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1 á 6. Trajes de árabes de ambos sexos. -7, 8 y 11. Pipas ó narguilés. -9 y 10. Tijeras. - 12 y 13. Pebeteros. -14 á 21. Adornos. - 22 á 31. Jarras, candeleros, lámparas y otros objetos de uso do. méstico.

teria para sus predicaciones contra la desmoralización de los musulmanes. Un día, cuando el pueblo se hallaba reunido en la gran mezquita, entró Abu Abdallah, y con admiración de todos se sentó en la tribuna del Emir. Advirtióselo un ministro, y le respondió con severa gravedad: «Los templos sólo pertenecen á Dios.» Aunque entró el emir, Abdallah permaneció en su puesto sin inmutarse: leyó un capítulo entero del Corán, y concluída la oración, saludó al salir al soberano, y le dijo: «Pon remedio á los males de tu pueblo y á los abusos de tu gobierno, porque Dios te pedirá cuenta del poder que te ha confiado.» Asombrado Alí, no supo qué responderle, y aquella atrevida amonestación dejó una impresión profunda en la muchedumbre. Con esto la osadía de El Mahedi fué creciendo, y como un día encontrase á la hermana del emir paseando á caballo con el rostro descubierto, contra las leyes del Corán, no contento con reprenderla agriamente, puso las manos en su cuerpo con tal rudeza que la hizo caer del caballo: la desgraciada princesa refirió llorando su injuria al emperador su hermano, pero el sufrido y paciente Alí no hizo sino desterrar de Marruecos al audaz ofensor, teniéndole más por insensato que por dogmatizador peligroso y temible.

No se alejó mucho el nuevo misionero. En un cementerio cercano á la ciudad construyó una cabaña ó ermita para sí y para su fiel Abdelmumén, desde donde comenzaron á declamar con más violencia contra la impiedad de los Almoravides; y como éstos no tenían muy en su favor al pueblo ni en África ni en España, pronto acudió la multitud á escuchar gustosa los atrevidos y acalorados discursos que de entre las tumbas del cementerio se lanzaban contra sus dominadores. Ya esto puso en cuidado á Alí y dió orden para que se prendiese al perturbador; pero él, avisado del peligro, se huyó á Tinmal seguido de una turba de prosélitos; extendióse su fama por el Atlas, y allegósele un prodigioso número de discípulos.

Anunciábales allí en sus sermones la venida del gran Mahedi (el Mesías), que había de traer á la tierra la paz y la bienaventuranza. Un día, con arreglo á un plan de antemano concertado, cuando él estaba haciendo la descripción de las virtudes del gran Mahedi y del modo cómo había de reformar y hacer feliz el mundo, se levantaron Abdelmumén y nueve más y exclamaron: «¡Oh Mohammed! tú nos anuncias un Mahedi, y la descripción que de él haces sólo te cuadra á tí; sé pues nuestro Mahedi, y todos te obedeceremos.» Levantáronse en seguida los demás discípulos y juraron todos obedecerle hasta la muerte, Dejóse proclamar Abu Abdallah, y constituyéndose en fundador de un pueblo nuevo, procedió á organizarle, haciendo su primer ministro á Abdelmumén, á quien asoció nueve más, que eran como sus decemviros. Distribuyó á los demás en otras nueve clases, entre las cuales se contaban otros dos consejos, uno de cincuenta individuos, y otro de setenta, y además la clase de alimes ó sabios, la de hafizes ó intérpretes de las tradiciones, etc. Allí juntó ya un ejército de diez mil de á caballo y muchos más de á pie, y con él se encaminó á Agmat, en ocasión que el emperador Alí volvió de España á Marruecos (1121).

Fué ya preciso que el walí de Sus marchara contra los rebeldes; mas

con los Almohades, que este fué el nombre que tomaron los secuaces del Mahedi (1). Tuvieron éstos la fortuna de salir vencedores, y este primer triunfo les dió un prestigio á que ayudó mucho la superstición de aquellos pueblos. Juntó otro ejército el emperador, y después de un porfiado combate tuvo también la desgracia de ser derrotado, cosa que no dejaba el Mahedi de atribuir en sus proclamas á protección visible del cielo Sobresaltado ya el emperador, llamó de España a su hermano Temim, que había adquirido gran reputación de guerrero; Temim fué contra los rebeldes, los cuales se habían atrincherado en las alturas de las sierras del Atlas. Los Almoravides treparon con valor para desalojar á los enemigos de aquellas cumbres; pero de repente entró la confusión y el desorden en las filas delanteras, y cayendo unos sobre otros rodaron multitud de soldados por los despeñaderos, á cuyo tiempo salieron los Almohades de entre las breñas, y por tercera vez derrotaron á las tropas de Alí.

