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ahora la familia de los Zeiríes que había de fundar una nueva dinastía en

menor de los siete infantes, que uno de los romances compuestos por Sepúlveda describe así:

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En su despecho, la buena de doña Lambra mandó á un criado que arrojase al rostro de Gonzalo un cohombro empapado en sangre, que era la mayor afrenta que podía hacerse á un caballero castellano. Éste vengó el ultraje matando al osado sirviente en el regazo mismo de doña Lambra á que se había guarecido. La señora pidió venganza á su esposo en los términos que expresa otro romance:

<< Matáronme un cocinero

so faldas de mi brial:
si de esto no me vengades,

yo mora me iré á tornar. »

Ruy Velázquez, deseoso de complacerla, juró vengarse, no sólo de Gonzalo, sino de todos sus hermanos y hasta de su padre. Al efecto envió primeramente á Córdoba á Gonzalo Gustios con pretexto de que cobrase ciertos dineros que el rey bárbaro (dice el P. Mariana) había prometido, pero haciéndole portador de una carta semejante á la de Urías en que encargaba al rey moro que tan pronto como llegara le hiciese quitar la vida. No lo hizo así el moro, ó por humanidad, ó por respeto á las canas de hombre tan principal y venerable, antes le puso en una prisión tan poco rigurosa, que la hermana del rey moro le solía hacer frecuentes visitas, aficionándose tanto al prisionero cristiano que de tales visitas vino á resultar con el tiempo el que dicha señora diera al mundo un Mudarra González, fruto de sus amores, que después vino á ser el fundador del linaje nobilísimo de los Manriques de Lara. Tal gracia debió hallar la princesa mora en las canas del venerable castellano.

Meditando entretanto Ruy Velázquez cómo vengarse de los siete hermanos, logró

Almagreb, nada estorbaba á Almanzor para continuar sus campañas periódicas. Otra vez en 986 volvió sobre Castilla, y tomó sin resistencia nota

ganar á los moros de la frontera y en combinación con éstos les armó una celada en los campos de Araviana á la falda del Moncayo, en que descuidados los de Lara y no pudiendo sospechar la traición fueron todos asesinados en unión con su ayo Nuño Salido, aunque no sin que peleasen como buenos y derramaran mucha sangre de enemigos. Ruy Velázquez envió á Córdoba á Gonzalo Gustios el horrible presente de las cabezas de sus siete hijos, que reconoció el desgraciado padre á pesar de lo magulladas y desfiguradas que llegaron. Movido á compasión el rey de Córdoba dió libertad á Gonzalo, y le dejó ir á Castilla, sin que nos digan qué fué después de este infortunado padre. Lo que nos dicen es que cuando el niño Mudarra, fruto de sus amores de prisión, llegó á los catorce años, á persuasión de su madre pasó á Castilla, y ayudado de los amigos de su familia vengó la muerte de sus hermanos matando á Ruy Velázquez, y haciendo que doña Lambra muriese apedreada y quemada; acción por la cual no sólo mereció que el conde de Castilla le hiciese aquel mismo día bautizar y le armase caballero, sino que su misma madrastra doña Sancha le adoptase por hijo y heredero del señorío de su padre. Esta adopción se hizo, al decir de nuestras historias, con una ceremonia bien singular. Dicen que la doña Sancha metió al mancebo por la manga de una muy ancha camisa (que bien ancha era menester que fuese por delgado que supongamos al recién cristianado moro), le sacó la cabeza por el cuello, le dió paz en el rostro, y con esto quedó recibido por hijo. De aquí viene, añade el P. Mariana con admirable candidez, el adagio vulgar: «Entra por la manga y sale por el cabezón.»>

