Imágenes de páginas
PDF
EPUB

alcance de los fugitivos.

Aquí comenzó el caudillo Abén Omar de Sevilla á cumplir las instrucciones de su señor. Mientras las tropas vencedoras corrían dando caza á los que huían, y en tanto que los de Córdoba habían salido á recoger los despojos del campo enemigo, Abén Omar, sin que nadie pudiese sospechar de sus intenciones, entróse con su hueste en Córdoba, ocupó las puertas y los fuertes, se apoderó del alcázar, y el desgraciado y enfermo Abul Walid Ben Gehwar se encontró custodiado, preso en su propio palacio por una guardia que se había convertido de auxiliar en señora. Afectóle de tal manera tan inesperada maldad y traición, que la enfermedad se le agravó rápidamente, y á los pocos días le condujo al sepulcro. Cuando el príncipe Abdelmelik volvió del alcance y supo la alevosía de los sevillanos que le esperaban ya como enemigos á las puertas de la ciudad para im

[merged small][graphic][subsumed][merged small][subsumed][merged small][ocr errors][ocr errors][merged small][ocr errors][ocr errors]

pedirle la entrada, ardiendo en ira vacilaba sobre el partido que debería tomar, pero sacóle de la incertidumbre la misma caballería sevillana que le rodeó intimándole la rendición. Determinóse el desesperado príncipe á morir matando, y peleó con heroica bravura, despreciando las ocasiones que tuvo para huir, hasta que herido de muchas lanzadas, cayó prisionero. Encerráronle los nuevos poseedores de Córdoba en una torre, donde le acabó la pesadumbre más que las heridas, y murió madiciendo á su falso amigo Abed Al Motadhi el de Sevilla, pidiendo al Dios de las venganzas que diese igual suerte al príncipe su hijo, y oyendo entre los sollozos de la muerte las aclamaciones con que era recibido en Córdoba el rey de Sevilla, el cual á fuerza de mercedes y de fiestas y espectáculos de fieras (1), con que halagó y entretuvo á los cordobeses, procuró hacerles olvidar la memoria del sabio y benéfico gobierno de los Gehwar, cuya dinastía quedó extinguida juntamente con el reino de Córdoba (1060).

Así acabó la grandeza y la independencia de aquella ciudad insigne, que por más de tres siglos había sido la metrópoli del imperio ismaelita, «la madre de los sabios, la antorcha de la fe y la lumbrera de Andalucía,» la corte de los ilustres y poderosos califas, el centro y emporio del comercio, del lujo, de la riqueza y de las artes, y la envidia del Oriente.

(1) Es la primera vez, observa un erudito escritor moderno, que hallamos mencionados en las memorias arábigas los combates de fieras á estilo de los romanos.

El rey de Sevilla pudo vanagloriarse del medio que empleó para alzarse con el más precioso resto del imperio y del califato.

Mientras tales sucesos acontecían en el Mediodía y Centro de la España musulmana después de la caída del imperio Ommiada, en la parte oriental ocurrían otros de no menor importancia, y cuyo conocimiento nos es indispensable para la inteligencia de la historia misma de los reinos cristianos, con la cual está íntimamente unido (1). Al emir de Zaragoza Almondhir el Tadjibi, cuyos hechos hemos contado en otro capítulo, sucedió en 1023 su hijo Yahia, que reinó diez y seis años, y fué el que auxilió á Ramiro I de Aragón, aunque con poca fortuna (2). Yahia murió en una revolución que acaeció en Zaragoza en 1039, asesinado por su primo Abdallah ben Hasam, probablemente sobornado por Suleiman ben Hud el de Lérida, que fué el que se alzó con el reino, puesto que el asesino le reconoció por su soberano. Amotinóse el pueblo de Zaragoza contra Abdallah, que tuvo que retirarse al fuerte castillo de Rota'l-Yeud, llevando consigo todos los tesoros de la familia real. El populacho saqueó el palacio arrancando hasta los mármoles, y hubiérale destruído completamente si no hubiera acudido á toda prisa Suleiman, el cual restableció el orden y quedó desde esta época reinando en Zaragoza, reemplazando así á la dinastía de los Tadjibi la de los Beni-Hud.

