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su hermano Alkasim, que lo era de Algeciras, que le ayudasen á lanzar de Córdoba al usurpador Suleiman y á reponer al legítimo soberano Hixem, á quien suponía vivo y encarcelado por Suleiman. Sirviéronle mucho al efecto las cartas cogidas al desgraciado Wahda, en las cuales el califa Ommiada ofrecía á Alí nombrarle su sucesor y heredero. Alentáronse con esto los hermanos Ben Hamud, y desembarcó Alí en Málaga con sus huestes de Ceuta y Tánger. Uniéronsele los alameríes, y diósele el mando general del ejército. Apoderado de Málaga, marchaba el ejército aliado hacia Córdoba cuando salió Suleiman á su encuentro. Vióse éste obligado muy contra su voluntad á aceptar un combate general, en el cual llevó la peor parte y tuvo que tocar retirada. Cúpole peor suerte todavía en otro encuentro con los confederados cerca de Sevilla. Abandonáronle las mismas tropas andaluzas pasándose á los africanos: abandonábale ya del todo la fortuna: él y su hermano heridos perdieron sus caballos y cayeron prisioneros. Entraron al día siguiente los vencedores en Sevilla sin resistencia, y avanzando á Córdoba, tampoco hallaron oposición, que no MONEDAS ARÁBIGAS

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quiso estorbarles la entrada el padre de Suleiman que gobernaba la ciudad, sabedor de la desgracia de sus dos hijos y temeroso de mayores males.

Valióle poco, en verdad, al anciano aquella conducta; porque el feroz Alí, haciendo que le fuesen presentados el padre y sus dos hijos Suleiman y Abderramán, éstos ya casi exánimes de resultas de sus heridas: «¿Qué habéis hecho de Hixem, les preguntó, y dónde le tenéis?-Nada sabemos de él, respondió el anciano.—Vos le habéis muerto, replicó Alí.—No, por Dios, contestó el viejo Alhakem, ni le hemos muerto, ni sabemos si vive ni dónde está.» Entonces sacando Alí su espada: «Yo ofrezco, dijo, estas cabezas á la venganza de Hixem y cumplo su encargo.» Alzó Suleiman los ojos y le dijo: «Hiéreme á mí solo. Alí. que éstos no tienen culpa.» Pero Alí, desatendiendo su ruego, los descabezó á todos tres con ferocidad horrible con propia mano. Diéronse luego á buscar á Hixem por todas las estancias, y hasta por los subterráneos de palacio, y por todas las casas de la ciudad, y no habiéndole encontrado por ninguna parte, se anunció públicamente su muerte en la ciudad, muerte en que ya no quería creer el pueblo, dando esto ocasión al vulgo por espacio de algunos años para mil fábulas y consejas (1016).

Proclamado califa Alí ben Hamud el Edrisita, tomó los títulos de Motuakil Billah (el que confía en Dios), y de Nassir Ledin Allah (el defensor de la ley de Dios). Pero dábanle mucha inquietud los alameríes, y el mis

provincias reclamando su fidelidad y obediencia como á sucesor legítimo del califato designado por el mismo Hixem; pero los de Sevilla, Toledo, Mérida y Zaragoza ni aun se dignaron contestar á sus cartas. Formóse por el contrario una federación entre los walíes emancipados, al parecer y de público con el intento de colocar en el trono á algún príncipe Ommiada, de secreto tal vez con el principal designio de asegurar la independencia de sus gobiernos. Proclamóse, pues, á Abderramán ben Mohammed, llamado Almortadi, de la ilustre estirpe de los Beni-Omeyas, hombre virtuoso y rico, de ánimo esforzado y muy querido de todos, al cual se dió el nombre de Abderramán IV. Casi todos los walíes de la España Oriental y muchos alcaides del Mediodía, doquiera que dominaban los alameríes, se agruparon con gusto en derredor de aquella bandera. Mas en su misma corte y dentro de su propio alcázar tenía Alí ben Hamud desafectos que espiaban ocasión de deshacerse de él. Un día, cuando él se preparaba á salir de Córdoba, como ya lo habían verificado sus tropas y acémilas, para combatir á Abderramán que se sostenía en tierra de Jaén, quiso tomar antes un baño, del cual no salió, porque le ahogaron en él los mismos eslavos que le servían, tal vez ganados por los alameríes de la capital (1017). Divulgóse su muerte como un accidente y natural desgracia, y así lo creyeron sus guardas y familiares.

