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nos y caballerescos que aparecen en la historia y en los romances, despues de haberse civilizado con las luces orientales en los bellos climas de Andalucia, Murcia y Valencia.

Los primeros caudillos y soldados soldados que impusieron el yugo á los míseros españoles, eran unos conquistadores fanáticos, ignorantes, sujetos á un déspota oriental, cuya voluntad y el Coran eran la ley suprema. Por eso fueron tantos los estragos que hicieron á su entrada en España. ¿Quién podrá referir, dice el Pacense, testigo ocular de aquellos desastres, tantos peligros y trastornos? Si todos los miembros del cuerpo humano se convirtiesen en lenguas, no bastarian á dar idea de las ruinas y calamidades que padeció España.

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Todos los desastres acaecidos en Troya, en el sitio de Jerusalen y en Roma cuando se derramó la sangre de los mártires, se repitieron en esta nacion, tan deliciosa en otro tiempo, y en el dia tan desventurada (1). Quiero suponer que haya exageracion en estas espresiones tan sentidas é hiperbólicas; pero cuando menos resultará que los españoles se hallaban en un estado miserable.

Mejoró este mucho en tiempo de Abdalasis, hijo de Muza, que enamorado de la viuda de Rodrigo trató muy bien á los cristianos durante

(1) Isidori Pacens. Chronicon.

su gobierno; pero por esto mismo le asesinaron los suyos, obedeciendo las órdenes del califa de Damasco; y desde entonces volvió á ser muy precaria la suerte de los españoles vencidos. Dependia esta y la de los mismos musulmanes de las calidades personales del gobernador que á nombre del califa gobernaba la España. Algunos de estos fueron humanos y amantes del bien comun; si bien los menos, pues por lo general no pensaban mas que en enriquecerse y despojar á los pueblos para satisfacer su avaricia y la del déspota oriental.

Por otra parte entre los mismos mahometanos se suscitaban frecuentes alteraciones civiles con ocasion del mando y por las pretensiones de las diferentes tribus que componian el ejército musulman (1). Agregabase á esto la resistencia que hacian los cristianos de los paises septentrionales, y la derrota que sufrieron los árabes en Francia, todo lo cual los irritaba y hacia mirar con aversion á los cristianos, que les estaban sometidos. En tal estado de continua agitacion y falta de concordia no

(1) Para terminar las desavenencias consideró el gobernador Husam ben Dhirar como la primera y mas importante providencia de su gobierno hacer el repartimiento de tierras á las tribus de Arabia y de Siria, que eran las mas poderosas de España y competian entre sí, pretendiendo todas ellas apoderarse de las comarcas de la capital Córdoba. Verificóse en efecto este repartimiento en los términos que espresa la historia del Sr. Conde, parte 2.a, c. 33, p. 112.

podia establecerse un sistema de gobierno permanente, sosegado y benéfico, cual se necesitaba para hacer floreciente á una nacion.

La mudanza de dinastía en oriente, que alli causó tantos desastres y derramamiento de sangre, fué un acontecimiento favorable para los musulmanes de España, pues con esto se les presentó una ocasion propicia para establecer una monarquia independiente, reconociendo como su señor ó emir á Abderrahman, que pudo salvarse de la persecucion de los abasidas, y en él continuó aqui la dinastia de los omiadas. Hasta entonces la mayor parté de los gobernadores o tenientes de los califas orien tales no habian hecho otra cosa que destruir los ves tigios de la antigua civilizacion; pero luego que Abderrahman acabó de triunfar de sus adversarios, quedando en pacífica posesion del reino, se dedicó á reparar los males que en él habian causado las pasadas revueltas, y á hermosear á Córdoba, que habia elegido para capital de su imperio. La nacion conservaba aun muchas de las obras magníficas hechas en tiempo de los romanos para facilitar la comunicacion interior, como puentes, grandes calzadas &c. Aunque estas habian padecido mucho desde la invasion, el último gobernador Jusuf (competidor de Abderrahman y vencido por este), las habia reparado de manera que desde Andalucia se caminaba por anchas vias militares à Toledo, Mérida, Lisboa, Astorga, Zaragoza y Tarragona.

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Abderrahman era tan amante de la paz que pesar de los grandes medios con que contaba para hacer guerra á los cristianos, celebró al fin un tratado con ellos de que murmuraron altamente los musulmanes. El gobierno establecido por Abderrahman era idéntico al de los infieles del oriente, á saber; el despotismo, moderado únicamente con la debil autoridad del mexuar o consejo de estado, compuesto de algunos principales personages. El hagib ó primer ministro era un segundo déspota, que mandaba á veces con autoridad ilimitada. Este sistema político tan vicioso, la poligámia, que daba al déspota hijos de diversas mugeres, interesadas todas en ensalzar á su descendencia, la falta de leyes fijas sobre la sucesion al trono, y la inveterada ambicion de los gefes de tantas tribus, hacian muy precaria y vacilante la tranquilidad pública en un estado donde se abrigaban tales elementos de anarquía.,¦

Palpose esto prontamente en el advenimiento de Hixen, hijo y sucesor de Abderrahman, á quien luego declararon guerra dos hermanos suyos, para usurparle la corona que habia debido á la eleccion de su padre. Por fortuna triunfó de ellos Hixen, y hubieron de someterse uno y otro; pero la raiz del mal no se habia arrancado, y esto debia de producir en lo sucesivo fatales consecuencias. Como quiera, Hixen, que era tan clemente y generoso como su padre, trató de gobernar con justicia á sus

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súbditos, dispensando su proteccion y beneficios aun á los mismos cristianos que le estaban sometidos. Siguiendo los pasos que habia dado su padre en la carrera de la civilizacion, destinó cuantiosas sumas para obras públicas, concluyó la grań mezquita de Córdoba que su padre habia comenzado, cuyas naves se sostenian en 1693 columnas de marmol, donde ardian 4700 lámparas, y á la cual se entraba por 19 puertas cubiertas de planchas de bronce de maravillosa labor, y la principal de ellas chapeada con láminas de oro (1). Este lu jo oriental, reprensible por el objeto á que se encaminaba, prueba por lo menos los grandes recur sos que sacaban los árabes de este suelo inagotable en medio de tantas exacciones.

SOS

Las máximas que seguia Hixen en su gobierno, y que comunicó á su hijo antes de morir, parecen dictadas por la misma sabiduria. Haz justicia igual, decia, á pobres y á ricos; no consientas injusticias en tu reino, que es camino de perdicion; al mismo tiempo serás benigno y clemente con los que dependen de tí, que todas son criaturas de Dios. Confia el gobierno de tus provincias y ciudades á varones buenos y esperimentados: castiga sin compasion á los ministros que opriman á tus pueblos con voluntarias exacciones: gobierna con dulzura y

(1) Conde, Historia citada, parte 1.a, cap. 28.

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