La célebre écloga primera de Garcilaso de la Vega

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Ibarra, 1771 - 96 páginas

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Página 16 - El dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso, he de cantar, sus quejas imitando; cuyas ovejas al cantar sabroso estaban muy atentas, los amores, de pacer olvidadas, escuchando.
Página 40 - La cordera paciente con el lobo hambriento hará su ayuntamiento, y con las simples aves sin ruido harán las bravas sierpes ya su nido; que mayor diferencia comprehendo de ti al que has escogido. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Siempre de nueva leche en el verano y en el invierno abundo...
Página 74 - Nunca pusieran fin al triste lloro los pastores, ni fueran acabadas las canciones que sólo el monte oía, si mirando las nubes coloradas, al tramontar del sol bordadas de oro, no vieran que era ya pasado el día.
Página 60 - ... tal es la tenebrosa noche de tu partir, en que he quedado de sombra y de temor atormentado, hasta que muerte el tiempo determine que a ver el deseado sol de tu clara vista me encamine.
Página 50 - Corrientes aguas, puras, cristalinas ; árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado de fresca sombra lleno, aves que aquí sembráis vuestras querellas, yedra que por los árboles caminas, torciendo el paso por su verde seno...
Página 36 - De mí arrancada, en otro muro asida. Y mi parra en otro olmo entretejida, Que no se esté con llanto deshaciendo Hasta acabar la vida, Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Página 26 - El sol tiende los rayos de su lumbre por montes y por valles, despertando las aves y animales y la gente...
Página 22 - Salicio, recostado al pie de una alta haya, en la verdura, por donde un agua clara con sonido atravesaba el fresco y verde prado; él, con canto acordado al rumor que sonaba del agua que pasaba...
Página 72 - Divina Elisa, pues agora el cielo con inmortales pies pisas y mides, y su mudanza ves, estando queda, ¿por qué de mí te olvidas y no pides que se apresure el tiempo en que este velo rompa del cuerpo, y verme libre pueda, y en la tercera rueda contigo mano a mano busquemos otro llano, busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos y sombríos, donde descanse y siempre pueda verte ante los ojos míos, sin miedo y sobresalto de perderte?
Página 34 - ¿Cuál es el cuello que, como en cadena, de tus hermosos brazos anudaste? No hay corazón que baste, aunque fuese de piedra, viendo mi amada hiedra de mí arrancada, en otro muro asida, y mi parra en otro olmo entretejida, que no se esté con llanto deshaciendo hasta acabar la vida.

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