Otro de los más poderosos, y acaso el más bello de todos los principados que se fundaron sobre las ruinas del imperio fué el de Almería. Después de la muerte de Zohair el sucesor de Hairán, cuyos hechos hemos también referido, quiso apoderarse de Almería Abdelaziz el de Valencia, nieto de Almanzor, pero estorbóselo Mogueiz el de Denia acometiendo á Valencia mientras aquél se hallaba en Almería. Con objeto de hacer la paz con Mogueiz, salió Abdelaziz de esta ciudad dejando por gobernador de ella á su cuñado Abul Ahwaz Man (1040). Declaróse Man independien

(1) Para los hechos hasta aquí referidos en el presente capítulo hemos consultado á Conde (part. III desde el cap. I hasta el 5). «Sobre las guerras civiles que siguieron á la caída del califato de Córdoba, dice el ilustrado Romey (t. V, cap. 22, nota), las mejores noticias, aunque recogidas con poco tino y criterio, se hallan en Conde. Nosotros le hemos seguido en muchas cosas, sin dejar por eso de consultar el corto número de textos ó fuentes que están á nuestro alcance, tales como Casiri, Al-Makari, Ebn Abd el Halim, etc. » Otro tanto hemos hecho nosotros. Mas respecto á los emiratos y dinastías de Zaragoza, Valencia y Almería, etc., á no dudar padeció Conde muchas equivocaciones, y seguimos generalmente á Dozy que le rectifica, según al principio apuntamos. << Reina, dice Saint-Hilaire (t. III, pág. 273, nota), en la sucesión de los emires de Zaragoza una confusión enmarañada... Conde, Rodrigo de Toledo y Casiri se contradicen á cual más sobre este punto.» Sobre los emires de Almería, punto no menos intrincado, dice Lafuente Alcántara (Hist. de Granada, t. II, pág. 204, nota 2): «La historia de esta dinastía debe ocupar á los ingenios valencianos y aragoneses.» Es lo que se ha propuesto esclarecer Dozy en el t. I de sus Investigaciones. Tócanos, pues, ser el primer español que, guiado por este sabio orientalista, aclare los oscuros sucesos de aquellos países en el período que nos ocupa.

(2) La familia de los Tadjibitas ó de los Beni-Hixem había reemplazado en Zaragoza á los Beni-Lope, de quienes en nuestra historia hemos hablado. Había sido su jefe Abderramán el Tadjibi. El primer Tadjibita que vino á España fué Almirah, según Ibn Alabar.

Man, pues murió en 1041, y le sucedió su hijo Mohammed, de edad de catorce años, durante cuya minoría gobernó el Estado su tío Abu Otbah el Zomadih. Sublevóse contra el nuevo príncipe el gobernador de Lorca, y aunque acudió contra él el regente, no le fué posible reducirle á la obediencia. El regente murió á los tres años, y Mohammed comenzó de diez y siete á regir por sí mismo el reino (1044), y á ejemplo de Abed el de Sevilla que había tomado el nombre de Al Motadhi, éste tomó el de Al Motacim, con que es conocido en la historia.

La corta edad de este príncipe tentó á sus vecinos á hacerse señores de las plazas situadas á alguna distancia de la capital, y como en realidad Al Motacim no se distinguiera por lo belicoso, lográronlo aquéllos sin dificultad grande hasta reducirle al recinto de la ciudad y de la comarca que la circunda, y aun así no carecía de importancia, porque la sola ciudad equivalía á un reino. Todos los escritores árabes ponderan su grandeza en aquella época. Contábanse en ella, dicen, cuatro mil telares de las más preciosas telas, había multitud de fábricas de utensilios de hierro, de cobre y de cristal, era el puerto más concurrido de España, buques de Siria, de Egipto, de Génova y Pisa se surtían en él de todo género de mercancías, y contenía cerca de mil hospederías y casas de baños.

