Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CAPÍTULO III

FIN DE ALFONSO VI DE CASTILLA. SANCHO RAMÍREZ Y PEDRO I EN ARAGÓN.-BERENGUER RAMÓN II Y RAMÓN BERENGUER III EN CATALUÑA

De 1094 á 1109

Casa Alfonso sus dos hijas Urraca y Teresa con dos condes franceses.-Dales en dote los condados de Galicia y Portugal.—Muerte de la reina Constanza, y matrimonios sucesivos de Alfonso.-La mora Zaida abraza el cristianismo, y se hace reina de Castilla con el nombre de Isabel.-Continúan las guerras de Alfonso con los Almoravides.-Muere Yussuf, y su hijo Alí es proclamado emperador de Marruecos y emir de España.-Funesta batalla de Uclés: derrota del ejército castellano, y muerte del príncipe Sancho, único hijo varón de Alfonso.-Sentidos lamentos de éste.Enferma y muere Alfonso VI de Castilla.-Su elogio.-Sobre las diferentes esposas de este monarca.—Aragón.—Campañas de Sancho Ramírez.-Muere herido de flecha en el sitio de Huesca.-Proclamación de su hijo don Pedro.-Prosigue el sitio de Huesca. -Gran triunfo de los aragoneses en Alcoraz.-Conquista de Huesca. -Muerte de don Pedro, y sucesión de su hermano don Alfonso.-Cataluña.-Hechos de Berenguer II el Fratricida.—Sus guerras con el Cid.-Importante conquista de Tarragona.-Acusación y reto por el fratricidio: su resultado.-Auséntase Berenguer de Cataluña.—Entra á regir el condado Ramón Berenguer III el Grande.

No había hecho poco Alfonso de Castilla en irse reponiendo del desastre de Zalaca, hasta el punto de triunfar al poco tiempo de los Almoravides en Aledo, y de poder en 1093 hacer una gloriosa expedición por Extremadura y Portugal, apoderándose sucesivamente de Santarén, Lisboa y Cintra (1). Tanto en Aledo como en la campaña del Algarbe habían hecho importantes servicios al monarca castellano aquellos condes franceses que dijimos habían venido á España con el deseo de tomar parte en la solemne lucha que en nuestra Península se sostenía con tanto heroísmo en favor de la cristiandad. Habíanle merecido particular predilección dos

comitiva y acompañados de García Ordóñez, el mortal enemigo de Ruy Díaz. Alfonso nombró árbitros á los dos condes Enrique y Ramón. El Cid presentó su querella, y reclamó sus dos espadas Colada y Tizona. Los árbitros aprobaron su demanda, y las dos espadas fueron devueltas al Cid. Después reclamó las riquezas que había dado á los infantes al partir de Valencia. Hubo algunas dificultades por parte de los de Carrión, pero al fin las restituyeron también. Por último, pidió vengar en combate la afrenta que habían hecho á sus hijas. Realizóse el duelo, y los tres campeones del Cid, Pero Bermúdez, Martín Antolínez y Muño Gustios vencieron á los dos infantes y á Asur González, y las hijas del Cid se casaron con los infantes de Navarra y Aragón.

El autor de esta leyenda (que no se halla en historia alguna fidedigna) parece se propuso infamar la familia de los condes de Carrión, aborrecida acaso en Castilla, los Vani Gómez del poema. Además, el conde que hubo en Carrión desde 1088 hasta 1117, fué Pedro Ansúrez, que no era de la familia de los Gómez, como puede verse en Sandoval, Sota, Moret, Llorente y otros De la misma manera pudiéramos evidenciar de apócrifas otras muchas anécdotas del Cid, con que no queremos ya fatigar á nuestros lectores, y que puede ver el que guste en el Poema, en los dramas y en las colecciones de romances de Sánchez, de Durán y de Depping.

(1) Chron. Lusit. ad ann. 1093. – Id. Conimbric., p. 330.

fonso VI (1). De tal modo ganaron estos condes el afecto y privanza del rey, que en 1092 les dió en matrimonio sus dos hijas Urraca y Teresa. Obtuvo el conde Ramón la mano de Urraca, hija legítima de Alfonso, habida de su matrimonio con Constanza. Fuéle dada á Enrique la otra hija de Alfonso llamada Teresa, nacida de la unión declarada ilegítima del rey con Jimena Núñez. A Urraca y Raimundo les dió el condado de Galicia, á Teresa y Enrique el del territorio que de los moros había ganado en la Lusitania. Principio fué éste de grandes sucesos, origen del nuevo reino que había de erigirse en Portugal, y fundamento que había de servir para que dos extranjeros fuesen tronco y raíz de dos dinastías reales en España, como lo habremos pronto de ver. De esta manera tomaron los franceses en Castilla en el reinado de Alfonso VI igual influjo y preponderancia en lo político y en lo militar al que anunciamos habían tomado en lo eclesiástico y lo religioso los prelados y monjes de aquella nación de que aquel monarca llenó las iglesias españolas.