Tal es la famosa historia, anécdota ó aventura de los Siete Infontes de Lara, tan celebrada por poetas y romanceros, sacada de la Crónica general, desechada como fabulosa por muchos críticos, admitida por otros como cierta en su fondo, pero desestimando las circunstancias ó ridículas ó inverosímiles, y adoptada con todos sus episodios por el P. Mariana. Sus editores de la grande edición de Valencia le ponen la siguiente nota: «Nuestros escritores más estimables tienen por aventuras caballerescas la desgraciada muerte de los Infantes de Lara, los amores de don Gonzalo Gustios con la infanta de Córdoba, la adopción de Mudarra González, hijo de estos hurtos amorosos, y que este héroe imaginario haya sido tronco nobilísimo del linaje de los Manriques. Sería detenernos demasiado hacer demostración de tal fábula, y mucho más producir los argumentos con que se desvanece, que pueden ver los lectores en los caps. XI y XII del libro II de la Historia de la Casa de Lara del erudito Salazar; aunque por respeto á la antigüedad no se atreve este excelente genealogista á negar el suceso de los Siete Infantes de Lara. Don Juan de Ferreras trató también separadamente de este asunto en el t. XVI, cap. XIV, pág. 99 de su Hist. de Esp. (equivocan la página de Ferreras, pues es la 118). >>

De novela la califica también el señor Sabau en sus ilustraciones á Mariana. Pero el ilustrado don Angel Saavedra, duque de Rivas, en la nota tercera á la pág. 188 del tomo II de su Moro Expósito, nos hace conocer el siguiente documento, que existe (dice) en el archivo del duque de Frías, actual poseedor de los estados de Salas, el cual puede dar diferente solución á la cuestión de autenticidad de esta tradición ruidosa.

«En 12 de diciembre de 1579 se hizo una información de oficio por el gobernador de la villa de Salas, con asistencia de los señores don Pedro de Tovar y doña María de Recalde su mujer, marqueses de Berlanga, ante Miguel Redondo, escribano de número de ella, de la cual resulta, que pues allí había en la iglesia mayor de Santa María, en la pared de la capilla del lado del Evangelio, las cabezas de los Siete Infantes de la Hoz de Lara, y la de Gustios su padre, y la de Mudarra González su hijo bastardo, que por haber tantos años que estaban allí, y ser los letreros antiquísimos dudaban algunas personas si era verdad; mandase abrir las pinturas de ellas, y armas con que estaba cubierta dicha pared, para saber lo que había dentro y enterarse

Cataluña. No era infundado el rumor. Muchedumbre de cristianos habían bajado de aquellas altas montañas, llenos de fe y resolución: mandábalos el conde Borrell. En vano se apresuró el caudillo musulmán á evitar un golpe de aquella gente; cuando llegó ya estaba dado; Borrell había recobrado á Barcelona, ocupada un año hacía por los agarenos: Almanzor no pudo hacer sino vencer en algunos reencuentros á los cristianos: á pesar del terror que inspiraba su nombre, Barcelona quedó y continuó en poder de los catalanes, y el regente de la España muslímica tuvo que contentarse esta vez con llevar á Córdoba algunos despojos de su correría (2).

y

de la verdad. Y dicho gobernador, poniéndolo en ejecución, mandó á un oficial que quitase una tabla pintada, que estaba inclusa en la dicha pared, la cual tiene siete cabezas de pintura antigua, al parecer de más de cien años, y encima de ellas hay siete letreros cuyos nombres dicen: Diego González, Martín González, Suero González, don Fernán González, Ruy González, Gustios González, Gonzalo González. Y al cabo de ellas, un poco más abajo, está otra cabeza, que dice el letrero que está sobre ella Nuño Salido. Y de la otra parte de arriba de las cabezas está un castillo dorado, y encima pintados dos cuerpos de hombres de la cinta arriba: el letrero del uno dice Gonzalo Gustios, y el del otro Mudarra González, los cuales tienen cada uno en la mano medio anillo le están juntando. Y quitada la dicha tabla, pareció en la pared otra pintura muy antiquísima, con los mismos nombres que la primera, excepto que el nombre de la cabeza que está de la parte de abajo en la primera tabla dice Nuño Salido, y en el más antiguo Nuño Sabido. Y visto que dichas pinturas estaban sobre piedra, y que no había ningún oficial de cantería que rompiese la pared, suspendieron la diligencia. En el día 16 de dicho mes y año de 1579 mandó el propio gobernador á Pedro Saler, cantero, que tentase la dicha pared para saber si estaba hueca: y dando golpes con un martillo donde estaban las armas (que es un castillo dorado), sonó hueco. Y quitando la pintura que estaba sobre la dicha piedra, se halló otra piedra de cerca de media vara de largo y una tercia de alto, que se meneaba y estaba floja. Y dicho cantero, presentes muchos vecinos de la villa, la quitó, y dentro había un hueco grande á manera de capilla, en la cual estaba un arca, clavada la cubierta con dos clavos. Y sacada, la pusieron junto á las gradas del altar, donde se desclavó, y pareció dentro de ella un lienzo muy delgado y sano, sin ninguna rotura, en el cual estaban envueltas las dichas cabezas, algo deshechas, desmolidas y desconyuntadas del largo tiempo, aunque las quijadas y cascos están de manera que claramente se conoció ser cabezas antiguas, que estaban en la dicha arca. Y vistas por mucha parte de los vecinos de aquella villa, y otros, el dicho gobernador mandó al oficial tornase á clavar el arca, y él lo verificó con cinco ó seis clavos en la cubierta, dejando dentro las dichas cabezas, y volviendo á poner el arca en la capilla y lugar donde antes estaba.>>

