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res; y á pesar de sus envejecidos hábitos, iba insensiblemente adhiriéndose á la sublime asociacion cristiana. Los próceres y sacerdotes paganos que presentian su ruina en esta prodigiosa mudanza, se valieron de todos los medios para impedirla; y de aqui las atroces persecuciones suspendidas de tiempo en tiempo por algunos humanos emperadores, pero renovadas luego por otros crueles y sanguinarios.

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No es de este lugar la investigacion de la época en que se arraigó el cristianismo en España, y de la mayor o menor rapidez de sus progresos: punto es este dificil de resolver, y en el que se han ejercitado ya otras plumas mas versadas que la mia en estos asuntos. Para mi propósito basta saber que desde el siglo II habia ya muchos cristianos en España; que este número se aumentó mas y mas hasta el tiempo de Constantino, quien proclamando el triunfo de la nueva religion sobre la antigua, hizo un cuerpo poderoso de la gerarquia eclesiástica, cuya intervencion fomentó despues los progresos del orden social. Acrecentóse sobremanera este influjo sacerdotal en el reinado de Teodosio, que dió á la religion cristiana el caracter de dominante con total esclusion del paganismo y demas sectas.

Si Teodosio se hubiera limitado á esto, podria disculpársele, atendiendo á las funestas discordias habian promovido el arrianismo y otras here

que

regias, como tambien á la conveniencia de establecer la unidad religiosa, para mantener la pública tranquilidad. Sin embargo, no contento con prohibir todo culto que no fucse el católico, y toda doctrina heterodoxa; espidió severos edictos contra los sectarios, imponiendo pena de destierro y confiscacion á los unos, y de muerte á los otros. Sancionada por este emperador la persecucion religiosa, su colega Máximo se encargó de la ejecucion en toda su plenitud; y fue el primer príncipe cris tiano que derramó la sangre de sus súbditos por opiniones religiosas.

Prescindiendo de esta intolerancia sanguinaria, nada conforme á las máximas del Evangelio, la religion cristiana echando por tierra el sensualismo del culto pagano, alzó los ánimos á mas nobles designios; dió fuerza sobrenatural á los már

tires, y cimiento seguro á la moral pública. Esta

saludable revolucion mejoró notablemente el estado de la sociedad española, uniendo los ánimos con mas estrechos vínculos, promoviendo los establecimientos públicos de caridad, estrechando la union del matrimonio, dando mayor estímulo al trabajo, y asegurando la obediencia á las leyes.

En este largo periodo que acabo de recorrer desde Augusto á Teodosio, los españoles perdieron su antigua nacionalidad é independencia. Ya no figuraron como pueblos distintos los celtas y los iberos, si bien continuaron distinguiéndose por Tomo I.

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su valor como soldados romanos, y formando legiones, que iban á batallar en otros paises de Europa, en el Africa y en el Asia ; mientras que los soldados de Roma guardaban la península, y mantenian en ella la tranquilidad.

Para los romanos fue la España un objeto de predileccion por su fértil suelo y por la riqueza que de ella sacaban; asi es que desde el tiempo de Augusto, se trató de fomentar la prosperidad de la península, arreglando su administracion interior, construyendo grandes carreteras, puentes, acueductos, baños termales y otras obras de utilidad pública. Alternaban con estas las obras de ostentacion y recreo, como palacios, teatros, circos, naumaquias y arcos triunfales; de todo lo cual se encuentran en el dia, despues de tantos siglos y guerras, grandes vestigios, y aun algunas de dichas obras se conservan casi íntegras y en actual servicio, como el acueducto de Segovia, el puente de Alcántara, el de Mérida &c.

De lo dicho se infiere que el estado social de España llegó entonces á un alto punto de esplendor comparable con el de la misma Italia. Asi es que su poblacion se acrecentó estraordinariamente, aunque no tanto como supone Orosio, quien la hace subir durante el primer periodo de los emperadores á setenta millones de habitantes. Ya en tiempo de Ciceron debió de ser muy crecida, pues dice este distinguido orador: no hemos aventajado

ni á los españoles en el número, ni á los galos en la fuerza, ni en las artes á los griegos (1); y aunque despues fue aumentándose en tiempo de los emperadores con el fomento que algunos de ellos dieron á la agricultura, al comercio y á la industria, no obstante siempre resulta muy escesivo el cálculo de Orosio, y su error dimana de haber dado á las ciudades la poblacion de todo el distrito comprendido en ellas: por eso dice que segun los censos romanos Tarragona contenia en tiempo de Augusto dos millones quinientas mil almas. Por falta de datos estadísticos no es posible fijar hoy con certeza la poblacion que tuvo España en tiempo de los emperadores; pero puede asegurarse sin riesgo de equivocacion que fue por lo menos doble de la que despues ha tenido en tiempo de su mayor prosperidad.

En cuanto a los progresos intelectuales, los españoles, que desde tiempos tan remotos tenian leyes escritas en verso, y que despues con el roce de las colonias fenicias y griegas debieron de adquirir mayores conocimientos, no podian menos de seguir los pasos de la civilizacion romana. Asi es que la juventud se apresuró á frecuentar el establecimiento literario fundado por Sertorio; y ya en

(1) Nec numero hispanos, nec robore gallos, nec, artibus græcos superavimus.

aquella edad eran conocidos los poetas cordobeses, segun acredita un pasage de Ciceron (1). El tiempo, que todo lo consume, destruyó las obras literarias escritas por los ingenios españoles durante la república romana; pero han quedado suficientes del tiempo de los emperadores, para que podamos formar juicio del ingenio español en aquellos siglos. No me cegará la preocupacion nacional como á otros hasta el punto de querer igualar la literatura hispano-romana con la de Italia, ni incurriré en la estravagancia de comparar á Lucano con Virgilio. ¿Tuvo por ventura la España un Tácito, un Salustio, un Tito Livio? ¿Podrá blasonar de dos poetas como Horacio y Virgilio? Es cierto que no; pero si no brillan los ingenios españoles en primera línea como los italianos, por lo menos en la segunda figuran sin rivales en las demas provincias del imperio.

Sin hablar del historiador Higinio, de los Balbos, y de los retores Marco Porcio Latron, y Marco Séneca, escritores españoles del siglo de Augusto, cuyo juicio crítico puede verse en D. Nicolas Antonio (2); me detendré á hacer algunas reflexio

(1) Dice asi el pasage citado. Qui præsertim usque eo de suis rebus scribi cuperet, ut etiam Cordubæ natis pretis, pingue quidam sonantibus atque peregrinum, tamen aures suas dederet. Oratio pro Archia poeta.

(2) Biblotheca hispana vetus, lib. 1, cap. 1, 2, 3 et 4.

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