las coronas que le esperan; en cambio de tanta protección sólo le pide su amistad. Este proceder de Al Mamún, que nos recuerda el de Abderramán el Grande con Sancho el Gordo, revela los instintos generosos de aquella noble raza árabe que se iba á extinguir en España, al propio tiempo que la tolerancia que había ya entre árabes y

(1) En uno de los ángulos de su sepulcro en Oña se leía el epitafio siguiente: Rex iste occisus fuit, proditore consilio sororis suæ Urracæ apud Numantiam civitatem per manum Belliti Adolphis magni traditoris.

fonso VI, como monarca español y cristiano, hizo un bien inmenso á España y á la cristiandad con la conquista de Toledo: como amigo jurado de Al Mamún parece que deberían haber alcanzado al hijo las consideraciones de que era deudor al padre: aquel hijo no obstante no había sido comprendido en el asiento de alianza; los toledanos mismos reclamaron ser libertados de su opresión por el monarca de Castilla, y Alfonso pudo, sin romper juramento, hacer aquel servicio inmensurable al cristianismo y á la libertad española, y redimir al propio tiempo á los musulmanes que le invocaban.

El célebre juramento tomado á Alfonso en el templo de Santa Gadea de Burgos patentiza toda la arrogancia de la nobleza castellana. Sin embargo, sólo se encontró un caballero que se atreviera á tomársele, Rodrigo Díaz: se ha ensalzado á coro este hecho del Cid como un rasgo de heroico valor cívico; lo fué, y con ello dió el Campeador un testimonio de la grandeza de su alma; pero también fué un rasgo de audacia insigne el humillar á un monarca haciéndole que jurase por tres veces no haber tenido participación en la muerte de su hermano: audacia que el Cid, menos acaso que otro caballero alguno, hubiera debido permitirse: porque Alfonso pudo haberle demandado á su vez: «¿Y juráis, vos, Rodrigo, no haber tenido parte en la alevosía de Carrión, en aquella funesta noche en que mi hermano Sancho por consejo vuestro, después de vencido pagó mi generosidad degollando á mis soldados desapercibidos, haciéndome prisionero y apoderándose de mi trono? ¿Juráis vos estar inocente de aquella negra ingratitud que costó tanta noble sangre leonesa, y que me hizo cambiar mi trono por una prisión, mi corte por un claustro y mi libertad por el destierro de que vengo ahora?» No sabemos qué hubiera. podido contestar el Cid, si de esta manera se hubiera visto apostrofado por el mismo á quien tan arrogantemente juramentaba. No lo hizo Alfonso, contentándose con guardar secreto enojo á Rodrigo Díaz, enojo que hallamos fundado, si bien sentimos que le llevara, como en otra parte hemos dicho (1), más allá de lo que reclamaba el interés de la causa cristiana, y de lo que á él mismo le convenía para no ser tachado de rencoroso. Mientras tan lastimosas y mortales escisiones agitaban los tronos y los pueblos de Castilla y de León. ¿reinaba más armonía entre los príncipes soberanos de Aragón, de Navarra y de Cataluña? Mencionado hemos ya las guerras entre los hermanos Ramiro de Aragon y García de Navarra: entre éste y su hermano Fernando de Castilla, y entre los tres Sanchos de Castilla, Navarra y Aragón. ¿A qué se debió la unión de estas dos últimas coronas en las sienes del aragonés? á un fratricidio: á la muerte alevosa del navarro por su hermano Ramón en Peñalén, como la unión de las coronas de León y Castilla en Fernando se había debido á la muerte de Bermudo peleando con el esposo de su hermana en Tamarón. ¡Triste fatalidad de nuestra España! Aquel suceso, sin embargo, nos suministra una observación importantísima. El trono de Navarra pasa de repente de hereditario á electivo. Al menos los navarros prescinden del derecho de

(1) Discurso preliminar.

los hijos del último monarca: huye el uno por temor, y desechan al otro por tirano y fratricida, y entregan de libre y espontánea voluntad el reino á un príncipe, que aunque de la dinastía de sus reyes, era considerado ya como extraño, que tal debía ser para ellos Sancho Ramírez de Aragón. Este ejercicio de la soberanía en los casos extraordinarios le hallamos lo mismo en los pueblos cristianos que en los musulmanes.

En el condado de Barcelona el gran príncipe Ramón Berenguer el Viejo, el autor de los famosos Usages, trabajando siempre por someter á los díscolos condes, víctima de discordias domésticas, herido de excomunión por arte y manejo de una abuela intrigante y codiciosa, sufre la amargura de ver á un hijo ambicioso y desnaturalizado teñir sus manos en la sangre de la esposa de su padre, y baja al sepulcro prematuramente agobiado de pena y de dolor. También el príncipe catalán, como los de Castilla, Aragón y Navarra, hizo alianzas con los árabes; y los campos de Murcia se vieron inundados de huestes catalanas y andaluzas, cristianas y muslímicas, mezcladas y confundidas en defensa de una misma causa y en contra de otros cristianos y de otros infieles, como en otros tiempos se habían reunido en los campos de Acbatalbakar y del Guadiaro.