Las invasiones de los Almoravides en el Algarbe y la conquista de Badajoz con la muerte del último emir Omar ben Alafthas que en otro lugar dejamos indicada, hicieron que Alfonso volviera á perder una parte de aquellas adquisiciones, abrieron sus puertas á los africanos Évora, Silves, la misma Lisboa y otras importantes poblaciones de Occidente. Mas distraídas después las fuerzas musulmanas á la parte de Valencia por el Cid Campeador, y habiendo los dos condes franceses sostenido algunos encuentros y combates con las tropas muslímicas que en Portugal y en sus fronteras habían quedado, hallamos en 1097 á Enrique de Borgoña dominando el territorio comprendido entre el Miño y el Tajo, y á Raimundo en posesión de lo que hoy abraza la moderna Galicia, después de haber ayudado á Alfonso á repoblar las ciudades de Castilla, Ávila, Salamanca, Almazán y Segovia (2).

Habiendo fallecido en 1093 la reina Constanza, el monarca castellano contrajo nuevas nupcias con Bertha, repudiada de Enrique IV de Germania, que á los dos años dejó otra vez vacante con la muerte el tálamo de Alfonso. Una princesa mora fué entonces llamada á compartir con el rey de Castilla el lecho y el trono. Era la bella Zaida, la hija del rey árabe Ebn Abed de Sevilla, que en los tiempos en que su padre había hecho alianza con el monarca cristiano la había entregado á éste como prenda de amistad y á título de esposa futura, juntamente con los pueblos de Vilches, de Alarcos, de Mora, de Consuegra, de Ocaña y otros del reino de Toledo, en calidad de dote. Muy joven en aquel tiempo la hermosa Zaida, había continuado en poder de Alfonso, según unos como consorte, según otros en concepto más equívoco y menos honroso. Ni lo uno ni lo

(1) La reina Constanza era hija de Roberto, duque de Borgoña, y viuda del conde de Chalóns. Ramón ó Raimundo era hijo de Guillermo de Borgoña, y Enrique lo era de otro Enrique, hermano de aquél, y todos descendientes de Roberto, hermano del rey Enrique II de Francia.

(2) Sandov. Cinco Reyes, Alfonso VI.

otro creemos fundado. Ni las crónicas insinúan que Alfonso quebrantara la ley de los cristianos que prohibe la bigamia, ni hay documento que indique que tuviera con la bella musulmana relaciones de naturaleza de producir escándalo. Pero Alfonso amaba tiernamente á la joven mora, y el corazón de la hija de Ebn Abed se había prendado de la grandeza y generosidad del monarca castellano. Ambos deseaban unirse con legítimos lazos, pero la diferencia de religión establecía entre ellos un abismo. Acaso el afecto y la convicción obraron de concierto en el corazón de Zaida, y Zaida renunció á la fe de sus padres y abrazó la religión de Alfonso; hízose cristiana, y tomó en el bautismo el nombre de María Isabel (con el segundo la nombraba siempre Alfonso y es conocida en los documentos). Entonces el rey, libre de todo compromiso por las muertes sucesivas de Constanza y de Bertha, realizó solemnemente su deseado enlace con Isabel Zaida (1095), de la cual tuvo al año siguiente el ansiado placer de ver nacer un príncipe, fruto de su amor y heredero de su trono, puesto que Sancho, que así se llamó el hijo de Zaida, era el único varón que Alfonso había logrado tener en sus diferentes consorcios (1).

