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cuña, Bigorra, Comenge, Carcasona y Mompeller, de manera que con los estados de acuende los Pirineos dejó á su hijo D. Pedro el II una monarquia grande, respetada y poderosa.

Considerando este rey D. Pedro, dice el historiador Zurita (1), la devocion que los reyes sus antepasados tuvieron á la Santa Sede apostólica, y que el rey D. Ramiro I constituyó su reino tributario á la iglesia, determinó ir á recibir la corona del Papa, como señor soberano en lo espiritual. Ejecutólo asi, y en la capilla de S. Pedro de Roma puso sobre el altar el cetro y la diadema; tomó la espada de mano del Papa, armándose caballero, y ofreció allí su reino á S. Pedro, prín cipe de los apóstoles, y al Papa y sus sucesores para hacerse censuatario de la iglesia, como en otro tiempo lo habia ejecutado el rey D. Ramiro; y de ello entregó entonces instrumento al Pontífice para que le recibiese bajo el amparo y proteccion de la silla apostólica, obligándose a pagar cada año perpétuamente en feudo doscientos y cincuenta mazmodines. Acaeció esto en el año de 1204 bajo el pontificado de Inocencio III.

Quien conozca las exageradas pretensiones de este Papa, no estrañará verle armando caballero á un rey de Aragon, y recibiendo de él un

(1) Zurita, Anales, lib. 2, fol. 90.

tributo como señor supremo en lo espiritual y temporal. Lo que no se comprende es como se atrevió á dar este paso un monarca que estaba muy lejos de ser absoluto, teniendo contra sí la opinion del reino en este punto. Y que en efecto los aragoneses desa probaron esta conducta, como tambien otros actos arbitrarios del mismo, se ve por el siguiente pasage de Zurita. "Fue el rey D. Pedro, dice este apreciable historiador, muy pródigo, y de las rentas reales hacia grandes mercedes, disminuyendo y menoscabando su patrimonio, y de aqui se vino á tratar de imponer en la tierra nuevas exacciones y tributos, é introducir un nuevo género de servicio que llamaron el monedage en todo su reino y señorio; y estando en Huesca en fin de noviembre del mismo año (1205) se despacharon provisiones para todo el reino. Este servicio se impuso en Aragon y Cataluña, y se repartió por razon de todos los bienes muebles y raices. cada uno tenia, sin eximir á ninguno, aunque que fuese infanzon ó de la orden del Hospital, ó de la caballeria del Temple, ó de otra cualquiera religion, , y tan solamente se eximian los que eran armados caballeros; porque en aquellos tiempos se preciaban mas los reyes y grandes señores de la regla y orden de caballeria. Pagábase por los, bienes muebles á razon de doce dineros por libra, esceptuándose ciertas cosas, y era muy grave género de tributo. Por esto y por causa del censo

que nuevamente se habia reconocido à la Sede apostólica, y por el patronazgo que el rey habia renunciado, se concordaron y confederaron por la conservacion de la libertad y defensa de ella los ricos-hombres y caballeros, y la ciudad de Zaragoza con las otras ciudades y villas del reino; y de allí adelante aquel género de servicio fue despues con voluntad del reino concedido mas limitada y moderadamente (1)." Esta confederacion de que habla Zurita dimanaba del fuero de la union, ejercido por los aragoneses en varias ocasiones contra las demasias de los reyes, y de que hablaré con mas estension en el capítulo siguiente.

En tiempo de este monarca empezaron á decaer la autoridad y preeminencia de los magnates ó ricos-hombres; porque viéndolos el rey mas deseosos de adquirir rentas que gobiernos de ciudades y villas, y teniendo que repartir á principio de su reinado unos setecientos feudos ú honores, de los que hablé en el capítulo 2.o, les concedió las rentas dándoselas por juro de heredad, y les quitó el gobierno y la administracion de justicia, con lo cual fue aumentándose la jurisdiccion del Justicia mayor. Este solia juzgar en presencia del rey, por orden suya hallándose ausente; y para cualquier sentencia, el rey y los barones (bajo cuyo

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(1) Zurita, Anales, lib. 2, fól. 91 vuelto, col. 1.a

nombre se comprendian los obispos y ricos-hombres) que se hallaban presentes, deliberaban sobre la tal sentencia en general, y se declaraba lo que el la rey y mayor parte de los barones determinaban, para que lo pronunciase el Justicia mayor del reino. De esta sentencia podia apelarse al rey, y aun con su beneplácito se admitia otro recurso de súplica; y si era causa que tocaba al rey, no habia de asistir al consejo. Asi fue quedando reducida la autoridad de los grandes á la referida intervencion en los negocios judiciales, y á ser consejeros de la corona en todos los asuntos de importancia que ocurrian (1).

Al contrario, la autoridad del Justicia mayor aumentábase cada dia mas segun iba adquiriendo el reino mayor estabilidad; de suerte que llegó á ser aquel magistrado un firme baluarte contra toda opresion y fuerza, asi de los reyes como de los ricos-hombres, segun diré con mas estension en el capítulo siguiente.

El suceso mas notable acaecido en el reinado de este príncipe fue la guerra ó cruzada religiosa contra los albigenses, secta antigua del Oriente introducida clandestinamente en Europa, que tomó aquel nombre de la ciudad de Albi, y que profesaba doctrinas análogas á las seguidas en época

(1) Zurita, Anales, tom. 1, fól. 102 y 103.

posterior por los protestantes. Asesinado en Tolosa un inquisidor enviado allá por el Papa Inocencio III, recayeron las sospechas sobre el conde, señor de aquel territorio; y aunque este dió toda clase de satisfacciones humillándose hasta el punto de presentarse ante el legado del Papa desnudo de la cintura arriba y descalzo para recibir azotes de mano de un diácono, se le intimó por fin que cediese al caudillo de los católicos Simon de Monfort la parte de sus estados que este habia ocupado, sopena de incurrir en escomunion. A esto se resistió con firmeza el conde, y pidió ausilio al rey D. Pedro de Aragon, que era su cuñado. Juntó este un poderoso ejército, con el cual pasó á Francia, y en las inmediaciones de Tolosa fue muerto peleando con las tropas que mandaba Simon de Monfort. Esta conducta heróica es sumamente honrosa para el caracter de D. Pedro, que olvidando sus antiguas relaciones con el Papa, y no curándose de la odiosidad de los católicos, tomó las armas y sacrificó su vida, no por defender los errores de los albigenses que él acaso detestaba, sino por sostener los derechos de su cuñado,

y reprimir las usurpaciones de Monfort.

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