Una fatalidad tan lamentable como indefinible parecía presidir á los testamentos de los príncipes cristianos españoles. Apenas se concentraba en una mano una vasta extensión de territorio á fuerza de apagar interiores disturbios y de vencer enemigos exteriores, volvían las disposiciones testamentarias de los príncipes á legar á sus hijos y á sus reinos una herencia de discordias y una semilla de ambiciones, de envidias, de turbulencias y de crímenes. Ramón Berenguer el Viejo de Barcelona, siguiendo el camino opuesto al de Sancho el Mayor de Navarra y de Fernando el Magno de Castilla, dejó en su testamento el germen de resultados igualmente desastrosos. Desconociendo como aquéllos la índole de sus hijos y las ventajas de la unidad en el gobierno de un Estado, y como si la soberanía consintiese participaciones y su sola voluntad bastase á enmendar la naturaleza humana y á despojarla de las pasiones de la ambición y de la envidia, quiso ceñir con una sola corona las sienes de sus dos hijos, lo que equivalía á legarles una manzana de discordia y un incentivo perenne de desavenencias. Desarrolláronse pronto por parte del más descontentadizo y díscolo, del más codicioso y avaro, y el genio maléfico de la envidia arrastró á Berenguer Ramón II al extremo de teñir su mano en la inocente sangre del apacible Ramón Berenguer Cap de Estopes, y de darle una muerte alevosa. Otro fratricidio.

Concluiremos este cuadro con una observación bien triste, pero exacta por desgracia. Los príncipes que han regido los diferentes Estados de la España cristiana en el período que examinamos, todos á su vez han peleado entre sí, y casi todos cuando han blandido sus lanzas contra los soberanos de sus mismas creencias y de su misma sangre, han llevado consigo auxiliares musulmanes, ó comprados á sueldo, ó ligados con ellos en amistosas alianzas. De ellos los siete han muerto, ó en guerra con sus parientes, ó asesinados por sus propios hermanos. García de Castilla bajo las alevosas espadas de los Velas: Bermudo III de León y García Sánchez de Navarra combatiendo contra su hermano Fernando de Castilla: Sancho

una prisión en que le encerraron sucesivamente sus dos hermanos Sancho y Alfonso: Sancho Garcés de Navarra traidoramente asesinado por su hermano Ramón en Peñalén: Ramón Berenguer II de Barcelona bajo el puñal fratricida de Berenguer Ramón.

Á vista de tan aflictivo cuadro de miserias y de crímenes, que hacían interminable la obra gloriosa de la restauración española, nuestro corazón se llenaría de horror y desesperaría del triunfo de la buena causa, si no se elevara á otra más alta esfera, allá donde hay un ser superior que lleva majestuosamente las naciones y los pueblos á su destino al través de todas las miserias de la humanidad. A pesar de tantas rivalidades y malquerencias de familia, á pesar de tantas discordias interiores y tantas alianzas con los mahometanos, conservábase siempre vivo el sentimiento de la independencia y el principio religioso como el instinto de la propia conservación. Y á la manera que en otro tiempo aunque se aliaran los españoles alternativamente con cartagineses y romanos se mantenía un fondo de espíritu nacional y un deseo innato de arrojar á romanos y cartagineses del suelo español, del mismo modo ahora subsistía, á vueltas de las flaquezas y aberraciones que hemos lamentado, el espíritu religioso y nacional, que puesto en acción por algunos grandes príncipes como Sancho el Mayor de Navarra, Fernando el Magno de Castilla, Sancho Ramírez de Aragón, Ramón Berenguer el Viejo de Barcelona, hacía que fuese mar chando siempre la obra de la reconquista. Debióse á esta causa el que aquellas contrariedades no impidieran el acrecimiento y ensanche que recibieron las fronteras cristianas en León y Castilla, en Navarra, Aragón y Cataluña, desde la recuperación de León hasta la conquista de Toledo, el acaecimiento más importante y glorioso de la España cristiana desde el levantamiento y triunfo de Pelayo.

¿Cómo no aprovecharon los árabes aquellas discordias de los cristianos para consumar su conquista? Porque ellos estaban á su vez más divididos que los españoles. Por fortuna suya los cristianos se consumían en escisiones domésticas cuando más útil les hubiera sido la unión. Por fortuna de los españoles los sarracenos en las ocasiones más críticas se enflaquecían y destrozaban entre sí y dejaban á los cristianos en paz. Iguales miserias en ambos pueblos. De aquí haber durado la lucha cerca de ochocientos años.

El imperio árabe en su decadencia corrió la suerte de los imperios destinados á fenecer, no por conquista, sino por una de esas enfermedades interiores lentas y penosas, que del mismo modo que á los individuos van consumiendo los cuerpos sociales y corroyéndolos hasta producir una completa disolución. Era ya un fenómeno que con una cabeza tan flaca como la de Hixem II se hubiera robustecido en vez de enflaquecerse el cuerpo del imperio; pero este fenómeno era debido á las altas y privilegiadas prendas de Almanzor, y los fenómenos no se repiten cada día. Muerto el hombre prodigioso, la marcha del Estado siguió su natural orden y curso. Faltaba la cabeza y todos querían serlo. Despertáronse las ambiciones que la superioridad de un solo hombre había tenido reprimidas, y comenzó aquella cadena de convulsiones violentas, de sacudimien

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