Mas si Al Motacim no era ni gran capitán ni profundo político (dice el autor de quien tomamos estas noticias); si el historiador no puede consagrarle páginas brillantes, la justicia obliga á poner en su cabeza la bella corona debida á un príncipe que merecía ser llamado el bien hechor de sus súbditos. No envidiaba á los que poseían más vastos dominios que los suyos; contentábase con lo que tenía: enemigo de verter sangre, cuando la necesidad le forzaba á rechazar los ataques de sus ambiciosos vecinos, hacía la guerra contra su voluntad: honraba la religión y los sacerdotes, y ciertos días de la semana reunía en una sala de su palacio los faquíes y cortesanos, los cuales conferenciaban allí y discutían sobre los comentarios del Corán y sobre las tradiciones relativas al Profeta. Era justo, bondadoso, y se complacía en perdonar las injurias (1). Ciertamente, prosi

(1) Cuéntase de él la siguiente curiosa anécdota. Después de haber colmado de favores al famoso poeta de Badajoz Abul Walid al Nihli, éste desde Sevilla cometió la ingratitud de insertar en un ditirambo, compuesto en honor de aquel rey, el siguiente verso: Ebn Abed ha destruído los berberiscos; Ebn Man (que era el de Almería), ha exterminado los pollos de las aldeas. Pasado algún tiempo volvió el poeta á Almería, olvidado ya de la amarga sátira que había escrito contra Al Motacim. Convidóle este príncipe un día á comer, y no le presentó otra cosa que pollos de distintas maneras aderezados. «Pero, señor, exclamó admirado el poeta, ¿no hay en Almería otros manjares que pollos? - Otros tenemos, respondió Al Motacim, pero he querido haceros ver que os engañasteis cuando dijisteis que Ebn Man había exterminado los pollos de las aldeas.» Quiso el poeta, abochornado, disculparse, pero el príncipe: «Tranquilizaos, le dijo; un hombre de vuestra profesión no gana su vida sino obrando como vos: el solo que merece mi cólera es el que os oyó recitar este verso y sufrió que ultrajaseis á un igual suyo.» Para más tranquilizarle le hizo el príncipe nuevas dádivas, pero el poeta, que no conocía bien toda la bondad de su carácter, no se atrevió á permanecer en Alme

gue este autor, si un príncipe tan noble, tan generoso, tan justo, tan amante de la paz, hubiera reinado en otra época y en un país más extenso, su nombre hubiera sido inscrito entre los de los reyes que no deben su gloria á los arroyos de sangre vertida por ensanchar algunas leguas los límites de su reino, sino á los beneficios que han derramado sobre sus súbditos y á su amor por la justicia. El carácter de Al Motacim era bien diferente del de los demás príncipes que gobernaban entonces la España, y su protección á las letras atrajo á Almería un considerable número de los más distinguidos ingenios de la época. Consagrado á hacer la felicidad pacífica de sus gobernados, ningún acontecimiento político de importancia caracterizó su largo reinado, que duró hasta Junio de 1091. Habiendo muerto en 1061 Abdelaziz el de Valencia, sucedióle su hijo Abdelmelik Almudhaffar bajo la tutela de su pariente Al Mamún el de Toledo, que había sucedido á Ismail Dilnum, el cual nombró su representante en Valencia á Abu Abdallah Ebn Abdelaziz, perteneciente á una familia plebeya de Córdoba y cuyo hijo había de sentarse en el trono de Valencia. Cuando en 1064 fué esta ciudad sitiada y atacada por Fernando de Castilla, según en su lugar diremos, Abdelmelik pudo salvarse por la fuga. Al Mamún el de Toledo dejó apresuradamente su capital y pasó á Cuenca para estar más cerca de Abdelmelik. Pero fuese que no quisiera fiar la defensa de aquella ciudad á un príncipe tan débil como Abdelmelik contra un monarca tan valeroso y diestro como el cristiano, ó fuese sólo ambición, Al Mamún despojó á su deudo del trono y le tomó para sí (1065). Alzado el sitio de Valencia por los cristianos, volvióse Al Mamún á Toledo dejando encomendado el gobierno de aquella ciudad á Abu Bekr, hijo de Ebn Abdelaziz que había muerto. Este Abu Bekr se proclamó más adelante soberano independiente de Valencia, y era el que poseía aquel reino cuando Alfonso VI se puso sobre aquella ciudad (1).

