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aquel tiempo, y la poblacion recibió notable aumento. Habiendo mandado Alhaken empadronar los pueblos de sus estados, resultó que habia en España seis ciudades grandes capitales de las capitanías, ochenta de mucha poblacion, trescientas de tercera clase; y las aldeas, lugares, torres y alquerias eran innumerables: solo en las tierras que riega el Guadalquivir habia doce mil. En Córdoba se contaban, segun algunos autores árabes, doscientas mil casas, seiscientas mezquitas, cincuenta hospicios, ochenta escuelas públicas, y novecientos baños para el comun.

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Tal era el estado de la monarquía árabe al fallecimiento de Alhaken acaecido en el año de 976. Sucedióle su hijo Hixen á la edad de diez años y meses. La sultana su madre habia tenido una gran parte en el gobierno del estado durante el reinado de su marido, que la amaba en estremo; y considerando los pocos años de su hijo, encargó el cuidado del gobierno á su secretario Muhamadben Abdala, nombrándole Hagib ó primer ministro. Era este un célebre guerrero llamado despues por sus victorias Almanzor, sugeto espléndido, bizarro, protector de las letras, de ánimo grande, si bien poseido de fatal ambicion. El rey Hixen asi por su tierna edad como por su natural inclinacion no pensaba sino en juegos é inocentes placeres, que luego en la edad juvenil se convirtieron en vicios y deleites. Su madre y Almanzor eran

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los mandaban: Hixen no hacia mas que enque tregarse á los placeres, metido siempre en sus alcázares y jardines. Almanzor se grangeó la estimacion pública, manifestando su propósito de hacer perpetua guerra á los cristianos hasta su aniquilamiento. Jamas se habian visto las monarquias cristianas en mayor apuro: cada año hacia Almanzor dos espediciones con huestes muy numerosas, y todo lo llevaba á fuego y sangre. El monarca de Leon hubo de abandonar la capital retirándose á Asturias: el caudillo musulman entró en aquella, tomó á Astorga, á Santiago y otras muchas ciudades: cincuenta y dos batallas perdidas las mas por los cristianos, habian llevado la gloria Ꭹ . el renombre de Almanzor desde el Oceano atlántico hasta el Eufrates. Solo la indomita constancia, el patriotismo y valor heróico, de los españoles de aquel tiempo hubieran podido sobreponerse á tantos males.

Llegó por fin la hora destinada por la Providencia para salvar á las monarquías cristianas, y destruir la grandeza del cordobes imperio. Almanzor fue vencido por los cristianos, á quienes tanto habia hecho padecer, y murió segun indiqué en el capítulo 1.o de resultas de las heridas, ó mas bien del despecho de verse vencido. La muerte de este esclarecido guerrero, que sostenia con su brazo victorioso el vacilante trono de Cór

doba, trajo la ruina de este; pues aunque su hijo

Abdelmelik le sostuvo por algunos años, sucedióle en el mando su hermano Abderrahman que arrebatado de insensata ambicion, y abusando de la debilidad de Hixen hizo que le declarase sucesor suyo en el trono; lo cual acarreó la rebelion de los príncipes omiadas, las guerras civiles que siguieron despues, y la particion de la monarquía en varios estados independientes.

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Toda aquella opulencia del imperio fundado por Abderrahman desapareció como un sueño. ¿Y qué habia de suceder en un estado donde ni el trono, ni los derechos individuales estaban afianzados con buenas leyes? Ellas solas dan á los imperios consistencia, y no las eminentes calidades de un monarca; porque este muere, y con él suele sepultarse la prosperidad. Compárese la monarquía de los árabes con las cristiánas en los primeros siglos de la restauracion, y se verá qué diferencia de recursos y de poder: aquella rica, poseedora de los mas pingües territorios; estas pobres, arrinconadas en la aspereza de las montañas. Sin embargo vencen las últimas y se alzan con gloria, mientras aquella se abate en la mejor época de su esplendor. La razon es, porque las monarquías cristianas estaban fundadas en un régimen social que adquiria progresivamente mayor vitalidad, mayores fuerzas. La monarquía árabe, al contrario, adherida siempre á un sistema de inmoble despotismo, de nulidad política, no admite mejoras en

el orden social, y lleva dentro de sí misma el germen de su destruccion.

La venida de los almoravides á fines del siglo XI impidió entonces la total ruina del imperio musulman en España; pero ni aquellos africanos,. ni los almohades que del mismo pais vinieron en el siglo siguiente á ocupar el trono de aquellos, fueron capaces con sus inmensas huestes de restablecer el poderío musulman. Las monarquías cristianas habian tomado ya demasiado incremento: su estado social ofrecia poderosos medios de conservacion; mientras que los feroces africanos, opresores á un tiempo de los cristianos y de los árabes andaluces, sin la cultura y tolerancia de estos, solo se distinguian por un exaltado fanatismo, y un sisya tema de retroceso al estado antiguo de sus bárbaras instituciones. Los castellanos aragoneses y navarros dieron el golpe mortal á la dinastia de los almohades en las Navas de Tolosa; y la Andalucia quedó desde entonces abierta á las vencedoras armas del rey S. Fernando.

El estado social de los muzárabes fue muy precario, como tengo ya dicho, en tiempo de los gobernadores árabes que rigieron á España en nombre de los califas de Damasco; pero desde el establecimiento de la monarquía musulmana en Andalucia, varió la suerte de aquellos. Interesa

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ya los nuevos monarcas en formar un cuerpo compacto de todos sus súbditos, mezclados árabes

y cristianos despues de tantos años, y enlazados entre sí con los vínculos de un interes mútuo en los negocios y contrataciones; fuéronse dictando á favor de los muzárabes providencias conciliadoras. Por de contado, en punto de religion no tenian mas cortapisa que la prohibicion de fundar nuevas iglesias segun lo prevenido en el Coran (1). Egercian públicamente el culto para llamar á él á los fieles tocaban las campanas, enterraban los muertos con todas las ceremonias fúnebres de costumbre; tenian la misma gerarquía eclesiástica que en tiempo de los godos; los obispos celebraban concilios, y habia monasterios de uno y otro sexo.

En lo civil tenían los cristianos un juez con el título de conde, como indiqué mas arriba, cuya jurisdiccion no se estendia á las causas criminales y civiles de entidad, porque estas se decidian por los cadíes musulmanes. Claro es que semejante estado de sujecion podia satisfacer poco á los cristianos, que en rigor, aunque tolerados, no formaban parte integrante de la sociedad musulmana, ni podian interesarse en los progresos de esta; antes bien trabajaban en secreto para su disolucion, creyendo firmemente que en ello hacían

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(1) No dejeis á los infieles, decia Mahomet, levantar sinagogas, iglesias, ni templos nuevos; pero que sean árbitros de reparar los edificios antiguos, y aun de reedificarlos, con tal que sea en sus solares antiguos.

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