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Said ben Alhassán Abulola, presentó á Almanzor un ciervo atado por el cuello, á cuyo ciervo puso por nombre García, y que en unos versos que llevaba le pronosticó que al día siguiente el rey de los cristianos, García (que así llamaban ellos al conde), sería llevado al campo muslímico atado como el ciervo de su nombre. Aceptó Almanzor el ciervo y los versos con regocijo, y pasó una parte de la noche con sus caudillos preparando lo conveniente para la batalla, á fin de que se cumpliese el vaticinio del poeta (1).

Á la hora del alba comenzaron ya á sonar por el campo muslímico los añafiles y trompetas; y la terrible algazara, y las nubes de flechas y los torbellinos de polvo anunciaban haberse empeñado la pelea: á poco tiempo los caudillos de la vanguardia sarracena comenzaron á cejar: los cristianos se precipitaron como torrentes impetuosos de las cuestas y cerros. con espantosa gritería; á su llegada parecía desordenarse el centro del ejército musulmán y como prepararse á huir en confusión..... los cristianos se internan más y más..... ¡ desgraciados! cayeron en el lazo que les tendiera Almanzor: aquella retirada y aquel desorden eran un ardid combinado, y pronto se vieron envueltos por las dos alas y por la retaguardia de la caballería enemiga, y por más que sus generales y caballeros pelearon con denuedo y ardor, abatida la tropa cristiana con tan imprevisto ataque, dióse á huir con el mayor aturdimiento, siendo acuchillada por los jinetes árabes. Y aun no fué este el resultado más funesto de la batalla; el aguero poético se había cumplido; entre los caballeros castellanos que habían sido hechos prisioneros se encontró el valeroso y desgraciado conde García, tan gravemente herido, que aunque Almanzor encomendó su curación á los mejores médicos musulmanes, sucumbió el digno hijo de Fernán González á los cinco días. Fué esta memorable y funesta batalla, según los datos que tenemos por más exactos, el 25 de mayo de 995, la muerte de García el 30 del propio mes (2). El cadáver del conde fué trasportado á Córdoba y depositado provisionalmente á ruegos de los cristianos en la iglesia llamada de los Tres Santos: los árabes añaden que Almanzor le hizo poner en un cofre labrado, lleno de perfumes y cubierto con telas de escarlata y oro, para enviarlo á los cristianos, y que habiendo éstos solicitado su rescate á precio de riquísimos presentes, Almanzor, sin admitir los regalos, le hizo conducir hasta la frontera con una escolta de honor. Tan caballerosamente solía conducirse el héroe musulmán (3). Pero esto no le obstaba para proseguir sus acostumbradas expedicio

y

(1) Abulfeda, tom. II, pág. 533.-Conde, cap. c.

(2) Era el conde García Fernández suegro de Bermudo el Gotoso, cuya segunda mujer, llamada Elvira, fué hija del conde y de Ava su esposa, hija de Enrique, emperador de Alemania: tuvo además García á Urraca, que entró religiosa en el monasterio de Cobarrubias, y á Sancho que le sucedió en el condado.

Omitimos por fabulosos los amores romancescos del conde García Fernández con Argentina y Sancha, y las demás aventuras novelescas y absurdas que nos cuenta Mariana, evidenciadas ya de tales, y como tales desechadas por Morales, Yepes, Berganza, Mondéjar y otros respetables autores.

(3) Annal. Compost., p. 319.-Anual. Burg., p. 308. Et ductus fuit ad Cordobam, et inde adductus ad Caradignam.

don Bermudo (Bermond que ellos decían), envió embajadores y cartas á Almanzor solicitando avenencias y paz. Acompañó de regreso á los enviados cristianos uno de los vazires, Ayub ben Ahmer, encargado por Almanzor de tratar con Bermudo. No debió el vazir corresponder muy cumplidamente ó á los deseos ó á las instrucciones del ministro cordobés, pues al regresar á Córdoba de vuelta de su misión hízole encarcelar, y no le restituyó la libertad mientras él vivió.

