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En contestacion me dijo lo que era muy nuevo y en estremo interesante para mí. Dijo que no podia hablar sino del distrito en que él se habia establecido, pero que creia, por lo que habia oido decir, que la costumbre que iba á referir no era de ninguna manera singular. Que en el distrito en que vivia, no se hallaba iglesia de ninguna denominacion particular, sino que los ministros de las diferentes Iglesias solian visitar el distrito periódica mente. "Una semana," dijo, "tenemos la visita de un ministro episcopal; y entonces el servicio es el de la Iglesia Anglicana, en casa de uno de los vecinos; la semana siguiente un ministro presbiteriano viene á la casa de otro vecino, y entónces todos los habitantes del vecindario se reunen allí, y tenemos oraciones y sermon presbiterianos: otra semana un ministro metodista viene á casa de otro vecino, en cuya casa nos reunimos todos, y tenemos el culto metodista; despues viene un ministro baptista; y de este modo muchos ministros nos visitan, y nos reunimos con frecuencia para el culto religioso en las casas de los diferentes vecinos, y algunas veces en otros pueblos cercanos.” En esta relacion me daba los nombres de los vecinos y de los ministros.

Le pregunté como iba la cosa en su propia casa, y si él tenia un sacerdote católico romano.

Se sonrió, diciendo, que habia muy pocos sacerdotes en aquella parte del país, y que en cuanto á él y á su familia, ni los deseaban, ni se cuidaban de ellos; que él y su familia hacian lo mismo que los demas vecinos, asistiendo donde quiera que habia sermon; que estaba persuadido de que todos los ministros que los visitaban eran hombres buenos y sinceros, y le gustaban mucho mas que todos los sacerdotes que habia conocido ; me dijo, clavando los ojos en los mios, "mi hija, si V. se opone á ello, siempre nos acompañará á las reuniones religiosas, á que todos mis hijos asisten siempre."

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No podia menos que sentirme muy agradecido, y le dí mi consentimento de todo corazon; y no quise prolongar mas el momento en que abrazase á su hija.

A pocos instantes llegamos á la casa en que ella vivia. Era para ámbos un encuentro muy feliz; yo, por supuesto, me retiré, pero los volví á ver al dia siguiente Cuanto mas veía á este hombre, tanto mas me gustaba Habia en él, y en muy alto grado, una rara combinacion

de sentimientos buenos y leales con mucho sentido comun y grande energía de carácter, y presentaba en su propia persona un buen ejemplo de lo que el carácter irlandes puede llegar á ser, una vez que se halle emanci pado de la dominacion sacerdotal-dominacion de hierro que le oprime. Dentro de pocos dias tenia á su hija bien vestida; y los dos causaban no poca sensacion en el lugar. Pronto nos separamos, en fé, esperanza y cari dad, así como en oracion.

La relacion singular que me habia hecho del estado de la instruccion religiosa en el vecindario en que se habia establecido, parece esplicar muy bien el cambio notable de opiniones religiosas que se verifica en muchos de los católicos romanos irlandeses que han emigrado & los Estados Unidos.

CAPÍTULO DIEZ Y SEIS.

LA TRASUSTANCIACION.-II.

i siguiente conversacion se verificó bajo circunstan sias peculiares.

Habia yo aceptado una invitacion para comer, en un sitio cercano á la capital del condado, al tiempo de las sesiones de los tribunales. La mayor parte de los vocales del Gran Jurado se hallaban presentes, y des pues de haber discutido por algun tiempo los asuntos de mayor interes que ofrecia la politica local, nos retiramos á la sala.

Un caballero católico romano, individuo del Parlamento, me llamó aparte, y despues de unos pocos instantes de conversacion, me refirió la siguiente anécdota relativa á él mismo.

Hacia algunos dias que estando él en Dublin las personas en cuya casa se hospedaba, le instaron una noche á que fuese con ellos á una iglesia católica romana, para oir á un sacerdote de mucha nombradía pronunciar un discurso contra los protestantes. Habia un gran gentío, mucha escitacion y una muy espléndida ostentacion oratoria. Dijo que el discurso era muy brillante, apasionado y punzante-mas, á la verdad, de lo que, en su opinion, convenia al púlpito; que no era bastante sólido y argumentativo para satisfacerle á él, pero sin embargo muy popular y de grande efecto. El asunto del discurso era la Trasustanciacion, y el orador en llegando á las palabras, "Este es mi cuerpo," y "Esta es mi sangre," se detuvo hasta que habia causado un silencio profundo é intenso en toda la inmensa congregacion, la cual estaba con el aliento suspenso, esperando que prosiguiese. En este momento el predicador prorumpió en un tone apa

