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rrarlos en León (Medina Leionis), y hubieran acaso penetrado en la ciudad, si una borrasca repentina de nieve y granizo no los hubiera obligado á suspender la marcha y á pensar en retirarse por temor á la cruda estación de invierno que se anunciaba (1).

¿Cómo era posible que Almanzor en su orgullo, pudiera olvidar ni dejar sin venganza el descalabro del Esla? Desde entonces su pensamiento, su idea dominante fué la de destruir la corte de los cristianos. Preparóse á ello como para una grande empresa haciendo construir en Córdoba ingenios y máquinas de batir sobre el modelo de las romanas; que eran los muros de León altos y gruesos flanqueados de elevadas torres y defendidos por puertas de bronce y de hierro. Provisto ya de maquinaria, y congregadas las huestes de Andalucía, de Mérida y de Toledo, y lo que era más sensible, acompañado de algunos condes tránsfugas cristianos (2), partió al año siguiente á las fronteras de León y Castilla resuelto á tomar á toda costa la ciudad. Reinaba ya en ella Bermudo II llamado el Gotoso, por la enfermedad de gota que padecía. Si antes había hecho el hijo de Ordoño III algún concierto con Almanzor, debió conocer ahora que no iba el guerrero musulmán dispuesto á respetar antiguas relaciones. Así hubo de persuadírselo el nuevo monarca leonés, cuando se resolvió á abandonar su apetecida capital y á refugiarse á Oviedo, llevando consigo las alhajas de las iglesias, las reliquias de los santos y los restos mortales de los reyes sus mayores: triste y melancólica procesión, que recordaba los días angustiosos de la pérdida de España (3).

Con todo eso no fué ni pronta ni fácil la toma de la ciudad, cuya defensa había quedado encomendada al valeroso conde de Galicia Guillermo González. Eran ya los bellos días de la primavera de 984 cuando Almanzor, estrechado el cerco, hizo jugar incesantemente todas las máquinas contra los muros y puertas de León. Por espacio de algunos días fingió el caudillo mahometano atacar por la parte de Oeste para simular el verdadero ataque que había dispuesto por el Sur. Ya logró derruir una parte de la muralla, y las ferradas puertas comenzaban á bambolear. El conde Guillermo, enfermo y postrado, quebrantadas sus fuerzas con largas fatigas, avisado por los suyos del aprieto en que se veían, hízose ajustar su armadura y conducir en silla de manos desde el lecho en que yacía á la parte más amenazada del muro y donde el peligro era mayor. Desde allí alentaba á los bravos leoneses á que defendieran con brío su ciudad, sus haciendas, sus vidas y las de sus hijos y mujeres. A sus enérgicas exhortaciones se debió la resistencia heroica de los últimos tres días. Irritado Al

(1) Monach. Silens. Chron. n. 71.-Conde, cap. XCVII.-Como este suceso acaeciese el año en que dejó de reinar en León Ramiro III, y en que fué entronizado Bermudo II, no se sabe con certeza en cuál de los dos reinados ocurriese, y dúdase más, porque ninguna crónica árabe ni cristiana nombra á ninguno de los dos reyes, infiriéndose que ni uno ni otro se hallaron presentes al combate. Si hemos de creer una indicación del Cronicón Iriense (n. 12), Almanzor obraba acaso de acuerdo con Bermudo, á quien éste parece había hecho ofrecimientos porque le ayudara á posesionarse del reino de León. (2) Pelagii Ovetens. Chron. p. 468.

(3) Rex autem Veremundus (dice Lucas de Tuy) podagrica ægritudine nimium gravatus, cum non posset barbaro obviare, se recepit, Ovetum.

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penetró dentro de la ciudad con la bandera en una mano y el alfanje en otra; siguieronle multitud de sarracenos: el intrépido, el brioso, el imperturbable Guillermo pereció en su puesto al golpe de la cimitarra de Almanzor. Vino la noche, y pasáronla todavía los alárabes sobre las armas sin atreverse á penetrar en el corazón de la ciudad. Á la primera hora de la mañana siguiente comenzó el saqueo y el degüello general, de que no se libraron ni ancianos, ni mujeres, ni niños: jamás en dos siglos y medio de guerras desde que había dado principio la restauración había sufrido ningún pueblo cristiano tragedia igual (1). Las bronceadas puertas fueron derribadas, y los macizos muros en gran parte arrasados por orden de Al

manzor.