O no fueron notables las invasiones que hiciera en 996, ó al menos no nos informan de ellas los documentos que conocemos. En cambio en el año 997, después de una incursión en tierras de Álava en la estación lluviosa de febrero, cuyo botín se distribuyó por completo entre las tropas sin deducirse el quinto para el califa en consideración á haberse emprendido en medio de un temporal de fríos y lluvias, verificóse la gran gazúa á Santiago de Galicia (Schant Yakub), la más célebre, si se exceptúa acaso la de León, y la cuadragésima octava de sus irrupciones periódicas, según Murphy (1). El conde de Galicia Rodrigo Velázquez, uno de los que antes habían conspirado contra el rey de León, por haber éste depuesto de la silla compostelana á su hijo el turbulento obispo Pelayo y reempla zádole con un virtuoso y venerable monje, parece que puesto á la cabeza de los nobles descontentos, si no provocó, por lo menos auxilió esta entrada del guerrero mahometano. Es lo cierto que habiendo partido Almanzor de Córdoba y encaminádose por Coria y Ciudad Rodrigo, incorporáronsele, dicen, los condes gallegos en los campos de Argañín, y juntos marcharon sobre Santiago. Al-Makari, que nos da el itinerario que llevó Almanzor, refiere minuciosamente las dificultades que tuvo que vencer el ejército expedicionario para pasar ciertos ríos y atravesar ciertas montañas. El 10 de agosto se hallaba el formidable caudillo del Profeta sobre la Jerusalén de los españoles. Desierta encontró la ciudad. Sus murallas y edificios fueron arruinados, el soberbio santuario derruído, saqueadas las riquezas de la suntuosa basílica; sólo se detuvo el guerrero musulmán ante el sepulcro del santo y venerado Apóstol; sentado sobre él halló un venerable monje que le guardaba: el religioso permaneció inalterable, y Almanzor, como por un misterioso y secreto impulso, se contuvo ante la actitud del monje y respetó el depósito sagrado.

Destruída la grande y piadosa obra de los Alfonsos, de los Ordoños y de los Ramiros, avanzó Almanzor con su hueste hacia la Coruña y Betanzos, recorriendo países, dicen sus crónicas, «nunca hollados por planta musulmana.» hasta que llegando á terreno en que ni los caballos podían andar, ordenó su retirada. Al llegar otra vez á Ciudad Rodrigo colmó de presentes á los condes auxiliares y los envió á sus tierras. Añade el arzobispo don Rodrigo, y lo confirma Al-Makari, que hizo trasportar en hombros de cautivos cristianos las campanas pequeñas de la catedral de Santiago, que mandó colgar para que sirviesen de lámparas en la gran

(1) Conde pone esta expedición tres años antes. Seguimos al monje de Silos, á Pelayo de Oviedo, y á Al-Makari.

mezquita, donde permanecieron largo tiempo (1). Entro, pues, Almanzor en Córdoba precedido de cuatro mil cautivos, mancebos y doncellas, y de 'multitud de carros cargados de oro y plata y de objetos preciosos recogidos en esta terrible campaña. Al decir de nuestros historiadores estuvo lejos de ser tan feliz su regreso. Cuentan que Dios en castigo del ultraje hecho á su santo templo de Santiago envió al ejército muslímico una epidemia de que morían á centenares, y aún á miles. Pero el Tudense, que no menciona aquella disentería, dice que el rey Bermudo destacó por las montañas de Galicia ágiles peatones, que ayudados por el Santo Apóstol, perseguían desde los riscos á los moros y los cazaban como alimañas (2), lo cual es muy verosímil atendida la topografía de aquel país y sus gargantas y desfiladeros.

Dedicóse el rey Bermudo II, después del desastre de Santiago, á restaurar el santo templo con la magnificencia posible, y á reparar las maltratadas fortalezas, ciudades y monasterios de sus dominios, para lo cual pudo aprovechar el reposo que al fin de sus días parece quiso dejarle Almanzor, pues no se sabe que en los dos años que aun mediaron hasta la muerte de aquel monarca volviera á molestar el territorio leonés el formidable guerrero musulmán. Habíasele agravado á Bermudo la gota en términos de no permitirle cabalgar, y tenía que ser conducido en hombros humanos. Al fin sucumbió de aquella enfermedad penosa después de un reinado no menos penoso de diez y siete años, en uno de los últimos meses del año 999, en un pequeño pueblo del Vierzo nombrado Villabuena: su cuerpo fué trasladado después al monasterio de Carracedo, y de allí años adelante á la catedral de León, donde se conserva su epitafio y el de su segunda mujer Elvira (3).

Debido fué sin duda el extraño reposo de que gozaron en estos últimos

(1) Campanas minores in signum victoria secum tulit, et in Mezquita Cordubensi pro lampadibus collocavit, quæ longo tempore ibi fuerunt. Roder. Tolet. de Reb. Hisp. 1. V, c. 16.