Nada aprovechó este acaecimiento á Abderramán Almortadi, porque el partido africano, bastante fuerte todavía en Córdoba, proclamó al walí de Algeciras Alkasim, hermano del ahogado. Condújose Alkasim con una crueldad que hizo olvidar la de su antecesor, y con pretexto de descubrir y castigar á los perpetradores de la muerte de su hermano, á unos daba tormento, á otros hacía perecer en suplicios, y los alameríes y las familias más nobles de Córdoba se vieron oprimidas ó proscritas, y no había quien no temiera su venganza. Pero alzóse pronto contra él un terrible enemigo, su propio sobrino Yahia, hijo de su hermano Alí, que se hallaba en Ceuta, el cual, pretendiendo que le pertenecía el trono de Córdoba, desembarcó en España al frente de sus salvajes tribus, trayendo consigo una hueste auxiliar compuesta de los feroces negros del desierto de Sús, raza belicosa y bárbara que nunca había pisado el suelo español. Cuando Alkasim partió de Córdoba á su encuentro, ya su sobrino se había apoderado de Málaga: diéronse los dos competidores algunas batallas sangrientas, mas temeroso Alkasim de que sus discordias redundasen en provecho de Abderramán el Ommiada que se mantenía en las Alpujarras. propuso á Yahia un concierto, por el cual se convino en compartir entre sí el imperio. Tocóle á Yahia la ciudad de Córdoba, y encargóse Alkasim de proseguir la guerra contra Almortadi con la gente de Sevilla, Algeciras y Málaga que reservó para sí. Mas habiendo tenido este último la imprudente confianza de pasar á Ceuta, con objeto de dar solemne sepultura á los restos mortales de su hermano, Yahia, con insigne mala fe, se hizo proclamar en su ausencia soberano único del imperio muslímico español. Favorecióle mucho la general odiosidad que había contra Alkasim, no sólo para que aquel fatigado pueblo no se opusiese á la usurpación, sino para que los jeques

y vazires se alegraran del cambio y le juraran gustosamente fidelidad y apoyo (1021).

Súpolo Alkasim en Málaga de regreso de su expedición funeral, y con toda su gente marchó resueltamente sobre Córdoba decidido á vengar la alevosía de su sobrino. Faltóle á Yahia el valor cuando más le había menester, y á pesar de contar con el arrojo de sus negros, y con más partido, ó siquiera con menos antipatías en el pueblo que Alkasim, no se atrevió á esperarle, y abandonando la ciudad, no paró hasta Algeciras. Sin resistencia entró segunda vez Alkasim en Córdoba, si bien la soledad, el silencio, la tristeza que notó á su entrada le significaron bastante el disgusto con que era recibido, y que él aumentó con sus nuevas crueldades y sañudas ejecuciónes. El aborrecimiento llegó á punto que no podía ya dejar de producir un conflicto. Una noche se tocó á rebato, y el pueblo, de antemano y secretamente armado, acometió furiosamente el alcázar, que á pesar de su impetuosa arremetida no pudo tomar, porque la guardia le defendió con bizarría. El populacho, sin embargo, no se separó de allí, y por espacio de cincuenta días tuvo estrechamente asediado al califa y sus guardias. Faltos ya de provisiones, determinaron hacer una salida vigorosa: muchos perecieron clavados en las lanzas populares: el mismo Alkasim hubiera sido despedazado sin la generosidad de algunos caballeros que le conocieron y escudaron, y le sacaron de la ciudad, y aun le dieron escolta hasta Jerez.