Astorga, la segunda ciudad de aquel reino, fué también tomada, no sin porfiada resistencia. «Pero sus defensores, añade el historiador árabe, trabajaron en vano, pues Dios destruyó sus fuertes muros y gruesos torreones.» No pasó por entonces más adelante aquel genio de la guerra; rápido en sus conquistas y constante en su sistema de expediciones, logrado su principal objeto volvióse á Córdoba, si bien destruyendo al paso á Exlonza, Sahagún, Simancas y algunas otras poblaciones (2). Terrible en verdad había sido esta campaña para los cristianos. Era la primera vez desde Alfonso el Católico que el estandarte de Mahoma ondeaba en la capital de la primitiva monarquía. Quedaban por allí reducidos sus límites á los que tuvo en los primeros tiempos de la reconquista.

Hombre político era Almanzor al mismo tiempo que guerrero. En el tiempo que después de sus expediciones descansaba en Córdoba, su casa era una especie de academia á que asistían los poetas y sabios, á los cuales todos trataba con la mayor benevolencia y consideración, y sus obras las premiaba con tanta liberalidad como hubieran podido hacerlo los dos últimos califas. Él estableció una especie de universidad ó escuela normal para la enseñanza superior, en que sólo entraban los hombres ya ilustres por su erudición ó por las obras de un mérito especial y relevante, y él mismo solía concurrir á las aulas y tomar asiento entre los alumnos, sin permitir que se interrumpieran las lecciones ni á su entrada ni á su salida, y muchas veces premiaba por sí mismo á los discípulos sobresalientes. Extraña amalgama esta que vemos en los árabes, tan dispuestos para pelear en los campos de batalla como para discutir en las academias, tan aptos para las letras como para la milicia, para la pluma como para la espada.

Entretanto el imbécil califa Hixem, aunque mozo ya de diez y ocho años, continuaba bellamente aprisionado en su palacio de Zahara y sus deliciosos jardines, sin que nadie pudiese verle sin licencia de su madre

(1) Luc. Tudens. Cron. p. 89.-Conde, cap. xcCVII.

(2) No sabemos con qué fundamento pudo decir Mariana que tomó también los castillos de Alva, Luna, Gordón y otros que resguardaban á Asturias, contra los testimonios de Lucas de Tuy y de Pelayo de Oviedo: este último dice expresamente: Ásturias, Gallaciam, et Berizum non intravit. Lunam, Alvam, Gordonem non intravit.

y del ministro soberano. Y cuando en las pascuas y otras fiestas solemnes asistía por ceremonia á la mezquita, no salía de su maksura hasta que todo el pueblo se hubiese retirado, y entonces volvía, ó por mejor decir, le volvían á su alcázar rodeado de su guardia y de su corte sin que apenas pudiese ser visto del pueblo (1).

En el mismo año de la toma de León ocurrieron en África novedades grandes para los muslimes españoles. Aquel Alhassam, á quien vimos en 975 embarcarse en Almería para Túnez y Egipto, aquel prisionero africano tan generosamente recibido y tan espléndidamente agasajado por el califa Alhakem II, prosiguiendo en su carrera de ingratitudes reapareció ahora en Túnez, y ayudado de Balkim, al frente de tres mil caballos y algunos kábilas berberiscos, recorrió el Magreb y se hizo proclamar en muchas ciudades. Almanzor no podía ver con serenidad este movimiento del ingrato Edrisita, é inmediatamente encomendó la guerra de África á su hermano Abu Alhakem Omar ben Abdallah. Pero la expedición de Omar al otro lado del Estrecho no fué tan feliz como lo habían sido las de su hermano en la Península. El ejército andaluz fué deshecho en una sangrienta batalla, y el emir edrisita obligó al hermano de Almanzor á refugiarse en Ceuta, donde le tuvo estrechamente bloqueado. No era posible que el orgullo de Almanzor sufriera humillación semejante: y así envió seguidamente á África á su mismo hijo Abdelmelik, joven que al lado de su padre había sabido ganarse en pocos años una reputación militar aventajada. Tal era la influencia de su nombre, que á la noticia de su arribo á Ceuta dándose Alhassam por perdido le despachó mensajeros solicitando un arreglo, y ofreciéndose á pasar él mismo á Córdoba á ponerse á la merced del califa Hixem, siempre que se le diera seguro para él su familia. Otorgóselo Abdelmelik, y en su virtud volvió á embarcarse para España el tantas veces rebelde y tantas veces sometido Alhassam. Equivocóse esta vez en sus cálculos: creería sin duda encontrar otro càlifa tan generoso como Alhakem, y lo que encontró fué un comisionado de Almanzor encargado de cortarle la cabeza en el camino, como así lo ejecutó, enviándola á Córdoba en testimonio del cumplimiento de su comisión. Así terminó su carrera de deslealtades el temerario Alhassam, y con él acabó en Magreb la dinastía de los Edrisitas, que había comenzado con la proclamación de Edris ben Abdallah en el año arábigo de 172, y concluyó con la muerte de Alhassam ben Kenuz en el de 373, habiendo de este modo durado 202 años y 5 meses lunares. El hijo de Almanzor tomó con este motivo el título que tanto le lisonjeaba de Almudhaffar, ó vencedor feliz.