(2) More pecudum trucidabant. Luc. Tud. Chron., p. 88.

(3) El obispo cronista Pelayo de Oviedo se empeñó en afear la memoria de este rey con una animosidad que sienta mal á un historiador y desdice de su carácter de prelado. Comienza por llamarle indiscreto y tirano en todo (indiscretus et tyrannus per omnia): atribuye á castigo de sus pecados las calamidades que sufrió el reino, y hasta la circunstancia de haber repudiado su primera mujer y casádose con otra en vida de aquélla, acción tan común en aquellos tiempos como hemos observado, la califica él de nefas nefandissimum. Pero el monje de Silos, que muy justamente es tenido por escritor más verídico, desapasionado y juicioso, nos pinta á Bermudo como un príncipe prudente, amante de la clemencia y dado á las obras de piedad y devoción. Cierto que su reinado fué calamitoso y desgraciadísimo: ¿pero qué pudiera haber hecho Bermudo contra un enemigo del talento y del temple de un Almanzor? A pesar de todo y en medio de tan azarosas circunstancias no se olvidó de dotar al país de algunas instituciones útiles. Restableció las leyes del ilustre Wamba, y mandó observar los antiguos cánones, no los cánones pontificios, como arbitrariamente interpreta Mariana y le hacen ver sus anotadores, sino los de la antigua Iglesia gótica.

En su afán de ennegrecer la fama del monarca le atribuyó el cronista crímenes que no cometió, y milagros á los obispos que tuvo necesidad de castigar, y aun los aplica á obispos que se sabe no existieron. No fatigaremos á nuestros lectores con el relato de

dedicó toda su atención y esfuerzos. El emir Zeiri ben Atiya, no pudiendo disimular más el enojo contra Almanzor que hasta entonces había encubierto con el velo de una amistad aparente, se resolvió ya á suprimir en la chotba ú oración pública el nombre del regente de España, conservando sólo el del califa Hixem. Deshecho y destrozado por el caudillo fatimita el primer ejército que envió Almanzor, fué preciso que acudiera su hijo Abdelmelik que ya había ganado en África el título de Almudhaffar ó vencedor afortunado. Con su ida mudó la guerra de aspecto. En una refriega recibió el emir Zeiri tres heridas en la garganta, causadas por el yatagán del negro Salem, y en otro combate, que duró desde la mañana hasta la noche, sucumbió en el campo de batalla. El valeroso hijo de Almanzor se posesionó de Fez, donde gobernó seis meses con justicia y con prudencia, y el territorio de Magreb quedó de nuevo sometido á la influencia de Almanzor. Tan lisonjeras nuevas fueron solemnizadas en Córdoba dando libertad á mil ochocientos cautivos cristianos de ambos sexos, haciendo grandes distribuciones de limosnas á los pobres, y pagando á los necesitados todas sus deudas.

La prosperidad de las armas andaluzas al otro lado del mar hubo de ser fatal á los cristianos de la Península; porque desembarazado Almanzor de aquel cuidado, volvió á sus acostumbradas expediciones. Dos mencionan las historias arábigas en el año 1000, al Oriente la una, al Norte la otra, que dieron por resultado la destrucción de algunas poblaciones y la devastación de algunas comarcas, que los naturales mismos solían abandonar é incendiar á la aproximación de los enemigos. Trascurrió el año 1001 sin notable ocurrencia, como si hubiera sido necesario este reposo para preparar el gran suceso que iban á presenciar los dos pueblos.

Había sucedido en el reino de León á Bermudo II el Gotoso, su hijo Alfonso V, niño de cinco años como Ramiro III cuando entró á reinar, y al cual se puso bajo la tutela del conde de Galicia, Menendo González, y

estas invenciones que acreditaron á Pelayo de poco escrupuloso y aún de falsificador de la historia, de cuyo concepto goza entre los mejores críticos.