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Cansada la población del yugo africano, hubiera recibido con los brazos abiertos al Ommiada Abderramán Almortadi, si á tal sazón no hubiera llegado la noticia de su muerte. ¿Cómo fué la muerte de este esclarecido príncipe, y qué había sido de sus aliados, y cómo no prosperó más su partido á través de las disidencias entre los caudillos y califas africanos? He aquí cómo lo cuenta Ebn Khaldun en su capítulo sobre los príncipes de Granada. Veían Hairan y Almondhir (walí de Almería el uno y de Zaragoza el otro, principales fomentadores de la insurrección y del partido de Abderramán) que Almortadi no era el califa que ellos se habían propuesto buscar. Cuidábanse ellos en el fondo muy poco de los derechos de los Omeyas, y si combatían por un príncipe de aquella familia, era con la esperanza de reinar ellos bajo un señor débil é impotente que hubieran impuesto como soberano legítimo á los berberiscos. Pero Almortadi, que era de natural altivo y fiero, no quiso acomodarse á semejante papel ni contentarse con una sombra de soberanía. Lejos de obrar según las miras y fines de Hairan y Almondhir, fué bastante imprudente para hacérselos enemigos. Un día les había prohibido entrar en su casa. «A la verdad, se dijeron ellos entre sí, este hombre se conduce de bien distinta manera ahora que manda un numeroso ejército que antes. Indudablemente es un engañador de quien no se puede fiar.» Para vengarse de Almortadi, que había favorecido á costa de ellos á los jefes de las tropas de Valencia y Játiva, escribieron á Zawi (1), excitándole á que atacase á Almortadi en su marcha á Córdoba, prometiéndole que abandona

(1) Zawi ben Zeiri era el walí de Granada, que, como berberisco, se había mantenido fiel á Alkasim, y fué el que principalmente sostuvo la guerra con Abderramán.

promesa, volvieron la espalda al enemigo, quedando Abderramán solo con los verdaderos partidarios de su familia y con algunos cristianos auxiliares que llevaba. Fueron éstos pronto puestos en fuga por los berberiscos, que hicieron horrible matanza en sus contrarios, y se apoderaron de sus riquezas y de las magníficas tiendas de sus príncipes y sus generales.

<< Esta derrota, dice Ebn Hayan, fué tan terrible, que hizo olvidar todas las demás: desde entonces, jamás el partido andaluz pudo reunir ya un ejército, y él mismo confesó su decaimiento y su impotencia. » Expiaron, pues, Hairan y Almondhir con la ruina de su propio partido su infame traición contra Almortadi. Este desventurado príncipe logró no obstante poder escapar de los berberiscos, y ya había llegado á Guadix cuando unos espías enviados por Hairan le descubrieron y asesinaron. Su cabeza fué enviada á Almería, donde Almondhir y Hairan se hallaban entonces (1).

Gran desconsuelo causó esta novedad á los alameríes de Córdoba y á todos los parciales de los Omeyas, que temían verse de nuevo envueltos en los horrores de la guerra civil de que un momento se lisonjearon haberse libertado. Pero conociendo que no debían perder el tiempo en lamentos estériles, apresuráronse á proclamar califa á Abderramán ben Hixem, hermano de Mohammed el biznieto de Abderramán III. Diéronle el título de Abderramán V, y el sobrenombre de Almostadir Billah (el que confía en el amparo de Dios). Joven de veintitrés años, bella y agradable figura, ingenio claro, erudito y elocuente, y de costumbres severas, parecía Abderramán V el más á propósito para reparar los males del imperio, si los males del imperio no hubieran sido ya irreparables. Todos ambicionaban ya el trono, y su mismo primo Mohammed ben Abderramán fué el que más sintió verse postergado y juró destronarle ó sucumbir en la. demanda. Sobre no poder contar ya ningún califa con la sumisión de los walíes de las provincias, perdióle á Abderramán su propia severidad y su celo por la reforma de los abusos. Quiso enfrenar la licencia de la guardia africana, andaluza y eslava, y suprimir algunos privilegios odiosos que se habían arrogado, y como no faltara quien instigase á los descontentos, á quienes tales medidas ofendîan, burlábanse de él diciendo que era más cortado para superior de un convento de monjes que para soberano de un imperio. Mohammed era el que principalmente fomentaba estas malas disposiciones. El resentimiento estalló en rebelión abierta, y una mañana