y

No impidieron estas guerras ni interrumpieron las expediciones periódicas de Almanzor á tierras cristianas. En el otoño del propio año de 984

(1) Llamábase maksura la tribuna de los califas un poco elevada sobre el pavimento en la parte principal de la mezquita. La colocación del pueblo era la siguiente: los jóvenes se ponían detrás de los ancianos, las mujeres detrás de los hombres y separadas de ellos: éstos no se movían hasta que no hubiesen salido todas las mujeres. Las doncellas no iban á las mezquitas en que no tuviesen un lugar apartado, y siempre asistían muy tapadas con sus velos. Conde, cap. XCVIII.

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mavera siguiente (que las primaveras y otoños eran siempre las estaciones que elegía para sus rápidas y afortunadas irrupciones), la tempestad periódica fué á descargar á la región oriental. Tocóle esta vez á Cataluña. Salió, pues, Almanzor de Córdoba con lo más escogido de su caballería. Detúvose en Murcia aguardando las naves y tropas que habían de acudir de Algarbe á proteger sus operaciones militares en Cataluña. Los árabes describen con placer el suntuosísimo hospedaje que se hizo á Almanzor y á los suyos en los veintitres días que permanecieron en Tadmir. Alojábase el regente en casa del gobernador de la provincia Ahmed ben Alchatib: los manjares más raros y exquisitos, las frutas más delicadas se presentaban diariamente á su mesa: los aromas más estimados de Oriente se derramaban con prodigalidad, y todas las mañanas aparecía lleno de agua de rosas el baño. de Almanzor y de sus principales vazires. A todas sus tropas se dieron cómodos alojamientos, y todos dormían en camas ricamente cubiertas con telas de seda y oro. Cuando Almanzor al tiempo de partir pidió la cuenta de los gastos, dijéronle que todo se había hecho á expensas del gobernador Ahmed. «En verdad, exclamó, que este hombre no sabe tratar gentes de guerra, que no deben tener más arreo que las armas, ni más descanso que pelear, y me guardaré bien de enviar otra vez por aquí mis tropas: mas por Alá que un hombre tan generoso y espléndido no debe ser un contribuyente común, y yo le relevo de todo impuesto por toda su vida (1).»

Tomó desde allí Almanzor el camino de Barcelona, mientras las naves hacían su derrotero por la costa hasta la capital del condado. El conde Borrell II, á quien los árabes daban el título de rey de Afranc (2), salió con numerosas tropas á hacer frente á las del caudillo sarraceno; pero ¿quién podía resistir al ímpetu de los aguerridos y victoriosos soldados de Almanzor? Los cristianos de las montañas fueron arrollados, y buscaron su salvación dentro de los muros de Barcelona; los musulmanes cercaron la ciudad con ardor y resolución: Borrell se fugó una noche como en otro tiempo el walí Zeid, sólo que aquél lo hizo por mar, y más afortunado que el moro, á favor de las tinieblas pasó sin ser visto por en medio de los bajeles algarbes: á los dos días la ciudad se rindió por capitulación, y Almanzor se encontró dueño de las capitales de dos Estados cristianos, León y Barcelona (3). En seguida se volvió á Córdoba por el interior de

(1) Ebn Hayan, Hist. de los Alaméries.—Abu Bekr Ahmed ben Said, en Conde, capítulo XCVIII.