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sionodo é imponente, preguntando: "Cuando el bendito Señor dice:Este es mi cuerpo' ¿cómo se atreven los protestantes á decir que no es su cuerpo? Cuando el bendito Señor dice otra vez: Esta es mi sangre' cómo se atreven los protestantes á decir que no es su sangre? Estan hablando siempre de las Escrituras, y siempre estan diciéndonos: Las Escrituras, todas las Escrituras, y nada sino las Escrituras puede satisfacernos;' y sin embargo de que las Escrituras dicen: Este es mi cuerpo,' y Esta es mi sangre,' esos protestantes, con un atrevimiento inaudito, insisten en que no es ni lo uno ni lo otro, sino que las palabras deben entenderse en un sentido espiritual, figurado ó místico." El caballero cató lico romano que me refirió esto, añadió, que este arranque de elocuencia produjo un efecto eléctrico en toda la congregacion; pero que por su parte, aunque admiraba la elocuencia y la accion del predicador, tenia el argumento en muy poco aprecio. Continuó diciendo, que al dia siguiente comió en la casa de un sugeto notable tambien católico romano, en donde se hallaba el predicador de la noche anterior; y que despues de que habian conversado largo rato sobre el discurso, y especialmente sobre el pasage ya citado, él se dirigió al sacerdote diciendo: "Cuando nuestro Señor dice: 'Yo soy la vid' ઢ cómo se atreven los romanistas á decir que no es una vid? Cuando nuestro Señor dice: 'Yo soy la puerta' ¿cómo se atreven los romanistas á decir que no es una puerta? Y cuando la Escritura dice tan clara y terminantemente que es una vid y una puerta ¿ cómo se ૐ atreven los romanistas á decir que no es ni lo uno ni lo otro, sino que las palabras deben entenderse en un sentido espiritual, figurado ó místico ?" El sacerdote se puso muy confuso, balbuciando varias cosas que nada tenian que ver con la cuestion, lo cual fué una cosa muy divertida para muchos de la reunion, y especialmente para el dueño de la casa, cuyos ojos penetrantes, inquie tos y centellantes parecian gozar estraordinariamente de la confusion de sacerdote. Concluido que hubo su écdota, me preguntó qué pensaba yo de su respues

ta.

Le dije francamente, que pensaba que su respuesta ers la mejor que podia hacer á tal argumento; que Salomon dice, que se debe contestar al necio segun su necedad, y

que conforme á este principio, él habia dado la misma contestacion que tal argumento merecia.

Luego dijo, que si los sacerdotes esplicaran las Escri turas, servirian á su causa infinitamente mejor, en su concepto, que usando de argumentos de controversia que siempre se presentan con espíritu de partido, y que son demasiado apasionados para influir en los hombres de juicio sosegado é imparcial.

Le contesté, que esta es la costumbre que siguen los ministros protestantes en el culto religioso; y que al tiempo de su ordenacion, se les pone la Biblia en las manos, haciéndoies obligatorio enseñar y predicar el Evangelio. Su deber, pues, es el de enseñar las Sagradas Escrituras.

Dijome, que me habia equivocado en cuanto al sentido de su insinuacion, la cual queria decir que debia haber una esposicion imparcial y razonada de las palabras y frases de las Escrituras. Por ejemplo, nuestro Señor dijo: "Este es mi cuerpo," ""Esta es mi sangre." Los católicos romanos toman estas palabras literalmente; los protestantes las entienden figuradamente. Ahora bien, lo que se necesita es alguna razon, alguna esplicacion del porqué nuestro Señor usó de estas palabras mas bien que de otras, y del porqué no se sirvió de palabras ménos equívocas, si estaba hablando figuradamente.

Repliqué al instante, diciendo, que su pregunta era muy justa, y que en contestacion yo debia decirle que las palabras de nuestro Señor son precisamente las que habriamos esperado que usaria, por ser las mas fáciles de entenderse, consideradas las circunstancias y el tiempo en que fueron dichas. Le dije, que esta consideracion me satisfacia siempre, y que estaba seguro de que seria perfectamente satisfactoria para él tambien, si me permitiera ponerla en claro.

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Me suplicó muy cortesmente que prosiguiese, siendo que este era un punto en que él tenia grande interes, Proseguí, pues, diciéndole: "Nuestro Senor instituyó el sacramento cuando estaba comiendo la Cena Pascual con sus discípulos. V. se acordará de que la Pascua fué insti tuida para conmemorar la seguridad de los israelitas de la muerte en Egipto, por medio de la aspersion de la sangre del corderc pascual. Fué al tiempo de celebrar esta fiesta por la última vez con sus discípulos, cuando

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