Imágenes de páginas
PDF
EPUB

y blandura, son ocasion deste daño. Con esto, debilitadas las fuerzas, y estragadas con las costumbres extranjeras, demas de esto, por la disimulacion de los príncipes; y por la licencia y libertad del vulgo, muchos viven desenfrenados sin poner fin ni tasa ni á la lujuria ni á los gastos, ni á los arreos y galas. Por donde, como dando vuelta á la fortuna, desde el lugar mas alto do estaba, parece á los prudentes y avisados que (mal pecado) nos amenazan graves daños y desventuras, principalmente por el grande odio que nos tienen las demas naciones: cierto compañero sin duda de la grandeza y de los grandes imperios; pero ocasionado en parte de la aspereza de las condiciones de los nuestros, y de la severidad y arrogancia de algunos de los que mandan y gobiernan.

Del P. Juan de Mariana.

Conquista de Sevilla.

El rey D. Fernando tenia por todas estas causas un encendido deseo de apoderarse de esta ciudad, así por su nobleza, como porque ella tomada, era forzoso que el imperio de los moros de todo punto menguase; tanto mas, que los aragoneses con gran gloria y honra suya se habian apoderado de la ciudad de Valencia, de sitio muy semejante, y no de mucho menor número de ciudadanos. El rey de Sevilla, por nombre Ajatafe, no ignoraba el peligro que corrian sus cosas: tenia juntados socorros de los lugares comarcanos, hasta de la misma Africa: gran copia de trigo traida de los lugares comarcanos, proveidos de caballos, armas, naves y galeras, determinado de sufrir cualquiera afan antes de ser despojado del señorío de ciudad tan principal.

El rey D. Fernando juntaba así mismo de todas partes gente para aumentar el ejército que tenia, trigo y todos los mas pertrechos que para la guerra eran necesarios: la diligencia era grande, por entender que duraria mucho tiempo, y seria muy dificultosa, y para que ninguna cosa necesaria falleciese á los soldados.

En Alcalá por algun tiempo se entretuvo el rey Don Fernando: pasado ya gran parte, y lo mas recio del verano, movió con todas sus gentes, púsose sobre Sevilla, y comenzó á sitialla á 20 del mes de Agosto; año de nuestra salvacion de 1247; los reales del rey se asentaron en aquella parte que está el campo de Tablada tendido á la ribera del rio, mas abajo de la ciudad. Don · Pelayo Perez Correa, Maestre de Santiago, de la otra parte del rio hizo su alojamiento en una aldea llamada Aznalfarache, caudillo de gran corazon, y de grande experiencia en las armas. Pretendia hacer rostro á Abenjafon, rey de Niebla, que con otros muchos moros estaba apoderado de todos los lugares por aquella parte: tanto mayor era el peligro, las dificultades; pero todo le vencia la constancia y esfuerzo de este caballero. El rey barreaba sus reales: los moros, con salidas que hacian de la ciudad, pugnaban impedir las obras y fortificaciones. Hubo algunas escaramuzas, varios sucesos y trances, pero sin efecto alguno digno de memoria, sino que los cristianos las mas veces llevaban lo mejor, y forzaban á los enemigos, con daño, á retirarse á la ciudad. Por el mar y rio se ponian mayor cuidado para impedir que no entrasen vituallas. Los soldados que tenian en tierra hacian lo mismo, y velaban para que ninguna de las cosas necesarias les pudiesen meter por aquella parte. Muchos escuadrones asimismo salian á robar la tierra: talaban los frutos que hallaban sazona

dos, el vino y el trigo, todo lo robaban. Carmona, que está á seis leguas, forzada por estos males, como seis meses antes lo tenian concertado, sin probar á defenderse ni pelear, se rindió con tanta mayor maravilla, que los bárbaros pocas veces guardan los asientos.

No se descuidaban los moros ni se dormian; el mayor deseo que tenian era de quemar nuestra armada, cosa que muchas veces intentaron con fuego de alquitran, que arde en la misma agua. La vijilancia del general Bonifaz hacia que todos estos intentos saliesen en vano, y cada cual de los capitanes por tierra y por mar procuraban diligentemente no se recibiese algun daño por la parte que tenian á su cargo. Señalábanse entre los demas D. Pelayo Correa, Maestre de Santiago, y D. Lorenzo Suarez, cuyo esfuerzo y industria en todo el tiempo de este cerco, fué muy señalado: sobre todos Garci Perez de Vargas, natural de Toledo, de cuyo esfuerzo se refieren cosas grandes y casi increibles.....