Quería el Mahedi tener una ciudad fuerte, en la cual pudiera con seguridad hacer sus preparativos para las grandes conquistas que ya meditada. Fortificóse, pues, en Tinmal, situada en la cima de un peñasco inexpugnable, rodeada de espantosos desfiladeros y precipicios, y á la cual se subía por escalones cortados en la misma piedra. Desde allí hacían los Almohades continuas irrupciones en el llano. Al cabo de tres años creyéronse bastante fuertes para dar un golpe á la misma capital de Marruecos, y bajando de Tinmal en número de treinta mil marcharon en derechura sobre la corte de los Almoravides. Juntó el emperador Alí para oponer á los Almohades un ejército de cien mil hombres, con los cuales les salió al encuentro: pero vencidos otra vez los Almoravides, Marruecos vió acercarse hasta sus muros las entusiasmadas huestes del Mahedi. Sin embargo, más bravos los Almohades en la pelea que diestros en tomar plazas, se dejaron sorprender una noche, y fueron la mayor parte pasados á cuchillo. Cuando la noticia de este desastre llegó á Tinmal, el Mahedi, que se había quedado allí enfermo, preguntó si se había salvado Abdelmumén, y como le dijesen que sí, exclamó: «Pues entonces nuestro imperio no está perdido.» Necesitaban, no obstante, los Almohades algún tiempo para reponerse de aquella desgracia (1125).

El estado de la España les favorecía mucho. Era cuando Alfonso de Aragón el Batallador, después de tomada Zaragoza, había hecho aquella atrevida irrupción en Andalucía, en que venció á tantos régulos musulmanes, y estuvo á pique de apoderarse de la misma Córdoba, y cuando los mozárabes de las sierras de Granada y Jaén se incorporaron á las banderas del rey de Aragón: motivo por el cual adoptaron desde entonces los Almoravides el partido y sistema de trasportar á África cuantos cristianos españoles cogían, para hacerlos servir allí en la guerra contra los Almohades.

(1) Según Abulfeda y Dombay Almohades quiere decir Unitarios, creyentes en un solo Dios, por contraposición á los idólatras y á los cristianos, á quienes llamaban moshrikun (politeístas), porque creían y adoraban la Trinidad.

Cuando el Mahedi se creyó bastante reparado de su pasada pérdida, dispuso emprender de nuevo la campaña; mas como su salud no se hubiese mejorado, encomendó el mando de las tropas al hombre de su confianza, á Abdelmumén; el cual salió con treinta mil jinetes y gran número de gente de á pie, resuelto á lavar la mancha que en la anterior derrota había caído sobre los Almohades. Grandemente lo consiguió Abdelmumén desbaratando á los morabitas y persiguiéndolos otra vez hasta las puertas de Marruecos; pero ahora no se atrevió á sitiar la ciudad, y se volvió á Tinmal.

La salud del profeta había seguido empeorándose; y sintiéndose ya cercano á la muerte, congregó la tropa y el pueblo, les exhortó á perseverar en la doctrina que les había enseñado, entregó á su predilecto discípulo Abdelmumén el libro de su fe, que él había recibido de manos del mismo Algazalí, y cuatro días después murió en la luna de Moharrán del año 524 (diciembre de 1129). Después de su muerte los principales caudillos reconocieron por califa ó Emir Almumenín al valiente general y discípulo de su profeta, Abdelmumén, que tal había sido la última voluntad de el Mahedi (1).

Este intrépido guerrero llegó en tres años á reducir á muy estrechos límites el imperio de los Almoravides en África, habiéndose hecho dueño de todas las tierras que están entre las montañas de Darah y Salé (1132). Aterrado Alí con tan repetidas derrotas, y al ver la pujanza que iban tomando los Almohades, no sabiendo ya qué partido tomar contra tan poderoso enemigo, adoptó, siguiendo el dictamen de sus consejeros, el de asociar al imperio á su hijo Tachfin, que se hallaba en España, donde se había granjeado gran reputación de guerrero esforzado y valiente. Pero los negocios de España tampoco marchaban en prosperidad para los Almoravides: porque si durante las turbulencias del reinado de doña Urraca habían ganado algo por la parte de Castilla y Portugal, tenían que