En vista de este documento parece no poder dudarse del trágico fin de los siete hermanos de Lara: los demás episodios han podido ser inventados por los novelistas y

romanceros.

(1) Era MXXIV prendiderunt Sedpublica (Annal. Complut.) In Era MXXIV prendiderunt Zamoram (Ann. Tolet.)

(2) Gesta Comit. Barcin. in Marca, p. 542.-Según la tradición y las crónicas catalanas, en esta ocasión el conde Borreli II ofreció privilegio militar ó de nobleza hereditaria á cuantos se presentasen con armas y caballos en las montañas de Manresa, y de aquí, dicen, nació la clase llamada Homens de Paradge, esto es, hidalgos, hombres de Paraje ó casa solariega.

En este tiempo acaeció en Francia la memorable revolución que hizo pasar la corona

Con más fortuna al año siguiente el hombre de las dos campañas anuales invadió la Galicia, llegó cerca de Santiago, tomó á Coimbra, que dejó al fin abandonada, y regresó á Córdoba por Talavera y Toledo. Diríase que antes se habían cansado los autores de escribir que Almanzor de ejecutar sus sistematizadas irrupciones, pues ni los anales cristianos ni los árabes nos dan noticias ciertas de las campañas que debió emprender en los siguientes años, acaso porque no fuesen de particular importancia, si se exceptúa la que hizo en 989, en que destruyó y desmanteló las ciudades fronterizas de Castilla, Osma y Atienza, que por su posición habían sufrido ya cien veces todos los rigores de la guerra, y habían sido á cada paso tomadas, perdidas y reconquistadas por cristianos y musulmanes (1).

En tanto no faltaron disgustos de otro género ni al conde García Fernández de Castilla ni al rey Bermudo de León, comenzando á dar al primero grandes pesadumbres su hijo Sancho, queriendo sucederle antes de tiempo (990), y rebelándose contra el segundo algunos condes de Galicia; sucesos que aunque por entonces no pasaron adelante, hubieran favorecido mucho á Almanzor para sus acometidas y ulteriores designios, si él no hubiera tenido por este tiempo otro mayor disgusto de la misma índole. Y vamos á referir un hecho que ninguno de nuestros historiadores ha mencionado hasta ahora.

Abatidos por Almanzor los más poderosos nobles del imperio, el único que quedaba, Abderramán ben Motarrif, walí de Zaragoza, temía que no había de tardar en llegarle su turno, y quiso probar si podía á su vez deshacerse del regente. Hallábase en Zaragoza el hijo menor de Almanzor llamado Abdallah, resentido de su padre por la preferencia que daba á sus dos hermanos. Proyectaron, pues, Abderramán y Abdallah una revolución con el designio de alzarse el uno con la soberanía de Zaragoza y de todo Aragón, el otro con la de Córdoba y el resto de España. Contaban ya con algunos generales y vazires. Súpolo Almanzor y llamó á Córdoba á su hijo, á quien comenzó á tratar con mucha atención y dulzura. En cuanto al de Zaragoza, supo Almanzor con su acostumbrada astucia ganar á sus tropas en una expedición en que aquél le acompañaba, y que ellas mismas le acusaran de haberse apropiado el sueldo de los soldados. Con este motivo le quitó el gobierno de Zaragoza, pero con mucha política nombró para reemplazarle al hijo mismo de Abderramán. Preso éste y procesado por malversador, hízole Almanzor decapitar en su presencia. Faltábale atraerse á su propio hijo Abdallah, y lo intentó á fuerza de halagos y de amabilidad, mas todos sus esfuerzos se estrellaron ante el carácter obstinado y el genio sombrío de Abdallah, que en otra expedición contra Castilla se pasó secretamente al conde García Fernández, prometiéndole ayudarle contra su padre. Informado de ello Almanzor, reclamó enérgicamente al conde castellano la entrega de su hijo. Negóse García á