Pasáronse los años siguientes atendiendo Alfonso á las cosas de su reino, y acudiendo, ya á la parte de Extremadura, ya á la de Aragón ó Andalucía, según que la necesidad y sus relaciones con los reyes musulmanes y cristianos lo reclamaban, sin que otros sucesos importantes ocurrieran en Castilla que los que en anteriores capítulos dejamos referidos. Así las cosas volvió Yussuf el emperador de Marruecos por cuarta vez á España, trayendo en su compañía sus dos hijos Abu Tahir Temín y Alí Abul Hassán. Aunque el menor este último, tenía más talento y más valor que su hermano, y era el predilecto de su padre. Con ellos recorrió las provincias, y hablando de la disposición y naturaleza del país comparaba su conjunto á un águila, y decía que la cabeza era Toledo, Calatrava el pico, el pecho Jaén, las uñas Granada, el ala derecha la Algarbia, y la Axarkia el ala izquierda (2). Terminada su visita, convocó los jeques y principales caudillos Almoravides, y concertó con ellos declarar futuro sucesor de todos sus Estados de África y España á su hijo Alí, cuya carta y pacto de sucesión comenzaba en los siguientes términos: «Alabanza á Dios que usa de misericordia con los que le sirven en las herencias y sucesiones; que hizo á los reyes cabezas de los Estados para la paz y concordia de los pueblos..... etc.» Extendida y leída la carta, prestado por Alí el juramento de gobernar el imperio en conformidad á las condiciones que su padre le imponía, y por los jeques y vazires el de aceptar gustosos y contentos la sucesión, firmóse el acta en Córdoba en setiembre de 1103. Entre las condiciones que Yussuf impuso á su hijo relativamente al go

(1) Isabel comienza á aparecer como reina en las cartas y privilegios del rey Alfonso desde 1095, y apenas hay año que no le hallemos inscrito en algún documento hasta el 1107, en que murió; como puede verse en el libro becerro de la iglesia de Astorga. En un privilegio de 25 de enero de 1103 da el rey don Alfonso á su esposa Isabel los epítetos de dilectissima, amatissima: y en otro se lee: Elisabeth Regina divina. Sota, cit. por Romey.

(2) Conde, part. III, c. XXIII.

N

[ocr errors]

la guerra contra los cristianos y la guarda de las fronteras la hiciese con los musulmanes andaluces como más prácticos y entendidos en la manera de pelear que convenía para España: que mantuviera constantemente en la Península un ejército bien pagado de 17,000 jinetes Almoravides, distribuídos de esta manera: 7,000 en Sevilla, 1,000 en Córdoba, 3,000 en Granada, 4,000 en el Este y 2,000 en el Oeste; que honrara siempre á los musulmanes andaluces y evitara toda colisión con los de Zaragoza que eran el baluarte del Islam.

Dadas estas disposiciones, partió Yussuf otra vez para Ceuta, donde retirado de los negocios comenzó al poco tiempo á enfermar, ó más bien á sentir la debilidad de la vejez, pues contaba ya cerca de cien años. Lleváronle á Marruecos; pero de cada día, dice el autor árabe, era mayor su debilidad, tanto que sus fuerzas del todo desaparecieron, «y así murió (Dios haya misericordia de él) á la salida de la luna de Muharrán entrado el año 500 (1107), habiendo vivido cien años y reinado cerca de cuarenta.» Llamáronle el excelente, la estrella de la religión, el defensor de la ley de Dios, y dábanle otros pomposos nombres. Su imperio llegó á ser el más vasto que se había conocido, y fué el que hizo predominar en España la raza africana sobre la raza árabe. Su hijo Alí Abul Hassán, que había ido á recoger sus últimos alientos y á recibir sus postreras instrucciones, fué inmediatamente proclamado emperador de Marruecos.

En aquel mismo año vino Alí á España. En Algeciras recibió á todos los cadíes de las aljamas, á los walíes y gobernadores de las ciudades, á los sabios y principales caballeros del pueblo, que fueron á visitarle, y arregladas las cosas de Andalucía se volvió á África, desde donde envió á su hermano Temín, walí que había sido de Almagreb, confiriéndole el gobierno de Valencia. Deseoso Temín de ejecutar alguna empresa que acreditara su mando en España, propúsose tomar la ciudad y castillo de Uclés, que defendía una fuerte guarnición castellana. Un numeroso ejército africano asedió la población y la combatió con tal ímpetu que la tomó á viva fuerza. Los cristianos se atrincheraron en el castillo. El rey Alfonso con noticia de este suceso, aunque anciano ya y achacoso de salud, se disponía á partir para socorrer en persona á los defensores de Uclés. Pero impidióselo, al decir de algunos autores, una herida recibida en otra anterior batalla (1), y en su lugar envió á los principales de sus condes, y quiso además que fuese en su compañía su hijo Sancho, que aunque de solos once años