Con respecto á las mujeres de Bermudo II, de las exquisitas investigaciones del erudito Flórez resulta en efecto haber tenido dos legítimas, ó por lo menos veladas ambas in facie Ecclesia: la primera llamada Velasquita, de quien tuvo á Cristina, que casada después con el infante don Ordoño, dió origen á la familia de los condes de Carrión: la segunda Elvira, hija, como hemos dicho, del conde de Castilla García Fernández, de la cual tuvo también varias hijas y un hijo varón, que fué el que le sucedió en el trono con el nombre de Alfonso V. Es también indudable que se casó con Elvira viviendo Velasquita, á quien había repudiado, no sabemos por qué causa, pero que fué reconocida como legítima: y este monarca nos suministra otro ejemplo de la facilidad y ningún escrúpulo con que los reyes católicos de aquellos tiempos se divorciaban y contraían nuevos matrimonios viviendo su primera esposa. Tuvo además sucesión Bermudo de otras dos mujeres que se cree fueron hermanas, á quienes el sabio Flórez llama según su costumbre amigas, y los demás cronistas nombran con menos rebozo concubinas. Noticias son todas estas que dan luz no escasa sobre las costumbres y la moralidad de aquellos tiempos en esta materia.

de su mujer dona Mayor. Dirigiale al mismo tiempo su tio materno el conde de Castilla, Sancho Garcés, el hijo y sucesor de García Fernández. Reinaba en Pamplona otro Sancho Garcés el Mayor, nombrado CuatroManos por su intrepidez y fortaleza, y estaba casado con una hija del de Castilla, llamada Sancha (1). Todos estos soberanos vieron en el año 1001 un movimiento universal é imponente por parte de los sarracenos en el Mediodía y centro de la España muslímica. Los walíes de Santarén, de Badajoz y de Mérida, allegaban toda la gente de armas de sus respectivos territorios. Numerosas huestes berberiscas habían desembarcado en Algeciras y en Ocsonoba; eran refuerzos que Moez, hijo y sucesor del difunto Zeiri, se había comprometido á enviar á Almanzor para la gran gazúa que meditaba contra los cristianos. Las banderas de África, de Andalucía y de Lusitania se congregaban en Toledo. ¿Qué significan estos solemnes preparativos? Es que Almanzor ha resuelto dar el último golpe á Castilla, á esa Castilla cuya obstinada resistencia le es ya fatigosa, y quiere agregarla definitivamente al imperio musulmán. Terrible es la tormenta que amenaza á los castellanos. Pero su mismo estruendo los despierta, y en vez de amilanarse se preparan á conjurarla. Convidó Sancho de Castilla á los dos soberanos sus parientes á formar una liga para resistir de consuno al formidable ejército musulmán. La necesidad de la unión fué reconocida, cesaron las antiguas disensiones, pactóse la alianza, y se organizó la cruzada contra los infieles. El punto de reunión del ejército cristiano combinado eran los campos situados por bajo de Soria, hacia las fuentes del Duero, no lejos de las ruinas de la antigua Numancia. Conducía las banderas de León, Asturias y Galicia el conde Menendo á nombre de Alfonso V, niño entonces de ocho años; mandaban las de Navarra y Castilla sus respectivos soberanos.

Los musulmanes, divididos en dos cuerpos, compuesto el uno de españoles, el otro de africanos, dirigiéronse el Duero arriba, y hallaron á los cristianos acampados en Calatañazor (Kalat-al-Nosor, altura del buitre, ó montaña del águila). Cuando los exploradores árabes (dice su crónica) descubrieron el campo de los infieles tan extendido, se asombraron de su muchedumbre y avisaron al hagib Almanzor, el cual salió en persona á hacer un reconocimiento y á dar sus disposiciones para la batalla. Hubo ya aquel día algunas escaramuzas que interrumpió la noche. En la corta tregua que ésta les dió, añade el escritor arábigo, no gozaron los caudillos muslimes la dulzura del sueño: inquietos y vacilantes entre el temor y la esperanza, miraban las estrellas y á la parte del cielo por donde había de

(1) El rey Sancho de Navarra era llamado en este tiempo rey de los Pirineos y de Tolosa, en razón á que su poder se extendía á aquella región de la Galia, nombrada antiguamente la Segunda Aquitania, ya por su parentesco con los condes de aquellas tierras, ya porque éstos prefiriesen reconocer una especie de soberanía en el monarca navarro á someterse á la nueva dinastía de los Capetos. Háblase también de un conde Guillermo Sánchez, cuñado de Sancho el Mayor, que era el duque de la Vasconia francesa. Todos estos parece que suministraron tropas al navarro para la batalla de que vamos á hablar, y así se explica el número considerable de cristianos que llegaron á reunirse. Hist des Cont. de Tolose, Rodolp. Glaber, Bouquet, Briz, Martínez y Sandoval, cit. por Romey, tom. IV, c. XVII.

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