de la familia de los Carlovingios á la de los Capetos, de la dinastía de Carlomagno á la de Hugo el Grande. Hugo Capeto, hijo del Grande, fué consagrado en Reims el 3 de julio de 987.

(1) Chron. Conimbric.-Annal. Compl. y Tolet.-Conde, cap. XCIX.

des fronterizas arriba mencionadas, y recelando él mismo de las pretensiones de su propio hijo Sancho, debió convenirle desenojar á Almanzor y accedió á entregarle el reclamado Abdallah, y enviósele con buena escolta de castellanos. De orden de Almanzor salió el esclavo Sad á recibirle al camino, el cual en el momento de encontrarle besó la mano á Abdallah, y no dejó de alimentarle la esperanza de que hallaría indulgencia en su padre. Mas al llegar á las márgenes del Duero, intimáronle los soldados de Sad que se dispusiera á morir: el pérfido esclavo que les había dado esta orden se había quedado algunos pasos detrás: Abdallah se apeó con resignación, y entregó sin inmutarse su cuello á la cuchilla del verdugo. Así pereció el ambicioso y obstinado hijo de Almanzor á la edad de veintitrés años (1).

Llegó así el año 992, en que falleció el conde Borrell II, sucediéndole su hijo Raimundo ó Ramón Borrell III, y dejando el condado de Urgel á otro hijo nombrado Armengaudo ó Armengol. Los historiadores árabes se detienen en referirnos los sucesos que á este tiempo en África acaecían, los cuales ocupaban no poco á Almanzor, y preparaban en el Magreb la elevación de una nueva dinastía bajo la astuta política de Zeiri ben Atiya, pero cuyos pormenores nos dispensamos de referir por no pertenecer directamente á nuestra España. Repetimos que por nada dejaba Almanzor sus dobles expediciones anuales. Muchas parece haber sido consideradas por los escritores de aquel tiempo como acaecimientos comunes, pues apenas dan cuenta de ellas: otras les merecían más atención por sus resultados, tal como la que en 994 ejecutó sobre Castilla, y en que tomó á Ávila, Coruña del Conde y San Esteban de Gormaz; y la que en 995 hizo á la España Oriental con tan asombrosa rapidez, que antes llegó él á Cataluña que supiesen los cristianos su salida de Córdoba.

Tantos desastres sufridos en los Estados cristianos por las repetidas invasiones del infatigable, enérgico y valeroso Almanzor, movieron al conde García Fernández de Castilla, uno de los que más habían tenido que luchar contra las huestes del intrépido agareno, á llamar en su auxilio al rey don Sancho de Navarra, para ver de resistir aunados á tan formidable poder. Así fué que en su expedicion de 995 encontró ya Almanzor juntas las tropas castellanas y navarras entre Alcocer y Langa. Mas aun no habían acabado de reunirse ni de prepararse al combate, cuando ya se vieron atacadas por la caballería sarracena: sostúvose no obstante la lid por todo el día con igual arrojo y denuedo por ambas partes, y cuando la noche separó á los dos ejércitos combatientes, unos y otros contaban con que al siguiente día se renovaría la pelea con más furor.

Cuenta Abulfeda (que también eran no poco dados á consejas los árabes de aquel tiempo), que la noche á que nos referimos, uno de los literatos que solían ir en el ejército según costumbre de los musulmanes, llamado

(1) Este hecho, que refiere Ebn Ahdari en su al-Bayano el-mogrib, nos le ha dado á conocer el orientalista Dozy en sus Investigaciones sobre la historia de la edad media de España, tom. I, págs. 19 á 24.

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