(1) El autor del libro de los Príncipes (Kitab el Moluk) cuenta haberse hecho la elección y nombramiento de Abdelmumén de la siguiente dramática manera. La muerte del Mahedi estuvo algún tiempo oculta, y Abdelmumén gobernaba en su nombre como si viviese. Entretanto Abdelmumén acostumbró á un leoncillo que criaba á hacerle caricias, y enseñó á un pájaro á pronunciar en árabe y en berberisco estas palabras: «Abdelmumén es el defensor y el apoyo del Estado.» Llegado el día en que ya fué preciso publicar la muerte del Mahedi y proceder á la elección de nuevo emir, congregó Abdelmumén á los jueces y caudillos en una sala bien preparada de antemano para su proyecto. Pronunció Abdelmumén una arenga, manifestado el objeto de la reunión y la necesidad de nombrar un califa que gobernara y sostuviera el imperio. En un momento de silencio que guardó la asamblea se oyó una voz que dijo: «Victoria y poder á nuestro Señor, el califa Abdelmumén, emir de los creyentes, amparo y sostén del imperio.» Era el pájaro que estaba oculto en la parte superior de una columna del salón. Al propio tiempo se abrió una puerta, de donde salió un león, cuya presencia aterró á todos los circunstantes: sólo Abdelmumén se dirigió con mucha calma á la fiera, la cual, moviendo su larga cola, comenzó á hacerle caricias y á lamerle suavemente las manos. No podían darse señales más claras y evidentes de la voluntad de Dios en favor de Abdelmumén: aclamáronle todos á una voz, y le juraron obediencia y fidelidad. El león le seguía y acompañaba á todas partes, y el poeta Abi Aly Anás celebró esta elección en elegantes versos.

que Tachfin pasase á África, puesto que allí era el asiento principal del imperio de los lamtunas, y así lo hizo, llevándose consigo cuantos cristianos españoles pudo, ya por sistema, ya en venganza de la ejecución hecha en los musulmanes por las tropas de Alfonso VII en el sitio de Coria. Con la ausencia de Tachfin.de España empeoró acá la situación de los Almoravides y no ganó mucho en la Mauritania. Rebeláronse los agarenos de Algarbe y Andalucía, y vinieron las sangrientas escenas que hemos descrito entre andaluces y africanos, mientras en África el formidable Abdelmumén continuaba ganando victorias y poniendo cada vez en situación más apurada el soberbio imperio de los Almoravides.

Murió el emperador Alí agobiado de disgustos (1143), y sucedióle su hijo Tachfin, el cual trató de dar nuevo y mayor impulso á la guerra para ver de sostener el vacilante imperio. Favorecióle la fortuna en los primeros combates; pero fué luego otra vez vencido por Abdelmumén, que le persiguió hasta encerrarle en Tremecén, y aun dió á la ciudad varios asaltos. Después, dejando bastante número de tropas para que continuaran el asedio, marchó contra Orán. Encerrado el emperador almoravide en Tremecén, hizo ya aparejar sus naves para refugiarse en España en el caso de ver perderse el África enteramente. Mas como tuviese sus tesoros en Orán, y por otra parte no pudiese resistir ya más tiempo en Tremecén, acudió á aquella ciudad por si podía salvarla y salvar sus riquezas, llegando á punto que estaba ya para venir á capitulación. Aunque al pronto su presencia alentó á los sitiados, conoció, no obstante, que no le quedaba otro recurso que pasar á España, y con el deseo y propósito de ganar otra vez el puerto en que tenía sus naves, salió una noche de Orán: el caballo se espantó y cayó despeñado en un precipicio; á la mañana fué hallado el caballo muerto y junto á él el cadáver del rey Tachfin magullado. Addelmumén le hizo cortar la cabeza, que envió á Tinmal, y el cuerpo fué clavado en un sauce. Orán capituló, y Abdelmumén entró en ella triunfante en la hégira 540 (junio de 1145).

Las ciudades que aun quedaban sujetas al imperio de los Almoravides reconocieron por sucesor de Tachfin á su hijo Ibrahím Abu Ishak. Poco tiempo duró al nuevo emir su casi ya nominal imperio. El activo Abdelmumén, después de haber tomado varias ciudades, revolvió otra vez sobre Tremecén; la obstinada defensa que hicieron los sitiados sólo sirvió para hacer más lastimosa su suerte, pues tomándola Abdelmumén por asalto, pasó á cuchillo á cuantos se pusieron delante de sus enfurecidas huestes. Detúvose allí algún tiempo, no sin enviar al sitio de Fez á sus caudillos, los cuales de paso tomaron por capitulación á Mequinez. También Fez se defendió vigorosamente; y viendo Abdelmumén que se dilataba el cerco, pasó allá, y dispuso para rendir la ciudad una estratagema que le dió más prontos y eficaces resultados que todas las máquinas con que la combatía.

Hay un río que atraviesa la ciudad y cuyo cauce es estrecho y profundo. Abdelmumén hizo atajar la corriente de este río con un murallón construído de troncos y ramas de árboles: formóse pronto un inmenso

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