Los cercados desbarataron en cierta salida los ingenios de los nuestros, y les quemaron las máquinas. Alentados con el buen suceso, no solo se defendian con la fortaleza de la ciudad, sino desde los adarves se burlaban de la pretension de los contrarios, que llamaban desatino. Amenazaban á los nuestros con la muerte y ultrajábanlos de palabra. El cerco, sin embargo, se continuaba, y se llevaba adelante, con tanta mayor ventaja de los fieles, que de cada dia les llegaban nuevos socorros. Acudieron los obispos D. Juan Arias, de Santiago, bien que poco efecto hizo: su poca salud le forzó en breve, con licencia del Rey, á dar la vuelta; D. Garcia, prelado de Córdoba; D. Sancho, de Coria, los maes➡ tres de Calatrava y de Alcántara; los infantes D. Fa

drique y D. Enrique; fuera de estos D. Pedro Guzman, D. Pedro Ponce de Leon, D. Gonzalo Giron, con otro gran número de grandes y ricos hombres, que vinieron de refresco. A los cercados, por ser la ciudad tan grande, no se podian de todo punto atajar los mantenimientos, dado que se ponia en esto todo cuidado.

El general de la armada, Bonifaz, ardia en deseo de quebrar la puente, para que no pudiendo comunicarse los del arrabal y la ciudad, fuesen conquistados aparte los que juntos hacian tanta resistencia. Era negocio muy dificultoso por estar la puente puesta sobre barcas, que con cadenas de hierro estaban entre sí trabadas: todavía pareció hacer la prueba, que la maña y la ocasion pueden mucho. Apercibió para esto dos naves; esperó el tiempo que ayudase la creciente del mar, y juntamente un recio viento que del poniente soplaba. Con esta ayuda, alzadas é hinchadas las velas, la una de las naves con tal ímpetu embistió en la puente cuanto no pudieron sufrir las ataduras de hierro. Quebróse la puente el tercero dia de mayo con gran alegría de los nuestros, y no menos comodidad. Los soldados, con la esperanza de la victoria, con grande denuedo acometieron á entrar en la ciudad, escalar los muros por unas partes y por otra derriballos con los trabucos y máquinas, con tanta porfia, que los cercados estaban á punto de perder la esperanza de se defender. El mayor combate era contra Triana; los moros se defendian valientemente, y la fortaleza de los muros causaba á los nuestros dificultad.....

Comenzaban en la ciudad á sentir gran falta de vituallas: los ciudadanos, visto que la felicidad de nuestra gente se igualaba con su esfuerzo, y que al contrario á ellos no quedaba alguna esperanza, acordaron tra

tar de rendir la ciudad, primero en secreto, y despues en los corrillos y plazas. Pidieron desde el adarve les diesen lugar de hablar con el rey. Luego que les fue concedido enviaron embajadores que avisaron querian tratar de concierto, con tal que las condiciones fuesen tolerables, en particular que quedase en su poder la ciudad. Decian que quebrantados con los males pasados, ni los cuerpos podian sufrir el trabajo, ni los ánimos la pesadumbre, que todavía en la ciudad quedaban compañías de soldados: que no era justo irritallas, ni hacelles perder de todo punto la esperanza: muchas veces la necesidad, de medrosos hace fuertes; por lo menos que la victoria seria sangrienta y llorosa, si se llegase á lo último, y no se tomase algun medio.

A esto respondió el rey que él no ignoraba el estado en que estaban sus cosas: tiempo hobo en que se pudiera tratar de concierto; mas que al presente por su obstinacion, se hallaban en tal término, que seria cosa fea partirse sin tomar la ciudad, y que si no fuese con rendilla, no daria lugar á que se tratase de concierto ni de concordia. Entretanto que se trataba de las condiciones y del asiento, hicieron treguas y cesó la batería. Prometian acudir con las rentas reales y tributos todos los que acostumbraban antes á pagar á los Miramamolines. Desechada esta condicion, dijeron que darian la tercera parte de la ciudad, demas de las dichas rentas: despues la mitad, dividida con una muralla de lo demas que quedase por los moros. Parecian estas condiciones á los nuestros muy aventajadas y honrosas: el rey á menos de entregalle la ciudad, no hacia caso de estas promesas, ni estimaba todos sus partidos. En conclusion, se asentó que el rey moro y los ciudadanos con todas sus alhajas y preseas se fuesen salvos dónde

« AnteriorContinuar »