(1) Dozy, Recherches, etc., tom. 1, pág. 40 y sig. – Conde, cuyo relato difiere del de Ibn Khaldun, cuenta que «en lo más recio de la pelea, cuando la victoria se declaraba por los alameríes, una fatal saeta flechada por la mano del destino enemigo de los Omeyas, hirió tan gravemente al rey Abderramán, que expiró en la misma hora que al rey Abderramán le anunciaron que sus tropas y aliados seguían victoriosos á sus enemigos (capítulo CXIII).» Dozy supone este acontecimiento en 1018. Conde en 1023. Esta última fecha concierta mejor con los sucesos anteriores y posteriores, según hasta ahora los conocemos. Según Conde, no pudo Hairan tener parte en el asesinato del califa Ommiada, puesto que refiere haber sido decapitado por Alí en una invasión que éste hizo en Almería. Dozy le hace morir después de muerte natural. ¡Notables discordancias!

antes de levantarse el califa se vió asaltado por una muchedumbre tumultuosa, que comenzó por asesinar los eslavos que guardaban la puerta de su departamento. Despertó Abderramán al ruido, y empuñando su alfanje se defendió valerosamente un buen espacio, hasta que sucumbió á los repetidos golpes de los asesinos, que con bárbara ferocidad hicieron su cuerpo pedazos, y se derramaron tumultuariamente por la ciudad proclamando á desaforados gritos á Mohammed en medio de la sorpresa y espanto de una población intimidada.

Dueño Mohammed del apetecido y ensangrentado trono, siguió el sistema opuesto al de su antecesor. Propúsose conquistar la afección de la guardia africana á quien debía su elevación, á fuerza de prodigalidades y larguezas. Otorgóle nuevos privilegios, daba á los soldados espléndidos banquetes, agasajábalos de mil maneras, y creyéndose con esto afianzado y seguro entregóse á una vida de placeres, entre músicas, versos, juegos y festines en el palacio y jardines de Zahara que hizo reparar. Los walíes y alcaides que le veían tan distraído y apartado de los negocios públicos y de gobierno obraban como señores independientes y disponían por sí de las rentas de las provincias, y como éstas dejaron de ingresar en el tesoro y los dispendios del califa consumían tan apresuradamente los escasos recursos que quedaban, agotáronse éstos pronto, y sólo á fuerza de gabelas y vejaciones empleadas por los recaudadores públicos podían los pueblos de Andalucía subvenir á las liberalidades de su pródigo soberano. Pero era á costa de la miseria y de la opresión del pueblo, cuyas quejas y lamentos eran necesarios y naturales. Cuando todo se apuró, y llegó á faltar no sólo para las acostumbradas larguezas sino hasta para las atenciones indispensables, murmurábanle ya simultáneamente la guardia y el pueblo, éste por lo que había dado de más, aquélla por lo que dejaba de percibir. Pueblo y guardia al fin se sublevaron; comenzó la multitud amotinada por pedir la destitución de algunos vazires y las cabezas de otros, y concluyó por reclamar á gritos la del califa y sus ministros. Merced á la lealtad de algunos jinetes de la guardia africana que pudieron librarle del furor popular, logró Mohammed salir de Zahara con su familia y refugiarse en la fortaleza de Uclés, cuyo alcaide le franqueó generosamente la entrada. Pero allí le alcanzó el odio de sus perseguidores, y en aquel hospitalario asilo murió á poco tiempo envenenado, después de un corto reinado de año y medio (1025)..

Córdoba suspiraba ya por un soberano capaz de poner término á la feroz anarquía que la desgarraba. Poseía entonces el emirato de Málaga y extendía su gobierno á Algeciras, Ceuta y Tánger aquel Yahia ben Alí el Edrisita, que ya había obtenido algún tiempo el califato, y gozaba fama de gobernar con moderación y con justicia. A invitación de sus parciales pasó Yahia á Córdoba, donde fué recibido con demostraciones públicas de alegría. Su primer cuidado fué escribir á los walíes ordenándoles que pasaran á la capital á jurarle obediencia, pero éstos no estuvieron con él más deferentes que con sus antecesores: los unos ó se excusaron ó se hicieron sordos, los otros le desobedecieron abiertamente, y aun se atrevieron á tratarle de intruso y usurpador. De este número fué el de Sevilla Mohammed ben Abed, llamado Abu al-Kasim, conocido ya por su rivali

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