(1) Sandoval (en sus Cinco Reyes, de quien sin duda la ha adoptado Dozy) supone esta batalla en 1106, y dada en un pueblo de Extremadura nombrado Salatrices. En ella, dice, salió derrotado el rey don Alfonso y herido en una pierna. Retirado á Coria, añade, vió con alegría llegar algunos de sus condes que tenía por perdidos, y como entre ellos fuese el obispo don Pedro de León con el roquete salpicado de sangre sobre las armas, exclamó el rey: Gracias a Dios que los clérigos hacen lo que habían de hacer los caballeros; y los caballeros se han vuelto clérigos por los míos pecados: aludiendo á García Ordóñez el enemigo del Cid, y á los condes de Carrión, que «fea y cobardemente se habían retirado y faltado en la batalla.» Dice también que sentido de aquellas palabras el conde García Ordóñez se pasó á los moros y fué causa de grandes males en Castilla.

de edad había sido ya armado caballero por su padre y sabía manejar un caballo. Iba el joven príncipe encomendado á su ayo el conde García de Cabra. Encontráronse ambos ejércitos y pelearon con ánimos encarnizados. El triunfo se declaró por los musulmanes. Sobre veinte mil cristianos quedaron en el campo, entre ellos el tierno infante don Sancho, el heredero del trono y el ídolo de su padre (1108). En lo más recio de la pelea, dice el arzobispo don Rodrigo, el joven príncipe sintió su caballo gravemente herido, y dirigiéndose á su ayo exclamó: «¡ Padre, padre! ¡mi caballo está herido!» A estas voces acudió el conde y presenció la caída simultánea del caballo y del infante. Apeóse el conde del suyo, y cubriendo con su escudo á Sancho se defendió por buen espacio rechazando valerosamente los golpes de multitud de musulmanes que le rodeaban, hasta que enflaquecido por las muchas heridas cayó sobre el cuerpo de Sancho, como para morir antes que su protegido, y allí sucumbieron los dos. Los otros magnates quisieron sustraerse á la muerte con la huída; pero alcanzados por un destacamento de caballería musulmana fueron los más degollados. Los que escaparon con vida llevaron la triste nueva al rey don Alfonso, el cual, traspasado de dolor y amargura, dicen que exclamó en el lenguaje que se supone de su tiempo, en medio de suspiros que parecía arrancarle el corazón: «¡Ay meu fillo! ¡ay meu fillo! alegría de mi corazón é lume de meos ollos, solaz de miña vellez; ¡ay meu espello en que yo me soya ver, é con que tomaba moy gran pracer! ¡ay meu heredero mayor! Caballeros, thu me lo dejastes? Dadme meu fillo, condes.» A lo cual el conde Gómez de Candespina respondió: «Señor, el hijo que nos pides, no nos le confiaste á nosotros.» A esto replicó el rey: «Si se le confié á otros, vosotros erais sus compañeros para el combate y para la defensa; y cuando aquel á quien yo le dí murió amparándole, ¿qué buscáis aquí los que le habéis abandonado?-Señor, le respondió Alvar Fáñez, pareciónos que no podíamos vencer aquel campo, que sería mayor daño vuestro perecer allí todos en vano, y que no os quedara con quien poder defender la tierra, y las ciudades, fortalezas y castillos que con tanto trabajo habéis ganado; esto nos hizo venir aquí, señor, para que con la falta del príncipe y con la nuestra no os quedarais de todo punto sin arrimo.» Mas no bastaban razones á consolar al rey, que cada vez lanzaba más hondos suspiros.

Llamóse esta batalla de Uclés la batalla de los Siete Condes, por el número de los que en ella perecieron, y á esta lamentable derrota se siguió la pérdida de Cuenca, Huete, Ocaña, Consuegra, y otras poblaciones de las que habían formado el dote de Zaida, la cual, para mayor desconsuelo del monarca, hacía poco tiempo le había dejado en triste viudez. Había muerto también en 1107 su yerno el conde Ramón de Galicia, el marido de su única hija legítima Urraca, de la cual dejaba un niño de cuatro años llamado Alfonso, nacido en un lugar de la costa de Galicia, nombrado Caldas, que de esto se dijo más adelante Caldas del Rey. Este tierno nieto era el único varón que después del malogrado Sancho le quedaba de sus diferentes matrimonios al anciano y afligido monarca de Castilla. Tal vez el ansia de lograr todavía sucesión inmediata varonil fué la que pudo determinarle, á pesar de su provecta edad, de sus achaques y de sus amarguras, á contraer aún nuevas nupcias con una señora nombrada Beatriz,

« AnteriorContinuar »