A Mohammed ben Afthas el de Badajoz, llamado Almudhaffar, sucedió en 1068 su hijo Yahia, nombrado Almanzor como su abuelo; que este honroso sobrenombre se hizo común entre los emires ó reyes de estos pequeños Estados, y aplicábansele con frecuencia desde que le llevó con tanta gloria el gran ministro y regente del califa Hixem. Mas como hubiese quedado de gobernador de Évora su hermano Omar Al Motawakil, estallaron pronto desavenencias entre los dos hermanos, de que nos tocará hablar en la historia de la España cristiana, viniendo por último á reinar en Badajoz Al Motawakil, el postrero de la dinastía Afthasida (1081).

Continuaba Al Mothadi el de Sevilla engrandeciendo sus Estados á costa de los de Málaga y Granada y de los señores de otras pequeñas comarcas vecinas. Ayudabale en sus expediciones de conquista su hijo Mohammed, aquel sobre quien había recaído el horóscopo fatal, y como ya entonces comenzara á sonar la fama de los Almoravides de África, no dudaba Al Motadhi que aquellas gentes serían las que habían de eclipsar la

ría, y dirigió á Al Motacim otros versos llenos de arrepentimiento: el príncipe prosiguió dispensándole mercedes.

(1) Esta es la relación que hace Dozy en sus Investigaciones (t. I, pág. 808 y siguientes) enteramente diversa de la de Conde (part. III, cap. v).

fos. Nuevas revoluciones estallaron en Málaga, y el viejo rey Edris ben Yahia fué fácilmente desposeído por su sobrino Mohammed ben Alcasim el de Algeciras, que continuó la guerra contra los Beni-Abed de Sevilla. Murió Habus el de Granada, y su hijo Badis ben Habus, enérgico, noble y brioso como su padre, guerreó también valerosamente contra el sevillano, y supo mantener la integridad de su territorio. Llególe también su hora al terrible y ambicioso Abed Al Motadhi de Sevilla (1069). Aquel hombre codicioso, falso, disipado y cruel, que por tan pérfidos medios se había apoderado de Córdoba, tenía el sentimiento de la familia, y le mató la pesadumbre de haber perdido á su hija querida Thairah, joven de maravillosa y singular hermosura. Empeñóse en que el cortejo fúnebre había de pasar por delante de su palacio, y aunque la fiebre le tenía postrado en cama, no pudo contenerse y se levantó y asomó á una ventana para presenciar la ceremonia funeral: causóle el espectáculo sensación tan viva y profunda que hubo que retirarle casi exánime, y á los dos días siguió á su hija á la tumba.

Sucedióle su hijo Abul Kasim, el del horóscopo fatídico, que entre otros títulos tomó el de Al Motamid Billah (el fortalecido ante Dios). Valeroso, magnífico y liberal, dulce y humano en la victoria, literato y protector de los hombres de letras, en lo cual rivalizaba con Al Motacim el de Almería, pero ambicioso también, político y astuto, supo el nuevo monarca ganarse el afecto de sus súbditos, y restituyó á sus hogares á to2 dos los que la crueldad de su padre tenía desterrados. Criticábanle, no obstante, como á aquél, porque también bebía vino y lo permitía beber á sus tropas para animarlas á los combates, y además gustaba de la sociedad de los judíos y de los cristianos. Veremos más adelante las relaciones que con estos últimos sostuvo, y la intervención que en ellas le tocó ejercer á su hija Zaida. Habíale recomendado su padre en el lecho de muerte que se guardara mucho de los Lamtunas ó Almorabitinos (los que después conoceremos bajo el nombre de Almoravides), y que cuidara de asegurar bien y guardar las llaves de España, Gibraltar y Algeciras, y sobre todo que trabajara por reunir y concentrar en una sola mano el fraccionado imperio de España, que le pertenecía como señor de la imperial Córdoba (1).

Tal era en general la situación de los pequeños Estados musulmanes formados sobre los escombros del desmoronado imperio de los Ommiadas. Importábanos conocer las principales divisiones en que quedó partida la España musulmana, las familias y dinastías que en aquella región prevalecieron, las escisiones y guerras que tuvieron entre sí, y el poder de cada uno de aquellos príncipes, no sólo por lo que respecta á la historia muslímico-española, sino para comprender lo mejor posible la de la España cristiana en este oscuro y complicadísimo período.

(1) Conde, part. III, c. v.

« AnteriorContinuar »