(2) Es muy extraño que el juicioso Roseew Saint-Hilaire diga al hablar de esta expedición: «Esta ciudad (Barcelona), mandada por un conde Borrell, feudatario de los reyes francos.....» Pues no debía ignorar este ilustrado autor que el feudo de los reyes francos había concluído con Wifredo el Velloso, y que hacía más de un siglo que el condado de Barcelona constituía un Estado independiente. En el mismo error incurre Romey, si mal no lo hemos comprendido.

(3) Gesta Comit. Barcinon. cap. VII.-Los dos Cronicones de Barcelona.-Conde, cap. XCVIII.

TOMO III

2

España. Tal era el sistema de Almanzor, invadir, conquistar, volverse y prepararse para otra invasión (985).

Faltaba el otoño de aquel año, y no podía dejar de aprovecharle el incansable sarraceno. Las sierras y montañas de Navarra fueron el campo de sus triunfales correrías; Sancho Garcés el Mayor probó á su turno cuán impetuosas eran las acometidas del guerrero musulmán, el cual, después de haber devastado el país de Nájera, volvióse á invernar á Córdoba, cargado de despojos.

Su llegada á la corte muslímica coincidió con la de su hijo Abdelmelik, el triunfador de África, que había ido á celebrar sus bodas con su sobrina la joven Habiba. La descripción que hacen los árabes de estas famosas bodas y de las fiestas y regocijos con que se celebraron, nos informan de sus costumbres en estas ceremonias solemnes, si bien las del hijo de Almanzor se hicieron con una pompa desacostumbrada. El ministro absoluto convidó á las fiestas hasta á los cristianos: distribuyó á su guardia armas y vestuarios lujosos: dió abundantes limosnas á los pobres de los hospicios, dotó un gran número de doncellas menesterosas, y prodigó regalos á los poetas que con mejores versos cantaron el mérito y las virtudes de los dos esposos. La novia fué paseada en triunfo por las calles principales, acompañada de todas las jóvenes amigas de la familia, precedida del cadí y de los testigos, y seguida de los principales jeques y caballeros de la ciudad. Doncellas armadas de bastoncitos de marfil con puño de oro guardaban el pabellón de la novia: el novio acompañado de gran séquito de nobles mancebos de su familia, armados de espadas doradas, había de conquistar el pabellón de la novia, defendido en su entrada por la guardia de sus doncellas. Los jardines estaban espléndidamente iluminados: en los bosquecillos de naranjos y arrayanes, en derredor de las fuentes, en los lagos y estanques, en todas partes ondeaban vistosas banderolas, y coros de músicos acompañaban las lindas canciones en que se presagiaba la felicidad de los dos esposos: el pabellón de la desposada fué asaltado y conquistado por el novio después de un simulacro de combate entre los mancebos y las doncellas: toda la noche duraron las músicas y los conciertos, y la fiesta se repitió al día siguiente (1).

(1) Conde, cap. XCIX.-En este tiempo colocan también algunos de nuestros historiadores otras fiestas nupciales celebradas en Burgos, con poca menos solemnidad, pero de bien más trágicos resultados que las de Córdoba. Eran las del famoso castellano Ruy Velázquez, señor de Villarén, con doña Lambra, natural de Bribiesca, señora también de una gran parte de la Bureba, y prima del conde de Castilla Garci Fernández. Terrible é inolvidable memoria dejaron estas bodas en España por la sangrienta catástrofe á que dieron ocasión, al decir de estos autores. Hablamos de la célebre aventura de los Siete Infantes de Lara.

Eran estos siete hermanos hijos de Gonzalo Gustios y de Sancha Velázquez hermana de Ruy y nietos de Gustios González, hermano de Nuño Rasura, y por consecuencia oriundos de los jueces y condes de Castilla. Su padre, dicen, les había construído un soberbio palacio repartido en siete salas, de donde se llamó el pueblo Salas de los Infantes. Había convidado Ruy Velázquez á sus bodas á sus siete sobrinos, que en aquel día fueron armados caballeros por el conde don García. Ocurrió en la fiesta nupcial un lance desagradable entre Alvar Sánchez, pariente de los novios, y Gonzalo, el

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